Sobre un discurso de Joseph R. Biden en La Habana

Pronunciado el próximo año en la Isla

El faro del Castillo de los Tres Reyes del Morro, a la entrada de la bahía de La Habana. Foto: Randdy Fundora

A continuación, el discurso pronunciado por el presidente de Estados Unidos, Joseph R. Biden Jr., en la Plaza de Armas, La Habana Vieja, el 20 de mayo de 2022.

Hace hoy 120 años que la bandera norteamericana fue arriada en este Palacio de los Capitanes Generales, donde ondeaba junto a la cubana, y nuestras tropas se retiraron de esta ciudad, dando nacimiento a la República de Cuba. Sé que esta fecha no se ha estado celebrando aquí durante los últimos años; y entiendo por qué. Sin embargo, la Revolución cubana, igual que la norteamericana, han enseñado al mundo que las costumbres establecidas pueden cambiarse, y que el progreso consiste precisamente en cambiar todo lo que debe ser cambiado. Estamos aquí, invitados por el presidente de la República de Cuba y el pueblo cubanos, con el propósito de hacerlo.

Los que repudian nuestro encuentro dicen que fortalece a un poder ilegítimo o que le abre una ventana a la restauración del antiguo régimen en Cuba. Así afirman los que no quieren que nada cambie, porque se han acostumbrado a cabalgar en el conflicto y carecen de brújula para desmontarse de él; los que confunden el interés nacional con sus creencias y dogmas; los que enarbolan la coexistencia pacífica y la reconciliación, pero fomentan en la práctica una cultura del odio, como la que nos impuso la administración pasada. 

No pretendemos, en nombre de la paz, ocultar nuestras diferencias. Compartimos la intención que nos animó inicialmente, junto al presidente Obama, de invitar a los cubanos a una discusión “buena y saludable,” a “esforzarnos por dejarlo todo atrás,” como dijo en su visita hace seis años. Entendemos que aquellas palabras significan enterrar las desavenencias que nos llevaron a una situación de guerra, como cuando la Crisis de los Misiles, en 1962. Los que teníamos entonces 20 años conservamos grabado en la memoria el horror de bordear un holocausto nuclear. Nosotros, los de entonces, apreciamos en toda su magnitud el valor de aquella terrible experiencia, para no olvidarla nunca, sino por el contrario, compartirla con las generaciones que no la vivieron, y aprender sus lecciones. Solo el alto sentido de responsabilidad y la voluntad de prevalecer sobre las voces que profetizaban la guerra, permitieron al presidente Kennedy, con la cooperación de los dirigentes soviéticos y cubanos, alcanzar un acuerdo que preservó la paz, y cooperar para que se cumpliera. Hoy venimos, en el espíritu de aquel acuerdo que salvó a la humanidad, a acabar de resolver un conflicto sellado, que en pocos meses cumplirá 60 años.

Hemos reconocido antes que la política de la hostilidad hacia Cuba ha sido un error. En primer lugar, porque nunca funcionó para alcanzar sus objetivos. Pero también porque fue contraproducente; ya que enconó aún más el conflicto, y contribuyó a que se replicara en otros escenarios, en América Latina y África, donde estadounidenses y cubanos hemos seguido enfrentándonos. Sabemos que la política cubana en esos mismos escenarios ya no es la misma; que Cuba no se alinea automáticamente con los enemigos de Estados Unidos; y que no es justo haberla puesto en la lista de países terroristas, donde no la tienen ninguno de nuestros aliados.

Ustedes y los mexicanos son los vecinos al otro lado de la frontera sur de nuestra Unión. Deberíamos vernos todos como buenos vecinos. Reiteramos que los cambios necesarios en Cuba no están en nuestras manos, sino en las de los cubanos. Sin embargo, estaríamos escondiendo nuestros sentimientos sinceros si no dijéramos que preferimos un vecino próspero, sustentable, contento con su soberanía, y democrático, al punto de no sancionar a los ciudadanos cubanos que se oponen al gobierno. Si Cuba se siente como una fortaleza sitiada, y teme que sus opositores estén al servicio de una potencia extranjera, quisiéramos reiterar aquí que no tendrá ninguna razón para percibir ninguna amenaza de nuestra parte.

Creemos en las virtudes de nuestro sistema, el que nos legaron los padres fundadores, a quienes admiraba José Martí, el mentor de la Patria cubana. Y, naturalmente, siempre vamos a expresar nuestra simpatía por todos los que defienden los derechos humanos, la libertad y la democracia, en cualquier parte. Igual que Cuba se pone de parte de los que luchan por esos mismos principios, contra el racismo y la desigualdad, dentro de los Estados Unidos, y por la autodeterminación y la soberanía de todos los países pequeños, aun cuando no siempre comparta cada una de las acciones de esos países. 

Hay quienes se preguntan cuál es la importancia de Cuba para EEUU, entre tantos grandes y complejos problemas con los que debemos lidiar en nuestra agenda global, como para recorrer este camino, so near, yet so far, entre Washington y La Habana. Hemos venido a conjurar una vez más, junto al pueblo cubano, el fantasma de la Enmienda Platt; y a decirles, especialmente a los jóvenes, que no es ni será nuestra intención hacer prevalecer forma alguna de injerencia de nuestra parte en la plena soberanía cubana. Pero sobre todo hemos venido a desmantelar la última fortificación de la Guerra fría en este hemisferio; y a dedicarles esta acción muy especialmente a todos los latinoamericanos y caribeños de diversas ideologías y credos que la han añorado durante tanto tiempo.

Estamos aquí para propiciar un diálogo entre nuestros dos pueblos y gobiernos. Dos pueblos que nacieron y crecieron juntos, lucharon bravamente por su independencia, así como por la integridad de su nación, al precio que fue necesario, incluidas cruentas guerras civiles, y que tienen muy en alto la libertad y la igualdad, aunque no siempre las entendamos de la misma manera. Ambos coincidimos, sin embargo, en que la democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo; y que nace del diálogo entre los ciudadanos y el gobierno.

Mi esposa Jill y yo estudiamos en una universidad pública, en el pequeño estado de Delaware. Aprendimos que cuando la educación y la política dialogan, pueden colaborar, especialmente, en el desarrollo local; y que la participación de los ciudadanos, la protección del medio ambiente, de los derechos civiles, incluidos los de género, y la lucha contra el racismo, entre otros asuntos principales, se arraigan en ese nivel local, que es la sal de la democracia, como señaló José Martí. Allí aprendimos a dialogar con los que no pensaban igual que nosotros. Y gracias a esa experiencia local me convertí luego en senador de EEUU, el más joven en aquel momento, con apenas 30 años.

Creemos en el papel de los jóvenes en la política. Si van a ser los dueños absolutos del futuro, lo más justo y razonable es que lo labren ellos mismos. Debemos facilitárselo, entregándoles los medios para hacerlo, en primer lugar nuestra experiencia, pero también dándoles la libertad para usarlos, y equivocarse, de manera que aprendan de sus propios errores, igual que todos nosotros.

Por eso hemos invitado a acompañarnos en este encuentro a un grupo de jóvenes estudiantes y profesores de universidades públicas, médicos, agricultores, empresarios, comunicadores, artistas, científicos, religiosos, de diversos estados, entre los cuales algunos ya han iniciado intercambios con Cuba por su cuenta, para que protagonicen este nuevo diálogo entre las sociedades civiles de ambas orillas. Un diálogo que no ha de limitarse, naturalmente, al sector no estatal, sino incluir a maestros primarios y secundarios, profesores universitarios, especialistas de la salud, periodistas de medios públicos, delegados del Poder popular, diplomáticos, militares, expertos de la ley y el orden público, dirigentes del PCC y la UJC, todos los que también constituyen el capital humano de la nueva Cuba. 

En EEUU hay quienes tildan de socialistas a los políticos demócratas que defienden la creación de un sistema nacional de salud y de educación pública del más alto nivel. Tanto Jill, que ya los ha visitado antes a ustedes, y que siempre ha sido maestra, como yo, apreciamos los logros cubanos en la educación y la salud.  Aunque no intentamos instaurar ningún tipo de socialismo en EEUU, esperamos contar con quienes en nuestro Partido comparten una agenda común, que integra problemas como la política inmigratoria, la reforma del patrón energético para dejar de emitir carbono a la atmósfera, la lucha contra el tráfico de drogas, el avance real de los derechos civiles, el control de las armas de destrucción masiva. Confiamos en que Cuba y los cubanos también nos acompañen en esta alianza por un mundo mejor.

Somos, como dirían ustedes, un ajiaco cocinado en una inmensa olla étnica y racial, que incluye desde mis antepasados irlandeses católicos hasta los indios y africanos de los que desciende la vicepresidenta Kamala Harris. En nuestra administración, contamos con un Secretario de Educación puertorriqueño, un mexicano a cargo de Salud y Servicios Humanos, un colombiano dedicado a América Latina en el Consejo Nacional de Seguridad, y un cubanoamericano al frente de Homeland Security. Creemos que ellos, y otros como ellos, son los más dotados para tender puentes de diálogo y representar a los EEUU en sus relaciones con América Latina y el Caribe.

Durante mucho tiempo, nuestra política hacia Cuba ha respondido a los cubanos que vinieron a EEUU como exiliados. Ellos construyeron una comunidad vibrante, asentada especialmente en una ciudad del sur de la Florida, que, tomando en cuenta la cantidad de habitantes nacidos aquí, podría considerarse la segunda de Cuba. Sin embargo, desde que una administración demócrata firmó el acuerdo migratorio bilateral hace más de un cuarto de siglo, los cubanos que llegan a EEUU no son categorizados como refugiados políticos por la ley norteamericana, sino inmigrantes. No menos de medio millón de ellos visitan la isla cada año; y son los que envían remesas a sus familias aquí, con los que mantienen estrechas relaciones, al margen de sus creencias políticas. Sabemos que un número creciente de ellos han recuperado su residencia en Cuba, o no la han perdido. Y queremos que nuestras relaciones actuales reflejen esos cambios, así como los intereses de esos cubanos, de manera que no solo puedan visitar y mandar remesas, sino hacer negocios en la nueva Cuba, u optar por el retorno a su tierra natal a pasar los años de su jubilación, si así lo deciden. Nuestra contribución para hacer posible todo esto entre cubanos de allá y de aquí conlleva seguir adelante con el proceso de normalización de relaciones. 

Algunos pensaron, al iniciar la construcción de este puente en 2014, que íbamos a avanzar lo suficiente, como para que ningún gobierno posterior considerara dinamitarlo. Pudimos presenciar, sin embargo, cómo la pasada administración envenenó la atmósfera de entendimiento alcanzada en 25 meses de intensas negociaciones, y la recargó con el sonido y la furia propios de los peores momentos de la Guerra fría; cerró las puertas del consulado en La Habana a los familiares de los inmigrantes cubanos en EEUU; restringió el tráfico aéreo entre nuestros aeropuertos y los de las provincias de Cuba; interrumpió la política de intercambio pueblo a pueblo; limitó severamente las remesas, y puso en crisis los canales para su envío; finalmente, alentó de soslayo la retórica hostil a la normalización dentro de la propia Cuba. 

Estamos aquí para impedir que algo así se repita. Contamos con ustedes, nuestros buenos vecinos, para hacer irreversible este cambio. En esta Plaza que aún conserva el recuerdo de cuando cubanos y norteamericanos pelearon y cayeron juntos por la independencia, allá en la Loma de San Juan, y donde radicó la primera embajada de Estados Unidos en la República de Cuba, enterremos el hacha de la guerra, en la misma tierra sagrada donde se plantó La Habana, hace 503 años. Y que Dios nos bendiga a todos.

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