Andy: “La felicidad existe, pero es efímera”

La asertividad es su don natural. Para todos tiene una sonrisa y una frase amable. Es solidario y entusiasta, y lo mismo se enrola en un proyecto de muestra colectiva que en la mudada de un vecino.

Andy. Foto: Joel Guerra.

Andy es un personaje que anima la escena artística de La Habana. Está su obra, suficientemente valorada, pero también está él, en todas las exposiciones, apoyando a los colegas.

Viste atuendos indescifrables, que “combinan” rayas y cuadros, colores chirriantes entre sí y hasta tocados que parecen sacados del camerino de los Hermanos Marx: una visera que trae incorporada la peluca, un bombín…

La asertividad es su don natural. Para todos tiene una sonrisa y una frase amable. Es solidario y entusiasta, y lo mismo se enrola en un proyecto de muestra colectiva que en la mudada de un vecino. Se hace querer y quiere, sin condiciones, a los que selecciona como amigos. No es terco, sino “firme en sus convicciones” humanas y artísticas, y puede “emperrarse” con elegancia. Todo un lord con un vestuarista muy imaginativo…

Andy es modelo 1965. En 1987 se graduó en el Instituto de Diseño Industrial. A su labor de pintor y grabador, ocasionalmente ha sumado la de muralista, en Cuba y Uruguay. Varias paredes de salas pediátricas de oncología en la Isla han sido pintadas por él.

Sería imposible aquí consignar su inmenso currículo. Comparto sólo algunas exposiciones personales entre las de mayor relevancia:

Identidad mental (1995), Galería Teikyo Marycrest University, Iowa; Pintura cubana (2001), Galería  Nau  Ivanow, Barcelona; Entre Picasso y Montoto (2005), Galería Servando Cabrera Moreno, La Habana; Habana abstracta (2006), Galería Espacios,  Colombia, y  Post data (2017), Galería Carmen Montilla, La Habana.

Sus obras han sido exhibidas en muestras colectivas o individuales, en Cuba, Estados Unidos, Canadá, Panamá, Colombia, México, Argentina, Costa Rica, España, República Dominicana, Finlandia, Brasil y Japón. 

La pareja, 2014. Óleo sobre tela, 200 x 250 cm.

¿Cómo pasas de diseñador a grabador y pintor?

Me gradué de la escuela de diseño, y cumplí el servicio social en la revista Alma Mater, de la FEU; luego pasé a la TV Cubana como diseñador y realizador gráfico,  y ahí me di cuenta que estaba muy “amarrao”  a condiciones estrictas del medio.

Yo tenía un profesor, Palomino, que era grabador del Taller Experimental de Gráfica de La Habana (TEGH), en la Plaza de la Catedral, y siempre pasaba por allí a saludarle; aquel mundo de prensas, piedras, metales, dibujos, artistas, me gustaba mucho. Un día presenté una carpeta de lo que venía pintando,  y me aceptaron como artista invitado por tres meses. Y voy por treinta años, ya como miembro… Ahí comencé la carrera como grabador y pintor.

Amor en tarde gris, 2017. Acrílico sobre tela, 80 x 60 cm.

¿Qué encontrabas en el TEGH? ¿Tienes nostalgia de aquellos tiempos?

El Taller sigue siendo mi casa. Fue el lugar donde me formé realmente, entre grabadores de mucha experiencia y prestigio, donde conocí a grandes creadores. Ha tenido altas y bajas. Sí, siento nostalgia por el pasado. Eran otros tiempos, había mucho intercambio de criterios, viejos grabadores que ahora no están, unos fallecidos y otros  fueron encontrando su camino y levantando sus propios talleres. Ya no es igual, a pesar de que sigue inyectándose gente nueva. La creación en grupo, como pasa en los talleres, suele potenciar la obra individual, porque hay diferentes maneras de apreciar el proceso, opiniones que uno puede aceptar o no, y eso da la posibilidad de modificar la pieza antes de darla por terminada; o reafirmarte que el camino elegido es el correcto. Si es que se pudiera hablar de corrección en el arte. Aún así, la creación es un ejercicio solitario que puede ejercerse rodeado de gente.

Bosque gris, 2018. Óleo sobre tela, 130 x 145 cm.

¿Desde cuándo y por qué Ángel se convirtió en Andy?

Cuando empecé en el mundo de la pintura, descubrí a Andy Warhol y me fascinó su obra; hacía cosas imitando su manera de pintar, o sea el Pop Art; conocía casi toda su producción. Y por eso, por mi entusiasmo por ese artista, empezaron a llamarme Andy. Me quedé con el apodo, y firmo así, pero mi nombre es Ángel Eusebio Rivero Sierra.

En busca de un sueño, 2018. Óleo sobre tela, 150 x 100 cm.

Te expresas, fundamentalmente, a través de la abstracción. Sin embargo, no eres un abstracto ortodoxo, pues en tus obras pueden aparecer fotos, objetos identificables. ¿Por qué?

Me viene del arte pop. Esta manifestación usa imágenes de productos de consumo, objetos y personajes de la historia arraigados en la gente, emplea el collage, adiciona otros elementos que enriquecen su visualidad y proporciona espontaneidad a las obras. Por otra parte, no me gusta estar limitado estrictamente por lo que se considera abstracción, porque siento otras necesidades expresivas y las mezclo, las yuxtapongo, en comunión y diálogo. Es como decir y hacer varias cosas al mismo tiempo, sin atarme al sentido abstracto singular. Me permite ser más abierto, más flexible. También es algo que me diferencia del resto de los pintores abstractos.

 

 

 

¿Qué importancia tiene para ti titular las obras?

La asimilación de la abstracción es compleja para el público medio. El título ayuda a ver, a entrar en la obra, a respirarla, a tener una noción del contenido de la historia. Casi nunca dejo de titular una obra; tampoco uso títulos corrientes, sino que estén pensados, y convengan a la pieza. Es como darle nombre a algo que nació de uno. Además, sirve de guía en los catálogos. Una ayudita para los investigadores y críticos del futuro, si es que me llegan a tener en cuenta.

Metáfora de la inocencia, 2019. Acrílico sobre tela, 135 x 105 cm.

Los blancos también hacen cake, 2016. Acrílico sobre tela, 120 x 165 cm.

La orgía de la sangre, 2019. Óleo sobre tela, 160 x 125 cm.

¿Cuándo y cómo comenzaste a asumirte como artista?

Hace poco polemizaba con un amigo realizador de videos. Tengo una visión particular sobre este tema. Me considero pintor, no artista, porque artista es quien crea algo que no existe, algo que sale a la luz por primera vez, sea una tendencia o una forma de pintar. Por ejemplo, Picasso con el cubismo; Kandinsky, que a principios del Siglo XX crea la abstracción, y rompe con todo lo que se estaba haciendo hasta ese momento, y así. Y luego hay quien sigue esas tendencias y desarrolla una trayectoria, que puede ser relevante, exitosa, partir de algo que creó un artista.

Esta visión no  la comparte todo el mundo. Hay mucho ego.

¿Entonces un gran pintor puede no ser un artista?

Exacto.

¿Y un mal pintor?

Sí, pudiera. Si tiene demonio suficiente y un inmenso grado de creatividad. Cuando se unen maestría y poder creativo, entonces surgen los clásicos, a los que siempre habrá que volver.

¿Cómo describir tu poética?

Mi poética es la vida, el diario, la política, el amor, los niños. Nadie pinta como los niños. Yo no pinto lo que veo, pinto lo que pienso y siento. Muchas veces la realidad del mundo, las cosas que pasan, tiene un contenido abstracto, porque no están claras, no son lógicas. Nadie me puede decir que el amor es redondo o triangular o tiene forma alguna, el amor es un sentimiento muy abstracto.

Paisaje personal, 2006. Óleo sobre tela, 250 x 200 cm.

Una vez me dijiste que los artistas en Cuba se clasifican en tres categorías: desconocidos, conocidos y reconocidos. ¿A cuál perteneces tú?

Si preguntas por mí en las barberías o en el sector de la construcción, no saben quién soy. Pero en el círculo de las artes plásticas casi todo el mundo me conoce, sobre todo de mi generación para arriba. Por lo tanto, creo que soy conocido. No digo que muy talentoso, ni el mejor, pero conocido, sí.

Pa levantar el vuelo, 2006. Óleo sobre tela, 150 x 120 cm.

Eres un gran fabulador. Tu muro de Facebook está repleto de historias descacharrantes. ¿Cuánto de verdad y cuánto de ficción hay en ellas? Entre todas las que has acumulado a lo largo de los años, ¿cuál es la número uno en la preferencia de tus lectores? ¿Quieres compartirla aquí?

En los últimos años me dio por escribir. He publicado en Facebook más de setenta historias personales que son locas, simpáticas. Parten de la pura realidad; claro, yo les agrego lenguaje contemporáneo y las adorno con ciertas situaciones, para crear mayor interés en el lector, como pasa en el cine o en la propia literatura; pero tienen un 80% de realidad. La del parqueador fue muy popular. Te la cuento:

Resulta que llevaba más de 10 años parqueando en el mismo lugar, a un costado de la Catedral, frente al Seminario San Carlos. Llegué un día, y estaba todo ocupado por esos carros sin techos, para turistas. El parqueador, que me conocía, me decía de lejos que estaba a tope. Yo giré en “U”, y salí a buscar lugar en otro sitio. Luego me fui al taller a trabajar. A las 6 de la tarde, hora habitual en que “colgaba los guantes”, caminé a buscar el carro donde siempre lo dejaba. No lo encontré. Después de buscarlo mil veces para arriba y para abajo, me subió una cosa por los huevos que me paraba el corazón. Me dije: ¡lo robaron! Fui a la estación de policía que estaba cerca y puse la denuncia. Mandaron a buscar al parqueador. El tipo vino más colorao que la boca de un payaso. Él decía: en mi vida como custodio nunca se me ha perdido un carro; usted hoy no entró. Le aseguré que sí. Levantaron un acta y lo pasaron para la sala de interrogatorios. Me tomaron declaración y el número de la chapa, y me dijeron: puede retirarse, está circulado.

Ya a la salida de la estación, paso por delante de un carrito igual al mío. De golpe me acordé que ese día yo lo había tenido que parquear en otro lugar, frente a la Bodeguita del Medio; y, claro, no me acordé porque era mi costumbre por diez años parquear siempre en el mismo lugar. Viré pa’tras y le dije al carpeta: Guardia ahora me acordé que dejé el carro en otro lugar. El policía se paró, se quitó la gorra y me dijo: ¡De tranca! Le gritó a otro guardia: Nicola, suelta a ese hombre, que es inocente. El tipo salió de allí rojo, empingao, echando humo por la nariz. Para arreglar las cosas le dije: Mire, yo no lo denuncié a usted, yo denuncié la desaparición de mi carro. El pobre hombre me decía que era la primera vez que pisaba una estación de policía. Con los puños cerrados me alejé de él, por si se ponía violento.

Desde La Habana Vieja a mi casa, detrás de la Terminal de Ómnibus, me pararon cinco veces porque el carro estaba circulado, y no había forma humana de que entendieran los caballitos lo que me había pasado, ni creyeron que yo era el dueño legítimo del carro.

Tengo muchos lectores de estas historias, y hasta me las piden por privado. A veces se me va la mano y pongo malas palabras, pero la gente, increíblemente, me dice: no, no; a ti te queda bien. Mira tú.

Mueca de pájaro, 2014. Acrílico sobre tela, 220 x 154 cm.

Eres habanero. ¿Cómo sientes la ciudad?

Nací en La Habana. La ciudad para mi es algo muy importante. A pesar de su descuido, de su abandono, de su suciedad, caminar las calles de El Vedado, de la zona vieja, apreciar las mansiones que un día fueron señoriales, la arquitectura tan variada…

La Habana tiene un encanto especial, la verdad: la luz; aquí he sido feliz y también infeliz. La gente hablando de balcón a balcón, el bullicio, el colorido. Eso es difícil de olvidar. Y, por último, el mar, que la besa todos los días. Esta maravilla de capital debiera atenderse un poco más. Eusebio Leal hizo un trabajo colosal. Ojalá se siga su ejemplo en el rescate de edificaciones y espacios públicos de valor patrimonial, y se vele por el acabado y el buen gusto de las restauraciones.

Has conocido personajes notables de la cultura cubana, como Julio Girona, con quien llegaste a exponer. ¿Algún recuerdo, alguna anécdota de él?

Girona era un tipo encantador y un excelente pintor, repleto de anécdotas. Había estado en la Segunda Guerra Mundial. Lo visitaba con frecuencia en su apartamento de El Vedado. Un día me contó que durante la guerra, en la enfermería donde estaba recuperándose, le hizo un retrato a la enfermera, y cuando se lo entregó le dio una nalgada. Ella se quedó atónita, y le dijo: le perdono porque el retrato es muy bueno. Entonces él le dio otra.

Le invité a exponer en el 2001 junto con Rigoberto Mena. Fue su última exhibición. Al año siguiente falleció.

¿Eres un hombre de fe? ¿Dialogas de alguna manera con Dios?

No soy religioso, pero sí tengo fe. Creo que Dios existe, y le hago oraciones. Él no es responsable de lo que pasa hoy en el mundo. El responsable es el propio hombre. Al leer La Biblia entiendes muchas cosas. Es Ley de vida.

Péndulo, 2016. Acrílico sobre tela, 165 x 131 cm.

¿Cómo te trata el mercado del arte en Cuba? ¿Es cierto que vives de la brocha?

No me puedo quejar. A veces me va mejor; a veces, peor. Llevo 30 años viviendo de lo que hago, que es producir arte. Lo lamentable es que dependemos de un mercado extranjero, porque no se ha logrado un coleccionismo nacional potente. Casi toda la obra de creadores notables hecha en Cuba en los últimos treinta años se ha ido; y eso es preocupante, porque forma parte del patrimonio de la nación. Las instituciones adquieren algunas obras, pero es insuficiente. Se han ido y se seguirán yendo muchas piezas. El 98 % de la mía está fuera de Cuba.

Un día para Van Gogh, 2006. Óleo sobre tela, 120 x 150 cm.

¿La crítica ha sido generosa contigo?

Creo que sí. Me han atendido muchos críticos respetados en Cuba, y, en sentido general, me han llevado bien. En ocasiones, mejor de lo que merezco. Hay textos sobre mi trabajo en casi todas las revistas especializadas de arte en el país.

¿Qué es la felicidad para ti? ¿Te consideras un hombre feliz?

La felicidad existe, pero es efímera. Hay pequeñas cosas que me hacen feliz y otras que no tanto, pero no te puedo decir que soy feliz completamente. Me sensibilizan muchas cosas, otras me hacen daño. La emigración de amigos es una de ellas, el no ver soluciones inmediatas a situaciones que nos aflojarían la penuria. La vida es corta. Cada día el planeta amanece con noticias que no son nada alentadoras, y eso, a todas luces, alimenta la infelicidad.

 

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