Cumple años el Benny

LA LLANURA DE LA GLORIA Y EL ARROYUELO DEL OLVIDO

Casi a la vez leo una noticia y recibo un correo electrónico sobre el tema.  Este fin semana los jóvenes cantantes cubanos rendirán homenaje a Benny Moré por su cumpleaños 94. Un concierto  será en el Teatro del Museo Nacional de Bellas Artes; el otro en un activo espacio llamado La utopía, con sede en la Casa de la Música de Miramar.

No necesito demasiado estímulo para hablar del Benny. Hace más de veinte años anduve tras sus huellas por la ganadera región camagüeyana, con el pretexto de aquel inolvidable estribillo “Vertientes, Camagüey, Florida y Morón”. Entonces titulé El conde negro en la llanura el resultado del recorrido por las actuales provincias de Camaguey y Ciego de Ávila.

En Vertientes hay mucho del Benny.  En ese olvidado pueblo azucarero  pasó buena parte de su infancia. Y –según los que me hablaron por entonces- de regreso de México y, antes de incorporarse a la orquesta de Mariano Mercerón en Santiago de Cuba, el gran cantante pasó unos días de descanso  en Vertientes.

Ya se sabe que fueron varios los pueblos a los que el Bárbaro del Ritmo rindió tributo. Desde Manzanillo con su hermosa bahía hasta Cienfuegos, que hace poco inauguró estatua  para celebrar aquella confesión del Benny: “Cienfuegos es la ciudad que más me gusta a mí”.

Habría que hablar también de Varadero, de su natal Santa Isabel de las Lajas y hasta de Palmira, de moda en estos días por haber nacido ahí Yaser Puig, ese talento cubano que deslumbra  en el béisbol  de las Grandes Ligas. Serían niños los padres de Puig cuando en 1963 un Benny Moré, ya muy enfermo, ofreció allí el último de sus conciertos.

De las anécdotas de mi recorrido periodístico tras la sombra del legendario artista hay una que adoro. En un bar de la localidad esperaban al Benny y el primero en abrazarlo fue un  candidato a imitar sus pasos. Moré le brinda un trago de su ron preferido y el joven no sabe “dónde meterse”, pues no gusta de las bebidas alcohólicas y  no quiere hacer un desaire a su ídolo. Para colmo de sonrojo, el simpático Benny le dice: “El que no tome ron, no es buen artista”. Pero un momento después acude a la cara b de su agilidad mental y su calidad humana; le aclara, con el brazo cariñoso sobre los hombros del desconocido admirador: “Es una broma… El mejor cantante de Cuba es Bárbarito Diez y no se da un trago”.

Además de aquella rústica investigación, aprendí sobre  el Benny conversando mucho con Pury Faget, un  sabio en el tema.  Alguna vez soñamos con escribir un guión juntos y tuvimos un par de encuentros de trabajo. Mucho más había escuchado en las tardes informales del bar de la prensa, en la calle 23. Para el periodista e investigador, la vida, las anécdotas de Benny Moré han sido un regalo continuo, una pasión contagiosa.

Estimula saber que La Habana siga aplaudiendo a uno de los más rotundos genios de nuestra música popular. Ya he escrito alguna otra vez que me inquieta y hasta me molesta que se conozca poco a Benny Moré fuera de Cuba. Antes que en La Habana, triunfó en México y sus primeros pasos tuvieron dos “padrinos” de lujo: Miguel Matamoros y Dámaso Pérez Prado. Si optar por la emigración o el exilio nunca debe ser  pretexto para borrar del mapa a un talento; tampoco haber muerto en el país natal debe convertirse en una desventaja para la proyección internacional de su inmenso legado.

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