Posdata a “Carta a un joven que se va”

Aquella Carta que los veinteañeros editores de La Joven Cuba publicaron y defendieron en su blog tuvo casi 400 comentarios. No respondí entonces, ni me lo propongo ahora. Lo que me propongo es considerar aquellos rebotes, y otros efectos colaterales, con el lente del tiempo, desde donde todo se ve más claro.

Malecón, La Habana. Foto: Kaloian Santos.

Cosas migratorias, la serie anterior, empezaba y terminaba evocando un texto de mi autoría que cumple diez años el próximo lunes. Publicado en La Joven Cuba (LJC), lo más inesperado del texto para mí entonces fueron sus rebotes en todas las orillas, como las ondas de una piedra lanzada al agua. Durante meses.

Aquella Carta que los veinteañeros editores de LJC publicaron y defendieron en su blog tuvo casi 400 comentarios. No respondí entonces, ni me lo propongo ahora. Lo que me propongo es considerar aquellos rebotes, y otros efectos colaterales, con el lente del tiempo, desde donde todo se ve más claro.

Entre “Carta de una joven que no se va” (LJC, 28.06.2012), la primera respuesta elaborada y aparecida dos semanas después de la publicación del texto inicial, hasta la “Carta de un joven que se ha ido” (Penúltimos días, 22.08.2012) pasaron casi dos meses. Me detengo en esta última, finamente urdida por su autor en una playa turística búlgara, porque mantuvo la referencia a mi texto rebotando en las redes durante un tiempo insólito.

La condición espectral de ese cubano, cuyas señas nadie tuvo, como tampoco las de sus parientes en Cuba, fue apuntada por el periodista Tracy Eaton en su blog Along the Malecon. Tracy advertía contradicciones entre las supuestas experiencias vividas referidas en su texto y su edad declarada. Como Forrest Gump, Iván López Monreal había sido testigo de todo a los 10 años, incluido “el Maleconazo”, el apartheid hotelero, los maestros emergentes; y sus padres, que lo tuvieron en 1984, habían disfrutado de “mejores servicios médicos” en la Cuba de ayer.

A fin de cuentas, tuviera hoy 38, u 80 en abril del año que viene; fuera camionero, empleado de hotel o periodista; se llamara Iván o Charlie, lo más relevante de su contribución para mí fue que el rebote de su texto hizo que el mío se leyera en algunas oficinas políticas cubanas. Lo que tuvo resultados interesantes, que comentaré más adelante.

Su éxito viral en redes, especialmente su versión al inglés elaborada por un conocido blog, tendría como efecto colateral superponerse al mío. Leída por él, mi Carta se dedicaba a defender “las conquistas sociales de la Revolución”, a afirmar “que el país hace un gran esfuerzo, que existe un embargo”,  sugerir que “los que nos marchamos tomamos el camino más fácil”, y a “convencer a los que se van para que se queden”. 

Los extractos de mi Carta que reproduzco aquí no se dirigen tanto a restablecer mis ideas tal como las dije, cosa que cualquiera puede comprobar en el original, sino a mostrar algo mucho más interesante para el lector: cuánto ha cambiado y cuánto no en estos diez años.

Así le hablaba entonces a mi destinatario: 

“La mayor parte de tu infancia y adolescencia han coincidido con ese Periodo especial, que a diferencia de los viejos, a ti no te ha tocado vivir como malos tiempos o incluso derrumbe de ilusiones, sino como único horizonte de vida…Cuando llegaste, todo estaba hecho, armado, por los que habían demolido lo viejo (lo que para ellos era el pasado), construido y reglamentado el orden nuevo. Tú, que no llegaste a tiempo para aquellas edificaciones, piensas que aquel país inventado por otros (para ti, el pasado) ya no existe, y solo sobrevive un orden viejo, más bien irremediable. Lo peor, sin embargo, no es haber nacido en un orden preestablecido, porque eso le pasa a todo el mundo, sino tus inciertas posibilidades de cambiarlo. En todo caso, no quieres invertir tu vida intentándolo, porque no tienes otra que esta; y aspiras a conseguir un techo propio, un empleo que te guste y te permita lo que puedas con tu capacidad y esfuerzo, sin penurias de transporte y luz, y planear para irte de vacaciones a alguna parte una vez al año, aunque tengas que quitarte de otras cosas. Piensas que la única manera de asegurarte esa vida es saltar por encima de este horizonte y buscar otros (…)

Mi intención no es disuadirte, ni hacerte advertencias, ni mucho menos endilgarte un discurso patriótico. No pretendo hablarte como tu padre, consejero o guía espiritual; ni como mensajero de una fe religiosa, verdad revelada, voz de la experiencia o autoridad de maestro. Te invito a pensar entre los dos tus razones, pero sobre todo el contexto y significado de tu decisión de irte del país. A poner en situación tus argumentos, para sacar algo en limpio que, tal vez, pueda servirte. No creas que lo hago solo por ti. Tengo mis propios motivos, porque tu decisión de partir nos implica a todos, y sobre todo a los que no hemos pensado nunca en irnos.

Oyes decir que los jóvenes no tienen valores, reniegan del socialismo, se quieren ir del país y no les interesa la política. Quizás los que así piensan identifican valores con sus valores, la política con movilizaciones y discursos, la defensa del socialismo con determinados mandamientos, entre otros, que este sistema es solo para los revolucionarios comprometidos, que un ciudadano cubano solo lo es mientras resida en la tierra donde nació, o que disponer de otro documento de viaje equivale a ponerse a las órdenes de una potencia extranjera.

Te advierto que los que así razonan no son nada más algunos funcionarios, sino muchas otras buenas personas, íntegros ciudadanos, para quienes defender la patria no es una declaración. De hecho, cuando estos hablan de defender las conquistas sociales de la Revolución, la mayoría piensa en educación y salud gratuitas, y si esa es la medida de la Revolución y el socialismo en el plano social, es lógico que muchos digan que tú deberías pagarlas, si te quieres mudar a otra parte donde no vas a defenderlas.

En cambio, tú crees que esos derechos los conquistó la Revolución para todos, y por eso mismo son tuyos, sin más condiciones que haber nacido en esta isla. Has escuchado que, según la Constitución, los derechos básicos de un cubano están más allá de su manera de pensar; y que la justicia social y la igualdad son precisamente eso: principios y valores que hay que ejercer de verdad, sin sujetarlos a clase, raza, género, orientación sexual, religión o ideología, porque representan la conquista más importante de todas, la de la dignidad plena de la persona. Bueno, si tú estás de acuerdo con eso, quizás te sorprenda escuchar que eres una criatura del socialismo. Si te importan el bienestar de toda la sociedad, la democracia de los ciudadanos, la libertad (incluida la de todos los que te rodean) y la independencia nacional, te advierto que eres un ser más polítizado que muchos habitantes del planeta, incluidos probablemente la mayoría de ese país para donde vas (…).

Este sistema nuestro te consulta y te pide que te movilices, porque  tu movilización y tus opiniones le son necesarias para que la mayoría de las políticas funcionen, aunque ni tú ni muchos burócratas lo entiendan así. En efecto, aunque ellos sigan pensando que lo decisivo es aceitar la cadena de mando y cumplir el plan, y tú creas que eres una nulidad en el sistema, cuando pides la palabra para criticar los Lineamientos, reclamas tus derechos en cualquier parte, protestas ante desigualdades y privilegios, aplaudes una crítica dicha sin pelos en la lengua, pides que las políticas no solo se enuncien sino tengan resultados, e incluso cuando acudes a la Plaza refunfuñando, para hacer quórum en la misa de Joseph Ratzinger, estás contribuyendo activamente a la política, y a mantener vivo un tejido sin el cual este sistema languidecería, y que los sociólogos llaman consenso.

Quizás te hayas preguntado a veces por qué este sistema nuestro, que tiene sus elecciones, no puede darle a la gente que piensa como tú la posibilidad de expresar sus opiniones políticas en la televisión, proponer tantos candidatos como quiera (no solo abajo, sino a todos los niveles), escucharlos, hacerles preguntas y saber lo que tienen en la cabeza, antes de votar por ellos y sus propuestas. Siempre has oído que la confrontación política en la televisión, una lista abierta de candidatos y el debate entre ellos no es otra cosa que la politiquería del capitalismo. Que si abrimos ese espacio, los americanos, la mafia de Miami y los disidentes se van a aprovechar para usar sus dineros y confundir al pueblo. Y al enemigo no se le puede dar ni tantico así. Etc.

También debes haber oído, sin embargo, que nosotros mismos podemos acabar con esto que tenemos más probablemente que ese enemigo. Y que este y sus planes no pueden ser la causa de que dejemos de hablar de nuestros problemas, porque al final, la verdad se impone. Lo has oído, en la voz de los principales dirigentes, una y otra vez, pero es como si nada, los argumentos de siempre siguen ahí. Estás cansado de escuchar anuncios de cambios que no acaban de llegar, y que no dependen de factores objetivos, sino de una vieja mentalidad que sigue sujetando las riendas.

Tú también piensas que la participación no puede ser solo cosa de marchas, actos y reuniones, donde tu presencia no cambia nada ni incide en los mecanismos de dirección, sino por el contrario, se diluye en cumplimiento de metas y otras formalidades. Sientes que en esa participación falta compromiso, sinceridad, espontaneidad. Si te piden que pongas un ejemplo de formalismo, tal vez menciones a las organizaciones juveniles y los medios de comunicación, cuyo estilo y retórica te hacen desconectar a ti y a tus amigos; o los CDR y la FMC, donde tampoco te sientes participante de nada sustancial.

No sé si sabes que, en un país donde puedes votar y ser elegido para cargos en el Poder Popular desde los 16 años, la presencia de jóvenes delegados en municipios y provincias ha ido bajando, desde 22 % (1987) hasta 16 % (2008). En la Asamblea Nacional, esa presencia promedio cayó al 4% en los años 90; y aunque creció en las últimas elecciones, sigue siendo inferior a 9% de los diputados…Obviamente, la presencia de jóvenes en cargos elegidos por voto está muy por debajo de su peso en la población adulta. Sea cual sea la causa de ese bajísimo perfil, está claro que mientras más jóvenes como tú salgan del país, menos será su presencia en cargos políticos; y si resides afuera no vas a poder votar ni mucho menos ocupar ninguna responsabilidad. Como ves, tu decisión de irte tiene hondas implicaciones también para los que nos quedamos (…)

Seguro tú sí te has enterado de lo que se dice sobre Cuba y los cubanos en el mundo. Aunque no tienes Internet en tu casa, conseguiste un buzón de correo electrónico, u oyes la BBC o Radio Caracol o Radio Exterior de España u otra de las muchas estaciones en español que se cogen desde cualquier radio. Es probable que hables con alguno de los millones de turistas que caminan por nuestras calles; que tengas un primo en Hialeah o Alicante; un amigo que viaja porque es médico, académico, músico o funcionario (…).

Dentro de poco, tú también serás un cubano de la diáspora, lo que siempre será mejor, por cierto, que si te llamaran exiliado. Cuando llegues allá, verás con tus propios ojos que algunos se fueron a la diáspora y han terminado en el exilio. Las causas de esa enemistad radican allá y aquí. En ciertos países, la industria del anticastrismo, con ramificaciones en muchos sectores, ha creado un mercado laboral, donde es posible conseguir un cierto empleo o modo de vida, si uno se radicaliza en contra. Como podrás comprobar, al revés que aquí, lo políticamente correcto allá es hablar mal de todo lo que pasa aquí, y esa norma, en ciertos lugares, puede ser muy estricta, ya lo verás.

Otros, en cambio, se han puesto así porque del lado de acá les han hecho pagar costos elevados, no solo en dinero. Se han sentido castigados, sujetos de prohibiciones y separaciones, obligados a pagar una multa personal que les resulta injusta y onerosa, solo por haber decidido probar fortuna en otra parte. No importa que se haya reconocido oficialmente el origen económico y familiar de la emigración, se sigue cultivando insensiblemente entre muchos de los que parten un encono, cuyo costo rebasa todas las recaudaciones y contabilidades de corto plazo, porque deja una huella indeleble en las personas, y por lo mismo, en el cuerpo real de la nación. El precio de esa enemistad, naturalmente, es inestimable (…)

Si fueras artista o escritor, no tendrías el dilema de quedarte aquí para siempre o irte para siempre. Podrías decidir trabajar afuera durante años, y finalmente regresar a tu lugar, para salir cada vez que quieras, como han hecho muchos. O seguir allá, mantenerte en contacto y colaborar con proyectos aquí, retornar una y otra vez, como hacen otros. Lo cierto es que la mayoría de nuestros artistas y escritores no se ha ido del país de modo definitivo. Si se tratara solo de términos estrictamente económicos, está claro que, para los intereses del país, su valor como capital humano es muchas veces superior a las gabelas migratorias. Esa política alternativa ha dado frutos no solo para ellos, sino para todos nosotros (…)

Si te preguntaran por tus sentimientos como cubano, quizás digas que estás orgulloso de que seamos así como somos, de nuestra herencia cultural, tradiciones, luchas por la independencia, creencias, valores, patriotismo. Ya ves que tu apoliticismo es muy dudoso, digan lo que digan o lo que pienses de ti mismo.

Ahora bien, probablemente sí te va convenir mucho conectarte en directo con las realidades del mundo, y aprenderlas por ti mismo, cosa difícilmente alcanzable solo con Internet, la antena o el mp3. Salir de Cuba, además de probar fortuna, te da el chance de crecer por ese lado. Nada contribuye más a la educación política que viajar, conocer otras gentes y culturas, valores y creencias ajenas, palpar directamente y hasta experimentar los problemas de otros, para darse cuenta de dónde uno está. Si hubieras tenido la oportunidad de viajar y regresar, una y otra vez, el contexto en el que tomarías tu decisión ahora sería diferente.”

Estas palabras, redactadas en La Habana, tuvieron, a pesar de todo, otros oídos, nada complacientes. La réplica que más me tocó fue la de un joven de la misma edad, también desde Europa: “Me fui y no pretendo regresar. En el imperio que tanto me prohibieron es donde me siento más cubano. Si no estoy, no es mi culpa, es la de ellos. Defenderé el sistema donde vivo actualmente, porque me representa. No porque sea más feliz, pero sí más ciudadano. Cuánto me alegro de que me esté escribiendo esto, es seña de que al final nos damos cuenta de que algo no funciona, aunque no lo admitan.”

Después de diez años, celebro haberlo conocido ayer. Ha vuelto. En la próxima columna comparto, con su permiso, nuestra conversación.

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