Para el año que viene

Voto porque encontremos juntos el camino de la concordia nacional; porque nuestra penuria cotidiana ceda de una vez ante los embates del anhelo.

La Habana al atardecer. Foto: Kaloian.

Entre los efectos desastrosos que ha tenido la pandemia, está la dislocación del sentido del tiempo. Hoy igual que ayer, antes de ayer igual a pasado mañana… Hemos permanecido dos años con la cotidianidad empozada en desaliento, esperando a cada despertar una noticia peor. El temor, la incertidumbre, la desesperanzas han signado nuestras vidas, que nunca habían sido tan frágiles.

Surgen vacunas esperanzadoras y también nuevas cepas del virus que nos hielan el alma. La efervescencia social en que hemos estado inmersos desde el 2020 es el resultado de todo esto, y también de la absoluta caída de la siempre ineficiente economía cubana, que si bien tiene un origen multifactorial, jamás se va a recuperar con voluntarismo político ni apelando a “las buenas conciencias” de productores y comerciantes.

Se va el 2021 con su aliento fatídico. Como todos, me emocioné con las proezas de nuestros científicos y lloré, entre muchas, la muerte de Adalberto Álvarez, a quien no sabía que quería tanto. Me conmovieron las numerosas muestras de solidaridad entre nosotros, los cubanos de/en todas partes. Hice exclusivamente periodismo. Vi bastante cine. Resentí la falta de contacto físico con familiares y amigos. Tuve, sin embargo, la alegría de que un poemario mío fuera premiado por la crítica. Estuve asistido por el amor de una mujer bondadosa y lúcida con quien pude reír e indignarme cuando el entorno se hizo demasiado oscuro. En fin: estuve vivo y, hasta donde se ve, saludable.

Espero que el 2022 no signifique llover sobre mojado. Mis votos se circunscriben al ámbito doméstico: voto porque encontremos juntos el camino de la concordia nacional; porque nuestra penuria cotidiana ceda de una vez ante los embates del anhelo; porque se fortalezca la sociedad civil; porque cesen las arbitrariedades políticas, administrativas y judiciales; porque todos tengamos idénticos derechos y deberes ante la ley; porque la materialización de la Constitución sea una práctica responsable y alegre que nos enorgullezca; porque veamos la luz al final del túnel y ésta no sea la de un tren que nos viene de frente…

¿Y a mis amigos cómo les fue en el 2021? ¿Qué esperan para el año que se inicia? A seguidas van las respuestas de algunos de ellos.

***

Que las próximas mutaciones no sean tan letales

Daína Chaviano, narradora. Miami.1

Vivo muy recluida. Cada vez salgo menos de casa. Así es que este año no ha significado mucho en términos de cambios de costumbres. He leído muchos libros, eso sí. Aunque eso no es nada novedoso en mi vida. He escrito menos porque, después de mi última novela (Los hijos de la Diosa Huracán), me he sentido bastante insegura sobre lo que debo hacer a continuación. Me ha costado desprenderme de los personajes y del entorno con los que trabajé durante más de una década. Por otro lado, he regresado al cuento; algo que no hacía desde hace tiempo. Creo que en enero volveré a una novela que tenía empezada, y quizás termine ese libro de relatos.  

No tengo grandes expectativas para el 2022. Quisiera que la pandemia terminara, pero no hay manera de que eso vaya a  ocurrir el próximo año porque el porcentaje de personas que insiste en no querer vacunarse es muy alto. Aunque haya una parte de la población que, como yo, ya se ha puesto incluso la tercera dosis, mientras siga habiendo tozudos y fanáticos que se empeñan en negar la ciencia el virus seguirá viajando alegremente por el mundo y, lo peor, continuará mutando. No puedo sentir simpatía ni comprensión hacia semejante actitud. Esa gente está contribuyendo a que aparezcan cepas realmente mortales. Nos están condenando a todos. Pero el ser humano sigue siendo una calamidad. Así es que mi único voto es esperar que las próximas mutaciones —que sin dudas vendrán— no sean tan letales como se predicen. Lamentablemente es solo cuestión de tiempo.

Daína Chaviano. Foto: Liliam Domínguez.

Formatear el disco duro nacional

Hermes Entenza, poeta y pintor. Sancti Spíritus.

He visto, azorado, el paso de estos dos últimos años como  “potros de bárbaros Atilas”, removiendo la tierra baldía.

He visto y sentido el paso del tiempo bajo otra cláusula hasta ahora escondida, qué sé yo, algo gigante que va más allá de nuestro entendimiento, como la ira de un Dios extraño. 

Pero no todo, en el campo personal, fue tan apocalíptico. Aproveché el tiempo hasta donde pude; logré dos series diferentes de obras plásticas, escribí par de cuadernos de poesía, un libro de cuentos, y lo mejor: consumí horas leyendo y releyendo clásicos de la literatura que había frecuentado en mi primera juventud;  lo digo así porque si algo descubrí en este tiempo, es que soy joven todavía; quizás es el resultado de tanto tiempo muerto que generó en mí los deseos de hacer malabares con la vida. La juventud es eterna si nos da la gana. Sucede igual con la vejez.

Releí, esta vez tomando notas, La Rama Dorada, de J. G. Frazer, así como a otros imprescindibles que todos deberíamos repetir en algún momento.

Aprendí a hablar conmigo, y eso fue positivo: encontrarme con varios Hermes con diferentes derroteros.

He visto cambios de temperatura en la nación, corazas quebradas, luces en las ideas, juventud que interroga. He visto lindos momentos y otros muy tristes. Cuba tiene que reinstalar su sistema operativo y formatear el disco duro nacional.

Concibo a mi país como una gran masa humana vagando por el desierto en busca de la piedra filosofal o el santo grial, sin que tengamos la plena convicción de que ya tenemos ambas cosas con José Martí y Félix Varela. Cuba tiene que ser, sin dudas, una nación martiana, y nada podrá ser mejor.

He visto en estos años mucha ira escondida. He visto mucha contradicción y alejamiento entre las doctrinas inoculadas por décadas y la verdadera y cruel realidad que se visualizó por las carencias espirituales. Cuando sea Martí nuestro ideal, se acabarán los actos de repudio, la segregación ideológica y el odio. 

Si fue muy saludable para mí la creación literaria y plástica, junto a la lectura de clásicos, también lo fue el sentir que mi país se sacude y el caimán trata de adquirir la vitalidad que necesita para poder existir.

Tengo  muchas expectativas para el próximo año.

Las personales se gestarán en los primeros meses, como par de exposiciones en Europa, además del intento de colar dos libros en planes editoriales.

Cuba, como país, es y debe ser, también, un proyecto personal de cada cubano, y yo sueño con un país inclusivo y funcional. Sueño con que cada isleño pueda construir su futuro en paz, piense como piense, de manera que el verdadero líder de la nación sea un pensamiento común, lleno de aristas y diverso, como debe ser una nación decente.

Siento, con tristeza, que la celebración de navidades y de fin del año 2021 no será muy animada por la gravísima caída económica debido a la pandemia y a espantosos errores administrativos por los cuales nadie ha pedido disculpas.

Sueño con un 2022 mucho más cómodo, con un final digno de este pueblo caminante. 

Hermes Entenza. Foto: Marco Polo Entenza.

Para el próximo año me guardo las velas

Adriana Fonte Preciado, poeta y doctora en medicina. La Habana.

Lo peor de los resúmenes anuales es sacar cuentas e intentar hablar por todos. Creo que pronto olvidaremos el último año, como quien salta de un capítulo a otro para no revivir sinsabores. Más allá de la pandemia queda gente cansada y familias disminuidas. Y como nada viene solo, la pandemia llegó envuelta en “los dimes y diretes” políticos, económicos y sociales que todos sabemos de memoria. Mejor pasar la barrera de la queja y pensar en lo que queda de bueno luego de la nueva apertura. Me gustaría pensar que nos deja una buena lección, pero temo sonar ingenua. Permanece, mas bien, la sensación de que lo único realmente nuestro es el tiempo.

El último año de confinamiento nos dejó todo el tiempo del mundo para desarmarnos. Por suerte hubo arte, literatura y algunos conciertos online para mantenernos activos. Tanto tiempo nos legó, además, malas manías: la atención fraccionada en el abre-y-cierra de Facebook, el estrés de las colas y la caza de insumos y, a algunos, la irremediable soledad.

Por mi parte, culmina un año de mudanzas, adaptación al nuevo ambiente citadino, despedida de la vida universitaria y debut en eso de emanciparse, que nadie advirtió sería tan difícil. Proyectos, muchos, casi todos de letras; algo de poesía, un compendio de crónicas muy chovinistas que intenta hacerse realidad y muchas lecturas pendientes.

Pero no puedo cerrar mi resumen sin hablar de tristezas nacionales, presos políticos, mujeres acosadas, decretos-leyes, rectificaciones y otras anécdotas que nos mantienen coléricos ante el tendencioso bregar de derredor.

Para el 2022 no me guardo expectativas. Lo hice para el ´21 y el anterior sin mucho resultado. No hay nada más efímero que un plan. En los momentos que corren solo queda seguir ganando tiempo, raspar todo el que podamos para culminar los proyectos que nacen y pasan tanto trabajo para crecer. Para el próximo año me guardo las velas: una por cada cubano que enferma, que emigra selva arriba, por cada cubano que hace una cola de medio día y se las ingenia para seguir en la lucha. Una vela por cada niño que se vacuna y cada anciano que sana, por cada familia que permanece unida y cada amigo que te espera a la vuelta de la esquina con la única cerveza que sobrevivió al reordenamiento.

Que el 2022 nos sea leve.

Adriana Fonte Preciado. Foto: Yanet de la C. García Cristo.

 Un out mal cantado puede desencadenar una protesta nacional

Hugo Luis Sánchez, narrador y periodista. La Habana.

¿Qué caracterizó este 2021? Se dice y se repite, nunca hasta la saciedad, que no hay mal que por bien no venga. Y entonces los de arriba HOY finalmente han visto, ante el temor de que un out mal cantado puede desencadenar una protesta nacional —es decir, otra—, que la gente de más abajo, esa mayoría mayoritaria, la está pasándola requetemal… como si solo fuera desde ayer. Se preguntaron, como en las películas en inglés, “Anybody here?”. En el créalo o no lo crea, disponemos para ello en casa, —es decir, para nosotros—, de un Detector de Falsarios. Muchos, puede que la mayoría, aún no lo sepan. Es lo que comúnmente aparece como la tecla Mute en el mando a distancia del televisor. Cuando hay alguien hablando en la pantalla, de preferencia un político, uno la acciona, el individuo enmudece (¡qué dichosa suerte!) y entonces nos pudiéramos poner a observar sus expresiones. Deténgase, estas son mis sugerencias, en los ojos, el arqueo de las cejas, los labios, las inclinaciones de la cabeza, lo que hacen con las manos… Y, bueno, eso, descubrimos a un falsario, también a un mal actor y en este terreno los hemos tenido muy pero que muy buenos, de Oscar. A mí no me crea, haga la prueba y ya está, para que descubra a alguien que nos quiere convencer de algo en lo que él mismo no cree.

La pandemia nos ha llevado a vivir más en el hogar, a tener vínculos virtuales, a ser más solidarios con aquellos a quienes les urge completar, pongamos por caso, un tratamiento de antibióticos, algún anticoagulante… y todo con unas pastillas aquí y otras allá. También trae aparejado al vivir entre cuatro paredes —hay quien dispone de menos—, y toda la ansiedad y tensión que eso genera. Para los escritores no estuvo tan extremadamente mal, no estoy facultado para hablar de los demás, pues nuestro trabajo suele ser en el hogar, pero aun así ¡tanta y tanta casa, mañana y tarde, hoy y mañana…!

He terminado un libro de relatos Nadie en la multitud y lo lanzaré al ruedo de los concursos o a ver si alguien lo quiere, además de mí, y pienso volver sobre mi novela El puente de coral, porque he dado con algunas precisiones que me deseo añadir. Alguien dijo, y perdonen que de momento no recuerde el nombre, que los libros no se terminan, se abandonan. Luego, pienso escribir otra novela, que sería mi tercera si incluimos Doble jueves, ésta sobre los años 60 y con personajes que existían en algún lugar, al decir de Scott  Fitzgerald. Eso, por ahora.

En cuanto a mis votos para el 2022, pues quiero lo que pienso que es lo mejor para mi Isla: que se gobierne por consenso, escuchando el criterio de cada ciudadano, guste o no, es decir, siguiendo a Martí, “con todos y para el bien de todos”; que la primera figura del país sea el presidente y no el secretario del partido; que las elecciones sean directas; que en el parlamento todas las leyes no sigan ridículamente siempre aprobadas por el ciento por ciento de los diputados; que las estadísticas no continúen guardadas en secreto (¿muere en Cuba alguna mujer por violencia de género?) y que se haga y dé a conocer un inventario de la totalidad de los bienes de la nación… También, por ahora, eso.

Hugo Luis Sánchez. Foto cortesía del autor; corresponde a Madrid, 2018.

He tratado de darle de comer mi vida a mi obra

Damaris Calderón, poeta y pintora. Isla Negra.

Sucede que este año, 2021, me cansé de ser hombre, de ser mujer, especie humana, y después de una gran desesperanza, no sólo individual sino creo que colectiva, mundial, en lo personal volví a sacar fuerzas para recomenzar. Este año no empezó en enero para mí y creo que para muchos tampoco. Este ¿año? del contagio y su manipulación, ha sido una secuela, devastadora, del momento en que el tiempo se detuvo por la pandemia de COVID-19 a nivel mundial. Todo lo que parecía ciencia ficción, novelas sobre gobiernos totalitarios, no sólo se hizo realidad sino que palideció. Empezamos a vivir a nivel mundial en nuevos feudos: no se podía entrar o salir de una ciudad a otra según en la fase de control sanitario en que estuviera, se dejó de viajar a otros países, se cerraron las fronteras, se instaló el miedo al otro, el contagio, el otro como vector de contagio, se implementaron pases de movilidad para desplazarse, permisos policiales para ir a supermercados, farmacias, sacar el perro. Vimos gente muriendo en pasillos, en sus casas, sin que los fueran a recoger, se dejó de enterrar a los muertos, no se podían despedir los difuntos, se impuso el aislamiento, la distancia social, la vacunación. Se aplicó el confinamiento en pueblos y ciudades, hubo gente que pasó más de seis meses sin salir de sus casas, los viejos cuando pudieron salir a tomar el sol, tuvieron que empezar a aprender a pararse, a caminar, tuvimos que reaprender a abrazar. En nombre de la salud se impuso una dictadura planetaria, la sociedad hipervigilada, hipercontrolada. Y sabemos que toda peste es también moral. Se acabó la vida nocturna, se acabó la vida, como la conocíamos. Lo viví con angustia, incertidumbre, en gran aislamiento.

El tiempo es simultáneo. Se nutre de lo que le damos de comer. El recuerdo pertenece al pasado sólo en una zona estancada, de otro modo es flujo, camino. Nada debe perderse, sobre todo en momentos de arrasamiento. Así he tratado de darle de comer mi vida a mi obra, no puedo ni quiero separarlas: mi obra fagocita a mi vida y también la nutre. Este año me he enfermado y también me he recuperado: he pintado, he escrito, he cuidado a mi familia, a mi hermana, a mis perros, me he desarmado, me he vuelto a parar. He tratado de estar lo más atenta posible, pese a la distancia, de la familia en Cuba, de los amigos en cualquier lugar, de ayudar en lo que puedo. La enfermedad y la muerte, despojan de lo superfluo y te hacen tomar conciencia de lo precioso de la vida, del cuidado de la fragilidad. Terminé dos libros de poesía. Daño colateral, que tenía escrito desde el 2017, salió publicado este año por Ediciones Matanzas, en Cuba, por Casa vacía, en Estados Unidos y por Plaza de Letras, en Chile. He hecho talleres online, hice un taller de poesía para mujeres, Voces sin frontera, para la Fundación Neruda; he participado en recitales internacionales con esa modalidad, he escrito prólogos para libros, he colaborado con revistas, Altazor, Diario de poesía de la UNAM, entre otras; trabajo en dos antologías de poesía de mujeres y empecé a hacer cerámicas.

He sobrevivido dándole a la angustia una forma.

Para el 2022 me propongo vivir cada día como si fuera el último. Juntar luz. Crear hasta el último aliento.

Damaris Calderón. Foto: Su cortesía.

Recuperar algunas de las muchas esperanzas perdidas 

Leonardo Padura, Novelista. La Habana.

Hemos vivido dos años de enorme tensión a nivel mundial. La pandemia con sus enormes consecuencias en el plano humano y económico los harán inolvidables. En Cuba el 2021 ha sido un año especialmente duro para la mayoría de la población, en todas las esferas, tanto que ha provocado reacciones sociales que han llegado a tensar el panorama no solo social, sino incluso político, del país, y han hecho evidente la necesidad de cambios muy profundos, y diría que urgentes, para el sistema cubano.

En lo personal, sin embargo, ha sido un año muy productivo en cuanto al trabajo, pues he llevado hasta casi una versión final una nueva novela, que será la decimocuarta que publicaré, una cifra que a mí mismo me impresiona. He viajado mucho, quizás más que otros años a pesar de la pandemia, y en lo personal creo que ha sido un buen año. 

Espero que el 2022 sea mejor para todos. Yo publicaré la novela y espero tener alguna nueva idea para comenzar otra y así poder enfocarme en lo que me gusta: trabajar en mis libros. Y quisiera que, a nivel universal, fuese un año que permita ver el fin de la parte agresiva de la pandemia; y a nivel local, doméstico, sea un año en el que los cubanos puedan vivir con menos carencias y, de algún modo, recuperar algunas de las muchas esperanzas perdidas. Un año en que la libertad no sea un reclamo, sino una realidad de la que, en todos los sentidos, todos podamos disfrutar.

Leonardo Padura. Foto: Daniel Mordzinski.

Como si no hubiera cielo

Mylene Fernández Pintado, narradora. Lugano.

¿El 2021? Despiadado. Como si no hubiera cielo; como si ese constante e infinito refugio espiritual, escenario de amaneceres, ocasos y arcoíris, no estuviera más sobre nuestras cabezas y el mundo fuera un espacio inclemente, desparramado y sin techo. Lo único generoso este año, ha sido la ración de malas noticias. La COVID-19 ha ensanchado y agudizado nuestras miserias cotidianas y ha hecho que todo parezca irremediable y desesperanzador. Nos ha negado el contacto con los otros y nos ha mantenido, día tras día, devorando cifras, gráficos y fotos de hospitales repletos y ciudades vacías. Preocupados por los enfermos, tristes por los fallecidos y ansiosos por el futuro inmediato.

En un mundo que por una parte se globaliza y por otra se vuelve más individualista, este año todos hablamos el mismo idioma. La COVID-19 se volvió el nuevo “esperanto” y demostró que la irresponsabilidad, la tozudez, la mezquindad y el egoísmo de algunos, pueden perjudicar a muchos. La pandemia nos convirtió en soldados de una guerra silenciosa que ya ha cobrado más de 5 millones de víctimas, según cálculos conservadores. 

Aunque no pasé por la experiencia del lockdown, estuve casi aislada. Los encuentros con amigos y los eventos sociales fueron muy escasos. Por primera vez he pasado un año y medio sin ir a La Habana, y en todo este tiempo Cuba me ha llegado a través de los displays de la computadora y el celular. No he vivido la realidad cubana de este año, solo me he enterado de ella.

He leído mucho y escrito muy poco. Las conferencias, reuniones, entrevistas y presentaciones, han sido virtuales. A veces, me he vestido a medianoche en el silencio de mi casa de Suiza, para comunicarme con personas que están en México o en EEUU, y al acabar la sesión de trabajo, con un click de la computadora han desaparecido voces y rostros como sucedía antes en los libros y filmes de ciencia ficción.

El 1 de enero, la orquesta de La Fenice de Venecia, hizo su concierto de Año Nuevo en el teatro vacío. La orquesta y el coro tenían nasobucos y los músicos que tocaban instrumentos de viento estaban protegidos por paneles de plástico. Esa música sin espectadores ni aplausos, vista en un canal de televisión la primera mañana de 2021 por millones de personas confinadas, angustiadas y temerosas, como rehenes de un mundo raro, tuvo un valor inmenso. El Va Pensiero de Nabucco y el Libiamo de La Traviata, fueron catárticos y balsámicos. En ese momento, tuve fe.

Dicen que un pesimista es un optimista bien informado así que no tengo grandes esperanzas para el 2022. Deseo un mundo feliz, pero me siento sin fuerzas para imaginarlo, para hacer planes y albergar sueños. Pienso en el futuro como una nueva temporada de trabajos forzados, incertidumbres y miedos, un crescendo de la polarización y la agresividad en todas sus formas, y menos espacios para la conciliación y la empatía. Me gustaría mucho que el futuro me llevara la contraria.

Añoro caminar por las calles de La Habana, encontrar gente, conversar y besarnos sin temor a que las palabras o el cariño sean mensajeros del temor. Ojalá abarquemos lo que tenemos en común y lo que nos hace diferentes; aprendamos a discutir, disentir y convivir de manera respetuosa y tolerante. Ojalá logremos entendernos y sumar nuestras analogías y contrastes, porque la armonía requiere de ambos. Lo necesitamos como personas, lo necesita el país que somos todos juntos, y lo necesita este planeta herido y cansado.

No sé si antes sabíamos cuánto nos necesitábamos. No sé si el aislamiento, la enfermedad y la muerte nos harán conscientes de que la vida, esa que muchos ya no pueden disfrutar, es todo lo que tenemos como punto de partida hacia las metas y los sueños. La fragilidad, que se ha revelado más frágil de lo que pensábamos, no nos ha enseñado mucho. Vivimos poco, y el resto del tiempo estamos muertos. La vida es el único dogma y nos toca hacerla todo lo digna que podemos permitirnos. Muchas cosas se nos escapan, aprovechemos esas en las que somos poderosos y hagamos lo mejor posible.

Mylene Fernández Pintado. Foto: Paolo Gebhard.

***

Nota: 

1 En todos los casos se consigna la ciudad actual de residencia.

 

Salir de la versión móvil