La economía cubana y sus muchas guerras

En materia de economía nuestras guerras han sido muchas en estos sesenta años.

Foto: Kaloian Santos.

En los últimos sesenta años, en esta pequeña isla hemos tenido que enfrentar muchas y muy variadas guerras en el ámbito tan difícil de aprehender desde una sola perspectiva que es el de la economía.

Escribo estas líneas motivado por un reportaje del Noticiero Nacional de Televisión. Tres intervenciones en el Pleno de Comité Central del Partido son su contenido. Las tres estaban dirigidas a explicar /argumentar/ defender a las llamadas “formas de gestión no estatales” y su legitimidad en el socialismo. No es la primera vez —e imagino que no será la última— que desde la más alta dirección del gobierno y del Partido se defiende a estas nuevas formas de gestión.

Es cierto que a veces el discurso político que las defiende va muy por delante de los instrumentos regulatorios que permiten su consolidación y, mucho más aún, de los prejuicios ideológicos que se empeñan en identificarla a priori como un mal necesario y a veces como un error estratégico. También es cierto que otras tantas veces esos prejuicios, muchos de los cuales nos acompañan casi desde el inicio, han permitido consolidar posiciones que han retrasado el proceso de cambio iniciado en los noventa e incluso, lo pusieron en reversa en más de una ocasión. El daño ocasionado por esos prejuicios es muy difícil de calcular, pero la debilidad de nuestra economía hoy, nuestra vulnerabilidad a las medidas de la administración estadounidense, y el tremendo esfuerzo que se hace para salir de esta pandemia puede servir de proxy para estimar ese daño, al menos en una buena parte.

Sin dudas esas intervenciones también reflejan esa otra guerra que todos los días — desde hace ya mucho más de veinte años—, se libra en nuestro país contra la resistencia y contra los resistentes. Es probablemente las más difícil de todas las guerras, porque incluso es nuestra propia guerra, aquella que hay que librar todos los días contra nosotros mismos, contra lo que un día aprendimos, contra lo que nos pareció que debía ser para todos los tiempos, contra lo que en un tiempo estuvo sustentado en “principios”, que después cambiaron radicalmente, incluso contra valores dentro de los cuales crecimos y asimilamos como los valores de un socialismo, asumido como el socialismo, y definidos, a veces incluso en contra de los principios básicos del marxismo.

En materia de economía nuestras guerras han sido muchas en estos sesenta años, desde aquellas primeras libradas contra las medidas iniciales del gobierno estadounidense y que nos llevaron a instituir una tarjeta para la compra de manteca, preludio de lo que después sería nuestra sempiterna libreta de abastecimiento.

Luego la guerra contra el bloqueo en su versión inicial —que fuera muy amortiguado por la “ayuda fraternal y solidaria de la Unión Soviética (URSS)”—, después contra el bloqueo incrementado por las “Torricellis”, expandido luego hasta lo que parecía imposible por la Helms-Burton y más tarde llevado a expresiones casi inimaginables por Mr. Trump, herencia recibida por Mr. Biden con beneplácito. El bloqueo, sin dudas ha modelado parte de nuestra manera de ser, de pensar en soluciones, de asumir el presente y de imaginar el futuro.

Otra guerra de más larga data ha sido la que nuestro país ha librado contra el subdesarrollo y la dependencia. Subdesarrollados antes y ahora, aún no dejamos de ser un enano de cabeza y tórax enorme y piernas y brazos pequeños y débiles, entendiendo por cabeza y tórax a esa burocracia que se resiste y por las piernas a nuestro aparato productivo que no es capaz de sostenernos. Dependiente de España, dependiente de Estados Unidos, dependiente de la URSS y cuasi dependientes de Venezuela en tiempo reciente. Subdesarrollo y dependencia van de la mano y también han condicionado nuestra manera de comportarnos, nuestra cultura empresarial, el enfoque y la adopción de soluciones a nuestros problemas, caracterizado por buscar “afuera” lo que se puede obtener “adentro”, por preferir a lo de “afuera y a los de afuera” antes que a los de “adentro”, al extremo de que logramos tener un cuerpo legal para la inversión extranjera mucho antes de tenerlo para las “actores nacionales”.

La Inversión Extranjera Directa y el ordenamiento

Y todo ello se ha conjugado todos estos años y ha creado ese pensamiento y esa forma de reaccionar ante las oportunidades y las amenazas, haciéndonos más reactivos que proactivos, condicionados por aquel aprendizaje que ha prevalecido hasta hoy y que consolidó la idea del Estado omnipresente, del presupuesto infinito, de los supuestos recursos ilimitados, de hacerlo todo a cualquier costo, de los falsos conceptos de que la educación y la salud porque son gratis, no cuestan. De la espera infinita por la respuesta a destiempo, de la incultura del servicio público, la del sacrificio de todos por la ineficiencia de algunos, —tan común en nuestro sistema empresarial estatal—, donde no hemos logrado ganar ninguna de las batallas, en esta, quizás una de las más largas guerras, que data de mediados de los setenta.

Quizás la mayor virtud de estas llamadas formas de gestión no estatales —todavía demasiado pocas, aunque ya para algunos sean demasiadas— sea la de sacar de la “zona de confort” a casi todos, a los ministerios que deben finalmente entender que sus fronteras de acción van más allá de “lo estatal”  porque el país lo construimos todos; a los reguladores, para algunos de los cuales es más importante perseguir la riqueza que luchar de forma efectiva contra la pobreza; a las autoridades territoriales que aun desaprovechan la fuerza tremenda que estas formas de gestión tienen a nivel local y; a los empresarios del sector estatal que entienden la competencia más como un mal evitable y reclaman una “protección” que por su desempeño algunos no merecen, en vez de como una oportunidad de mejora para un sector —el de las empresas estatales— del cual depende fundamentalmente la dinámica de nuestra economía.

Las tres intervenciones tocaron temas claves del proceso de reforma que Cuba está experimentado de forma mas intensa desde hace unos meses atrás. Las tres constatan que se libra una guerra en el campo de las ideas políticas, que se requiere un esfuerzo mayor en el orden político para que lo acordado hace ya varios años termine por vencer a aquellas otras ideas ancladas en condiciones pasadas, que parece que no volverán a repetirse en los años venideros.

El tren de las reformas económicas en Cuba acelera (I)

No es posible avanzar hacia la prosperidad sin producir riqueza. No es posible producir riqueza si los que la producen no logran disfrutarla plenamente, como tampoco es posible disfrutar plenamente de la riqueza si las desigualdades son extremas. Si queremos un país de mujeres y hombres buenos, tenemos que tener un país de hombres y mujeres prósperos, porque como afirmara una vez nuestro Apóstol, en lo común del comportamiento humano se necesita ser próspero para ser bueno.

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