La máquina de hacer ciencia (II)

Foto: Raquel Pérez.

Foto: Raquel Pérez.

Hace unos días el pelotero Alfredo Despaigne pegó un jonrón que le permitió a Cuba clasificar a la segunda ronda del Clásico Mundial de Béisbol. Despaigne, por suerte para los cubanos que viven en Cuba, tiene firmado un contrato con equipos japoneses y las nuevas regulaciones le permiten a ese gran pelotero disfrutar de un elevado por ciento del valor de ese contrato y seguir jugando en y con equipos nacionales. Yo creo 100 por ciento que se lo merece.

Hace unos años, un magnífico científico cubano logró sintetizar un producto que permite producir una vacuna decisiva para el sistema inmunológico, por supuesto, un hallazgo que también puede ser un bien de exportación de alta tecnología. En el campo de la ciencia ese fue otro jonrón. Nuestras regulaciones, sin embargo, impiden que ese científico y su equipo puedan disfrutar de un por ciento mínimo de los resultados de su trabajo. Yo creo 100 por ciento que no lo merece.

A pesar de ello, nuestro sistema de ciencia y tecnología y los que trabajan allí (incluyo a las Universidades) sigue funcionando y generando productos, servicios, soluciones, mejoras que contribuyen al desarrollo del país, aun cuando en muchas casos, nuestras empresas no se interesen por esos productos, servicios, soluciones y mejoras.

La máquina de producir científicos y ciencia

Al ver los anuncios en la Televisión cubana por la celebración del aniversario 55 de un instituto de investigación emblemático en el país, fundado por Fidel Castro, y conocer de sus éxitos creando productos y servicios me vino a la mente la misma pregunta de siempre: ¿Por qué entonces no logramos potenciar esa gran fortaleza y convertir de verdad la ciencia en una fuerza productiva decisiva en nuestro esfuerzo de desarrollo?

No es que no lo hayamos alcanzado en algunos productos y servicios. Sin duda, cuando aparece este tema enseguida nos viene la imagen del Polo de Biotecnología, se nos aparece el Heberprot-P, las vacunas terapéuticas contra el cáncer y algunos más.

Pero lo cierto es que, salvo esas raras excepciones, nuestra economía sigue anclada en productos y servicios decimonónicos y asistimos hoy a una especie de discusión silenciosa donde se reproduce un viejo debate muy generalizado en otras latitudes sobre si la ciencia debe ser empujada desde la demanda y financiada por el sector productivo, sea este público o privado, o si por el contrario debe ser promovida desde los gobiernos; si el esfuerzo en ciencia e investigación básica debe ser considerado un gasto y enclaustrado en nuevos monasterios o si la ciencia y la investigación aplicada deben ser dominio exclusivo de las empresas y financiada desde ellas.

No hay una respuesta única a estas interrogantes ni mucho consenso al respecto. Donde sí hay consenso es que el desarrollo resulta inalcanzable hoy si no vamos de la mano de la ciencia, pero también las maneras en que se debe tomar esa mano parecen ser muy diversas.

Tal como dice Noah Harari en su libro[1], la ciencia necesita algo más que simplemente la investigación para producir progreso. Depende del refuerzo mutuo de la ciencia, la política y la economía. Las instituciones políticas y económicas proporcionan los recursos, sin los cuales la investigación científica sería imposible. A cambio, la investigación científica proporciona nuevos poderes que son usados, entre otras cosas, para obtener recursos, algunos de los cuales se reinvierten en investigación”.

Recursos: desde personas capaces de hacer ciencia, hasta aquellos objetos necesarios para producir ciencia. Todavía hoy en nuestro país tenemos personas capaces de hacer ciencia, aun cuando hemos sufrido un drenaje tal que nos ha llevado a un punto sin retorno y nos ha hecho perder posiciones relativas en algunos de los indicadores que comúnmente se usan para establecer la posición de un país en ciencia, tecnología e innovación.

Así el año en que mas científicos tuvo el país, según cifras públicas, fue el año 1992, cuando 6291 personas se desempeñaban como investigadores (aunque probablemente fueran más, pues también los profesores universitarios dedican una parte de su tiempo a investigar).

Luego ese número ha ido reduciéndose sistemáticamente, hasta los 4 335 del año 2014, último con cifras públicas[2].

 

  2010 2015
Gasto total (MMCUP) 651,5 622,4
Investigación y Desarrollo 390,9 373,4
Otras actividades de científicas y tecnológicas 260,6 249,0

En realidad, dada las necesidades del país y la demanda de “ciencia” desde el sector productivo, cuesta trabajo decir si esa cantidad es mucho o poco, pero lo cierto es que la “pérdida de investigadores” o la “poca capacidad de reposición”, sí deben ser, más que un motivo de preocupación, un gran motivo de ocupación. Y sin gerundios, que expresiones como “nos estamos ocupando” o “estamos estudiando”, aquí suenan a justificación siempre recurrida.

El anuario estadístico de Cuba de 2015 nos permite ver además comportamientos que llaman la atención: de 2010 a 2015, se reduce en un 11 por ciento el total de las personas que trabajan en “el sector de la Ciencia y la tecnología”, la cantidad de directivos se reduce en casi un 35 por ciento, en un 11 por ciento la cantidad de técnicos, mientras el personal de administrativo apenas se reduce en un 6 por ciento y los operarios casi crecen al doble (95 por ciento) y el personal de servicio en un 40 por ciento. Son números raros para un comportamiento también muy raro.

Recursos es también dinero. Dos fenómenos vienen aconteciendo a los que hay que mirar y atender. Se reduce el total de gastos  en la ciencia y cada una de sus partidas.

También cambió la estructura del gasto, de 2010 a 2015, las fuentes provenientes del presupuesto del Estado se redujeron en un 55 por ciento, mientras que los recursos dedicados desde el sistema empresarial crecieron en un 229 por ciento. Todo indica que la respuesta a la pregunta ¿Cuál es la ciencia que debemos hacer?, se está respondiendo de forma práctica si seguimos “el camino del dinero”.

Sin embargo, al menos para mí, resulta en extremo preocupante que se consolide en nuestro país una tendencia a pensar que debemos poner la ciencia únicamente en manos de la empresas y que sobre esa idea, crezca aquella otra que impulsaría a convertir a los centros de ciencia y tecnología y los institutos de investigación en apéndices de un sistema empresarial que, en general, no tiene como un propósito explícito ni la innovación ni la creación de nuevos productos y su “éxito” no se mide en nuevos productos y servicios, sino en por cientos de cumplimiento de un plan que es más un ejercicio de “administración de recursos escasos” que uno de previsión y anticipo del futuro.

Hoy ya podemos recoger una cosecha preocupante en algunos indicadores de 2010 a 2015[3]:

Las solicitudes de patentes nacionales ha disminuido de 63 a 26. Los registros concedidos de 139 a 68.

El coeficiente de invenciones de 0,56 a 0,23 (cantidad de solicitudes por cada 100 000 habitantes)

La tasa de dependencia se ha elevado de 3,22 a 6,12

La tasa de autosuficiencia ha disminuido de 0,24 a 0,14.

Es cierto que nuestro sistema de ciencia y tecnología nació en otras condiciones y disfrutó de otras condiciones. Es cierto que debe evolucionar, pero también es cierto que un país pequeño, subdesarrollado, con escasos recursos naturales muchas veces mal aprovechados (tenemos sequía, pero desperdiciamos el 50 por ciento del agua que se utiliza en la agricultura por sistema de riego de épocas ancestrales), debe conservar la capacidad de su conducción como precondición del avance hacia el desarrollo.

Es cierto también que desperdiciamos una parte importante de nuestro potencial productivo en la ciencia y la tecnología, en parte por regulaciones extemporáneas. Por ejemplo, nuestros institutos y universidades no pueden externalizar de forma adecuada sus resultados hacia el resto del sistema productivo nacional e internacional y les cuesta mucho trabajo poder establecer algún vínculo con empresas extranjeras que faciliten recursos de inversión; en parte, por ideas y prácticas que deben ser cambiadas y en parte por ausencia de incentivos que premien adecuadamente el esfuerzo de nuestros investigadores.

Hoy tenemos la ventaja de documentos programáticos donde, en la letra, se le concede un papel relevante al sistema de I+D+i. Plasmar esas ideas en políticas adecuadas y regulaciones consistentes y coherentes va a tomar, al parecer, un tiempo que no tenemos. Nuevamente el “gerundio” se nos aparece como un fantasma o como el peor de todos los fantasmas.

El gerundio y la economía

Todos hoy estamos convencidos que no fue el amor por la geografía lo que decidió a los reyes de Castilla y Aragón a financiar el “proyecto científico” de Cristóbal Colón. Todos hoy sabemos de los beneficios que ese proyecto le reportó al reino de Castilla y Aragón.

Políticas adecuadas y cuanto antes son necesarias hoy para no perder lo que ya tenemos y para construir nuevo sobre lo que ya ha sido construido. Tener un sistema de I+D+ i obliga a disponer de un sistema de financiamiento poderoso, flexible, mixto (Estado, fundaciones, fondos de inversión) que nos permita aprovechar esa ventaja adquirida en todos estos años. No debemos perder a todos nuestros posibles conquistadores de futuro.

Diluir los dineros que empleamos en la ciencia en otras partidas es una de las mejores maneras de perder la perspectiva de cuánto realmente empleamos en ella y cuanto nos falta por emplear. Un país de científicos necesita de un presupuesto acorde a esa idea.

Porque la ciencia y su aprovechamiento consecuente nos hace más fuertes y sin ella el desarrollo se aleja de nosotros como el horizonte.

 

Fuentes consultadas

[1] “Sapiens, de animales a dioses” Yuval Noah Harari.

[2] RICYT 2016

[3] Todos los datos ofrecidos más abajo provienen del Anuario Estadístico de Cuba 2015.

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