De tarimas vacías y camiones que no entran

Lo que le ocurre a mi pueblo y sus mercados pasa probablemente en todos los municipios de la provincia de La Habana, en uno de los peores momentos que la capital haya enfrentado en toda su historia moderna.

Mercado agropecuario en Santiago de las Vegas. Foto tomada por el autor, 23 de agosto de 2020

Las imágenes del mercado agropecuario de mi pueblo, Santiago de las Vegas, este domingo 23 de agosto de 2020 nada tienen que ver con aquellas otras de hace apenas un año, cuando todas las tarimas estaban en uso y la variedad de productos, a pesar de ser verano, permitía (siempre que usted tuviera dinero) salir más satisfecho que menos, aunque con un agujero negro en el bolsillo.

Mi pueblo es uno de esos municipios periféricos de la provincia. Está al suroeste de la bahía y resulta como un puente con las otras dos provincias colindantes, Mayabeque y Artemisa. Ojo, que la geografía importa. De hecho, parte de las tierras de mi pueblo y de mi municipio son de las más fértiles del país y tienen el privilegio de una reserva de agua subterránea como pocos territorios en Cuba. Tierra buena (de las mejores), agua, y un microclima especial que en sus tiempos le permitía obtener hasta cosechas de fresas. A esto se suma la ventaja de contar con una de las dos únicas instituciones de investigaciones agrícolas que tenía Cuba antes de 1959, la Estación Experimental Agronómica de Santiago de las Vegas (hoy INIFAT), fundada por el sabio cubano Juan Tomás Roig a inicios del siglo pasado.

Desde antes del siglo XIX, Santiago de las Vegas disponía de una buena vía de comunicación con lo que en aquel entonces era la capital y hoy es La Habana Vieja, conocida como Calzada de Bejucal. En la década de 1830 fue privilegiado otra vez, con una vía férrea, cuando todavía en España y en toda Suramérica no existía ninguna y más tarde con un aeropuerto internacional. Luego con una de las carreteras más modernas del país, la autopista de Rancho Boyeros, que enlazaba y enlaza a mi pueblo con el centro de la capital de la República, en un trayecto que no supera los 25 kilómetros y 35 minutos en un auto adecuado (cualquier modelo de Lada, por ejemplo). Luego de la Revolución, fue premiado con otro centro de investigaciones de alto rango, el Centro Nacional para la Producción de Animales de Laboratorio (Cenpalab), que hoy es parte de esa industria biotecnológica cubana de la que tanto tenemos para enorgullecernos, lograda más que todo por la visión y el empeño de Fidel Castro.

Ahora sumémoslo todo: tierras agrícolas propias excelentes, agua suficiente, microclima adecuado, buenas vías de comunicación tanto por carretera como por tren (si este funcionara), dos instituciones de ciencia y tecnología de las más importantes del país (una de ellas netamente agrícola), tierras vecinas muy fértiles y cercanía al más grande de todos los mercados de Cuba, la ciudad de La Habana y sus municipios más poblados, algunos de ellos con los mayores ingresos del país. Hasta un aeropuerto en el centro de todo, el más importante de Cuba si alguna vez a alguien se le ocurriera inventar un negocio de producción de frutas y vegetales frescos para exportar, también frescos, a otros países. Por ejemplo, a Canadá o a esas famosas islas turísticas del Caribe que no tienen la tierra y el agua necesarias para los cultivos, pero que luego de que esta pandemia pase, tendrán que alimentar a más de 30 millones de turistas cada año y traer esos productos de cualquier lugar, por remoto que sea.

La ciudad de Santiago de las Vegas, hoy pueblo, debía ser uno de los principales emporios productivos ya no de la provincia, sino de toda la región occidental de Cuba. Pero no lo es. Sus mercados agropecuarios deberían estar repletos de productos, pero no lo están.

Mercado agropecuario en Santiago de las Vegas. Foto tomada por el autor, 23 de agosto de 2020

Sin dudas, las estrategias de desarrollo territorial hacen mucha falta: elaborarlas, someterlas a la crítica de expertos y, sobre todo, compartirlas con sus habitantes y sumarlos a ellas.

Regreso al mercado de mi pueblo. Le pregunté a uno de los tarimeros si estaban cerrados o iban a cerrar. Se sonrió y me dijo: “Profe, los camiones no entran”. La respuesta fue un gran mazazo, por varias razones.

  1. Porque de pronto volví a caer en cuenta de la tremenda “dependencia externa” de un municipio que podría lograr un nivel de abastecimiento relativamente adecuado, si no padeciéramos de ese mal, el de la dependencia, que parece ser algo definitivamente genético. Hace muy pocos días, el periódico Tribuna de La Habana reportaba el recorrido del primer secretario de la provincia, Luis Torres Iríbar, chequeando el movimiento de patios y parcelas de la ciudad (más de 106 000 en total) y subrayando la importancia de los huertos familiares en la alimentación, en especial su calidad y variedad, algo que no es para nada único de Cuba. Claro que patios y parcelas representan un apoyo.
  2. Porque, desde mis modestos conocimientos de Economía, me cuesta mucho trabajo entender que, existiendo necesidad, demanda y demanda efectiva, los estímulos a la producción no resulten en incrementos de la oferta.
  3. Porque evidentemente, y a pesar de las exhortaciones del presidente del país y de la intensa labor de grupos y comisiones que trabajan sobre este asunto (tanto desde la ciencia como desde la producción), el tiempo pasa y, más que ponernos viejos, a muchos nos alarma la urgencia de la situación y la demora en transformarla, cuando es tan peligrosa y dañina como la propia pandemia.
  4. Y porque lo que le ocurre a mi pueblo y sus mercados pasa y peor probablemente en todos los municipios de la provincia de La Habana, en uno de los peores momentos que la capital de todos los cubanos haya tenido que enfrentar en toda su historia moderna.

La Habana colinda con dos de las provincias más ricas del país en tierras fértiles, Mayabeque y Artemisa, ambas ubicadas exactamente en la franja de tierras denominada llanura Habana-Matanzas, a la cual pertenece una buena parte de ese tercio de tierras de muy buena calidad que posee Cuba. Ambas tienen también agua suficiente y conexión con La Habana mediante carreteras que están entre las mejores del país: desde la Autopista Nacional hacia Pinar del Río (que atraviesa Artemisa) y la Carretera Central (que visita innumerables pueblos), hasta una vía férrea moderna, que llega desde el Mariel hasta el puerto. Hacia el este, pasa igual: Autopista Nacional y Carretera Central se combinan y atraviesan toda la provincia. Habría que sumar por el norte la Vía Blanca, además de la vía férrea central y aquella otra, la primera de todas las que llegan desde la bahía de La Habana hasta la ciudad de Güines.

Mayabeque y Artemisa poseen las mejores tierras de papa, malanga, yuca, ajo y cebolla de Cuba. La familia de los Gómez, entre San Antonio y Alquízar, casi frente a la base aérea, lograba cosechar más de 25 toneladas de papa por hectárea hace unos años. Por eso cuesta tanto creer que no haya productos para ofertar en los mercados de La Habana.

Es cierto, como afirmara mi colega Anicia García, que en la producción agrícola hay que mirar la cadena completa, no un factor por separado.

Si los incentivos a la producción funcionan, pero el resto de la cadena que lleva el producto hasta la tarima falla o, mejor dicho, sigue fallando, entonces el esfuerzo y los recursos se pierden. Si los que tienen que pagar no pagan y les deben, con toda impunidad, meses y meses a los que producen; si se quiere beneficiar con medidas administrativas y coercitivas a empresas que hace mucho tiempo sabemos que no son las que se necesitan, entonces no tendremos productos agrícolas y quizás un día también logremos no tener productores.

“Los camiones no están entrando” fue la respuesta dada a un compañero mío en otro mercado de La Habana. ¿Qué pasa entonces con los camiones? ¿Sus dueños no quieren llegar a esta capital o no tienen petróleo? ¿Alguien les ha orientado/indicado/impedido mover productos agrícolas desde esas provincias hacia la capital? ¿Quién tiene tanto poder? ¿Quién desea agudizar la crisis de alimentos que enfrenta hoy la capital de todos los cubanos? ¿Cómo es posible que los boniatos, las malangas y los plátanos producidos en Quivicán o Güira de Melena no puedan llegar a La Habana?

Si la situación se debe a la pandemia, ¿no es posible aplicar medidas de desinfección a la carga y a los camiones a su entrada a la capital? ¿Quién es el responsable de semejante bloqueo a la capital de la República?

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