Silvia Rodríguez Rivero: “Busco en el arte un camino para crecer como persona”

Afirma que cualquier labor creativa se puede —y quizá se debe— hacer desde la poesía. Su pintura, su trabajo en la música y todo lo que ha hecho “han querido ser expresiones poéticas”.

Silvia Rodríguez Rivero en Barcelona, septiembre de 2021. Foto José Miguel Morales.

Barcelona, septiembre de 2021. Foto: José Miguel Morales.

Nació en La Habana en 1952. En su hoja de vida se lee que es pintora, poeta, directora artística y productora musical. Licenciada en Economía por la Universidad de La Habana, promoción de 1977.

Nominada en el año 2000 al Grammy Latino como productora musical. En las ediciones de 2003 y 2013 de Cubadisco recibió el premio a la mejor producción discográfica. El año pasado fue distinguida con el Premio Absoluto de Poesía Musicalizada, en la XVII entrega del Certamen Internacional de Poesía NOSSIDE, en Italia.

Ha realizado 16 muestras personales en Cuba y el extranjero. Consigno las más recientes: La luz de lo imposible, 2015, Galería del Centro Cultural Puerta de Toledo, Madrid, y Palacio de Foz, Lisboa; El Reino de este Mundo, 2016, Centro Cultural San Antonio María Claret, Santiago de Cuba; Ofrendas, 2017, Sala Miró, sede de la Unesco en París; Yo te amo Ciudad, 2019, Palacio de Lombillo, La Habana; Lejanías, 2019, Galería de los Estudios, Key West; Complicidades, 2020, Galería Carmen Montilla, La Habana; y De esperanzas y esperas, 2021, Galería Tristá, Trinidad.

Silvia es hija de Juana Rivero (1917-2017), profesora, investigadora, directora coral, compositora y toda una leyenda que durante 26 años mantuvo un programa de enseñanza musical para niños por la radio. Y justo por ahí comienza el diálogo.

¿Cómo fue/es ser hija de Cuca Rivero?

Divertido. Es lo primero que me viene a la mente. En las noches, cuando mi asma de niña no nos dejaba dormir, ella me hacía las más divertidas historias de su niñez en Candelaria y Guanajay. Los personajes de aquellos pueblos y las peripecias de mi madre niña me ahogaban de la risa y me hacían olvidar el asma. Después hubo mucha tragedia por pérdidas y por la ida de mi padre a Estados Unidos, a inicios de los años 60; pero ella no era dada al drama. Nunca le vi lágrimas. La alegría estoica y voluntariosa fue su divisa, y eso nos ayudó a pasar los malos momentos.

De esa alegría y de su capacidad creativa surgió, a mi juicio, el personaje de la Profesora Invisible, y su programa que durante generaciones enseñó a cantar a los niños de Cuba. La pasión por la música nos la transmitió a mi hermano y a mí. Fue esa alegría y esa forma de ser, tenazmente apasionada, su principal legado y es lo que siempre recordaré de ella.

“Sueños en vilo”, 2021. Acrílico sobre lienzo, 130 x 200 cm
“Sueños en vilo”, 2021. Acrílico sobre lienzo, 130 x 200 cm

Tu madre estudió Farmacia y tú, Economía; sin embargo, ambas encausaron sus vidas, con notables resultados, en el mundo del arte. ¿Coincidencia?

No creas que hay muchas similitudes entre mi madre y yo. Lo que apuntas es, como dices, una coincidencia. Ella estudió Farmacia porque mi abuelo tenía varias boticas e hizo que una de sus hijas se preparara para encargarse del negocio familiar, pero a ella no le gustaba nada; en cambio, la música le apasionaba, y había tenido una preparación paralela que le permitió elegirla como profesión.

Yo estudié Economía porque en aquel momento se decía que eran necesarios los economistas para ayudar al país, y “di el paso al frente”. A esa edad escribía poesía y cuentos, como muchos jóvenes suelen hacer. Me gustaban el arte, las matemáticas puras, la Filosofía, la Psicología, las Letras. No sabía qué elegir.

Trabajé 13 años como economista en el Ministerio de Comercio Exterior, en investigación de mercados, y me fue muy bien profesionalmente. Hasta que, gracias al “Período Especial” decidí dejarlo y comencé a trabajar con José María como directora artística, en la producción de música para cine y CD, letrista de canciones y un largo etcétera que terminó en la pintura, a la que llegué tardíamente pero con el ansia con que llega el sediento a un manantial.

Eres pintora y poeta. ¿Cuál de esos dos ámbitos de expresión sensible surgió primero en ti? ¿Qué espacio ocupa cada uno en tu trabajo creativo? ¿Cuándo te reconociste como artista?

Quiero pensar que la poesía habitó en mí siempre; no digo que me sienta poeta, sino que hablo de la poesía como una forma de fe, como la manera que uno escoge, o lo escoge a uno, para transitar por la vida. Cualquier labor creativa se puede —y quizá se debe— hacer desde la poesía. Por ello la pintura, la música, y todo lo que hemos hecho José María y yo han querido ser expresiones poéticas. Empecé a escribir historias y poemas antes de pintar, y ahora pinto para narrar historias y acercarme más a un lenguaje poético.

No sé si me reconozco como artista. No sé exactamente cómo ubicarme en esa clasificación tan amplia. Lo que puedo decirte es que busco en el arte ayuda y un camino para crecer como persona, un ascenso espiritual.

Hablemos de tus comienzos en las artes visuales. ¿Reconoces influencias?

Soy autodidacta. La historia de mis comienzos en la pintura puede ser tan breve como que después de tres aisladas clases de dibujo que me sugirió mi hijo sin mucha convicción, comencé a pintar desaforadamente hasta el día de hoy.

Fue muy sorpresiva esa iniciación, tanto para mi familia como para mí, al punto de que me despertaba en la noche para ver si aquel milagro se había desvanecido y si mi mano todavía era capaz de dirigir el pincel.

Incorporar la sensación de la textura del lienzo, la pintura en la mano, en mi boca, el detalle fino del pincel o la rudeza de la brocha, sentirme rodeada de esa bella escenografía de lienzos, pinceles, tubos, colores, me fue dando cada vez más seguridad de que aquel maravilloso hechizo no iba a desaparecer de mi vida, que había llegado para quedarse.

Retocando una obra en la galería del Palacio de Lombillo, La Habana, 2019. Foto Alejandro Ascuy.
Retocando una obra en la galería del Palacio de Lombillo, La Habana, 2019. Foto: Alejandro Ascuy.

Los cuadros se sucedían y fueron llenando las paredes de nuestra casa y de otros sitios conocidos y desconocidos, donde ya habitan también los personajes de mi pintura.

Disfruto especialmente a los pintores impresionistas, en el manejo de la luz y los trazos singulares, efectivos. Entre ellos, Monet, Renoir, Alfred Sisley; quizá son mis favoritos.

Han encontrado que mi trabajo tiene influencias de la fantasía o el simbolismo de la pintura de Marc Chagall, Eduard Munch, Klimt, Leonora Carrington o Remedios Varo. Ellos, entre muchos otros artistas, han sido fuente de inspiración para mí desde antes de que pensara en pintar.

Me deleito también con la pintura cubana, la de aquellos que se consideran clásicos, y la actual de grandes maestros y jóvenes que surgen con notable técnica e ideas renovadoras.

Siguiendo con las artes visuales, ¿tienes temas recurrentes? ¿Trabajas por series? ¿Por qué esa predilección por los retablos?

Tengo siempre la intención de no repetirme, al menos conscientemente. Siento que puedo aburrir o, lo que es peor, aburrirme si repito algunas soluciones o ideas en los cuadros. No obstante, hay elementos que enlazan una pieza con otra y establecen un estilo. Suelen decirme que mi pintura se reconoce aunque no vean la firma, y debe ser por eso.

No acostumbro a hacer series. Casualmente, ahora estoy haciendo una inspirada en pequeñas viñetas o acertijos que Cintio Vitier nombró, en uno de sus poemarios, como “Adivinanzas”; pero la conexión entre cada pieza de la serie no es pictórica, sino poética.

Los retablos han identificado mi pintura quizá porque sus formas son singulares y están concebidos para que se miren y se interactúe con ellos como en un juego. Comencé trabajando con pedazos de maderas antiguas y narrando sobre ellos pequeñas estampas que sus propias vetas me sugerían.

Después tuve oportunidad de trabajar sobre madera de palma real. En ella hice obras grandes que disfruté mucho. Todo eso me fue preparando para diseñar los retablos y contar en ellos historias más complejas, que se narran a través de sus varias partes, de su abrir y cerrar, y finalmente dejan descubrir un “secreto” disimulado con la pintura en la madera.

¿Cuál ha sido tu exposición personal más notable?

La más notable, por el sitio en que se realizó, debe haber sido la que hice en la Sala Miró de la Unesco, en París: unas 45 piezas.

Las más queridas, hasta ahora, son dos: Yo te amo, ciudad, dedicada a los 500 años de La Habana, presentada por Eusebio Leal en la Galería del Palacio de Lombillo, con curaduría de Moraima Clavijo; y la otra, con igual curaduría, la que se hizo por el Centenario de Cintio Vitier en la galería “El reino de este mundo” de la Biblioteca Nacional. Siento que fue especial debido al largo y gustoso trabajo que hice durante un año, pintando a partir de su poesía.

Los pasos perdidos, 2018.  Mural. Acrílico sobre cementoso board, 122 x 233 cm.
Los pasos perdidos, 2018. Mural. Acrílico sobre cementoso board, 122 x 233 cm.

En un pequeño currículum tuyo se lee: “Su obra literaria y musical está íntimamente relacionada con la de su esposo, el compositor y pianista cubano José María Vitier”. ¿Cómo se conocieron? ¿Cómo se da la colaboración? ¿Es siempre armónica? ¿Producirías para otros músicos?

Nos conocimos una noche habanera de 1972, un lunes de jazz en el Johnny’s Dream. He escrito sobre esto y me cuesta volver a hacerlo apresuradamente. Esa noche decidió nuestra vida. José María era estudiante de piano en el conservatorio, aún no componía, y yo terminaba el preuniversitario sin saber aún qué carrera elegir.

Desde esa noche no nos separamos más, no porque no existieran conflictos, contradicciones, discrepancias, sino porque el amor que surgió entre nosotros encontró los caminos para salir fortalecido de todos los obstáculos que atravesamos, lo que ha significado 50 años de una alianza amorosa que ha propiciado la creación y nos ha protegido.

Empezamos a trabajar juntos a finales de los 80, y como había tanta complicidad y conocimiento entre nosotros, era fácil complementar nuestros trabajos para idear o producir la realización de conciertos, proyectos discográficos o cinematográficos.

Hicimos un buen equipo de dos, y logramos realizar obras y proyectos que nos hicieron crecer como artistas y como personas.

José María y Silvia, Finca La Silvia, 1994. Foto: Julie Belafonte.
José María y Silvia. Barcelona, 2021. Foto: José Miguel Morales.

Me preguntas si es siempre armónica esta alianza: no lo es siempre; pero en broma te digo que la armonía es parte fundamental de la música y de la pintura. Quizá eso ha ayudado.

Creo que solo en dos ocasiones he producido para otros músicos. Una de ellas fue un disco de Frank Emilio Flinn. Hice otro en conjunto con el músico español José María Cano. Con ambos la experiencia fue magnífica, pero el trabajo con José María Vitier y el mío propio no me ha dejado tiempo para mucho más.

Desde hace unos años, para poder tener un espacio mayor para mi obra, he intentado no seguir el trabajo de producción y me he apoyado en otros profesionales. Eso me ha permitido hacer lo que más disfruto: pintar.

En el año 2000 fuiste nominada a los Grammy Latinos como productora musical por tu trabajo con Salmo de las Américas, fonograma de José María Vitier con la Orquesta Sinfónica de Matanzas. ¿Hay textos tuyos en el proyecto?

Salmo de las Américas es una obra muy querida que contiene la bella aspiración de contar, a través de la música y la poesía, las profecías, la llegada de los europeos a América y el encuentro, choque e interacción de las culturas que comparecieron en el escenario de nuestro continente.

Hicimos una selección de textos que partieron de la profecía bíblica de Isaías y de la Maya sobre esos hechos. Después le seguían un texto del Diario de navegación de Cristóbal Colón, San Juan de la Cruz, un fragmento del poema de Neruda “Alturas del Machu Picchu”, un poema de Walt Whitman para ilustrar el fragmento dedicado a Norteamérica y, finalmente, José Martí, para culminar la obra.

Aún así, faltaba un texto sobre la llegada propiamente dicha, sobre el deslumbramiento de esa tierra ignota y maravillosa. No encontramos un poema que tratara eso, y me tocó elaborar un texto para una música hermosa que José María había hecho.

Fue el peor trance que he pasado para crear un texto. Sin embargo, algo que siempre he disfrutado mucho es hacer textos para canciones, para proyectos discográficos, para filmes o para obras de mayor envergadura de José María, como la cantata Leyenda del caballero y su destino o la Misa Cubana.

Vitral, 2020. Acrílico sobre lienzo, 100 x 70 cm.
Vitral, 2020. Acrílico sobre lienzo, 100 x 70 cm.

¿Qué ha representado para ti pertenecer a una de las familias más notables de la historia de la cultura cubana?

Uno siente la familia y la disfruta por los lazos afectivos y la comunicación que existe o no entre cada uno de sus miembros. José María y yo tuvimos la suerte de compartir con las nuestras, además del cariño, la empatía profesional.

Con mi madre, Sergito y Felipe Dulzaides, la música; y con sus padres, la fuente de todo el conocimiento sobre Martí, la historia, la poesía, y el caudal de ese pensamiento que no dudaban en entregar a nosotros, a sus nietos, a los amigos y a todos las personas que se les acercaban con el ansia de saber. Esa admiración no nos hacía verlos como notables de la cultura cubana, sino como las personas sencillas y maravillosas que eran.

Disfrutábamos de los almuerzos domingueros cuando se reunía toda la familia, y Fina nos esperaba con una comidita que guardaba la ilusión de toda la semana para el encuentro dominical.

Teníamos una familia larga por las dos partes. Por una, todas mis tías, hermanas de mi madre, que fueron nuestro gran apoyo en la vida; y por otro, la familia de José, con su padres, pero también sus tíos Eliseo y Bella, y sus primos, que fueron nuestros mejores amigos: Rapi, Lichi, y Fefé, que sigue siéndolo.

Fuimos muy afortunados y nos quisimos entrañablemente. Por eso, ahora que no están, disfruto especialmente pintando desde la poesía de Fina y Cintio o recordando a Rapi y Lichi en un trazo, en un color, y escuchando la guitarra de Sergito en una vieja grabación.

De izquierda a derecha, Silvia, José María, Fina García-Marrúz y Cintio Vitier. Finca La Silvia, Bauta, La Habana, 2003. Foto: archivo de la familia.
De izquierda a derecha, Silvia, José María, Fina García-Marrúz y Cintio Vitier. Finca La Silvia, Bauta, La Habana, 2003. Foto: Archivo de la familia.

¿Puedes compartir con nosotros un poema tuyo?

Amados desconocidos

¿Quiénes serían
los antiguos poseedores de nuestros nombres?
Aquel primer Rodríguez,
que plantó sus tercas ilusiones en lejanas tierras
para quizás perderlo todo y dejar su inmensa estirpe.

Aquella vasca Tellexea que tantas veces debió lucir
los preciosos aretes que hoy yo atesoro.

Qué parte de mí le corresponde a Bosques, Bosco,
santo aventurero, que me legó quizás su ansia de expiar culpas
y una estrecha rendija para presentir la fe.

Qué porción de mi trémulo ser
le deberá su color, su forma, sus gustos,
a aquel Rivero asturiano o a la imponente gallega Casteleiro.

Quiénes serían ellos,
desconocidos que viven en mí.
A dónde irán después,
viviendo en seres futuros
en los que habré de habitar yo también.

Así se irá perdiendo nuestro leve rastro,
Convertidos en un apellido perdido,
en el color de unos ojos que mirarán otro paisaje,
en el temblor de una boca que aprenderá a decir y a besar otras pasiones.
en el rubor de un rostro, en la tersura de otra piel,
en el cuerpo de otros que vendrán después.
Algo de nosotros vivirá en ellos.

Involuntarios herederos,
amados desconocidos,
que ni tan sólo se preguntarán
quiénes fuimos.

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