Rafael De Águila: “Anhelo ser, más que escritor, más que intelectual, un hombre justo y bueno”

Rafael De Águila es habanero, modelo de 1962. Sus narraciones participan del enconado debate de nuestra realidad con vocación realista, mirada original y suficiente solvencia narrativa.

En Heidelberg, Alemania, 2011. Foto: cortesía del entrevistado.

Rafael De Águila es habanero, modelo de 1962. Tiene estudios universitarios inconclusos de Matemáticas y Derecho. Como cuentista ha recibido los máximos galardones que se conceden en el país: Premio Alejo Carpentier (Del otro lado, 2010), Premio Iberoamericano de cuento “Julio Cortázar”, (Vientos del Neva, 2017) y Premio Casa de las Américas (Todas las patas en el aire, 2018). Aún así, De Águila no es muy conocido entre los lectores del país, pese a que sus historias tienen como protagonistas a cubanos de ahora, hombres y mujeres que luchan a brazo partido contra una cotidianeidad abrasiva. Sus narraciones participan del enconado debate de nuestra realidad con vocación realista, mirada original y suficiente solvencia narrativa. En fin; sus obras padecen el “hueco negro” de la deficiente promoción de nuestros autores.

Además de los volúmenes citados, también bajo su firma aparecen las siguientes colecciones de relatos: Último viaje con Adriana (1997), Ellos orinan de pie (2006) y Ventana tapiada con un hueco (2017). En su hoja de vida se consigna que, además de narrador, es crítico, ensayista y politólogo.

Tienes ocho libros de narrativa publicados. ¿Cuándo sentiste por primera vez la necesidad de contar una historia? ¿Narrar es para ti un trabajo, una pulsión o un placer?

Tendría unos 8 o 9 años, leía mucho —Julio Verne era mi preferido, también Emilio Salgari—, había terminado Los náufragos del Liguria, y hechizado, comencé a escribir en una libreta de dura tapa amarilla, Los náufragos del Victoria. Escribir no es un trabajo. Quizá, en gran porciento, sea una mixtura de ese dúo de “P” que aludes: pulsión y placer. Recuerdo lo que Jacques Lacan llamaba “pulsión escópica”. También vicio, costumbre, modus vivendi, manera de auto interpretarme y de interpretar —e interrogar— al mundo, al NO-YO, ese del que Vallejo no sabía hablar sin dar un grito. Recuerdo una frase, tremebunda, de Kafka: “Escribir es colocar la bandera de Robinson en el punto más alto de la isla”. Excelente definición esa del arte de escribir: me afilio a ella.

En Mendoza, Argentina, 2016. Foto: cortesía del entrevistado.

¿Nunca, ni siquiera en los inicios, “cometiste” algún poema?

Comencé escribiendo poesía. Una tarde de 1990 reuní en mi casa a los poetas Almelio Calderón y Juan Carlos Flores —el tristemente fallecido Juanqui, grandes poetas y grandes amigos—, sentados en corro leímos poesía, yo también mis primeros cuentos. Ellos quedaron momentáneamente en silencio para después asegurar, a dúo, con sinceridad que hoy infinitamente agradezco, que mi poesía era pésima —“un horror, hermano”, así dijeron—, tu narrativa, sostuvieron, “tal vez sea algo mejor”. Ese día abandoné, ante esos dos grandes poetas, mis pretensiones de escribir poesía. Comenzó el menos sacro viacrucis de narrador.     

Presentación del volumen “Del otro lado”, Premio Carpentier en el género de Cuento, La Habana, 2010. Foto: cortesía del entrevistado.

He leído, con bastante placer, tu colección de cuentos Todas las patas en el aire. Me llama la atención que la mayoría de los relatos encierran historias desgraciadas. En “Vientos del Neva” el personaje masculino se entera de que pudiera haber sido infectado con el sida; “Patas al aire” habla de una dolorosa separación, más decidida por la precaria situación económica del país que por la libre elección de parejas; “Pequeña tierra sin Dios” (¿un guiño a Caldwell?) nos muestra a Dayron y a Yordan literalmente escarbando en las ruinas de la familia, a la caza de un tesoro enterrado décadas atrás por Florencio Elizondo; “Alas de mariposas” relata el viaje a Buenos Aires de un cubano que se enfrenta, entre otras cosas, al mundo de la prostitución y el abandono social, este último materializado en un mendigo, compatriota por demás del protagonista; “Siglo XXI S. A.” trata sobre el desmedido apetito sexual de una muchacha, lo que sume en una espesa amargura a su pareja más estable; “La Quinta estación” es sobre el maltrato femenino… Y así. ¿Es que definitivamente, como decía Benedetti, “la victoria casi nunca es artística”?

¿Victoria? ¿Qué victoria? ¿Cuáles? No hay victorias. Todo es derrota. Ignoro si habrá victorias en el Arte, en la vida… casi todo es derrota. Pérdidas. Un desierto de infelicidad salpicado de breves y leves y escasos oasis de alegría. Eso es vivir. Para la mayoría. Los existencialistas lo sabían muy bien. Hemingway consideraba que un hombre podía ser destruido mas no vencido: era un romántico. Rulfo, por el contrario, bullía de desesperanza: era un hombre triste. Bolaño creía todo irremediablemente perdido, excluía pedir cuartel, porque, sostenía, “no te lo darán”: era un desencantado. Se escribe tomándose de las tripas y con ellas haciendo corazón. A veces viceversa. La psiquis nos determina, desde sus vericuetos se abalanzan temas, personajes, situaciones. Y se escriben. Ahí está lo que Aristóteles —y después el psicoanálisis— llamó katharsis. Y está el Pathos. Nunca el marketing. Nunca estrategia para triunfar. Los temas no se eligen. Los temas nos eligen. El autor es solo cauce. Se trata del profano —o sacro— vínculo entre un tema y un autor. No creo que se sea 100 % consciente de ello. Ahora, por ejemplo, ante tu pregunta, te juro que me mueve el sobresalto, el temor por mi estabilidad psíquica. Mis amigos saben que cuanto escribo soy yo mismo. Sin dobleces. Una excrecencia, como lo es el sudor, el semen o las lágrimas. Las chicas que bellamente se aman en “La quinta estación”; la persistencia en “Pequeña Tierra sin Dios” —sentido tributo a Caldwell por su tremebunda God’s Little Acre—; el sentimiento en “Patas al aire”; la pureza en “Viento del Neva”…; ese quizá sea el oasis. La victoria, si la hubiera. Y basta. Tú lo sabes. Todo es bifronte. Incluso la tristeza o la derrota.        

Encuentro con Mario Vargas Llosa en la Feria Internacional del Libro de Frankfurt, 2011. Foto: cortesía del entrevistado.

¿Eres de los egresados del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”?

Nunca, y lo digo con tristeza, formé parte de los cursos del Centro Onelio. No soy un egresado. Y lo lamento, muy sinceramente. Me habría ahorrado un montón de tiempo y de esfuerzo. Quizá fuera hoy mejor escritor de haber cursado el Onelio. Admiro y respeto absoluta y profundamente la insigne labor que por más de 20 años llevara adelante allí el maestro Eduardo Heras León. Mucho le debe la literatura cubana. Me unen a esa institución, y me unirá siempre, esa admiración y ese respeto. Admiro, además, la encomiable labor que hoy lleva adelante allí la narradora Dazra Novak y un grupo de abnegados amigos. El Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso” será siempre la obra y el sueño hecho realidad del Maestro Heras. Nadie mejor, ni más capaz, ni más armada/almada de visiones, que Dazra Novak para continuar y magnificar ese sueño. Ser y hacer para que otros sean y hagan. Eso enaltece.    

Recibiendo el Premio Casa de las Américas en el género de Cuento, La Habana,
2018. Foto: cortesía del entrevistado.

Veo que te has ocupado, desde la crítica y la ensayística, de la narrativa cubana “actual”. ¿Cuál es tu diagnóstico? ¿Cuáles son sus proyecciones más o menos previsibles?

Nunca antes se escribió tanto en Cuba. Quizá Cuba exhiba hoy día la mayor densidad de escritores por km cuadrado en toda América Latina, si tal estadística fuera registrada. Nunca antes tantos se afanaron en el empeño de escribir. En todo el país, aun en los sitios más alejados de la capital, puede hallarse cientos de autores jóvenes, algunos muy jóvenes, autores de un potencial extraordinario. Pese a todo lo que atenta —o pueda atentar contra esas potencialidades— mi vaticinio es inamovible: de ellos, de tales jóvenes, gracias a ellos, llegarán las grandes obras, continuidad del canon cubensis, obras que serán, de seguro, orgullo de la literatura cubana.

Con los narradores Ahmel Echevarría, Jorge Ángel Pérez y el poeta Rito Ramón Aroche en Cochabamba, Bolivia, 2016.

Cuando se habla de arte, en este caso, de literatura, se contraponen conceptos como calidad y mercado. ¿Qué piensas sobre esto?

Uno es el Arte. Otro, el Mercado. Desde la aparición de las relaciones monetario mercantiles todo resulta objeto de compra venta. Tomamos por lógico que la calidad de un auto, un Lamborghini, por ejemplo, se traduzca en su valor, que el valor de ese auto resulte muy superior al de un Volkswagen Jetta, pongamos por caso. Tomamos por lógico que un pocillo de auténtico caviar iraní o ruso, o caviar de Kalix, supere en valor a un talego de coles de Bruselas. En el mundo actual se tiene el absurdo de que bragas usadas por alguna de las Kardashian se valoren altamente y alcancen cifras de absurdo. Calidad, Mercado, y Valor, en Arte, no pueden tomarse en puridad como sinónimos. Al menos no como sinónimos de calidad. Un libro de Paulo Coelho puede superar en precio de mercado a la Santa Biblia o a un volumen de cuentos de Julio Cortázar. ¿Es superior el bodrio Coelho? El mercado privilegia ventas, no calidad. La expresión en valor deriva de esas ventas. Pero el mercado existe. No es una entelequia. Coexistimos con él. Marx nos legó el “fetichismo de la mercancía”. Con ese fetichismo urge lidiar y desde ese fetichismo desambiguar. ¿La herramienta?: la cultura, el conocimiento.    

Presentación en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, México, 2010. Foto: cortesía del entrevistado.

En tu currículo te calificas, además, como politólogo. Todos, ya sabemos, somos animales políticos. ¿Tú lo eres más? ¿Trabajas profesionalmente en esa esfera del conocimiento?

Uno es lo que hace. La primera parte de ser es hacer; creer en lo que uno hace. En los últimos tres años me ha ocupado —y preocupado— más la Politología que la Literatura de ficción. El mayor tiempo lo he consumido en esas tierras: leyendo, estudiando, consultando obras y autores, conformando juicios, conclusiones. Pensándolas. De vez en mes… escribiéndolas. Todos somos lo que en tiempos de Pericles se denominara polites, todos formamos parte de lo que los romanos llamaran civitas. Sujetos de derechos políticos. No soy más polites que el resto. Soy uno más. Mas cada ser bulle de intereses. Vientos que llevan y traen, vientos subjetivos, personalísimos; esos son mis vientos. Profesionalmente no trabajo siquiera la Literatura. Soy un mero aprendiz. Un autodidacta total en mitad de una sociedad y un tiempo en los que se reconoce y reverencia como profesional solo lo que emana desde títulos, dignidades y membretes. Yo no me autocalifico. Yo me siento. Y me siento hoy día más politólogo que escritor de ficción. Nadie diría que me autocalifico de “escritor de ficción”.   

En casa de Goethe, Frankfurt, Alemania, 2011. Foto: cortesía del entrevistado.

En las redes sociales te opusiste a la invasión de Rusia a Ucrania, lo que te trajo no pocas discusiones ácidas. Resume tus opiniones.

No solo en las redes sociales. Publiqué en Rebelión.org dos textos pormenorizados sobre el ominoso hecho. El primero, acerca de las causas y condiciones que lo provocaron; el segundo, con el objetivo de desmentir, una a una, las falacias lanzadas por Vladimir Putin en el engañoso discurso del 24 de febrero, justificativo de lo que hasta hoy algunos denominan “operación militar especial” y no pasa de ser una artera, burda e injustificada agresión, violatoria de todos los cánones del Derecho Internacional.

En las redes sociales fui agredido y duramente ofendido. Las redes sociales son hoy un recinto henchido de banalidad, odio e irrespeto a la sacra opinión del otro, quienquiera sea ese otro o la opinión que exponga. Eso resulta aberrante y desesperanzador. Creo que fue Voltaire quien sostuvo: “no me agrada lo que dices pero daría mi vida porque tuvieras el derecho a decir lo que dices”. Y esa máxima es inviolable. Ideología sin ethos no vale un céntimo. El fin nunca justifica, ni puede justificar, los medios. Como sostuvieron Martí y Mahatma Gandhi, sin leerse jamás, un fin puro demanda el empleo de medios puros. El empleo de medios impuros desnaturaliza, desacraliza y contamina el fin. Creo poder afirmar —con humildad y honestidad absolutas— que soy un hombre de izquierda, mas cuando ideología y ethos colisionen elegiré, lo digo sin tapujos, sin la menor de las dudas, el ethos. La realpolitik en el mundo moderno no debe ser ignorada, puede ser peligroso, especialmente para naciones de la periferia. Lo que para un individuo se erige como deber de humanista y exigencia del ethos, en el caso de un Estado debe ser sopesado y constreñido. Para la Politología, por ejemplo, eso es entendible. De ahí que abunde tanto urbi et orbi el clásico no comment.   

Encuentro con monje del templo de Shaolin, Kuala Lumpur, Malasia, 2009. Foto: cortesía del entrevistado.

¿Qué tienes ahora mismo en el “tintero”?

Anhelo escribir —al fin— una novela: ficción. Anhelo escribir acerca de los destinos, las perspectivas, el futuro de la democracia, los peligros que en la actualidad la asedian: politología. Anhelo seguir escribiendo Cuento, ya tengo nuevo libro, hasta hoy inédito. Anhelo, más que escribir, poder ver a mi hija realizada y feliz, faltarle —algún día faltaremos a los que queremos y nos quieren— solo cuando sea inevitable. Anhelo ser, más que escritor, más que intelectual, un hombre justo y bueno. Ser escritor es un mero accidente. Lo verdaderamente trascedente es luchar por ser un hombre bueno.

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