Algo más sobre el amor

He aquí un grupo apretado de versos escritos por cubanos, hombres y mujeres que se exaltan y se duelen, contemporáneos nuestros que edifican su amor, complicadísimo, como cualquier amor que se respete.

Pintura de José A. Oliva.

Uno se propone no volver a hablar/escribir sobre el amor. Ya se ha dicho tanto. Además, la suma de descalabros sentimentales que es, por lo regular, toda vida cumplida en lo esencial no da margen a las disquisiciones. Sería algo así como hacer un tratado sobre lo que no se sabe. Por otro lado está el tema de la edad. Los amores, con el paso de los años, se van haciendo ridículos a la vista de los otros.

“Vacaciones sentimentales” es una frase feliz. Pueden durar semanas, meses, años, hasta que un nuevo temblor te lanza de cabeza, cantando, ¿a otro abismo? Ah, la sustancia elusiva del amor, su condición terrible. Borges decía que ejercer el amor es como fundar una religión con un dios falible. ¡Qué cosa tan terrible, un dios que se equivoca, que lanza sus dardos a ciegas! ¿Y por qué citar aquí a Borges, cuando sabemos que su vida amorosa fue más bien pobre, atenazada por terrores varios? Porque el amor no es “algo” que se da solo en el roce de las miradas y los cuerpos. Se puede ser un gran amador desde los sueños hacia adentro. Tengo para mí que es preferible un amor desdichado que ninguno. Entrever al “objeto” del amor, respirar el aire que desplaza camino hacia otros brazos, es experiencia de jubiloso dolor: una señal inequívoca de que aún, en medio de tanta iniquidad, nuestros sentidos están vivos.

Amor como la máxima fortaleza y, también, la vulnerabilidad extrema. Puede llamar con golpes quedos a la ventana o romper la puerta a patadas. De cualquier manera es “cosa” inevitable que se resiste a los adjetivos: “Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.”[1]

He aquí un grupo apretado de versos escritos por cubanos, hombres y mujeres que se exaltan y se duelen, contemporáneos nuestros que edifican su amor, complicadísimo, como cualquier amor que se respete. Son poemas que me gusta compartir porque advierto en ellos no solo maestría en el trasiego de palabras sino, además, la presencia del hondo estupor que inevitablemente registramos ante la aparición de ese sentimiento, conmoción, estado de gracia o pavor. De nuevo San Agustín, para salvarnos de la pedantería de tratar de atrapar lo inefable: si no me lo preguntas, lo sé; si me lo preguntas, no lo sé.

Iba a decir que estos poetas cubanos viven en diversos lugares del planeta, pero eso no es un signo distintivo. Le sucede también a los chinos, los kazajos, los macedonios y los actuales descendientes de los arameos o siríacos. Así es que ya es hora de abandonar la doliente certeza de nuestra pretendida excepcionalidad. Vamos todos los humanos en la misma nave de pesadillas y sueños; hasta donde se sabe, ha sido así desde el principio del tiempo, y el viento que inflama las velas es…el amor. No por cubanos son buenos poetas. Lo son porque asumen, desde la humildad ontológica, su misión de orar por todos, y de dar testimonio.

No demoro más la lectura deleitosa. Cierro con otra cita de Borges, nuestro convidado de piedra de este San Valentín. Díganme ustedes si hay mayor expresión de glorioso dolor ante la pérdida —¿momentánea? — del amor: “Ya no es mágico el mundo. Te han dejado.”[2]

Ahogados en el mismo río. Una historia de amor

And sometimes I wonder
Just for a while
Will you remember me?

Tim Buckley, “Once I was”.

Debo contarlo porque ha sido el gran momento de mi amor, la primera y única vez que fui capaz de abandonarme en el silencio y la impalpabilidad del amor verdadero. Yo no existía: sólo él. Era la noche y tocábamos guitarras. Bebíamos, o no bebíamos; aspirábamos polvos blancos de buena calidad y soñábamos sueños intranquilos que eran tranquilos y también de buena calidad. Noche mansa, la recuerdo, aquella del Wolf River. Estábamos cerca de Memphis, o eso creo, y cantábamos soñando, que es el mejor modo de cantar y aún mejor de imaginar nuestros sueños tranquilos. Y luego Jeff, el rubio Jeff, celebró la vida con su belleza y con su voz. Era algo que hacía siempre, sin proponérselo, un atributo, y yo lo amaba por eso y porque parecía un dios efímero, abandonado a su suerte. Hallelujah, Leonard Cohen, aquella plegaria, toda la tristeza quedó en el cajón de la guitarra. Exultantes, felices, tuve otra revelación, como siempre que cantaba Jeff. No pude reprimir el deseo, el sigilo del Wolf River, con sus aguas turbias y no tan calmas, y la noche que respiraba aires de noche de mayo, a punto de ser abril. Jeff me dijo Voy al río. Lo dijo con su belleza y con su voz, casi cantando —aunque no cantara. Y yo lo seguí. ¿Qué otra cosa podía hacer? ¿Cómo dejar que se alejara? ¿Cómo soportar que se alejara? ¿Alguien tiene idea de cómo es el amor cuando ha dejado de ser una estampida de palabras y de gestos elocuentes? ¿Alguien sabe cómo es cuando requiere del secreto? Lo vi entrar al agua. Keith dijo luego que lo vio entrar vestido. Yo, en cambio, recalco iba desnudo, lo sé, lo vi entrar así al río barroso, y por eso tuve que seguirlo y nadar a su lado. Estábamos en primavera, pero estaban heladas, como era de esperar, las aguas del Wolf River. Y nadamos. Reímos. Cantamos. Hay siempre idéntica felicidad en las aguas de cualquier río turbio. El sueño se prolongaba más allá de sus propios límites. Dejamos de hallarnos cerca de Memphis o de cualquier otra ciudad. Descansábamos sobre las aguas detenidas del río que es el mismo río, que será siempre el mismo río, Wolf River, donde dicen que nos perdimos, cuando la verdad es que Jeff cantó Hallelujah, y allí quedamos serenos y encontrados. Para que después hablen de suicidio y repitan, los escépticos y siempresabios, que es imposible, que la dicha del amor es imposible.

 

Abilio Estévez

Entre aguas

La realidad es algo más
que confundo.
Una de esas cosas
que nos comprime, desgarradora y amable
o al revés.

Se me ocurre que no percibes nuestras orillas.
Los secretos que abren tu lengua
en dos mitades.
Para luego lamer el rojo.
Tendido sobre la mesa, acaricio tus hombros
mordisqueo tu espalda.

Abro en dos mitades la realidad.
Por si una de ellas escapa.
La otra permanezca,
segura entre mis dientes.

 

Clara Lecuona

 

Pintura de José A. Oliva.

Este lugar es de ti

                                        a R.V.R

si acaso vuelvo

es porque no han nacido

las flores del cactus

que sembramos juntos

al descuido

una noche de agosto

en el patio

de un metro

en aquel apartamento viejo

de centrohabana

donde los caracoles eran

más jóvenes

que las ventanas

 

si acaso vuelvo

es para darle de comer

a los espíritus

que dejamos

instalados

para siempre

en el sofá roto del salón

justo al lado del cuadro de belkys ayón

 

si acaso vuelvo

es para configurar

las formas del sonido

en un solo de órgano

para que tú también regreses

lo antes posible

porque quizá

mueran de sed

las flores

del cactus

en la casa

sin puerta

que ya no existe.

 

Noel Alonso Ginoris

 

Cántico

En la hora del reposo

estaré contigo.

Cuando haya ruido en tu interior

cuando los árboles sus hojas sequen

aún sin sembrarse en tu piel

me sentirás cercana.

No hay sobre el mundo

un hálito que sople en cada espacio

oscuro o blanco como este viento

pequeño rayo suave

que cae sobre tus pies.

Tu cuerpo es danza

pero ellos corren unos pasos más allá.

Mi existencia sin tu dolor no existe

en esa hora

sólo debes mirar el borde de tus dedos

y me echaré ante ti.

Yo muero en tu vivir

y en tu morir yo nazco

así como la luna para el sol.

No tengas miedo, apóyate

duro como el cedro es nuestro amor.

 

Raysa White

 

Pintura de José A. Oliva.

(El amor en su estado natural)

Ocurre y ya

la espiral tuerce

vuelve a ser tibia

ácaro o tulipán

¿qué importa?

Sonido de moneda no cabe

en el latir

cuando este derroca

un archipiélago de dudas,

lo deja

en  fase de hipotermia.

Ese tiempo

adquiere un grosor

de resina,

aquello que sella

el intercambio

genera la imagen privada;

filamentos, texturas,

lo que la mente

quisiera rechazar

porque una especie de vapor

le acecha

la deja hincada

sobre sí misma,

así

transforma sensaciones

en algo contundente

que esparce maneras

de tocar con cada idea

un punto que

el deseo localiza

y ofrece información

que no teníamos en torno

a nuestro yo.

Voy por debajo

estilo mariposa

para que ningún agua

o corriente

me prive

del empuje redondo

que hace caer la cáscara

e instala la pulpa.

No hay un conteo para las brazadas,

tampoco una clara estructura

que me espere

pero esa línea

que aparece y muere

contiene lo necesario

para seguir tras ella

hasta que la torcaza

casi roce la tierra en su planeo.

 

Ricardo Alberto Pérez

Happy end

 

Dime dónde guardas la estructura del amor.

Eso dices, de pie, en medio de la cocina, acabado de contarme tu sueño:

Vamos en patineta eléctrica por el Puente Almendares -dices-; la calle cede y se deja transitar.

Viajamos juntos a mi casa, como en un road movie, lo he comprendido ahora.

No me precisas si vas delante o detrás de mí, pero me guías.

Si miramos bajo el puente, estamos sentados en un banco del parque y nos besamos.

Es el inicio del filme y acabamos de conocernos:

Nuestras manos se encontraron dos días antes y se juntaron enseguida,

nuestras bocas se exploran ahora, como dos bichos jugando a devorarse.

Aquel día no regresamos juntos como ahora.

Rompí un anillo real y otro invisible antes de llegar a tu puerta.

¿Lo ves, amor? Esta película no tiene un guion lineal, se narra en espirales.

En la secuencia donde vamos sobre el Puente en patineta, ya sabes mi secreto:

tengo piernas traviesas que no responden a mi cerebro.

Mételas en cintura -me dices-, y yo lo intento.

Camino en puntillas para cansar los gemelos, los pellizco y los golpeo.

Soy el personaje menos simpático, ese que es demasiado exagerado para la historia.

En cambio, tú llevas el armamento para matar a mis antagonistas, y aún así sonríes.

En la próxima curva me agarraré de tu brazo para no resbalarme.

Te prometo permanecer muy quieta y tratar de no perder el equilibrio.

Iremos una vez a la derecha y otra a la izquierda para llegar a mi casa.

Sólo entonces te confesaré lo que muchos  ya habrán descubierto:

Creo que he perdido la estructura del amor durante el viaje.

Tú sonreirás de nuevo y me guardarás en el bolsillo.

De vuelta a tu casa me quedaré dormida, y a la llegada me despertará un beso.

 

Adriana Normand

Pintura de José A. Oliva.

Discurso del hombre que cura a los enfermos

                                                            Entonces Marta, cuando oyó
                                                            que Jesús venía, salió a encontrarle…

                                                                          JUAN, 11. 20

Dos mujeres se disputan mis palabras:

una, de alma silvestre y silenciosa, me espera

siempre a la vera del camino.

Otra, de radiante y dulce sonrisa, me desnuda los pies

para lavarlos entre plegarias y susurros.

Dos mujeres, una insomne como estatua,

otra de ojos húmedos y bañados de fe,

me esperan y me nombran.

Yo voy a ellas y ellas me reciben en cada peregrinaje.

Si una lava mis pies, otra me ofrece alimento.

Si una acaricia mis manos, otra peina mis largos

e hirsutos cabellos.

No saben qué más darme que no me hayan dado,

qué vinos, qué frutas, qué secretos ofrecer

al peregrino.

Podría decirles que me dieran su sangre y no vacilarían.

O pedirles que se desnudaran y bailaran para mí,

y llenas de alborozo, de una absorta y cruel felicidad,

lo harían sin demora.

Cualquier cosa, cualquier deseo mío, cualquier capricho,

ellas no vacilarían en cumplir.

Mas no es justo que yo pida como suele pedir un hombre

a mujer.

Ni es ético que me miren de esa forma,

como aguardando algo que hace tiempo esperan

y no puedo ofrecerles.

Debo hablar sólo

como el hermano que trae en su mirada

el resplandor de una lejana estrella.

Por eso tiemblo cuando llego a esta casa

y recibo el agasajo de dos mujeres solas y estériles,

mujeres sin nombre, hechas de años y esperas,

que con la oscura piedad de sus bellos ojos

me desnudan.

 

José Pérez Olivares

Pintura de José A. Oliva.

Cismas y secesiones

 Quise tener por nombres Hopkins o Dickinson. Haber poseído la mayor fortuna de América. Amar y honrar al rey Jorge. Marchar en pos de él en caso de guerra. Sostener los mapas de Lord Camden. Buscar el oro o dejar que el oro viniera por mí.

Correr de Norte a Sur cambiando la piel en la carrera. Blanca Piel. Piel Negra. Abrir la primera tienda de tejidos en Boston. Confundir las leyes de piratería con las de independencia para seducir y poner a tus pies el poderío de Trece Colonias.

Yo quería visitar la Cabaña del Tío Tom. Usar una falda de palmeras salvajes, batiendo al viento, reflejándose en un ojo dorado. Construir piezas para buques en Norfolk, en la vieja Inglaterra, y haber viajado en esos mismos buques hasta la Inglaterra nueva.

Lustrar las armas que brillan en el desfile militar. Haber ido a la guerra en el país extraño y regresar a sembrar maíz y apilar el heno. Fundir el hierro de esas armas. Cultivar el algodón. Y luego dejarme envolver en Muselina del Norte, arrullada por voces sureñas y negras.

Quise arrojarme al mar en la última tabla. Renegar y disentir solo para marchar a construir un ferrocarril de Costa a Costa. Un paso de isla a continente. De tierra firme a isla firme.

Yo solo quería construir un camino por donde ir y venir. Un camino que vigilar hasta que consintieras ser besada en el invierno del Central Park, con el mismo miedo con que en un cine de isla acaricié tus muslos cuando Scarlett O’Hara –que no era Vivian Leigh sino tú– levantó los ojos y dijo mirándome: Lo pensaré mañana.

 

Laura Ruiz Montes

 

Yo te amaría Clara

el cuerpo de Clara era como una montaña recia y armoniosa
en medio de la niebla.

Torrente Ballester, Los gozos y las sombras

yo te amaría Clara bajo el alpendre

cerca del río donde tus ropas lavas

río fuera por tocar tus manos de capullos

rozar tus blancos talones prisioneros

tu vida es ese río Clara

que corre sin cesar y todo limpia

la mugre la mentira los fangosos deseos

te llama el río porque río eres

agua que desde dentro te viene

surtidor que se aviva con la corriente

 

yo te amaría bajo el alpendre Clara

tu cuerpo como la verdad fuerte

tu modo como la tierra cierto

tu anhelo que se desborda nervioso

como ese río que canta en el alpendre

una canción remota e indescifrable

nada importa qué digan Clara

vierten en ti su miedo su miseria

para enturbiar tu plena claridad de agua

una rabiosa rata crece en el pecho de los viles

temen al agua que vigorosa corre

y tú eres agua que no se apoca

yo te amaría Clara con un amor

de sábana recién soleada

el amor no es ese murciélago

que acosa tus noches

ni esa vela que alivia tu soledad

es agua que deshace cualquier mancha

y suaviza los grumos de aspereza

te amaría Clara con un amor

de huerta colmada de sedería

tú mereces el canto de la seda

eres digna del sueño del encaje

los lienzos rojos y negros del alba

que anuncien la mañana de tus carnes

sólo tocadas por el deseo

 

yo te amaría Clara bajo el alpendre

dos aguas que se buscan

y una misma avidez nunca saciada

 

Manuel García Verdecia

MOVIÉNDOME con lo que me enseñaste,

con el amor que crece como fuente,

después que lo sembraste en mí.

Cuando lo dabas  era cosa del aire,

de luz, de baño a los que te entregabas

sin contemplar el humo.

Ahora se impone

el color inmediato,

sobrepasar

superar el terror.

No hay nada

ni nadie que abrazar,

solo mis sentimientos,

porque el amor

me vuelve frágil

en medio de la gravedad de las cosas.

Cómo voy a estar lejos

del misterio de su sangre.

El nido de mi cabeza

está

donde tú eras la tarde,

perfilado y transido

como la hoja seca.

 

Caridad Atencio

Pintura de José A. Oliva.

Amor de ciudad pequeña

 

Así el amor, sin pompa ni misterio,

te ha echado a andar por la ciudad pequeña.

Vuelves a casa sin los madrigales

que tu mujer añora. Traes tan solo

ese dolor de quien no sabe adónde

las palabras se van cuando ella duerme.

Sabes que acaba el mar donde ella falta;

que, si un día se llena de silencios,

no será más domingo en todo el barrio.

Así el amor te avisa suavemente

de que un nombre te sigue por las calles:

Isabel, Isabel… mujer o noche.

Tu mujer está llena de mujeres:

la que lava tu herida; la que, tierna,

intenta remendarte los recuerdos.

Tu mujer sabe todas las historias.

Tu mujer es amiga de los santos.

Tu mujer, que te pare y te amamanta

y fundó la ciudad: la hizo bien chica

para estar siempre cerca, cerca, cerca.

Ella puede tragarte de un mordisco.

Cuídate de su boca y de sus ojos.

(Ese rostro está lleno de pupilas,

y hay en cada pupila una barranca).

Así el amor, sin pompa ni misterio:

porque, cuando ella canta, en los jardines

los girasoles cumplen veinte años…

Llegas al fin. Basta girar la llave:

ah, qué dulce, qué pleno, qué sencillo

es el amor en la ciudad pequeña.

La luz se apaga, tu mujer se enciende.

Ella te espera aquí con ese rostro

lleno de bocas, ¡ay!, y cada boca

llena de besos, ¡ay!, y cada beso

lleno de cosas grandes, grandes, grandes.

 

Yamil Díaz Gómez

Discurso del amante

(FRAGMENTO)

I

Por esta vez solo pretendo que la luz polvorienta de mi lámpara de cabecera

irrumpa en tu cuerpo mientras te desnudas para mí,

mientras te sientas en el borde de la cama, ligeramente inclinado hacia delante

y me miras con esa caída de ojos peculiar que dice: Tómame.

 

II

Quiero comer tu carne y beber tu sangre como se hizo desde siempre con los dioses.

Quiero oírte decir con la voz ronca –voz de puta y de virgen,

voz de hombre que incita al mal amor, a amor del bueno–

que quieres que te bese.

Quiero hacerte llorar contra la cicatriz que me cruza el pecho

y entender que esa es mi única cura.

Quiero quererte para siempre, quiero violarte con tu consentimiento,

quiero albergar en la zurda, que es mi mano de suerte, la culebra que se despereza,

anturio, pájaro mojado, flauta de azúcar viva, entre tus muslos.

 

Chely Lima

La serenidad

 

el secreto de la felicidad es tan secreto

hermosa mía es tan oculto todo

parece inalcanzable y uno se desangra

tendrá tal vez que ver con tu manera de enfrentar el amanecer

de sentir esos pájaros que saludan a coro

atravesando el cielo helado con su sonido

 

pero luego te alzas y entras a la vida diaria

rezongando con la sangre caliente

y los pájaros vuelan al infinito y ya no se les siente

 

el secreto de la felicidad puede ser la serena

frugalidad con la que pones dos tazas de café junto a las hierbas

entonces de tus ojos caen cansados brillos

como pensando en el día de mañana

en la lejanía en el rumor de los aviones que interrumpen

y el humo del café se desprende y es un fino olvido.

 

Ramón Fernández-Larrea

Bajo esta luz

 

Estoy en Barcelona,

es invierno, primavera, otro otoño crucial.

De los árboles caen los sueños, la patria,

inundan la ciudad.

Todo tiene tu nombre,

el color de tu cuerpo.

Atravieso la Gran Vía, caen las hojas

y son los flamboyanes,

los álamos grandiosos de El Vedado.

 

El tiempo se detiene

como un golpe de viento ante tu puerta.

“vivir es una pasión inútil”,

dice un grafitti sobre un banco.

 

Respiro la humedad

que ya fue respirada.

Respiro el aliento de la ciudad

donde vivo como un insecto,

un pájaro invasor.

 

El viento se agita

y agradezco ese aire,

su delicada manera de convertirme en polvo.

 

Caen las hojas como obsesiones,

está lloviendo.

Todo tiene la misma luz que tu cuerpo.

Aprendo a sobrevivirme,

a nadar en un mismo río de energías.

 

Despierto al vértigo de las palabras,

a su poder visceral,

vehemente de inmediatez

y te reescribo

en un ejercicio voluntario.

Restauro aquella intensidad.

Todo es simple. Estás conmigo

sin patria, sin aplausos.

(Todo lo que es hoy mercancía de los sueños).

 

Bajo esta luz

los plataneros enhebran

la provisionalidad de la memoria.

Estás dentro de mí como esos árboles,

la avenida salvaje. Rugiendo,

cruzando un páramo, un río caudaloso

que amenazan

con romperme el pecho.

 

Y vuelvo sin ti, pero contigo

al vino torvo, a los versos.

 

Cira Andrés

Pintura de José A. Oliva.

Trillos

(fragmentos)

 

XXXI

Corro

con un papel secreto

/una carta de amor/

por la noche cerrada

corro

con los ojos cerrados

por un camino que no es camino aún.

 

Vuelvo

corro otra vez

con la respuesta,

/otra carta de amor/

por la noche cerrada

con los ojos cerrados

 

XXXII

y voy haciendo el trillo

la vereda cerrada hacia la noche

en la noche cerrada que no me espera

que debo abrir

aunque tan solo tenga

una carta secreta

/y sea de amor.

 

XXXIII

El amor es un niño que corre con los ojos cerrados apretando los párpados, apretando las manos, con un mensaje en blanco, por una vereda que no existe. El amor es un trillo que no existe por el que corre un niño hacia lo blanco. El amor es un blanco que espera por un niño en la noche cerrada, con los ojos cerrados. El amor es la noche cerrada, los ojos apretados y la vereda blanca.

 

Alfredo Zaldívar

Dimensiones variables

 

XXVIII

Comía un mamey. Hundía

la cuchara

en la pulpa olorora

de la fruta

y pensaba

en la similitud

entre la carne

del mamey

y la carne

de un hombre.

Asociaciones

involuntarias.

Trampas del inconsciente.

Relación entre dos objetos

distantes

que el deseo vincula

y la cuchara

ahueca.

Uno a uno los nombres

que no me atrevería a nombrar

rodaron por mi lengua

y con ellos

volví a sentir,

contra mi paladar,

los cuerpos que alguna vez

estuvieron dispuestos

para mí.

En el breve recorrido

que la cuchara traza

de la fruta a la boca,

se disfruta otra vez

de los recuerdos,

del instante,

de la seducción.

Hay un tiempo

que en todo

se queda detenido.

La cuchara que horada

y escarba

en el mamey

también lo hace en la memoria.

Pasa mi lengua por su pulido borde

y en esa boronilla de la carne

jugosa de la fruta

me demoro

pues su sabor dulzón

se me confunde

con el sabor

que ellos

me dejaron.

Aparto la semilla

y otras hebras amargas.

Escribo. Traduzco

en el papel

asociaciones.

De lo que fue la fruta

solo queda

–en mi mano–

como cuenco vacío

la cáscara rugosa,

la cuchara en el aire

mientras pienso

en la similitud

que siempre ha de existir

entre la carne del mamey

y la carne de un hombre.

 

Nelson Simón

Pintura de José A. Oliva.

Diálogo de Piscis

 

María bebe una leche serena que entibia su garganta

y un vuelo de hojas secas atraviesa la noche

donde afuera conversan a la sombra de intrépidas columnas

que el mes de marzo extiende en las aceras

y en las caras ociosas de la gente que baja de los trenes.

Piscis escribe con su manera gótica el dramatismo de los días,

miércoles todos de cenizas entre las friolentas ramas de los pinos

y los vestigios de un crepúsculo que viene del Atlántico a dialogar con ella.

Toda la madrugada hace un recuento de mil detalles,

hora por hora del tiempo infausto y manuscrito

en una novela espeluznante que el auditorium de la familia

oye como si fueran voces de heraldos,

mientras las manos sobre la mesa se despedazan

y hay quien adopta las posiciones más extremistas de los discóbolos

en los espacios desocupados junto a la lámpara

y los cubiertos casi de plata acompañados por unos gestos de soledad

con los que alguien sueña ahora mismo en New Jersey.

Incertidumbres en vez de escenas como el invierno.

Lo mismo constante a veces sobre los nombres

de antiguos cíclopes que Piscis, dice ella, vio morir

todos heridos de abulia cruel cuando enfrentaban el viento sur,

danza macabra, obra del diablo y la nostalgia frente al espejo

donde se oculta la luz del agua.

Cuando la noche, arte de magia, serena el mundo de los espíritus

aquí comentan la suerte adversa de aquellos años

de solitarios enfurecidos que imaginándose antiguos héroes

deambulaban por la ciudad intocable y temblorosa y falsa

como un paisaje para cualquier tapiz.

Di, Piscis, pronto, después de esta sombra tenaz

que en pocas horas será vencida, con la demencia que te acostumbra,

di Dios solo sabe y hazme esperar en los sillones

donde María sobre la nada y en brazos tuyos, adormecida,

parece oír con los ojos la exclamación que hace la leche

humedeciéndote los vestidos y la forma onírica de mirar,

como el ser que tú eres de romántica estirpe.

Con la noche, la noche en los cuerpos se obstina.

Hojas secas que vuelan a los pies de quien viaja en un tren sin destino

entre nubes y campos desvencijados por el aburrimiento

y un imperio que gobierna a este día que se marcha, ¿hacia dónde?

 

Luis Lorente

Vencer en lo más triste

Anoche me acosté con un hombre y su sombra

Carilda Oliver Labra

 

Héroe

no me deshojes flores sobre el cuerpo

que pudren el alma

y luego apesta.

Dime, ¿de qué nos conocemos?

¿De otro rato en la cama?

¿De algún trago de más?

¿De la desidia?

¿De qué supones que estoy hecha?

No me salves

de estas sábanas toscas

de este gemir de fiera.

Héroe

vuelve a doblarme las rodillas

desgástame el cielo con la lengua

guarda las armas

los límites

las cantinelas.

Soy tierra de nadie

no caben más silencios en este ring sin cuerdas.

Lléname los vacíos

no confundas con fragilidad lo pálido

no me salves de nadie

ni del suicidio

ni del mundo

ni del verso.

Héroe

gotéame la noche sobre el pelo

destéjeme las trenzas con la vehemencia del abrazo.

Tu sombra eligió morir contra mi sombra

sin testigos

quisiste vencer en lo más triste:

en la terca soledad de un cuerpo.

No me salves

después de todo a nadie importa

dibújame otra herida sobre alguna de tanta cicatriz

dibújala sin sangre

sin drama ni matices

para que nunca te recuerde.

Déjame todas tus fiebres en la boca

si blasfemo cuéntame los dientes

rodéame

escríbeme una canción sin letra

grita hacia adentro

que hoy vamos a morir de fuego amigo.

Héroe

la culpa no es de nadie

no llores cuando te deje atravesarme el alma

déjame lisa

como dejan a la arena las mareas.

Y cuando caiga

leve

o brutal

de saciedad vencida

no me beses

no me salves tampoco

de la versión más triste de mí misma.

 

Sonia Díaz Corrales

 

 

 

Abilio Estévez (La Habana, 1954). Narrador, dramaturgo y poeta. Su último libro publicado es Archipiélagos, novela, Tusquets Editores, Barcelona, 2015. Reside en Palma de Mallorca, Islas Baleares, España.

Clara Lecuona Varela  (Santa Clara, 1971). Poeta y narradora. Premio “Un poema en voz alta¨ 2019, del Festival Internacional de poesía de La Habana y La revista literaria St. Petersburg, Estados Unidos. Último libro publicado: Del cotidiano vacío, Editorial Letras Cubanas, 2017. Reside en Ciudad de la Habana.

Noel Alonso Ginoris (Cárdenas, 1995). Poeta, editor y traductor. Editor de la gaceta mexicana La Experiencia de la Libertad. Su libro ética a garrotevil obtuvo primera mención  en el premio nacional de poesía Mangle Rojo.

Raysa White Más (Camagüey, 1952). Escritora y periodista. Premio Poesía “13 de Marzo” U.H., 1980. Realizadora y guionista de medios audiovisuales. Autora de los poemarios Tránsito, Meditaciones de Rocinante; y de las series audiovisuales Mirarte, Mi gente, Hágalo con Arte y América en la Casa. Último libro publicado: Debe ser que no supimos (poesía), 2004. Vive en Santo Domingo, República Dominicana.

Ricardo Alberto Pérez (La Habana, 1963).  Poeta, traductor y crítico de arte. Premio Nacional de Poesía “Nicolás Guillen”, obtenido con el libro Oral-B. Entre sus libros publicados se encuentran: Trillos Urbanos, ¿Para que el cine?; Vengan a ver las palomas de Varsovia; Miedo a las ranas; y Piñera en el Balancín. Vive en La Habana.

Adriana Normand (Berlín, 1976). Narradora y poeta. Aparece antologada en The Oval Portrait: Contemporary Cuban Women Writers and Artists; Wings Press, San Antonio, Texas, 2018. Su libro de relatos Photomatum fue publicado en 2007 por  Ediciones Extramuros, La Habana, ciudad donde vive.

José Pérez Olivares (Santiago de Cuba, 1949). Poeta y pintor. Su último libro, A la mano zurda, recibió el Premio Iberoamericano de Poesía “Hermanos Machado”, Sevilla, España, 2014; publicado ese mismo año por la Fundación José Manuel Lara en la colección Vandalia.

Laura Ruiz Montes (Matanzas, 1966). Poeta, editora, ensayista y traductora. Obtuvo en 2008 y 2012 el Premio Nacional de la Crítica Literaria, y en 2018 el Premio de Traducción Literaria. Su libro más reciente es Diapositivas (poesía, 2017.) Vive en Matanzas

Manuel García Verdecia (Marcané, 1953). Poeta, profesor y traductor. Mención Casa de las Américas en poesía, 2011. Su último libro publicado es “Antífona de las Islas”, Editorial Letras Cubanas, Habana, Cuba, 2014. Vive en Holguín.

Caridad Atencio (La Habana, 1963). Poeta, ensayista e investigadora. Su último libro publicado es Desplazamiento al margen, Ediciones Extramuros, 2018. Premio de Poesía de La Gaceta de Cuba en 2005. Reside en la Habana.

Yamil Díaz Gómez (Santa Clara, 1971). Poeta, periodista y editor. Ha recibido, entre otros reconocimientos, la Distinción por la Cultura Nacional. Su último libro publicado es Dos gotas en la llama, en coautoría con el trovador Lázaro García (Editorial Callejas, Trinidad, 2019). Reside en Santa Clara.

Chely Lima (La Habana, 1957). Poeta, narrador y dramaturgo. Su último libro publicado es el poemario bilingües “Lo que les dijo el licántropo/What the Werewolf Told Them”, NY, 2017. Reside en Florida, Estados Unidos de América.

Ramón Fernández-Larrea (Bayamo, 1958). Su poemario más reciente es Todos los cielos del cielo (Editorial Verbum), con el que obtuvo en 2014 el premio internacional “Gastón Baquero”. Acaban de editarse otros dos libros suyos de prosa: Kabiosiles. Los músicos de Cuba y Cuba a la carta. Vive en Miami.

Cira Andrés (Florida, Cuba, 1954). Poemarios: Visiones, Letras Cubanas; Sobre el brocado de los ojos, colección Ciclos, UNEAC; Parábolas, UNEAC; Figuraciones, Santiago de Chile, 2015. Vive en Barcelona, España.

Alfredo Zaldívar (Holguín, 1956). Poeta y editor. Premio de la Crítica, 2016. Su libro publicado más reciente es trillos/precipicios/ concurrencias, Red Montain, Santa Fe, EEUU, 2017. Reside en Matanzas, Cuba.

Nelson Simón (Pinar del Río, 1965) Poeta, escritor para niños y editor. Entre sus libros de poesía destacan A la sombra de los muchachos en flor y El humano ejercicio de las conversaciones, con ambos obtuvo el premio Julián del Casal (UNEAC de poesía) y el Premio de la Crítica literaria, distinción que su obra ha recibido en siete ocasiones.

Luis Lorente (Cárdenas, 1948). Poeta. Premio Casa de las Américas (2004) con el libro Esta tarde llegando la noche. Dicho poemario y Más horribles que yo (2006) fueron reconocidos con el Premio de la Crítica. En proceso de publicación por Ediciones Unión: Excepcional belleza del verano.

Sonia Díaz Corrales (Cabaiguán, 1964). Poeta y novelista. Su último poemario publicado es  Los días del olvido, España, 2016. En el 2015 la Editorial Capiro, de Villa Clara, reeditó su novela El puente de los elefantes. Vive en Tenerife, Islas Canarias.

 

Notas:

[1] Jorge Luis Borges, “El amenazado”.

[2] En su poema “1964”

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