¿Cómo han sido las cosas?

Implementar una política de ajuste y pretender no pagar costos por ello parece estar reñido con la propia realidad.

Foto: Kaloian Santos.

Voy a pedir un ejercicio difícil, casi imposible: supongamos que el país (Cuba) está en una situación normal, esto es, con bloqueo plus y sin pandemia. Aclaro que después de sesenta años viviendo bajo el bloqueo estadounidense —esa situación que no depende de Cuba—, es para algunos de nosotros, “lo normal” aun cuando en sí mismo y comparado con el resto del mundo sea tremendamente anormal.

Entonces, con bloqueo y sin pandemia, la situación de Cuba a finales del 2019 era ya bastante comprometida en términos macro. Recordemos que solo en diciembre de ese año apareció la COVID-19. Vamos a los datos de entonces:

Fuente: Anuario Estadístico de Cuba, 2019.

Desde el año 2015, el Producto Interno Bruto (PIB) cubano experimentó una tendencia sostenida al decrecimiento, que terminó en crecimiento negativo en 2019, y un promedio de 1.7 para el período, bajo, si tenemos en cuenta, de una parte, que se trata de los años del boom del turismo estadounidense, de los hoteles y los hostales privados, rebosados de turistas, y de otra, es el período en que se logra la reestructuración de la deuda con el Club de París.

La formación bruta de capital a precios corrientes para ese período no rebasó el 10,5% del PIB, a pesar del tremendo esfuerzo constructivo en el sector inmobiliario. En términos de precios constantes fue de 15,4 %.

La inversión en el sector inmobiliario —prácticamente toda hecha con capital nacional (inversión estatal)— alcanzó los 10.910,4 millones de pesos, lo que contrasta con lo invertido en la agricultura en esos mismos años, 710.3 millones, la pesca, 44.4 millones, la minería 305.9 millones, la industria azucarera 606.2 millones y la industria manufacturera 1518.9 millones.

Las importaciones de bienes y servicios en ese mismo período se estancan, resultando en 2019 en el 87% de las del 2015, mientras, las exportaciones de bienes y servicios declinan desde el 2015 y en 2019 solo alcanzan el 84% del 2015. Su impacto en la cuenta corriente y en la balanza de pagos es muy negativo.

El servicio de la deuda acumulado entre 2016 y 2019 alcanzó los 10.375 millones dólares, según estimaciones de The Economist Intelligent Unit. Eso representa el 18.8% del total de exportaciones de bienes y servicios para el período 2016-2019 y el 113% de las exportaciones de bienes para ese mismo período.

Mientras, en el turismo se opera un crecimiento significativo del 2015 al 2017 (más de un millón de turistas) pero ya en el 2018 y en el 2019  el número de turistas disminuyó progresivamente hasta los 4.263.115 desde los 4.593.914 de 2017. La tasa de ocupación no alcanzó el 50% en todos los tipos de instalaciones y en los hoteles “cinco estrellas” estuvo por debajo del 60% desde el 2017. El ingreso por turismo internacional bajó de los 3.000 millones en el 2018 y 2019.

Súmese a ello un déficit fiscal de mas de 6.000 millones en el 2019 y un crecimiento monetario sostenido de la oferta desde los 42.5 mil millones en 2015 hasta los 106.5 mil millones en 2019.

He usado estos datos del 2019 para significar que ya antes de la pandemia la situación de la economía cubana era muy difícil y auguraba que cualquier ajuste que se pretendiera hacer pondría la economía en sus límites. Pero el ajuste planeado no era cualquier ajuste, era del 2.400 %. No son muchos los países que han tenido que hacer ajustes tal magnitud en condiciones tan precarias, sin poder recurrir a flujos internacionales de recursos y con un tejido empresarial poco diversificado y un sistema productivo altamente deteriorado por la falta de inversiones. En definitiva, una economía con muy poco margen de maniobra, lastrada además por años de inercia y cautela en la aplicación de su programa de reformas.

Cuando a mediados del 2020 se anunció la Tarea Ordenamiento ya la tasa de cambio en el mercado informal se había movido de los 24 pesos cubanos (CUP) por dólar a mas de 35 CUP por dólar.

Las políticas de ajuste, todos ellas, tienen impactos de corto plazo, generalmente sobre variables decisivas, y casi nunca esos impactos son positivos. La devaluación impulsa el crecimiento de los precios y puede generar inflación. “Ajustan” la estructura de la economía, mediante la eliminación de las empresas que no alcanzan a ser eficientes en estas nuevas condiciones y puede producir desempleo, excepto si las industrias que resultan “ganadoras” en ese proceso, generan suficiente empleo para compensar el que se destruye o que aparezcan nuevas industrias, muchas veces como resultado de la entrada de capitales frescos. Estos efectos “compensatorios”, no obstante, generalmente requieren de más tiempo.

Implementar una política de ajuste y pretender no pagar costos por ello parece estar reñido con la propia realidad.

Los datos correspondientes al año 2020 confirmaron lo que era casi previsible en el 2019, pero hicieron más complejos los problemas. La “Tarea Ordenamiento” se anunció a mediados del 2020 y se puso en práctica en enero de 2021. Los resultados de estos primeros meses del 2021 evidencian “cómo han sido las cosas”.

En apretada síntesis, las cosas han sido como sigue:

Los márgenes de actuación son estrechos, sin dudas, pero hay espacio para hacer.

Incrementar la oferta se convierte en una consigna hueca si no se permite diversificar el mercado minorista y se rompe el oligopolio existente hoy.

Que la producción nacional cubra una parte de la demanda insatisfecha requerirá de mas tiempo, pero sobre todo necesita de mucha inversión en sectores productores de bienes, para la cual habrá que redirigir la inversión desde el sector inmobiliario hacia la agricultura, la manufactura, la pesca y hacia sectores exportadores tradicionales: minería y azúcar.

Sin dudas, la Mipymes podrán contribuir a ello, pero habrá que “cambiar muchas mentes” aún para que esas estructuras sean percibidas como parte indisoluble del sistema empresarial cubano. La diversidad de actores obliga a cambiar muchas cosas, incluyendo la forma en que los propios ministerios se piensan en relación con estos nuevos actores.

La Inversión Extranjera Directa (IED) nunca ha sido tan necesaria y nunca ha estado más retraída a escala mundial y todavía más para Cuba. Atemperar las normas que rigen los procesos de aprobación a estos tiempos y urgencias del país no debería posponerse más.

Modernizar el sistema bancario, pensarlo y ponerlo a actuar como un sistema bancario moderno y hacer que cumpla roles propios —que hoy no cumple o lo hace parcialmente— no debe demorar más.

“Cómo han sido las cosas”, no tiene porque ser en el tiempo futuro.

 

 

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