“En tiempos difíciles”: el tango de la normalización (I)

¿En qué medida el contexto político emergente de las elecciones en EEUU va a permitir de verdad despertar los acuerdos y volver a poner en movimiento el tango de las relaciones con Cuba?

Banderas cubanas ondean en la llamada tribuna antimperialista, frente al edificio de la embajada de Estados Unidos en La Habana. Foto: Jorge Luis Baños/IPS. Archivo.

En un conocido poema de 1968, Heberto Padilla describe a un hombre al que le piden entregar sucesivamente partes y capacidades de su cuerpo. Cuando las ha cedido todas, lo exhortan a que camine derecho hacia el futuro, “pues en tiempos difíciles/esta es sin dudas la prueba decisiva”.

Aunque esos versos entonces tan controvertidos se referían a la asimetría entre el Estado y el individuo, su allure poético nos deja releerlos como una metáfora de la asimetría de poderes entre EEUU y Cuba, y el difícil trato entre nuestras dos naciones y países.

Ahora que parece abrirse otra vez una ventana para el entendimiento entre ambos lados, como resultado de las recientes elecciones en el Norte, algunos colocan la pregunta: ¿qué hará el gobierno de la isla para aprovechar esta nueva oportunidad, de la que depende el futuro del país?

En inglés se dice “para bailar el tango hacen falta dos”. A diferencia de la rumba, en la que los danzantes evolucionan por su propia cuenta, cuando se baila tan pegado como en el tango, no hay manera de juzgar lo que hace uno sin ver (y entender) lo que está haciendo el otro. Para apreciarlo de verdad habría que darle un poco de rewind al tango de la normalización.

A pesar del estado de derecho y el equilibrio entre los tres poderes que rigen en los Estados Unidos, la mayoría de lo acordado con Cuba durante el corto verano de Obama no tuvo la estabilidad de acuerdos entre Estados, sino apenas entre gobiernos. Ese rasgo, por cierto, no es nada nuevo. Casi ninguno de los principales acuerdos a lo largo de 60 años han contado con aval del Congreso para convertirse en tratados, porque al Ejecutivo le ha bastado con entendimientos, que le dejan las manos libres, para cambiarlos si así le conviene. Esos son los casos de los acuerdos migratorios de 1965, 1984 y 1995, el de secuestro de aviones de 1973, el de pesca y límites marítimos de 1977, etcétera.

De los 22 instrumentos bilaterales adoptados durante la administración Obama (la mayor ronda de tango en más de medio siglo), casi todos tuvieron apenas la categoría de memorandos de entendimiento (MOU por sus siglas en inglés): vuelos regulares, seguridad de pasajeros y comercio, cooperación en salud sobre cáncer, aplicación y cumplimiento de la ley; así como conservación y manejo de áreas marinas protegidas, hidrografía y geodesia para la seguridad marítima, intercambio sobre agricultura y áreas afines, conservación de la vida silvestre y áreas protegidas, inspección de salud animal y de plantas, intercambio de información e investigación sobre clima y  meteorología, así como repuesta conjunta ante derrame de hidrocarburos en el Golfo y el estrecho de la Florida.1

Más allá de la categoría de MOU, fueron acuerdos el que restableció relaciones diplomáticas y la apertura de misiones diplomáticas permanentes —el primero con la administración Obama— y la cooperación entre el Parque de la Ciénaga de Zapata y el de los Everglades en protección de vida animal, que fue el último. También tuvo esa categoría el de cooperación operativa para enfrentar el tráfico ilícito de drogas y sustancias psicotrópicas.

Los demás consistieron en “declaraciones conjuntas” sobre política migratoria (dándole continuidad al acuerdo firmado en 1995) y protección ambiental; un plan piloto para correo directo; un programa conjunto para la enseñanza del inglés y un «arreglo» para admitir oficiales de seguridad a bordo de los aviones.

Solo alcanzó la categoría de tratado el referido a la delimitación de la plataforma continental en la parte oriental del Golfo de México, más allá de las 200 millas, que reformuló el acuerdo de 1977. La existencia jurídica de ese instrumento es más bien virtual, pues no ha sido sometido al Congreso para su aprobación.

La lista de entendimientos y acuerdos refleja el nivel diplomático alcanzado por el proceso normalizador en curso bajo la administración de Obama. ¿Cómo apreciar este tango desde el lado “de abajo”? Para decirlo en un lenguaje de moda por estos lares, disponerse a negociar con el gobierno de Estados Unidos implicó para Cuba invertir en una joint venture cuya contraparte presentó apenas memorandos de intención, sin aportar ni seed money  ni líneas de crédito ni capital fresco, ni firmar contrato alguno. Conllevó entregarle al Chief Executive Officer (CEO) de una corporación llamada America Inc., quien iba a dejar el cargo en brevísimo plazo, un crédito que incluía accesos insólitos, pasando por encima de la falta de confiabilidad acumulada por esa corporación en el mercado cubano, regional y global.  

Para terminar la idea con la misma jerga, aunque el CEO y otros directivos de America Inc. argumentaban que debían lidiar con sus accionistas en una asamblea llamada Congreso, lo que complicaba mucho sus decisiones, la contraparte empresarial Gobierno-Partido cubano también tuvo que bregar con una diversidad de opiniones, arriba y abajo, preocupadas, lógicamente, por riesgos y costos colaterales que no contaban con un seguro que los garantizara.

En textos anteriores llamé la atención sobre el carácter asimétrico del proceso llamado normalización con EEUU. Listé acciones unilaterales de Cuba, que, a pesar de reacciones negativas emergentes de los dos lados, y de desacuerdos puntuales sobre pasos del tango, contribuyeron a hacer prevalecer la voluntad de continuar bailándolo hasta el final. La mayor de esas decisiones implicó desechar la coreografía usada por China y Vietnam, cuyas plenas relaciones diplomáticas con EEUU pasaron antes por una normalización comercial y financiera, de seguridad y cooperación. Al poner la apertura de embajadas por delante del levantamiento del embargo, Cuba priorizó el inicio del diálogo y la negociación, a pesar de los riesgos y costos apuntados arriba.

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Lo que llevo dicho no tiene otra intención que establecer los hitos de esta historia reciente, al parecer olvidada por algunos cuando hablan de “falta de respuesta de Cuba”. Ni por asomo pretendo devaluar los méritos y logros de la intensa diplomacia desplegada por los dos lados, sino solo fijar puntos sobre ciertas íes.

El último de esos puntos es estratégico. En un marco de radical asimetría, como el que existe entre Cuba y EEUU, un proceso negociador que se ajuste a una mecánica de quid pro quo —es decir, de trueque— resulta fatal.  Esa mecánica es la que se refleja en preguntas como “¿qué cambios internos hará Cuba en reciprocidad a que EEUU, luego de 58 años, levante el embargo?”, o “¿qué darían los cubanos a cambio de que se devolviera el control de esos 117 kilómetros cuadrados de su territorio ocupados por la US Navy en la entrada de la bahía de Guantánamo, desde 1898?”.  

Sé que para algunos esas preguntas sí son legítimas. Y no es que las cuestiones (issues) del embargo y de la base naval no merezcan ser trabajadas conjuntamente, en escenarios de resolución de conflictos que imaginen creativamente mecanismos de superación de diferencias, mutuamente acordados. Pero un gobierno cubano que las aceptara como parte de la lógica quid pro quo, con un vaso comunicante hacia adentro, se expondría no solo a abrir un flanco en su posición negociadora, sino, sobre todo, a una pérdida de legitimidad, tanto entre sus seguidores como entre otros muchos ciudadanos, dentro y fuera de la Isla, para quienes la defensa del interés nacional pasa por la soberanía, ante todo.  

Para recapitular los pasos de nuestro tango, invito a releer la ristra de acuerdos anotados arriba y a responder algunas preguntas. ¿En qué medida reflejan intereses de ambos lados? ¿Cuáles de esos instrumentos fueron concesiones unilaterales al gobierno cubano de parte de EEUU? ¿En qué áreas específicas se alcanzaron: relaciones económicas y comerciales, ecología, transporte, cultura y educación, diplomacia, seguridad y defensa?  ¿En cuántos y cuáles se involucran departamentos como Homeland Security, de un lado, y el MININT o MINFAR del otro? ¿Hasta qué punto la cooperación entre estos organismos cumplió intereses nacionales de ambos lados, o apenas benefició a los propios organismos?    

Como ha señalado Philip Brenner, de los nueve acuerdos o MOU principales, ocho se mantienen válidos; tres han sido aplicados plenamente; cuatro parcialmente o de manera restringida y el único no validado se sigue respetando por ambas partes. Así que casi todos los 23 (incluyendo el de apertura de embajadas) están vivos. Como en la escena de la Bella Durmiente, en que los personajes caen de súbito en un sueño profundo, la pesadilla de hostilidad renovada durante el reinado de Trump no alcanzó a borrar lo acordado, sino más bien lo puso en hibernación.  

Además de sacar a Trump de la Casa Blanca, estas elecciones mostraron —a todo el que tuviera ojos para ver más allá de encuestas, chancleteo político y forcejeos locales— la enorme gravitación de un populismo conservador, sustrato del trumpismo, en la cultura política realmente existente. Cómo afectará ese sustrato vivo y coleante al futuro inmediato se revelará en la capacidad de la oposición republicana para elevar el costo y contrarrestar las iniciativas del próximo gobierno.

Por lo pronto, muchas personas de buena voluntad sueñan con la capacidad del presidente electo para curar una sociedad dividida (por Trump…) y restañar una democracia lacerada por cuatro años de desviacionismo del camino correcto, entre otras imágenes bien intencionadas. A reserva del éxito que la rectificación de errores y tendencias negativas pueda alcanzar dentro de esa gran nación, es muy probable que el nuevo equipo de gobierno también priorice la contrarreforma del trumpismo en las grandes áreas de problemas de su política exterior global: Unión Europea, China, Rusia, Irán, Irak, Afganistán, el cambio climático, los acuerdos de libre comercio, etc.

Es dentro de ese marco político real que tendría sentido entonces formular nuestra pregunta: ¿en qué medida el contexto político emergente de las elecciones en EEUU va a permitir de verdad despertar los acuerdos y volver a poner en movimiento el tango de las relaciones con Cuba?

La negación del trumpismo debería conllevar, lógicamente, la rectificación de sus brutales decisiones hacia Cuba. En particular, las que afectan directamente a los cubanos en la Isla y en la emigración. Aunque las encuestas y la campaña misma mostraron una cara no muy luminosa de esa emigración, súbitamente trumpista, algunas cifras preliminares han revelado que su voto no fue finalmente tan republicano como se presagiaba, y mucho menos determinante de los resultados electorales en los distritos más cubanos de la Florida, que votaron azules. Remesas, viajes, ventas de alimentos y medicinas y, sobre todo, normalización del consulado y el proceso de otorgamiento de visas en La Habana responderían a esos intereses, de un lado y de otro.

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El segundo momento en la lógica de unas relaciones interrumpidas sería que la nueva administración abriera los archivos donde quedaron engavetados los 22 acuerdos firmados con Cuba, volviera al punto donde estaban en enero de 2017, y al menos reanudara el diálogo y la diplomacia de encuentros en torno a lo ya acordado, aunque no avanzara un milímetro más.

Finalmente, estaría retomar el proceso de normalización. Ningún think tank ni lobby puede proveer un documento estratégico más articulado, preciso y abarcador para un administración demócrata que la Directiva Presidencial sobre relaciones EEUU-Cuba, producida por el gobierno de Obama en octubre de 2016, y consensuada entonces con toda la burocracia estatal implicada en alguna relación con Cuba. Biden formó parte del equipo de gobierno que generó la política de normalización en 2014 y elaboró ese documento. Sería lógico que esa Directiva fuera retomada en algún momento, y que circulara en su equipo de relaciones exteriores, quizás con una notica de puño y letra de Biden en el margen, pidiendo actualizaciones y ajustes, entre signos de interrogación.

Pero en política no basta con lo más lógico. Ni Cuba tiene la relevancia que tuvo en la peculiar coyuntura de una administración saliente en sus meses finales; ni estamos en el mundo de 2016 (sino virtualmente en el de 2021) ni esta administración demócrata llega al poder como lo hizo la anterior, según resulta obvio de todo lo apuntado arriba.

Por otra parte, en muchos comentarios periodísticos sobre el tango Cuba-EEUU, parece como si los dos estuvieran solos en la pista de baile. ¿Qué carácter tendrán los triángulos de ambos con la Unión Europea, China y Rusia? ¿En qué medida el triángulo EEUU-Venezuela-Cuba puede evolucionar? ¿Qué factores, no solo en Washington, sino en Caracas y el entorno internacional, pueden influir en él? ¿Qué pasará en América Latina y el Caribe en 2021? ¿En lugares como Bolivia, Chile, Ecuador, Brasil…?  Quienes repiten el viejo tango de la monodependencia como fatalidad cubana no parecen entender la complejidad de estas redes de relaciones actuales, y sus implicaciones geopolíticas.   

Cuatro años de Trump, con altos costos económicos para Cuba, no han representado desafíos estratégicos cualitativamente nuevos, ya que el gobierno tiene más práctica en lidiar con la hostilidad de EEUU que con la normalización. En el compás de espera, las circunstancias han impuesto la urgencia de las transformaciones del orden establecido, y han acelerado su aplicación. Quizás cuando miremos hacia atrás, dentro de unos años, podamos descubrir que desgracias como la COVID-19 y Trump contribuyeron a poner a punto ese cambio, y a hacerlo de manera totalmente desvinculada de una negociación con los Estados Unidos.   

En todo caso, para aquellos que gustan de paralelismos, la nueva administración cumplirá sus 100 primeros días en coincidencia con el VIII Congreso del PCC. En contraste con tanta teatralización de la política dominante en redes, y de editoriales por parte de tirios y troyanos, una mirada ecuánime hacia esos cien días permitiría anticipar cómo pinta el tango, y sus nuevos pasos, en tiempos difíciles y decisivos.

Notas

  1. Philip Brenner, “Recovering Empathy: An Examination of the Cuban-US MOUs”. Ponencia en la XVII Edición de la Serie de Conversaciones “Las Relaciones Cuba-Estados Unidos: El desafío de una convivencia basada en intereses mutuos”; 16, 17 y 18 de diciembre de 2019. ISRI, La Habana, Cuba.
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