Leyla Leyva: “Vi en el océano las márgenes del sueño”

La poeta transita entre las palabras y las emociones como quien cruza por un campo minado. Tensa las imágenes hasta el límite, y exhibe el resultado sin pudor, aunque con un dejo de tristeza.

Leyla Leyva (2012), imagen para la promoción de la Feria del Libro en San José, La Habana. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Leyla Leyva (Cienfuegos, 1964) es una poeta cercana. No sólo porque ahora vive a pocas cuadras de mi casa, sino, sobre todo, porque en su búsqueda de lo inefable hallo el impulso, el temor, la tensión y la impudicia que, como lector, busco en otros autores.

Transita entre las palabras y las emociones como quien cruza por un campo minado. Tensa las imágenes hasta el límite, y exhibe el resultado sin pudor, aunque con un dejo de tristeza. Parece como si nos dijera que los versos con que construye ese artefacto llamado poema son los daños colaterales en la batalla por ver lo invisible, oír lo inaudible, palpar lo intangible: la constatación de que está alerta en esa guerra por descubrir y preservar la belleza. Y que lo seguirá intentando, aún cuando el ámbito en que se mueve en que nos movemos todos sea hiriente, inhóspito y más cruel de lo que podríamos tolerar. Dijo otro poeta: “Sé que en el mundo hay dolor / pero no es dolor el mundo”.

Hasta el momento, Leyla ha publicado los poemarios: Piélagos (Editorial Letras Cubanas, 2000), ganador del Concurso Lourdes Casal, en su primera convocatoria internacional; Ejercicios carnales (Letras Cubanas, 2009), Estado de espera (UNIÓN, 2012), y mataremos al hijo (Letras Cubanas, 2024). Su cuaderno de versos Las amantes deformes se encuentra en proceso editorial. 

Ha sido incluida en la antología Catedral sumergida, compilación de poesía cubana escrita por mujeres entre el siglo XX y el XXI (Letras Cubanas, 2014), y en la bilingüe Sin mordaza (2021), de poesía brasileña y cubana.  

En el espacio Lecturas de Poesía Contemporánea, que conduce Ricardo Alberto Pérez. Librería Fayad Jamís, 2023. Foto: Cortesía de la entrevistada.

¿Cómo, a qué edad, se produce el encuentro entre la poesía y tú? 

Si debo recordar ese momento, antes tengo que asumir la poesía como estado del pensamiento que se proyecta o proyectará, no como género. Entonces me veo con diez años, sentada en la escalera de nuestro apartamento del Malván, frente al mar, en Varadero, un día invernal, a la espera de mi madre, que nos dejaba sin llave para entrar a la casa cuando regresábamos de la escuela. 

Nos habíamos criado con una tata, en Cienfuegos, mientras mis padres trabajaban dirigiendo. Eran tiempos en que las madres integradas parían, a imagen y semejanza de las federadas de la época, por lo menos cuatro hijos que se educaban en medio de las contingencias. Nuestra tata, por suerte, se llamó Mirtha Montero, mi ángel tutelar. Pero a los nueve años el hilo se rompió, porque fuimos a vivir a Varadero, solo con mis padres. Ese cambio, de niña sobreprotegida a una que se mueve libre, a su suerte, despertó en mí una melancolía que luego he considerado como un despertar a la consciencia de la finitud de la vida, a la fragilidad de ser. 

Entonces, hubo un día impreciso de aquel tiempo en que se hizo muy clara la expresión y comencé a crear en mi mente, a hablar a la inmensidad que era el mar y del que me separaban diecisiete escalones. Comprenderás que lidiar con esa angustia confusa, sin un interlocutor humano, no fue un paseo por el prado, así que escribí una pésima obra de teatro, que dirigí e interpreté. Esa liberación funcionó, aunque fuera un escarceo estudiantil. 

Más tarde, en la secundaria, me uní a las “escritoras” de novelitas rosa por encargo. Una experiencia que cuento sin vergüenza. Ahora, la poesía escrita, hacia donde va casi toda mi inquietud creativa, apareció a los dieciséis, después de mi encuentro con Vallejo, Borges y Emily Dickinson, entre otros autores. O de mi deslumbramiento con La ciudad y los perros, de Vargas Llosa, y con otra novela de naturaleza tan lejana a mis preferencias de hoy: La alegría de vivir, del Émile Zola; lecturas todas que agradezco a mi padre, un incesante lector que activó en mi temprana juventud ese disparador intelectual.

Diciembre de 2013, en el aquelarre organizado en casa de Maggie Mateo. Foto: Cortesía de la entrevistada.

¿Ser poeta supone una sensibilidad particular, una suerte de hiperestesia? 

La poesía ocurre en un estado de tensión, de pelea con lo inasible. Es hija de una ansiedad: atrapas el instante (cuando lo atrapas) y ya se escurre sin definición o posibilidad de que pueda repetirse o cifrarse esa eficacia. Hablo de la poesía, no del simulacro de lo lírico. La poesía es o no es, pese al bardo, a las tribunas sociales o a las influencias de las zonas de poder. Y también, más allá de los géneros literarios. Aunque soy de las que se sienten bien con el empaque, con cualquiera que funcione. E igual con la hibridez que ofrecen otras vías expresivas para alcanzar lo poético.

¿Te asumes como poeta? ¿Cómo se dio ese proceso de aceptación de la diferencia en ti? 

Cuando me hacen esa pregunta, siempre pienso que es una provocación para medir mi grado de tolerancia o mi humor. Hace algunos años, presentaba un espacio de conversación en la Casa de la Poesía, y en la preparación de la charla, un poeta invitado me escribió algo así como “ustedes los poetas”, que me paralizó. Supongo que esa frase puso en entredicho lo que privadamente gestionaba desde que publiqué mi primer libro con Letras Cubanas. Así que con el tiempo decidí asumirme como poeta, nunca poetisa, aunque todavía me acose el síndrome del impostor en forma de sombra nefasta. Pero todo tiene su lado positivo, ya que mi febril sentido crítico se ha aguzado para leerme y leer a los otros.

En una esquina de El Vedado con los poetas Soleida Ríos y Ricardo Alberto Pérez. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Si aceptaras que la poesía es ese algo indefinible que en ocasiones va a dar a los libros, ¿cuál sería, hasta el momento, el hecho de mayor trascendencia poética de tu vida? 

Cada libro que he escrito que no son ni quieren ser muchos se mueve en un círculo de lo cotidiano que engaña a la simplicidad. Eso, te lo confieso, lo asumo como un acto consciente. Mi familia, mis afectos y desafectos, y todas mis ansias y pérdidas, han ido a parar a la poesía. Lo más luminoso que escribí alguna vez fue Piélagos. Pensé que era el cuaderno de la esperanza, pero está visto que no sé escribir con alegría…

¿Es en tu caso la poesía un prisma, una compañía, una herramienta de conocimiento, un ejercicio del desgarramiento, un modo de estar alerta o un oficio? 

Cuando escribo, rezo para que el oficio me enderece. Lo invoco hasta con incienso, pero no resulta grato. Mi poesía tiene fuertes vasos comunicantes con mi vida. Aunque no es biográfica, a veces la entrada a ella se convierte en un proceder quirúrgico que hasta a mí me asusta y daña. 

Hace un año que murió Rolando 1. Vivimos en matrimonio por casi treinta. Una vence al sobresalto, apenas, pero sigue tratando de oficiar como una madre, e incluso, como una poeta digna, pero la poesía no salva a nadie, solo te estructura la memoria y te lanza al ruedo para seguir sin demasiada lástima de ti.

En una esquina de El Vedado, 2010. Foto: Cortesía de la entrevistada.

¿Quiénes son tus poetas de cabecera, esos a los que siempre vuelves? ¿Quiénes crees que hayan influido en ti?  

La lista es interminable. En mi etapa universitaria, Lezama fue la biblia, y Borges, y Eliot…; luego, sobre todo, los poetas que en los ochenta, en Cuba, conformaron una generación que nos mostró caminos y veredas. Estén donde estén, aunque haya antologías que ignoren a los de acá, y antologías de aquí que omitan a los que no están en Cuba. Ahora mismo, las influencias se difuminan; lo mismo viajo de la mano de Clarice Lispector, Anne Carson, Susan Sontag o Joseph Brodsky, que regreso a Margaret Atwood o a Elizabeth Bishop. 

Hace unos días que leo la novela Arácnidos, de Ricardo Alberto Pérez, una experiencia que te adhiere a lo mental, a lo psicodélico, y ha estimulado, para bien de mi escritura, esa parte oscura que suavizo con sarcasmo. 

Cubierta de “Estado de espera”. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Tu primer poemario publicado, de 2000, se titula Piélagos. Sé que creciste al lado/en/sobre/dentro del mar, y no de cualquier mar. ¿Te consideras una mujer de isla? ¿De algún modo el mar ha intervenido en el desarrollo de tu sensibilidad artística? ¿Temes a la ira del mar? ¿Consideras el mar un elemento vivo, misterioso? ¿Piensas que el mar es límite o posibilidad?

El mar siempre está vivo, al acecho, aunque la calma y la belleza te hagan pensar en su magnanimidad.  Buena parte de mi vida la he vivido con el mar rozándome; he visto de frente su furia y me he consolado dentro de él, pero para mí, en todo momento, será misterio y límite. Hay un mar para la contemplación y otro para los ahogados. Al mar acordamos volver todos en mi familia pequeña, al final de la vida. 

Cuando era niña, en la calle 52 de Varadero, casi todos los del aula vivíamos cerca y nos bañábamos en la playa juntos. Tengo una clara idea del bienestar de aquellos años, nadando hasta el segundo banco de arena para “sacar fondo”, con total ignorancia del peligro. Nunca fui más feliz que en esa infancia libre, en medio de un territorio casi virgen, con unos amigos que se perderían por el mundo, aunque en el recuerdo sigan andando en trusa por entre los pinares, que ya han desaparecido, o gritándome “flaca”

Cubierta de “Piélagos”. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Me sorprende ver tu nombre en dos volúmenes dedicados a la décima: Hombres necios que acusáis…, estudio sobre el discurso femenino de la décima en Cuba, y Esta cárcel de aire puro, panorama de la décima cubana en el Siglo XX. No sabía que cultivas ese género. ¿Qué relación tienes con la décima? ¿Qué lugar ocupa la espinela en tu obra?  

He escrito en mi vida dos décimas y están en el libro Piélagos, que tiene también cinco sonetos. Lo que resta, lo conforman poesía libre o en prosa. Escribí con métrica para demostrar que podía. Se me da fácil, lo heredé de mi abuela paterna, Isolina González. Esas antologías recogen las únicas dos espinelas de mi autoría. No creo que vuelva a tal práctica, pienso la poesía de otra forma desde hace mucho. 

Estudiaste Comunicación Social. ¿Fue una buena elección? Has ejercido largos años como periodista. ¿En algún momento sentiste que vocación y oficio no iban a una, que ambos peleaban por tu tiempo? 

Estudié Periodismo en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana, en tiempos en que el claustro de profesores era el mismo para Letras o Historia del Arte, en asignaturas complementarias. Me gradué en 1987. 

La Comunicación Social fue una aventura institucional que vino mucho después. Hice el pre en los Camilitos de Matanzas, huyéndole a la escuela en el campo, y porque allí había maestros ejemplares en prestación de servicio. Gracias a eso pude ir al escalafón provincial con ventajas en el promedio y obtuve la única plaza de Periodismo que otorgaron ese año.

Mi inclinación era el teatro. Quería dirigir, actuar, escribir, pero un día cayó en mis manos un manual de orientación profesional que decía horario abierto, y ahí supe que la pelea sería por esa carrera, en la que tampoco impartían las asignaturas de Matemática y Física. Lo demás no fue un camino recto. Tampoco ejercí el periodismo reporteril por mucho tiempo; sabía que funcionaba como un ladrón de energías al que yo no le iba a servir. Me interesaban la crítica de la literatura, la promoción de ella y del arte, y la poesía. Por ahí anduve, entre mi casa, mi hijo, mi familia. 

La Habana, 1987, días finales de la carrera de Periodismo. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Este año salen dos nuevos poemarios tuyos. ¿Revisitas tus libros? ¿Te lees? Si se diera la ocasión, ¿reescribirías alguno de ellos? ¿Se escriben libros de poesía o poemas? ¿Cómo sabes que tienes un libro clamando por salir a encontrarse con los lectores? 

Estoy expectante con Las amantes deformes. Me alegraría que saliera este año, en físico, por la editorial cienfueguera Reina del Mar, aunque la tirada sea corta. También espero que para mataremos al hijo encuentren pronto el papel que le toca.

Cubierta de “mataremos al hijo“. Foto: Cortesía de la entrevistada.

En esa relación entre obra y autor, yo revisaría mucho más los originales, los imprimiría y trabajaría sobre el papel para advertir mejor cualquier errata. Atendería a un buen editor, sus sugerencias. Me ha ido muy bien con Leymen Pérez, tiene un ojo cómplice. No reescribiría nada. Lo dicho, dicho está. Hay libros que los he armado de a poquito. Otros que han salido de una vez. Nunca tengo una real certeza de que es ya la hora de ese encuentro con el lector.  De lo que sí estoy segura es de cuándo he vencido el tiempo de tenerlos bajo mi abrigo, quizá por cansancio, y debo dejarlos completar el ciclo. Entonces cierro ese capítulo y paso a otro asunto. 

En estos momentos hay en Cuba un grupo de mujeres poetas talentosísimas. ¿Tienen toda la visibilidad que ameritan sus obras? ¿Sigue operando entre nosotros la división de los poetas por género? ¿Te sientes cómoda perteneciendo al corpus mayor de la poesía cubana?  

Más bien creo que pertenezco a un grupo resistente dentro de la poesía contemporánea cubana de ahora mismo en mi país, que busca el modo de publicar su obra en papel, en medio de una situación económica y editorial a la que no le veo un futuro fácil. Ello atenta contra la visibilidad y las ganas de continuar.  Y sí, hay una tropa poderosa de mujeres poetas cubanas desplegada por todo el territorio nacional, y también fuera de la isla. Algunas han estado siempre ahí, otras emergen sorpresivamente de los concursos y los encuentros en redes. Muchas han emigrado y eso no las excluye del cuerpo de la literatura nuestra. Tampoco pienso que exista una división alevosa de poetas por género que opere como contraparte de algo, aunque haya sus excepciones. Existe, sí, el endiosamiento, el ninguneo, el culto hueco y oportunista en los festivales poéticos y ferias del libro. Sobre todo, de autores cubanos de cara al mundo. 

La facilidad con la que ciertas editoriales, mayormente foráneas, contribuyen a la fabricación de un autor, sin filtros o jerarquías, o con medidores tan inconsistentes y maleables como la presunción o el acatamiento de una posición política y/o ideológica, crea una ilusión engañosa del valor literario. El libro y el autor han tenido que mudarse a las redes, al espacio digital, a pelear con la juventud o las habilidades de otros para sumar interesados, con una vara a veces bastante precaria, pero dueños de un entusiasmo arrollador.

Una vez escribí un poema que decía: … me gustan las mujeres cuando son bondadosas, puedo tocar sus cuerpos con la mente, sentir el regocijo… Desde entonces, nada ha cambiado en mis sentimientos, que no se referían a una preferencia sexual. Ese juego mental tenía la intención de esbozar una especie de auto de fe, por lo indecible que asumimos y la fecundidad de nuestros silencios. 

Pero siendo completamente honesta, solo me interesa la buena poesía, esa que tiene voz propia y sentido de la proporción, venga de donde venga.

Cubierta de “Los amantes deformes“. Foto: Cortesía de la entrevistada.

Comparte con nuestros lectores un poema de cada uno de tus libros editados, aquellos en que creas que estás mejor representada.  

 

Piélagos

Me gusta el mar, permanecer en sus orillas, largas

súbitas.

Agua de la ilusión que arrastra el sobresalto 

del hombre hacia el madero abismal.

Hace años vi en el océano las márgenes del sueño,

y la fatiga de lo inmenso cauteloso y amargo.

Después he vuelto a encontrar en los fondos

la agonía como un pez.

No a otros sitios, sino aquí, frente a las corrientes

de la isla,

he regresado a aliviarme de la piedad recurrente

del golpe en los silencios.

                         

(De Piélagos)

***

I am vertical too

                                    por Olivia

                                    por S. P.

 

me hundo cuando veo que estás

con el agua al cuello y no te enteras

entonces reacciono proyectada hacia mi rostro

que se vuelve económico urdidor

 

me persigue la imagen de la mujer araña

que inyectó en el tuyo la aflicción como delirio

y el miedo

un miedo que intuyes a mi lado

pero que yo no logro dominar

y con el que jugabas hace dos o tres minutos

detrás de los anaqueles repletos de alimentos

latas de tomates aceitunas conservas dulces italianas

todo lo que no vamos a consumir

cuando decidiste desaparecer

y no pude hacer otra cosa que desaparecer detrás de ti

rumbo a aquella dirección en que la gente

comienza a malograrse

hasta convertirse en vibración o resorte físico

 

el ruido de las piezas chocando suspendidas

en la púa del cordel

eso fue lo que sentí

y la docilidad del pánico cuando entra

y lanza la armazón a un lado

eso

y el sonido de lo que no te interesa distinguir

la agudeza del golpe que produce por ejemplo

mover un sonajero

 

un momento del desenfreno que se establece

en las eventualidades del cuerpo

en forma de ruego o flagelación

mi cara que no da contra el cristal pero se asienta

y marca la continuidad de la ruptura

uno u otro agotamiento

(chas/chas/chas

y ves la piel abrirse en la zona pública) 

 

siento compasión

por esas mujeres sentadas

en las cajas contadoras

 

un sentimiento mutuo libre

en la madeja desigual 

de nuestros actos

como una alegoría del dolor embebido

visto desde la trama

en la tela

mientras sucede

la legitimidad del dolor

(De Ejercicios carnales)

***

Aigrettes

No codicié y me otorgaron.

Pedí y me dijeron calla.

 

Igual a un animal de tarsos fríos 

y moño generoso,

un ave blanca de cabeza chica,

sigo rastrillando el cieno,

en un pie o en dos juntos.

 

Fangotumba de la naturaleza del pájaro,

nunca consigo procurarme vuelo,

ni en las mimesis del grito

ni en la ondulante forma del gusano.

 

Sexta vértebra roma – astil escapular–,

de qué valen mi cuello acechante

o la mirada mala (pelusas como seda),

si velando a la presa, inmóvil, soy lo mismo.

(De Estado de Espera)

***

La que no tiene agua

“Hubo una muerte, en la casa del frente,

tan reciente como hoy…”

 

Emily Dickinson

 

huir del sol que va arrimando al desenlace

la contrariedad

hacer el recuento de los daños

las veces en que no respiré y pedí lo mismo 

sorteando el sitio

reiniciándome en el suceso

un espacio desviado de la utopía a la realidad

en una época con prisa

mientras el cerco dice a cerrarse y se cierra

y quedas dentro del bosquecito ralo

en el paso que no has elegido metro abajo

hundida en la cañada seca

 

agriando el vino de tu error

parada

sobre la idea moral de la felicidad

con el cuadro en los ojos

vivos y muertos /soberbios y humillados

ojos duros de pegar

vía-zona- de serrano-camiri / santa Cruz/

  san miguel

360

grados

el simple fluir de la vida que siempre es otra cosa

los perros que ladran a la luna vecina de pucará

perros que delatan y martirizan

se internan en el río de metales y siguen

   ladrándole

a los pregoneros los vendedores de pan

de escobas y haraganes

de palitos de tendedera y recogedores

nunca oro o cero

ladran a la vieja con el hato de chivas

en avas o guaraní

y la mujer promete no hablar

por 50 pesos

pero es difícil

permanecer

            no murmurar

tener hijos

            alimentarlos

de manera básica

o de cualquier otra manera

 

sonido de las palabras que se escriben pronto

de tal tirón que te postran

estoy viejo y cansado y ya no puedo someterme

a tantas tensiones

 

y las que llegan tarde

cuando has sido consumida desde el fondo

y el hermoso cuerpo que no nunca existió

te abandona frágil largamente

en un aullido

(De mataremos al hijo)


Nota: 

1 Se refiere a Rolando Pérez Betancourt, crítico de cine, periodista y narrador.

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