Ojo al visor: Alfredo Sarabia

Alfredo Sarabia Domínguez ha quedado como un clásico joven, raro caso en un oficio (un arte) donde la experiencia forzosamente pule el impulso creativo.

Alfredo Sarabia, 1990. Pinar del Río, foto: Mario Díaz.

Estaba por cumplir 41 años cuando un infarto lo sorprendió en México, durante un evento sobre fotografía cubana. Ya para entonces era todo un maestro en eso de dibujar con la luz.

Sus imágenes —al menos las más conocidas— tienen un hálito de poesía dura, quizás por los fortísimos contrastes, por las atmósferas que sugieren más que nombran. Son fotos de “extrañas” angulaciones, que exponen un incisivo contrapunto entre el objeto representado y su entorno.

Me gustan, entre toda su obra, aquellas capturas que tienen como objetivo a un niño: ha de ser porque me parece que hablan de la desenfadada inocencia en contraposición con la aridez del mundo. Quizás ese no haya sido su propósito. Pero no importa. La obra está ahí, con independencia de su autor, y puede ser “leída” de disímiles maneras.

Alfredo Sarabia Domínguez (La Habana, 1951- Mérida, 1992) ha quedado como un clásico joven, raro caso en un oficio (un arte) donde la experiencia forzosamente pule el impulso creativo. A él está dedicada una bienal de fotografía que anda por la novena edición 1, y su legado sigue estando presente entre académicos y críticos.

Entre sus exposiciones personales cabe recordar Algunas impresiones, Fototeca de Cuba, La Habana, 1989; Nuevas Impresiones, Fototeca de Cuba, La Habana, 1989, y Los Sarabia, Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño, La Habana, 1990-91.

Alfredo Sarabia Fajardo, su hijo, es también fotógrafo, especialidad que enseña en el Instituto Superior de Arte (ISA). Tenía seis años cuando falleció el padre. Él es el niño que aparece recurrentemente en las fotos.

Le hemos pedido que escoja seis imágenes de Sarabia padre que le resulten particularmente entrañables. Esto nos dijo:

Ser hijo de un artista es algo que ha marcado mi vida. El juego y la creación han estado muy ligados entre sí, y dieron paso a este grupo de imágenes tomadas por mi padre. Él no desarrolló su trabajo por series temáticas, pero en este caso se aprecia una constante en todas las imágenes: un niño intrépido y juguetón; su hijo.

Disfruté viajar juntos en busca de buenas fotos, sin saber que en muchas ocasiones yo sería el motivo de esas instantáneas.

 

S/t, 1988. Malecón de La Habana

s/t, 1988. Malecón de La Habana.

El malecón habanero en una tarde invernal y una bicicleta sobre el muro. Recuerdo muy bien ese día. Mi preocupación era que mi bici se cayera al mar. Esta foto es la imagen más conocida de este artista. Es una escena muy ambigua, inquietante y poética al mismo tiempo. El contraste de blancos y negros funde el muro y el niño que está en movimiento. La bicicleta cuelga del horizonte, lista para un paseo diferente, y los zapatos del propio artista acentúan el deseo de ese viaje, que será una aventura.

 

S/t, 1991. La Habana

s/t, 1991. La Habana.

Los viajes siempre se hacían en un VW modelo Beetle. El auto formaba parte de la diversión, a veces era una nave, un barco o una ventana por la cual lanzarse a su interior. Esa era mi manera de comenzar la aventura.

La realidad plasmada por Sarabia dista mucho de los estereotipos cubanos, no hay emblemas políticos, no hay multitudes congregadas en actos o reuniones, no hay héroes, solo personas o seres que, como actores, se mueven en un escenario. La luz y los contrastes son dramáticos; la visión a través del ángulo ancho nos distorsiona la realidad.

 

S/t, 1988. La Habana

s/t, 1988. La Habana.

El retratado se da cuenta que está siendo observado, se pregunta si descubrieron la última travesura que hizo. Está escondido, pero alguien lo encontró, o mejor, lo encontramos. Esta es una de las pocas imágenes donde Sarabia establece un diálogo de miradas con el retratado, quizá por la cercanía, el amor y la complicidad entre en fotógrafo y modelo. Somos uno, nos podemos mirar fijamente y saber qué estamos pensando. Hay una sonrisa escondida. Nosotros miramos hacia adentro, pero el niño mira con curiosidad al exterior, a lo nuevo, al porvenir.

 

S/t, 1990. Autopista de la Vía Blanca

s/t, 1990. Autopista de la Vía Blanca.

En este viaje no hay camino definido, es una exploración constante, es salir del sendero de lo cotidiano, de lo común, de la gris realidad que intenta dirigir nuestro andar por la vida y adentrarse con la naturalidad de un infante para descubrir nuevas maneras de ver, de andar y vivir.

 

S/t, 1989. Guanabo

s/t, 1989. Playa Guanabo.

Un niño con capa de súper héroe corre por la playa. La bandera indica el comienzo o la meta de su fantasía. No deja huellas, parece que vuela contra viento y marea. El niño dice que él es Ulises 31, el personaje que viaja perdido por el espacio, igual que su antecesor, el Ulises de la mitología griega, que lucha y vence obstáculos para regresar a su isla.

 

S/t, 1988. Malecón de La Habana

s/t, 1988. Malecón de La Habana.

El litoral de La Habana fue el escenario de varias imágenes. La línea del horizonte está muy marcada; el diálogo entre cielo, tierra y mar es recurrente en su trabajo. El malecón otra vez descubierto, como ese borde de la Isla en constante cambio e interacción con el exterior. El que salta y prueba suerte visto por otro desde el mismo muro. Esta foto siempre me ha provocado un susto, ver ese instante congelado de aquel que se lanza al mar. Las líneas diagonales acentúan la sensación de pérdida de equilibrio.

 

Nota:

1 Bienal de Fotografía Alfredo Sarabia in memoriam, convocada por el Consejo Provincial de las Artes Plásticas de Pinar del Río.

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