Abel Tablada: “Sin cambios radicales, La Habana no se salvará”

El deterioro de la ciudad irá más deprisa que los esfuerzos de conservación, la construcción de nuevas edificaciones, espacios públicos y barrios.

Abel Tablada, arquitecto cubano en el hotel Packard con la Bahía de fondo

En el Hotel Packard, La Habana, 2020. Foto: Ruslan Muñoz.

Abel Tablada de la Torre se graduó de arquitecto en el Instituto Superior Politécnico —hoy Universidad Tecnológica de La Habana— J.A. Echeverría (Cujae), en La Habana (1995). Entre 1995 y 2011 se desempeñó como arquitecto principal e investigador en la Dirección de Proyectos de Arquitectura y Urbanismo de la Oficina del Historiador de La Habana. A él se deben algunos proyectos ejecutados de notables renovaciones y restauraciones de inmuebles en el casco histórico de la capital cubana. Como docente ha ejercido en la Cujae y en la Universidad Nacional de Singapur. Posee una maestría (1999) y un doctorado (2006) de la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica.

Eres habanero, de 1972. Si esto no supusiera de por sí un vínculo suficientemente fuerte con la urbe, has trabajado en su transformación desde la Oficina del Historiador de la Ciudad y has impartido en las aulas universitarias asignaturas que la tienen como referente. ¿Cómo son, en lo afectivo, tus relaciones con La Habana? ¿Qué lugares de la ciudad tienen una significación especial en tu biografía? ¿Te atreves a caracterizar el espíritu de La Habana, aquellos rasgos que la singularizan entre las capitales de América Latina?

La Habana, mi ciudad, es una de las más bellas del mundo. La disfruté de niño en El Vedado, de la calle Línea, donde nos apropiábamos del espacio público, desde la calle G hasta Paseo. Y desde la calle 11 hacia el Malecón, pues visitábamos los cines cercanos y hasta me colaba en la piscina del Hotel Riviera.

Ese Vedado de finales de los 70 y principios de los 80 era bastante reciente entonces, pues las torres de apartamentos de Línea, o el mismo Riviera, tendrían entre 20 y 30 años, edades similares a las que hoy tiene el Hotel Cohíba, que se inauguró en 1994.

Hotel Riviera.

En esos años de mi infancia, El Vedado (y La Habana en general) todavía conservaba una imagen prestada del pasado, porque el deterioro físico de hoy día, desde las aceras hasta los balcones, y el maltrato a la vegetación solo eran visibles en las zonas más antiguas o periféricas de la ciudad.

Una vez atravesamos varias calles interiores de La Habana Vieja, y me sorprendí al ver un mundo muy diferente al de El Vedado. Era como llegar a otra ciudad en otro tiempo, por el mal estado de las construcciones y las pobres condiciones de vida de la gente. A pesar de que vivíamos en un apartamento modesto, era evidente que el entorno y condiciones ambientales de nuestro barrio eran muy superiores a otras partes de la ciudad.

Y fue en esa Habana Vieja donde en 1995 comencé, como arquitecto recién graduado, en el entonces Taller de Arquitectura, en una bella casa de la Calle Mercaderes y en un entorno restaurado por la Oficina del Historiador. Eusebio Leal ya era toda una personalidad pública, tanto por sus esfuerzos a favor de la conservación de la ciudad como por Andar La Habana, su programa televisivo.

Trabajar allí, caminar a diario desde el Parque Central y bajar todo Obispo hasta la esquina de Mercaderes; o desde la Avenida del Puerto, atravesando la Plaza de Armas, era un privilegio. Era disfrutar de un tipo de ciudad ausente en El Vedado, pero más cercana a la calidad de algunas urbes europeas: antiguas, pero conservadas y vivas. Y, como se ha dicho muchas veces, a diferencia de algunas ciudades y capitales latinoamericanas, gracias a la falta de inversiones en nuevos edificios después de 1959, La Habana más histórica y monumental conservó muchas de sus antiguas edificaciones, imagen y dignidad.

No me atrevo a caracterizar el espíritu de La Habana, por esa variedad y diversidad en tiempo y espacio. Tengo dos visiones, una bastante pulcra e ingenua de mi infancia en El Vedado, y la actual, mucho más compleja, de reconocimiento de su belleza, de su disfrute combinado con su sufrimiento, y la comprobación de que cada día se va pareciendo más a algunos barrios pobres de ciudades latinoamericanas o asiáticas.

El proceso de decadencia en La Habana, fuera de las manzanas conservadas del Centro Histórico, ha ido en línea inversa a los procesos de reanimación y mejoramiento de muchas ciudades latinoamericanas y asiáticas, que han invertido no solo en un hotel o edificio aislado, sino en infraestructura y calidad del espacio urbano.

Farmacia La Reunión, 2004. Tablada fue el proyectista principal de la restauración del inmueble. Este trabajo recibió el Premio Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos en 2006. Ese mismo año, y en la misma categoría, también fue galardonado en la Bienal de Arquitectura del Caribe. (Foto: A. T.)
Farmacia La Reunión, 2004. Tablada fue el proyectista principal de la restauración del inmueble. El trabajo recibió el Premio Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos en 2006. El mismo año, y en la misma categoría, fue galardonado en la Bienal de Arquitectura del Caribe. Foto: Abel Tablada.

Cuba enfrenta una de las crisis económicas más severas de su historia. No hay modo de que la situación no incida en la conservación y gestión de su patrimonio físico. ¿Qué aspectos demandan más urgente atención a nivel de la ciudad?

Lo más urgente es mejorar las condiciones de vida de decenas de miles de ciudadanos, y eso tiene que ver tanto con la infraestructura a nivel de ciudad como con acciones puntuales, como el estado constructivo de un entrepiso o techo para que no colapse sobre una familia.

A escala urbana, asegurar un mejor abasto de agua debe ser prioritario. Después de un huracán, podemos resistir varios días sin electricidad, pero el desabastecimiento de agua es intolerable, y en muchos hogares todavía no llega de forma regular o no llega nunca.

Así como era inconcebible que un cubano no supiera leer y escribir o no recibiera atención médica, ahora debería ser inconcebible que tantos cubanos vivan en un estado tan grande de pobreza material. Debe resolverse con la combinación de la asistencia del Estado de forma directa a través de programas y subsidios y, a largo plazo, por un modelo económico que favorezca tanto a los sectores más adinerados, que invierten en la economía, como a las capas más vulnerables, que tanto aportan a la sociedad.

Una ciudad en declive refleja la decadencia del país y su sistema, tan castigado por las medidas y sanciones impuestas por el Gobierno de los EE. UU. por muy largo tiempo, y por la incapacidad de los varios gobiernos revolucionarios para visualizar e implementar un modelo efectivo que responda al contexto internacional poco amigable como a las demandas genuinas del pueblo, gran parte del cual está agotado y decepcionado.

Ese modelo autóctono, que pudiera aprender —sin replicar— del de República Dominicana, Vietnam o Uruguay, tiene que volver a los principios por los cuales se hizo una revolución, que es el mejoramiento de la calidad de vida de todos los ciudadanos; mayor justicia, derechos y equidad; y no aferrarse a un modelo que décadas atrás fue efectivo para lograr algunos derechos pero hace tiempo demostró su ineficacia económica y social, y es, junto al conjunto de sanciones de los EE. UU., el principal obstáculo para la generación de riquezas y bienestar del pueblo.

Casa privada en Hanói, 2017. Durante un viaje por Viet Nam con sus estudiantes del Curso de Diseño de la Universidad Nacional de Singapur. (Foto: su archivo personal).
Casa privada en Hanói, 2017. Durante un viaje por Vietnam con sus estudiantes del Curso de Diseño de la Universidad Nacional de Singapur. Foto: Cortesía de Abel Tablada.

Sin cambios radicales, discutidos y aprobados por todos los cubanos, la ciudad no se salvará, como no se podrán salvar hoy edificios que, aunque no sean emblemáticos, conforman la imagen de la ciudad; como los de San Lázaro, algunos en el Malecón, otros en Carlos III, Galiano o Reina.

Lo que no pudo hacer el capitalismo de los 60, que destruyó buena parte de la arquitectura colonial y republicana de ciudades latinoamericanas, lo está haciendo décadas después un conjunto de factores en Cuba, como el poco poder adquisitivo de los nuevos dueños de viviendas, la destrucción del entramado económico empresarial en el sector de la construcción.

Habría que asegurar que existieran brigadas de obreros calificados, materiales de la construcción, oficinas de arquitectos, interioristas e ingenieros y una plataforma legal que no solo los invite a trabajar, sino que además los proteja. Hoy el Estado no es capaz de resolver las necesidades constructivas de la nación de forma centralizada, como ocurría parcialmente décadas atrás, ni una familia promedio puede contratar los servicios de arquitectos y empresas constructoras para edificar una casa digna, o comprar un apartamento.

Se ha hablado mucho del eclecticismo de La Habana. En ocasiones el adjetivo tiene un matiz peyorativo. ¿Eclecticismo es sinónimo de variedad? ¿Esa variedad constituye una riqueza? ¿Existe un estilo arquitectónico característico de La Habana, sea por su abundancia o porque aquí adquirió rasgos específicos?

El término ecléctico se utilizó para describir la tendencia de la arquitectura de finales del siglo XIX y principios del XX, que incorporaba elementos decorativos disímiles. Fue una evolución posterior al Neoclasicismo, en el que los elementos estilísticos y decorativos eran más moderados.

No obstante, a pesar de que el Eclecticismo usó elementos diversos, sí logró una unidad estilística reconocible, al menos en La Habana. Lejos de anarquizar la imagen urbana, la armonizó y contribuyó a una identidad.
Las primeras tres décadas del siglo XX tuvieron una actividad constructiva inmensa, que abarcó desde La Habana Vieja hasta El Vedado, los barrios del sur, Marianao y Miramar.

La mayor cantidad de edificios en Centro Habana, por ejemplo, son eclécticos, y la continuidad de balcones, rejas, vanos y cornisas han hecho de sus calles una de las imágenes más representativas de la capital. Varios historiadores y arquitectos han descrito la ciudad como ecléctica, lo que coloca el estilo como el más distintivo de la capital.

¿Tienes preferencia por alguno de los estilos arquitectónicos que pueden apreciarse en La Habana?

El movimiento moderno (MoMo) en Cuba fue muy avanzado para su época. Desde niño me atrajo la posibilidad de crear volúmenes más libres que los de edificios de fachada continua con estilos anteriores.

Por ejemplo, la volumetría del Teatro Nacional, con la torre central y los dos volúmenes con cubierta inclinada como si fueran dos grandes bocinas; la elegancia que se logra en el Hotel Riviera con la intersección del basamento y la torre que se adelanta hacia el Malecón y se bifurca hacia atrás con muros curvos. Son edificios que trataba de reproducir en mis dibujos.

Como estudiante de Arquitectura aprecié otras obras del MoMo más pequeñas, como los edificios de Mario Romañach y Max Borges. Esa etapa del movimiento moderno, que se extendió desde finales de los 40 hasta principios de los 60, fue de una riqueza impresionante, y todavía la disfruto y admiro cuando voy por la ciudad. Los principios y la tecnología de ese movimiento arquitectónico fueron adaptados a nuestro clima y cultura de forma creativa y exitosa.

¿Qué futuro queremos para La Habana y cómo lograrlo?

Un fenómeno de reciente data es la proliferación en La Habana de manifestaciones “espontáneas” de arquitectura de pésimo gusto, asociadas muchas veces a la emergencia de clases sociales de mayor poder económico. ¿Puede el fenómeno llegar a convertirse en tendencia? ¿Qué hacer para contrarrestar sus efectos nocivos?

El deterioro creciente de la imagen de la ciudad tiene múltiples causas. Se vio acrecentado a partir del Período Especial, cuando se combinó una menor actividad constructiva del Estado (que contrataba a arquitectos y grupos de diseño con amplia experiencia), con un decrecimiento drástico del poder adquisitivo de la población.

Después de dos décadas, esta situación prolongada en el tiempo tuvo consecuencias negativas en cuanto a la educación de la población, con independencia de su poder adquisitivo; la influencia de directivos y decisores; y la pérdida gradual de la sensibilidad estético-ambiental.

Lo que antes era considerado una agresión a la ciudad y su imagen, ahora no solo es tolerado, sino que se acepta como parte de una normalidad en la que hay tantas carencias y necesidades que los criterios estético-ambientales se pueden considerar secundarios o elitistas por el público en general y por los decisores a diferentes niveles.

Ante un ambiente de descontrol y posibles casos de corrupción, las regulaciones urbanas no se respetan y se produce esta acumulación de infracciones y deterioro generalizado, que va desde una esquina llena de basura y escombros con aceras destruidas, hasta edificios con peligro de derrumbe, nuevas construcciones con un diseño de baja calidad, y una imagen de ciudad llena de añadidos sin diseñar que, además de ocupar espacios de jardín o públicos, están enrejados o encerrados en muros que agreden visualmente esa zona tan vital de transición entre el espacio público y el privado, entre la calle y las edificaciones.

Para contrarrestar los efectos nocivos se tiene que actuar, primero, en la reducción de la pobreza material por medio de incentivos estatales y de la iniciativa privada. Una nación no puede salir de la pobreza y ser soberana si sus familias y sus ciudadanos no son prósperos y no se desenvuelven en un ambiente favorecedor del trabajo digno, privado o estatal.

Pretender que la empresa estatal socialista fuera el único motor de la economía en Cuba fue un error grave y demasiado duradero que todavía pagamos. A pesar de la autorización de mipymes, existen muchas trabas para su desempeño.

El ejemplo que genera más debate entre los arquitectos e ingenieros es la prohibición de la tarea proyectual o de consultoría de forma independiente. Es decir, si bien se autoriza la creación de mipymes en el sector de la construcción y que en ellas puedan participar arquitectos, no es posible que un arquitecto o ingeniero cree una oficina de proyectos o consultoría para contribuir a una etapa crucial en el proceso constructivo, aquella en la cual el diseño se concibe y evalúa.

Esta circunstancia deja un vacío legal muy alarmante en el encadenamiento productivo de la construcción, al no admitir esta parte de trabajo profesional. Como consecuencia, se realizan proyectos por personal no calificado o se contrata a arquitectos sin el debido amparo legal.

Es una aberración del sistema, un desaprovechamiento de los inmensos recursos humanos que se escapan y una gran contradicción de los principios humanistas, al negarle el derecho a los que se esforzaron por estudiar a ejercer como complemento de las empresas estatales, que han demostrado no poder satisfacer la demanda.

Además, se debe reducir la brecha de pobreza espiritual. Se necesita un programa de estética en las escuelas y para la población en general, parte de la cual ha podido recibir ingresos para reformar, ampliar o construir una nueva casa, e invierte grandes sumas de dinero en materiales con un diseño de baja calidad.

Es crucial un mejor funcionamiento de las instituciones, mayor preparación de sus decisores y que no existan poderes por encima de las instituciones públicas, las comisiones de expertos y la ley.

Lograrlo requiere un proceso que puede durar muchos años.

La Sociedad de Ingenieros Civiles de Cuba señaló las que considera las siete obras cumbres de la construcción civil en nuestro país. A saber: Acueducto de Albear en La Habana Vieja, Sifón del Alcantarillado de La Habana, Carretera Central, Edificio Focsa, Túnel de La Habana, Puente de Bacunayagua y Viaducto de la Farola. Ignoro si existe consenso sobre las que serían las siete joyas arquitectónicas de Cuba. Si no existiera una selección “oficial” de aquellas edificaciones que más valores reúnen, ¿cuál sería tu top seven?

Escoger las siete obras cumbre de la arquitectura cubana requeriría un ejercicio de investigación, y no creo poder ser justo; además de que, al no haber podido visitar todas las provincias, siempre me quedaría alguna joya por mencionar. Lo limitaré a La Habana.

Incluyo conjuntos arquitectónicos y escogeré doce obras recurriendo a mi memoria, familiaridad, gusto personal y, por último, a su significación histórico-arquitectónica e impacto en la ciudad:

El Castillo de los Tres Reyes del Morro (1610, Bautista Antonelli), el Palacio de los Capitanes Generales (1792, Antonio Fernández de Trevejos), la Catedral de La Habana y su plaza (1748-1777, Pedro de Medina y otros), el Campus de la Universidad de La Habana, escalinata y Plaza Cadenas/Ignacio Agramonte (1906-1940, Ramírez Ovando, Martínez, Cavarrocas, Weiss, Martínez Inclán y otros), el Capitolio Nacional (1929, Otero, Govantes y Cavarrocas, Rayneri, Bens Arrarte y otros); el Hotel Nacional (1930, McKim, Mead and White), el Edificio Bacardí (1930, Rodríguez Castell, Fernández Ruenes y Menéndez Menéndez); el complejo Radiocentro CMQ (1947, Junco, Gastón y Domínguez); el Hotel Riviera (1957, Igor B. Polevitzky), edificio del Seguro Médico, hoy sede de oficinas del Ministerio de Salud Pública y apartamentos (1955-1958, Antonio Quintana Simonetti); las escuelas nacionales de arte, hoy ISA y ENA (1965, Porro, Garatti y Gottardi) y la Unidad Vecinal No. 1, Ciudad Camilo Cienfuegos (1961, D’Acosta Calheiros, Álvarez, Vega, González, Baladrón, Carrazana y otros).

Esquina de las calles Obispo y Mercaderes, La Habana Vieja. Por esta intersección pasaba cada día nuestro entrevistado para dirigirse al Taller de Arquitectura, después Dirección de Arquitectura Patrimonial, en Mercaderes 116. (Foto: A. Tablada)
Esquina de Obispo y Mercaderes, La Habana Vieja. Por esta intersección pasaba cada día A. T. al dirigirse al Taller de Arquitectura, después Dirección de Arquitectura Patrimonial, en Mercaderes 116. Foto: Abel Tablada.

¿Existe en Cuba cabal comprensión del papel del arquitecto en la sociedad? ¿Qué tan popular es la carrera de arquitectura entre los estudiantes? ¿Más o menos que en otras épocas?

Los arquitectos no nos hemos ganado ese papel que consideramos vital para el desarrollo de la sociedad y la creación del hábitat. Somos una de las profesiones que más pueden influir en la calidad de vida de las personas, gracias a nuestra preparación multidisciplinaria y a una visión holística de los problemas.

No obstante, a pesar de que algunos arquitectos cubanos han realizado obras excepcionales en las últimas décadas, nuestra influencia en el devenir de la ciudad ha disminuido considerablemente por la forma de hacer política en el país y la no inclusión de la arquitectura como una de las artes por las instituciones y los medios masivos de difusión.

Los cargos políticos son fruto de una política de cuadros que muchas veces prioriza lo ideológico por sobre cualidades profesionales y humanas de los aspirantes. Solo los delegados a nivel local son elegidos, y estos no tienen poder para realizar cambios palpables en las comunidades, porque no tienen presupuesto.
El poder de decidir dónde invertir está a un nivel en que la ciudadanía no elige y es por esto que se producen escandalosas disparidades entre lo invertido en hoteles y sector inmobiliario (45,6 % del presupuesto nacional, 2020) y lo que se invirtió en salud, educación, agricultura, investigación científica y viviendas. Es lo contrario a lo que pensábamos que un Estado socialista debía priorizar.

La política de cuadros verticalista y una educación imperfecta hasta nivel medio superior, la que prioriza el aprendizaje de contenidos elaborados por expertos y no el de la resolución de problemas de forma creativa e innovadora, con situaciones y contextos cambiantes, ha hecho que los directivos (habituados a que un líder sea el único capaz de emitir criterios y tomar decisiones “correctas”) mantengan una posición medianamente pasiva, a la espera de orientaciones de sus superiores y sin contar con un equipo multidisciplinario que los apoye en la toma de decisiones.

Por esto la ciudad se ve perjudicada por la ausencia de licitaciones para nuevas grandes inversiones constructivas, favoreciendo a una sola empresa extranjera en la elaboración de proyectos y dejando a más de una generación de arquitectos cubanos fuera del juego.

Además, sufrimos la violación continuada de las regulaciones urbanas y buenas prácticas de diseño expresadas en normas y documentos oficiales; el no respeto hacia las comisiones de patrimonio, hacia instituciones como el otrora influyente Grupo de Desarrollo Integral de la Capital. Como consecuencia, con excepción de muchas acciones del Centro Histórico, la ciudad se deteriora física y ambientalmente, y la opinión de arquitectos y urbanistas solo se ve reflejada, cuando ya es muy tarde, a través de las redes sociales o artículos en medios no oficiales.

Conferencia en la UNAM, México DF, 2022. (Foto: Juana Suárez Conejero)
Conferencia en la Unam, Ciudad de México, 2022. Foto: Juana Suárez Conejero.

La carrera de Arquitectura sigue siendo popular entre estudiantes de educación media porque es vista como una profesión creativa y está entre las carreras que cierran con mayor promedio, a pesar de que la matrícula es amplia.

Todavía existe desconocimiento sobre la labor potencial de un graduado de Arquitectura, una carrera que prepara a los estudiantes con un perfil muy amplio que les permite diseñar un espacio interior, un edificio, un conjunto de viviendas o una ciudad; o investigar nuevas tecnologías, ser líderes de programas de desarrollo local, asumir roles políticos y hasta ser un dibujantes de filmes de ciencia ficción…

Puede que últimamente los estudios universitarios estén despertando menos interés, por los bajos ingresos que reciben los profesionales en Cuba. El interés que permanece responde, en parte, a tener preparación en caso de emigrar.

Algunos de mis estudiantes no tienen esperanzas de poder tener una vida digna en el país una vez graduados. Sea por decisión propia o junto a la familia, muchos han emigrado o dejado la carrera en los últimos meses. Otros, por suerte, sí piensan que pueden contribuir y esperan que el arquitecto, como profesional, sea más valorado y tenga más libertad de elección entre trabajar para una gran empresa estatal, una pequeña empresa privada o de forma independiente.

Relátanos un sueño profesional cumplido, uno en vías de desarrollo y uno que sabes irrealizable.

Un sueño cumplido es haber podido trabajar en un lugar de prestigio como la Oficina del Historiador y haber podido realizar proyectos de rehabilitación y restauración.

También fue un sueño cumplido haber estudiado y trabajado como profesor en otros países, lo que me permitió visitar ciudades y monumentos memorables de Europa, Asia y América. Hacer una maestría y un doctorado en una universidad de prestigio, como la Católica de Lovaina, en Bélgica, fue un reto, pero también un gran privilegio.

Posteriormente, ser profesor por más de siete años en una de las mejores universidades del mundo, la Nacional de Singapur, también fue un desafío que me permitió crecer como arquitecto, educador y profesional.

En vías incipientes de realización están proyectos en los que se piensa implementar el concepto que desarrollé hace unos años, de fachadas productivas, que integran sistemas de energía fotovoltaica con agricultura vertical para el cultivo de vegetales comestibles, hierbas medicinales o aromáticas.

Colegas cubanos y extranjeros estamos escribiendo y editando dos libros sobre agricultura vertical y sobre la gestión sostenible de edificaciones.

Mi gran sueño no cumplido sería el diseño de un barrio o distrito aplicando criterios de diseño ambiental sostenible y de baja huella ecológica. Este, sin embargo, lo cumplo a medias cuando superviso a mis estudiantes, y de cierta forma algunas de mis ideas y propósitos salen reflejados en sus propuestas. Que los principios que guían esas propuestas se puedan implementar antes de los próximos veinte años es un sueño que quizá sí pueda cumplir.

Con alumnos del curso de Carbón Neutral Architecture en el Laboratorio de Tecnologías Tropicales NUS-CDL, Campus de la Universidad Nacional de Singapur, 2019.  (Foto: cortesía de AT)
Con alumnos del curso de Carbón Neutral Architecture en el Laboratorio de Tecnologías Tropicales NUS-CDL, Campus de la Universidad Nacional de Singapur, 2019. Foto: Cortesía de Abel Tablada.

¿Cómo imaginas a La Habana a la vuelta de diez años?

Cuando uno alcanza la edad de 50 años, no ve una década como un largo período. Si, además, consideramos el decrecimiento demográfico y la lentitud con que se mueve y desarrolla la sociedad cubana y la poca esperanza de que los que mueven los hilos de la política en Cuba y en EE. UU. cambien de mentalidad y decidan dar pasos reales en favor de la ciudadanía, no creo que el panorama sea muy diferente en los próximos años.

El deterioro generalizado de la ciudad irá más deprisa que los esfuerzos de conservación, que la construcción de nuevas edificaciones, espacios públicos y barrios. Y las que se construyan, a pesar de las potencialidades que tenemos, en su mayoría no serán de una calidad estético-ambiental para vanagloriarse.

Estos diez años serán los de un empeoramiento gradual como continuidad de la situación actual y La Habana irá perdiendo su carácter de ciudad monumental y armoniosa, para asemejarse más a ciudades poco organizadas y caóticas visualmente.

Por otra parte, serán los años en que lentamente se irá ganando terreno en términos de legislación urbana, educación ciudadana, mayor control y respeto de las regulaciones urbanas y procesos inversionistas.

Estos pasos, como consecuencia de una lucha desigual de arquitectos, urbanistas y otras profesiones relacionadas con la ciudad, contra poderes a veces poco sensibles a los problemas de la urbe y que no rinden cuentas, ayudará a que la institucionalidad se consolide con bases firmes y criterios profesionales.

No tan rápido como de aquí a diez años, pero en quince o veinte espero ver una ciudad que ha conservado sus valores patrimoniales tangibles e intangibles; que ha actualizado su infraestructura; que no ha perdido lo que le queda de seguridad ciudadana; que no ha cometido los mismos errores del desarrollismo del siglo XX al pensar que un Malecón lleno de torres de vidrio es símbolo de progreso; y que haya aplicado de forma consciente, consensuada con expertos, ciudadanos, inversores y decisores, principios del urbanismo sostenible e inclusivo.

Salir de la versión móvil