El retorno del boniato

¿Qué pasó? ¿Cuál artilugio mágico logró que, aun cuando el déficit de producción es grande, de pronto retornen los productos a los mercados?

Foto: Otmaro Rodríguez

Pues si, asistí al regreso del tubérculo pródigo hace unos días, cuando se anunció oficialmente el deceso de los precios topados. Mi sorpresa fue que luego de ese anuncio, en un lapso de entre 24 y 48 horas, las malangas que no se habían producido, la yuca que había abandonado el país, los plátanos machos que se habían perdido en algún huracán que nunca lo fue, las habichuelas, tan modestas y tan raras de un tiempo a esta parte, el ñame de agua, ese que venía desde lejos pero que llegaba siempre a la Habana y sus mercados agropecuarios, el “ajo pelao”, la ristra de cebolla, aquella que un día vimos decomisadas en rastras y después dejamos de ver por varios meses y hasta el tómate, aparecieron como por truco de magia.

Mi reino por un boniato

¡Tomate! y en agosto, cuando casi hay que echar los semilleros para garantizar la cosecha a partir de noviembre. Y allí, donde siempre había estado  hasta antes de desaparecer, ¡el mamífero nacional!, tranquilo, colgando sus piezas de los ganchos, o reposando tranquilamente sobre el mostrador.

¿Qué pasó? ¿Cuál artilugio mágico logró que, aun cuando el déficit de producción es grande, de pronto retornen los productos a los mercados? La malanga sigue demorando nueves meses para poder cosecharse, la yuca entre seis y nueve, en dependencia de la variedad, el ñame ni qué decir, la cebolla y el ajo nunca menos de tres, y eso en invierno.  Y del mamífero nacional, pues todavía no se sabe de especies que a las 48 horas de nacidas estén listas para matadero.

Pues bien, ya hay productos sobre las “tarimas” cubanas. Ya los vendedores han vuelto. Es cierto que “todo está por las nubes”, que la libra de cerdo a 110 CUP (pesos cubanos) nos recuerda aquellos tiempos del período especial en que el arroz estaba un poco más allá de las mismas nubes.

La historia cuenta, por eso aprender de ella es muy importante. En los años 80, luego de aquella otra experiencia que conocemos como la “Embajada del Perú” se decidió abrir una cadena de tiendas que ofrecía una variada gama de productos a precios diferenciados, mayores que los que se pagaban en los productos de la “libreta”, pero relativamente asequibles al bolsillo de muchos cubanos. Se les llamó “mercados paralelos”. Aquí precios regulados por el Estado y una oferta sostenida en una buena parte por productos importados del campo socialista —jamás se me olvidarán aquellas latas de pimientos rellenos búlgaros y los jugos embotellados de frutas— constituyeron la “salida” a la debilidad de la oferta. Hoy no hay “campo socialista” ni tampoco ayuda fraternal y desinteresada de la URSS.

También entonces se decidió abrir los Mercados Libres Campesinos, experiencia que puso de manifiesto cuanta reserva de producción existía en la agricultura de la Isla. Como acaba de ocurrir ahora, en aquella época aparecieron malangas, tomates, cebollas, ajos, el mamífero nacional, etc., casi de la noche a la mañana. La experiencia no duró mucho y, por razones de varios tipos que valdría la pena investigar nuevamente, los Mercados Libres Campesinos fueron cerrados. También entonces fue la “tormenta perfecta”, el campo socialista evidenciaba cada vez de forma más nítida su final y por otro lado la supresión de aquellos mercados campesinos generó de forma abrupta un déficit de oferta que no pudo ser cubierto desde y con la producción y la oferta estatales. Como resultado, los precios se dispararon, el mercado negro creció, y por más consignas que se emplearon, el déficit de oferta no pudo ser resuelto hasta el regreso de aquellos mercados, esta vez bajo el nombre de Mercados Agropecuarios, que en pleno Período Especial, con la presión del bloqueo estadounidense demostrando que existía y que no había abandonado su propósito, lograron, poco a poco, equilibrar la situación de la oferta.

Si algo hemos tenido en Cuba múltiples oportunidades de aprender es que el mercado en un fenómeno objetivo y que las leyes que lo rigen también lo son, que no basta con repetir una y otra vez la “consigna” de que se reconoce la existencia del mercado, porque al mercado y a sus leyes los tiene sin cuidado que los reconozcan o no; ellos están ahí y se filtrarán porque cada agujero, por pequeño que sea, así como sus efectos, positivos o perversos, se harán sentir querámoslo o no, solo que si le damos la espalda o solo lo reconocemos formalmente, entonces esos efectos serán mas negativos que positivos, algo que estamos experimentando nuevamente ahora. La historia económica de Cuba es de los mejores ejemplos para estudiar este fenómeno. Recordemos que un día, hace ya mucho tiempo, decretamos la muerte de las relaciones monetario-mercantiles, las mismas que nos siguieron acompañando hasta nuestros días a pesar de ese decreto. También un día suprimimos todos los negocios privados, sin embargo, ellos también nos siguieron acompañando de forma “sumergida” durante más de 50 años.

Pero el ejercicio de utilizar el mercado para provecho de la construcción de una economía, socialista o no, es mucho más difícil que hacer esta pequeña historia que acabo de narrar, porque esas leyes funcionan en un país concreto, en un momento específico, dentro de un determinado contexto, en una sociedad de circunstancias específicas que se ha formado en determinados valores y con una determinada distribución del ingreso.  

Qué bien que ya tenemos al mamífero nacional sobre las tarimas, y la malanga y el boniato y la yuca. Sus precios, sin embargo, dan miedo. No se debe confundir, no obstante, el efecto con la causa. Los precios de esos productos sobre la tarima son los mismos que tenían en el mercado sumergido —o semigris— que estimulamos que creciera y se expandiera. La ventaja del consumidor es que ahora puede ver esos productos, puede escogerlos, puede ir de un vendedor a otro, aunque no haya diferencia en el precio. La ventaja es que están ahí, a la vista y no escondidos en los recovecos de los grupos de Whatsapp que, por demás, también han contribuido y seguirán contribuyendo a hacer más diversa la “oferta”.

Es cierto también que los ingresos personales apenas alcanzan, pero ya no alcanzaban antes del renacimiento de los mercados. La inflación provocada por el ajuste de la tasa de cambio, mas la indización de todos los precios del “mercado” a la tasa del mercado negro (alrededor de 60 CUP por dólar) y una oferta prácticamente inexistente de muchos productos, entre ellos esos mismos insumos que se necesitan para producir productos agropecuarios, están en la raíz del asunto. “En su cuenta en Twitter, el MFP reflejó la adopción de disposiciones para impulsar diferentes aspectos de la actividad agrícola insular. Señala la nota, que se trata de precios para reconocer los valores actuales de los productos del campo”. Aunque no son exactamente los “valores actuales de los productos del campo” lo que se necesita reconocer, sino los costos en los que los agricultores tienen que incurrir luego de “rectificada” la Tarea Ordenamiento, es muy positivo que se “reconozca” el mercado y actúe de acuerdo a ese reconocimiento.

Las crisis son grandes oportunidades para hacer cosas distintas, incluso a velocidades distintas. El mercado interno cubano requiere de muchas cosas, necesita de mayor variedad de opciones, de mayor flexibilidad, de nuevos sujetos, de mayor competencia.

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Sin dudas, los precios de las tarimas bajarán cuando haya más oferta, mayor diversidad de productos, más alternativas de decisión para el consumidor y eso no solo es privativo del “mercado de productos agropecuarios”.

Aunque parezca que el aeropuerto y la tarima están muy distanciados, lo cierto es que liberar la importación de medicinas, alimentos, y artículos de aseo ya ha permitido la entrada de decenas de toneladas de artículos que ayudarán, aunque sea marginalmente, a mejorar una oferta que ni siquiera el monopolio de las tiendas en Moneda Libremente Convertible (MLC) ha posibilitado.

¿No sería mejor entonces, en vez de contribuir a fomentar su venta por Whatsapp, incentivar que esos productos puedan venderse libremente en pequeñas tiendas arrendadas a aquellos que quieran participar en ese “negocio”? ¿Acaso no es ventajoso para todos?

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