Sun Tzu y la crisis de los balseros

¿Qué lecciones se derivan de la crisis de los balseros acerca de la política norteamericana y la manera realista de lidiar con ella, en la nueva circunstancia?

Sun Tzu, gran estratega chino, escribió hace 2500 años: “Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar a donde vayas.” “La oportunidad de asegurarnos contra la derrota está en nuestras propias manos, pero la oportunidad de derrotar al enemigo la provee él mismo.” “El enemigo que actúa aisladamente, que carece de estrategia y que toma a la ligera a sus adversarios, inevitablemente acabará siendo derrotado.” “La prudencia y la firmeza de un pequeño número de personas pueden llegar a cansar y a dominar incluso a numerosos ejércitos.”

Ahora que a Sun Tzu lo citan hasta los bomberos de la serie Chicago Fire, valdría la pena releerse El arte de la guerra, o nada más hojearla, para comprobar su enorme actualidad. Aunque algunos historiadores posmodernos lo descartarían por no estar en el bombo de las bibliografías de moda, en esa sabiduría estratégica clásica se anticipan la teoría del soft power, el auge de China como potencia, el fracaso político de la guerra americana en Afganistán e Irak, y también algunas claves del arte defensivo de Fidel Castro para lidiar con EEUU. 

Un buen ejemplo de esto fue la llamada crisis de los balseros de 1994.

Aunque no tuvo las resonancias hebreas del éxodo del Mariel y de la diáspora cubana, retomarla en frío permitiría discernir cómo las respuestas de fuerza ante problemas eminentemente políticos no los resuelven —según advierte también Sun Tzu.

La señal de alarma de aquella crisis migratoria, el 5 de agosto de 1994, no fue bautizada por la imaginación popular cubana como el 5A, sino como el Maleconazo. Desde el día anterior, la noticia falsa de una flotilla de yates en camino a La Habana, propalada por la radio de Miami anticipando otro Mariel, había movilizado a grupos en la zona de la bahía, donde las lanchas de Casablanca y Regla seguían navegando, a pesar de haber sido secuestradas una y otra vez a lo largo del año.

Impedidos de concentrarse en esa zona, varios cientos de personas enfilaron hacia el Malecón. A la altura del Hotel Deauville, en Galiano y San Lázaro, la multitud exaltada apedreó los cristales de las tiendas y los carros patrulleros de la PNR. A pesar de que aquella marea de caos y violencia, típica de las reacciones anómicas, no tenía un liderazgo dominado por la oposición política, grupos dentro de la multitud no solo clamaban por salir del país, sino gritaban “Abajo la Revolución,” “Libertad”, etc., mientras una mayoría de espectadores, desde las aceras y los balcones, los aplaudían.

Sun Tzu diría que, para entender una situación estratégica, resulta útil un mapa y los informes de los espías, pero nada sustituye al examen directo del terreno, y comprender lo que pasa en la mente de las tropas. O sea que un análisis macroeconómico no basta para explicar las causas socioeconómicas y políticas de la crisis de los balseros.

La cuota de la libreta se había reducido drásticamente, y los productos de la canasta básica no alcanzaban. Desde 1993, escaseaba el agua en Centro Habana. El salario mínimo era 100 pesos.  El dólar, que se había legalizado hacía apenas un año, había llegado a cotizarse a 150 pesos en un mercado negro veinte veces mayor, según estimaciones de expertos. En ese mercado, un pollo podía valer 400 pesos, un jabón de lavar 120. Pero no aparecían, como se dice en Cuba, ni en los centros espirituales. Las tiendas de las vidrieras rotas en el Maleconazo no fueron saqueadas, porque no había nada.

Los cubanos ya podían entrar en las pocas tiendas en dólares, pero la inmensa mayoría no tenía con qué, ni se había inventado todavía el CUC. Apagones de 16 horas, sin mercados agropecuarios ni de artículos industriales, ni panaderías privadas, casi sin guaguas, almendrones, paladares, y con colas infinitas en las gasolineras. Las calles de La Habana amanecían como si fueran Hanoi o Nanjin, colmadas de bicicletas chinas Flying Pigeon y Forever, bajo el sol de agosto, el más ardiente del verano.

El 5 de agosto, Fidel bajó por San Lázaro y Colón hasta Prado. Desde los balcones y las aceras, los mismos que antes gritaban y tiraban piedras, lo aplaudían. Frente al monumento a los estudiantes, cuando los periodistas le preguntaron, respondió que “no vamos a seguirles cuidando las fronteras a los EEUU.” En su comparecencia en la TV aquella noche, volvía a advertir a EEUU sobre el peligro de la estimulación a las salidas ilegales.

El gobierno estadounidense suele tildar al cubano de manipular la salida del país como válvula de escape, para drenar el descontento acumulado. Algunos académicos también: “Cada vez que enfrentó una grave situación económica, el gobierno [cubano] permitió el escape de los descontentos como una alternativa.”1 Claro que el gobierno de EEUU tiene razón cuando califica a la emigración de válvula, que sirve para drenar. Solo que ninguna administración, desde 1959, esperó que la presión se generara por “los errores del gobierno cubano,” sino más bien apretó las clavijas del bloqueo. Todas aseguraron maximizar la acumulación de presión, mediante políticas especialmente diseñadas, desde que crearon el Programa de Refugiados Cubanos (1961), el mayor de todos los usados para librar la Guerra fría; y la Ley de Ajuste Cubano (1966), promulgada a raíz de iniciarse el primer acuerdo migratorio bilateral (1965-73). Por cierto, dos administraciones demócratas.

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Desde ese patrón original, la presión migratoria dependió no solo de pushing factors, incluida la guerra de hambre preconizada por el embargo, sino de pulling factors, como el paquete de privilegios previsto por aquel Programa: facilidades migratorias, inmediatos permisos de trabajo, seguro de salud, vivienda subsidiada, seguridad social, aprendizaje de inglés, becas, préstamos para iniciar negocios, etc. Más que la escasez y las penurias en la Isla, esa política inmigratoria creó grandes expectativas, y un patrón político que abarcaba a todos los cubanos aspirantes a sus enormes ventajas, inalcanzables para ninguno de los que sufrían críticas situaciones económicas y de represión política en América Latina y el Caribe.

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Al gobierno de EEUU se le podría justificar, sin embargo, que, por razones políticas, tildara al cubano de haber instrumentalizado la salida como “válvula de escape.” No tanto a los académicos que estudian a Cuba. Entre otras cosas, porque equivale a ignorar el papel de los pulling factors, predominantes incluso cuando no concurrió la circunstancia de “los descontentos por la grave situación económica.” Ejemplo: el Mariel. Los estudiosos más reconocidos de este episodio no identifican que ese fuera su detonante ni su causa de fondo. No hacen falta tablas con muchos números ni gráficos de colores para demostrar que, además del PIB, en 1980 estaba creciendo el nivel de vida de todos los cubanos; y que la pobreza no pasaba del 5%, en contraste con el resto de la región. A pesar de este cuadro favorable, salieron 125 mil migrantes, cuatro veces más que en 1994.

El patrón que sí se cumplió antes de los flujos de Camarioca (1965), el Mariel y la crisis de los balseros fue la creciente cantidad de intentos de salida del país, mediante acciones violentas contra medios y personas: secuestros de vehículos, embarcaciones, aviones, asaltos a embajadas, asesinatos de guardias. En las tres situaciones, el gobierno de EEUU, deliberadamente, había interrumpido los mecanismos de salida y había dejado que se acumularan aspirantes a migrar: al interrumpir visas y vuelos luego de la Crisis de Octubre (1962); al cancelar el primer acuerdo migratorio (1973); al minimizar en su aplicación el funcionamiento del segundo (1984).  En cada una de estas situaciones, cuando llegaban ilegalmente, los habían recibido como refugiados. 

Antes de la crisis de los balseros, el último acuerdo había mantenido apenas un goteo migratorio, por más de una década. Nada raro entonces que muchos, motivados por los “open hearts and arms” con que el presidente de EEUU había recibido a los marielitos en 1980, estuvieran listos para partir a la primera señal. Incluso después del Maleconazo, continuaron los secuestros violentos de embarcaciones, asesinatos de guardias, y advertencias del gobierno cubano al de EEUU sobre el estímulo a salidas ilegales. En aquel contexto político y social, el 16 de agosto de 1994, se iniciaría la crisis de los balseros. 

La situación de 1993-94 descrita arriba, con todo su efecto demoledor, no hubiera desencadenado una ola de balseros si estos no hubieran tenido la expectativa cierta de rescate por el primer guardacostas que se encontraran en el camino. Sin embargo, no ocurrió precisamente que “unos 100 000 cubanos se escaparon y fueron admitidos en EEUU,”2 sino que el gobierno de Clinton no los dejó pasar, y encerró a los 35 mil que lo intentaron en la base naval de Guantánamo.

Antes de aprender la lección de Sun Tzu, acerca de “disponer de una estrategia y tomar en serio a su adversario,” Clinton se dedicó a apaciguar a los muy furiosos de Miami, que de pronto se sintieron tratados como miserables haitianos, mediante el clásico uso de la fuerza: bloqueó todas las remesas, restringió envíos de paquetes familiares, suspendió los vuelos charter, anunció que aviones militares apoyarían la transmisión de radio y TV Martí, exigió a cubanoamericanos y académicos solicitar licencias específicas para visitar la Isla.

Cuando advirtió que nada de eso iba a aplacar la crisis, se sentó a negociar un nuevo acuerdo migratorio con el gobierno cubano. Al día siguiente de haberlo firmado, el 10 de septiembre, Cuba iniciaría su aplicación y detendría el flujo. La crisis de los balseros había durado 25 días.

En lo adelante, y a pesar del escándalo del “lobby cubanoamericano,” todos los balseros interceptados serían deportados a la Isla, con lo cual dejaron de ser reconocidos como refugiados, y el gobierno cubano se abstendría de sancionarlos o afectarlos de ninguna manera.

Por si quedara duda de que la expectativa de los migrantes cubanos respecto a la bienvenida allá ha sido todavía más determinante que la crisis aquí, cuando Obama dio la orden ejecutiva de suspender la práctica de pies secos/pies mojados, en diciembre de 2016, se redujo instantáneamente el número de balseros. Desde entonces, no han vuelto los meses con varios miles de balsas en la corriente del Golfo, ni siquiera en medio de la actual crisis.

La decisión de Obama también demostró que el poder del Ejecutivo, tanto para aplicar la Ley de Ajuste como para aflojar las arandelas del bloqueo, seguía siendo determinante, y no pasaba necesariamente por los pasillos del Congreso, como ilustran los 23 acuerdos firmados por las dos partes en 2015-2016.

La crisis de los balseros expresó un cambio radical en las percepciones sobre la salida del país entre la gente cubana. Los que se iban ya no eran exiliados, ni escoria, ni gusanos, ni nada. De hecho, la tan nombrada reconciliación se volvió cada vez más real, en su sentido primordial: las relaciones intrafamiliares. Los vínculos entre los residentes en la Isla y fuera del país tomaron un curso propio. La política se fue amoldando a ese nuevo curso, que llevaría a despenalizar la emigración, y a ponerla en camino de normalizarse. 

¿Qué lecciones se derivan de la crisis de los balseros acerca de la política norteamericana y la manera realista de lidiar con ella, en la nueva circunstancia? ¿Prevalecerá la razón que animó a otros presidentes a preservar el acuerdo migratorio y hacer que funcione? ¿Será este el tema estratégico que permitirá la reanudación de un diálogo sobre otros asuntos de interés común? ¿O creerán que reanudarlo equivale a “hacerle concesiones al gobierno cubano, sin obtener nada a cambio”? Seguramente Sun Tzu tendría respuestas útiles, guiadas por su sabiduría estratégica: “Todo el mundo elogia la victoria en la batalla, pero lo verdaderamente deseable es poder ver el mundo de lo sutil y darte cuenta del mundo de lo oculto, hasta el punto de ser capaz de alcanzar la victoria donde no existe forma.” 

Notas:

1 Carmelo Mesa-Lago, “Las causas de las protestas y la magnitud de la crisis económica en Cuba.” (Horizonte Cubano, https://horizontecubano.law.columbia.edu/)

2 Mesa-Lago, loc.cit.

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