Cuba por WhatsApp: Ni paquete semanal, ni novelas turcas, ni “Costco chino”

“La medida la soltaron así suavecito, escondida en la lista nueva de actividades prohibidas para los particulares”, me comenta Yolexis desde Cuba. “Pero la bulla se armó ahora cuando la gente la descubrió”.

Anuncio del "paquete semanal" en Cuba. Foto: Progreso Semanal / Archivo.

Anuncio del "paquete semanal" en Cuba. Foto: Claudio Pelaez Sordo / Progreso Semanal / Archivo.

“¿Viste lo del ‘paquete’?”, me dispara Yolexis*, previendo la pregunta que pensaba hacerle luego de saludarlo por WhatsApp.  

“Me diste alante —le respondo—, precisamente de eso te iba a preguntar. Veo que la gente anda revuelta en las redes”.

“En las redes y en la calle, brother”, me rectifica mi vecino habanero sobre la repercusión de una medida que ha sorprendido y molestado a muchos en la isla: la prohibición —al menos en teoría— de la venta del llamado “paquete semanal” y otros contenidos audiovisuales como series, novelas y películas en formato digital.

“La soltaron así suavecito, escondida en la lista nueva de actividades prohibidas para los particulares, que, por cierto, tiene más páginas que el Granma”, comenta con ironía: “Pero la bulla se armó ahora cuando la gente la descubrió”.

“Yo —le confieso— tampoco reparé en eso cuando leí la Gaceta Oficial con las nuevas medidas. Pero en cuanto vi que empezó a comentarse el tema busqué la resolución original y comprobé que es verdad”. 

“La norma lo dice claro: está prohibida la ‘puesta a disposición del público a través de soportes informáticos’ de ‘películas, documentales, series, novelas u otras obras similares’”, cito.

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“Claro que es verdad —me confirma Yolexis—. Ya han empezado a avisarle a los vendedores del ‘paquete’ que tienen que parar. Dicen que les han dicho que eso nunca estuvo verdaderamente permitido y que era una ‘distorsión’ que había que corregir. Dime tú, resulta que ahora casi todo en Cuba es una ‘distorsión’”.

“Bueno, bien visto eso es piratería, y en ningún lugar del mundo algo así es legal”, acoto haciendo un poco de abogado del diablo.

“Pero Cuba no es cualquier lugar, brother —me responde—. En cualquier lugar del mundo tú pagas por plataformas como Netflix o canales por cable, que aquí también se hace por la izquierda, y resuelves. Pero la única alternativa legal es la televisión cubana y de esa mejor ni te cuento…”.

“Eso, si hay corriente, que tú sabes cómo está la jugada con los apagones”, añade.

“Además, a estas alturas esa medida es bastante absurda —continúa Yolexis su diatriba—. El ‘paquete’ lleva vendiéndose una pila de años, igual que las novelas y todo lo demás. Y media Cuba, si no Cuba entera, consume esas cosas. Si las prohíben de buenas a primeras, están yendo en contra de la propia gente”.

“En eso tienes razón —lo apoyo—. Las películas y novelas no son un simple entretenimiento. También funcionan como una válvula de escape, un mecanismo para desconectar de los problemas y la cotidianidad. Yo en los últimos años en Cuba siempre compraba series para ver en la casa y ‘cambiar el breaker’”.

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“Igual que yo y muchísimos más. Por eso esta medida le ha caído como una bomba no solo a los ‘paqueteros’ sino a todo el mundo”, apunta Yolexis. “¿Qué tú crees que hace mucha gente cuando no tiene corriente por la noche? Se ponen a ver series y novelas en la laptop hasta que se les acaba la carga. Si tienen laptop, claro”.

“De todas formas, seguro el ‘paquete’ y las demás cosas se van a seguir vendiendo, lo que ahora por la izquierda, como al principio”, aventuro. 

“Claro, esa es la otra, eso no va a parar. A lo mejor se enfría un tiempo, pero luego va a seguir, clandestino o más ‘a la cara’, porque hay una demanda real —considera mi amigo—. El punto es que probablemente ahora cueste más y aparezca más restringido, que es lo único que consigue el Gobierno con este tipo de medidas”.

“Es lo mismo que pasó con el tope de precios —prosigue—. Aprietan la mano, ponen malo el pica’o, y al final la situación no se arregla y es la gente la que paga las consecuencias porque es más difícil conseguir las cosas. Y más caro”. 

“Por eso la gente se molesta, con razón. Hasta mi suegra, que no comenta nunca de política, le metió tremendo disparo ayer a mi suegro con este tema”, me dice. 

“¿Ah, sí?”, le respondo intrigado, y más sabiendo que Eugenio, el suegro de Yolexis, es un incondicional del Gobierno de toda la vida. 

“El asunto es que mi suegra es fanática de las novelas turcas y ahora con esto de la prohibición anda erizada. Ella siempre las copia en uno de los puntos del barrio y el muchacho le dijo que por ahora iba a tener que parar, y ya tú sabes cómo se puso. Viró para la casa echando humo”, me cuenta mi amigo.

“Por la tarde, cuando Dania y yo volvimos del trabajo nos pusimos a hablar del tema y mi suegro, que no se puede quedar callado, nos soltó que si habían puesto esa medida por algo sería —narra—. Dania me miró fijo para que no le contestara, pero la que ‘brincó’ fue mi suegra: ‘es que quieren controlarlo todo porque sí’, le dijo, ‘y todo no se puede controlar. Tienen que darle un respiro a la gente’”.

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Brother, el viejo se puso como una cafetera, cambió de color y todo, pero no llegó a decirle nada porque mi suegra siguió despachándose y no le dio ni chance a responder, ella que normalmente nunca le lleva la contraria”, comenta Yolexis, divertido.

“Ya tú sabes. Si Martha está así, ella que ni habla, me imagino cómo estarán otros vecinos que sí no se cortan la lengua”, le digo tratando de visualizar los comentarios y debates en las colas y las esquinas del barrio.

“Es que son cosas difíciles de entender, la verdad —me contesta—. Mira lo que pasó con el ‘Costco chino’, el mercado ese que estaba funcionando en un antiguo almacén de Suchel por Manglar, como quien va para Cuatro Caminos”.

“También lo tumbaron después de que llevaba como un mes funcionando y la gente había empezado a ir y hablar bien del lugar. Dicen que había de todo, a precios más baratos que en la calle y en las mipymes, lo que había que comprar por lote, no por separado. Y de momento, zas, ‘le dieron agua’”, me explica.

“Pero yo de ese sí leí que le habían cogido unas cuantas violaciones, que tenía líos con la contabilidad, los impuestos y las ventas en dólares —y al cambio de El Toque, que tú sabes que eso es candela para el Gobierno— cuando en realidad no era un negocio extranjero sino de un cuentapropista cubano, al menos en papeles”, le digo.

“Y también que los chinos parece que estaban ‘enmarañados’, porque la nota de Tribuna decía que el mercado tenía trabajadores extranjeros contratados ilegalmente y que incumplían con ‘las condiciones de estancia en el territorio nacional’, así que me imagino que los hayan mandado de vuelta a Pekín”, añado.

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“O a lo mejor no”, apunta Yolexis con suspicacia. “A lo mejor reabren de aquí a un tiempo con los mismos chinos, y hasta con más, pero ya no como un mercado al por mayor sino como una empresa mixta o algo así, y con precios más apretadores.”

“De todas formas, la pregunta del millón es cómo, si eso tenía supuestamente tantas ilegalidades, estaba funcionando así, como si nada, sin que ningún jefe o inspector se diera cuenta. Porque, brother, eso no era un mercadito de barrio ni un timbiriche de La Cuevita. Eso era ‘tronco’ de almacén en plena Habana”, reflexiona.

“Cosas del Orinoco”, le digo y veo cómo se ríe en la pantalla.

“Vamos a decirle así y no darle demasiada cabeza al asunto —responde sonriente—, que ni tú ni yo lo vamos a resolver y posiblemente nunca nos enteremos de cómo fue de verdad la cosa”.  

“Y te dejo, que tengo que ponerme para la ‘resolvedera’ —se despide, atribulado—. Deja ver qué consigo para las meriendas de la niña, que esa si no entiende de ‘Costco chino’, ni de mipymes, ni de inflación ni de nuevas medidas económicas”. 

 


* Yolexis es un personaje ficticio, creado por el autor como recurso literario. Sus opiniones resumen comentarios de varios amigos que residen en Cuba, recibidos por el autor en conversaciones con ellos a través de WhatsApp. 

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