Cuentas que nunca deberías sacar

Un análisis de Héctor, un colega aspirante a jeque, me confirmó que hay cuentas en la vida que uno nunca debería sacar, aunque solo sea para ahorrarse una depresión. Pero la tentación es mucha, y uno acaba sacándolas…

Hagamos matemáticas: Héctor vive en el Medio Oriente habanero, o sea, en Alamar, y trabaja en pleno Vedado. Como no tiene carro, sus opciones para ir y venir del trabajo son tres: botella, taxis o guaguas. Héctor no es precisamente un Brad Pitt, y encima es macho, lo cual reduce sus opciones botelleras ante el predominio masculino-cazador-jamonero de los choferes. Eso le deja los almendrones o las guaguas.

Moverse en taxi le costaría 20 pesos de Alamar al Capitolio, porque pasa el Túnel, y 10 hasta el Vedado. Lo mismo a la inversa, o sea, 60 pesos diarios. De lunes a viernes serían 300 pesos. O sea, en un mes de cuatro semanas tendría que pagar mil 200 pesos para ir a trabajar por un salario de 465 cañas. Descartado el taxi, le quedan las guaguas, específicamente el P-11, que lo lleva y trae en un solo viaje.

Héctor calcula que demora una hora en la parada y otra en el trayecto, o sea, cuatro horas al día y 20 semanales en guagua. Creamos que Héctor es un tipo bucólico, y no sale de Alamar en todo el fin de semana porque disfruta el desorden urbanístico y la brisa marina: aún así, Héctor dedica mil 60 horas al año a guaguas. Teniendo en cuenta que un año tiene ocho mil 760 horas, cada ocho años Héctor ha perdido uno entre guaguas y paradas, un LQQD que lo fundió completamente…

Esa es, insisto, una de las cuentas que uno nunca debería sacar. Otra sería que si uno duerme ocho horas al día, lo recomendable para descansar la maquinaria humana, al final se ha pasado un tercio de la vida en brazos de Morfeo. Claro, peor es quien se pasa la vida completa con los ojos cerrados, “tupío” o en las nubes de Valencia…

Yo, a Pitágoras gracias, siempre fui un pésimo alumno en Matemáticas, una de las razones que me empujaron a vivir del cuento. Y aún así sucumbo a la tentación de sacar cuentas que no tiene sentido sacar. Por ejemplo, yo le llevo 9 años a mi esposa, o sea, cuando ella nació ya yo andaba por cuarto grado y debutaba como miope. Cuando ella aprendía a leer y escribir ya yo estaba becado a base de arroz y sopa de col en la Che de Santa Clara, y cuando caí en la Universidad, tras un año de verde y a uno de mis 20, ella aún llevaba falda y pañoleta rojas.

Abstrayéndonos, aquello era un desalmado robo de cuna, pero repito: esas cuentas no se sacan. Algunas no se sacan porque no valen la pena, y otras porque dan pena. Si por fin se unifica la moneda en Siguaraya City, vamos a tener que sacar muchas cuentas, y tendremos que andar con una calculadora a retortero, al menos en los primeros tiempos, para tener una idea de cuánto estamos pagando por esto o por aquello. La primera vez que viajé al extranjero, me costaba pagar una cerveza, porque mentalmente hacía el cambio a la moneda siguarayense, y me horrorizaba pensar que con lo que me costaba un laguer afuera, en Siguaraya City podía comerme una pizzeta, bajarla con una pirey y encima sonarme de postre un frozzen. Y sufría. Por eso mi consejo, hermanas y hermanos, es una vez más nunca sacar la cuenta…

Mientras escribo, recuerdo otra cuenta que nunca quise ni me atreví a sacar: ¿cuánto habré pagado en alquiler en Siguaraya City, andándola más que Herodoto Leal? Deja ver… una década de graduado, menos 4 años y 11 meses agregado, son 5 años y un mes alquilado… a razón de tanto al mes… eso suma un total de… ¡¿CUÁNTO?!

(…)

Nota de OnCuba: Estimado lectores, pedimos disculpas. El columnista se recupera ya de un colapso nervioso. Sigue fuertemente sedado, y a veces, en las madrugadas, abre los ojos y grita como el Cuervo de Poe: “Nunca más, nunca más”.

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