Y hablaron nuestras empresarias y empresarios estatales

Ellos tienen la responsabilidad de lograr que nuestras empresas socialistas alcancen verdaderamente un rol decisivo en el país.

El Capitolio Nacional y otras edificaciones vistas desde en Cristo de La Habana, al que se puede acceder en la lanchita que atraviesa la había habanera. Foto: Otmaro Rodríguez.

Vista de La Habana. Foto: Otmaro Rodríguez/Archivo OnCuba.

No siempre han tenido la oportunidad de ser escuchados, menos aún de ser comprendidos, pero siempre han sido el “blanco” del tiro en esa feria en la que todos nos creemos en el derecho lanzarles pelotas de trapo y culparlos de casi todo lo malo que las empresas estatales producen, o no producen.

Nuestras empresarias y empresarios estatales, a los que también muchas veces se les llama “cuadros”, han vivido siempre como un perro caliente atrapado dentro de un pan, al que, a la vez, presionan los mismos que les exigen que sean ágiles, creativos e innovadores. Esos que exigen también deciden e imponen las reglas de juego que condena a los empresarios y empresarias a esa condición de “perros calientes”.

Existe, desde hace mucho, un gran debate sobre la calidad y las competencias de los empresarios estatales. La amplitud de esos criterios va desde aquellos que los consideran muy lejos de lo que un empresario debe ser hasta aquellos otros que identifican al empresario estatal con una especie de eslabón en una cadena de trasmisión.

Todavía recuerdo aquel encuentro de Fidel —con un grupo de empresarios/empresarias del turismo, creo—, en que se destacaban las habilidades y resultados de los gerentes extranjeros en los hoteles cubanos. En el encuentro, una compañera, cubana y empresaria, le planteó a Fidel que le permitieran a los/las empresarios/as cubanos las mismas libertades de acción que a los extranjeros. Ha corrido mucha agua por los contenes desde entonces, pero la esencia de aquel planteamiento sigue en pie.

Lo cierto es que una buena parte de esos/esas empresarios/as que nos parecen lentos, faltos de creatividad, poco innovadores, etc. en otros contextos, trasmutan casi de inmediato y les afloran cualidades para las cuales parecían genéticamente inhabilitados. Da la mismo que sea porque ingresan al llamado “sector no estatal” o porque se insertan en empresas de otros países. Está claro que no todos pasan la prueba, pero eso es común en cualquier contexto, no solo del cubano.

Las quinientas y los dueños

Pero no escribiré esta vez sobre nuestros/nuestras empresarios/as estatales, lo he hecho en otras ocasiones. Escribiré sobre ese encuentro muy necesario con el Presidente de la República, encuentro que ojalá se repita con frecuencia, pues escuchar a nuestros/nuestras empresarios/as estatales —los mismos que tienen la responsabilidad de lograr que nuestras empresas socialistas alcancen verdaderamente ese rol decisivo en el propósito de lograr un país próspero, sostenible y socialista— es fundamental. Sin ellas y ellos no será posible.

Tres intervenciones que escuché durante el encuentro mencionado, sobre las cuales merece la pena pensar:

– “Se debería prohibir a los empresarios hablar del bloqueo”

Durante casi tres décadas el bloqueo era un referente del contexto en el cual Cuba estaba obligada a vivir, pero sus efectos, al menos en términos económicos, eran amortiguados por “la ayuda fraternal y solidaria de la Unión Soviética” y por intercambios de bienes en condiciones favorables para Cuba. Todo cambió en 1990. El bloqueo apareció en casi toda su magnitud, haciendo doblemente difícil cualquier empeño. Esa es una realidad innegable, además de injusta. El bloqueo está ahí, es hoy el componente mas importante del contexto “especial” en el que Cuba tiene vivir.

Fue el General de Ejército Raúl Castro, en uno de sus discursos ya como Presidente del país, quien exhortó a no utilizar el bloqueo para justificar fallas y errores internos. Pero “hablar” del bloqueo es una cultura adquirida, aprendida y profundamente consolidada en el discurso no sólo de nuestros/nuestras empresarios/as. Es, casi siempre, el “segundo bocadillo obligado” de cualquier intervención pública de muchos de nuestros dirigentes, lo cual refuerza una cultura adquirida y fuertemente enraizada en todos.

Es cierto que los entornos o los contextos en que un país/organización/empresa tienen que desarrollarse no pueden ser cambiados a su voluntad. Casi siempre, hay que saber negociarlos cuando se puede. En el caso del bloqueo, la negociación no es posible. Se ha convertido en un parámetro de signo negativo que obliga a trabajar siempre por debajo de lo que se consideraría óptimo. 

Pero lo decisivo en esta guerra no es el bloqueo, es la capacidad de potenciar las fortalezas que tenemos hoy. Son muchas las evidencias de cuán lejos estamos de hacerlo y esto, en buena parte, tiene que ver con someter a empresarias y empresarios estatales a restricciones que hace muchos años deberían haber sido barridas de nuestra realidad.

Al bloqueo se le pueden hacer muchos agujeros, tomémoslo como una oportunidad para innovar, crecer y potenciar esas fortalezas y no como la justificación de nuestros déficits.

– “Si pierdes el pequeño poder que te están dando estas medidas, si te lo dejas quitar, vuelvas a ser lo mismo de antes”

Se trata de un viejo dilema mejor resuelto en la teoría que en la práctica, el de la tantas veces mencionada autonomía empresarial.

Mis colegas especialistas en empresas han escrito centenares de documentos sobre esto. En el último Congreso de la Asociación Nacional de Economistas de Cuba, celebrado hace varios años, fue uno de los temas principales y lo ha sido casi desde que surgió la Empresa Estatal Socialista. Fue un propósito malogrado en el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía, fue malogrado también en el Perfeccionamiento Empresarial, lo fue igualmente en la primera década de este siglo. No lo ha sido por falta de repetición y explicación de cuán necesaria es la autonomía de la empresa estatal y cuanto impacta la no autonomía en sus resultados.

A los académicos se nos ha pedido explicarlo muchas veces, desde hace varias décadas, y muchos colegas se han desgastado en ello, lamentablemente las explicaciones han quedado ahí y nuestras empresas estatales, así como también nuestras empresarias y empresarios han seguido sometidos a lo que los ministerios decidan.

Un ejemplo de la falta de autonomía: Imaginemos que un funcionario de alguna empresa estatal identifica una oportunidad de negocios con un inversionista de una empresa extranjera, entonces ese empresario debe ir al grupo negociador de su Organización Superior de Dirección Empresarial (OSDE), que es el primer “filtro”, luego esa decisión debe ser consultada con la dirección correspondiente de su Ministerio, hasta ahí todo ha salido bien, aunque ha tomado “unos días”. Logrados los “Oks” correspondientes, camina (el empresario o empresaria) entonces hacia el Ministerio de Comercio Exterior (MINCEX) y esa propuesta de negocios va a la Comisión de Evaluación de Negocios con Inversión Extranjera, integrada por otras seis instituciones gubernamentales, es agendada para algún momento y esa comisión recomienda entonces si el negocio procede o no, ¿cuán autónoma es esa empresa y ese/esa empresario/a? ¿cuánto tiempo perdido? ¿cuál es la imagen de esa empresa para ese futuro socio? ¿cuántas manos han intervenido en la gestión de la empresa? ¿cuánto demorará la constitución de un nuevo negocio, que trae capital fresco y tecnología a un país que los necesita de forma urgente, que está bloqueado y cuyas operaciones son perseguidas por todo el mundo? ¿Alguien sabe de alguno que haya echado a andar en menos de tres meses?

– “Es una necesidad la exportación, sin embargo, no estamos satisfechos porque existen mecanismos de interactuar para la exportación que realmente son obsoletos ya para los tiempos que estamos viviendo, y para las necesidades que tiene el país, tienen que dejarnos un poquito más la decisión a nosotros…Los negocios hay que hacerlos en el tiempo que llevan…”

Comercio exterior, exportaciones, inversión extranjera, internacionalización de las empresas cubanas, son esas, hoy en día, armas decisivas en la guerra que este país bloqueado tiene que librar. Son recursos esenciales para “negociar el contexto”, es lamentable que no les saquemos todo el provecho posible. ¿Cuánto más esos/esas empresarios/as estatales a los que se les exige que cumplan su rol deben seguir esperando?

Este es, sin dudas, el dilema del poder. Es una cultura heredada en la que mayor autonomía de las empresas se entiende como menor poder de los ministerios. Es también la respuesta desde los ministerios al hecho real de que cuando una empresa falla, se entiende que es responsabilidad de esos ministerios y ellos tienen que rendir cuentas al respecto. Es la cultura en que hemos vivido por más de 60 años. Poco tiene que ver con las personas que trabajan en esas organizaciones y que seguro son tan buenos/as cubanos/as como el que más. Pero es también una construcción burocrática, que trasciende a las personas y adquiere vida propia; la burocracia sabe defenderse, lucha no solo por sobrevivir, sino por ser decisiva y aparecer como imprescindible.

Esta debe ser como la quinta temporada de esa gran telenovela que ha sido la transformación/modernización/perfeccionamiento de nuestro sistema empresarial, todas las anteriores no tuvieron finales felices, quizás porque los protagonistas — nuestras empresarias y empresarios— no tuvieron la posibilidad de discutir el guion, quizás porque no fueron bien escuchados. Hoy tienen otro contexto ante sí y tendrán que desprenderse de aquella cultura e imponerse a prácticas de “ordeno y mando”, aun cuando la ley que debe respaldarlos esté esperando en la agenda.

Ojalá que está vez la historia no se repita.

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