Un huracán anclado que no se desvanece

Conversación con Agustín Labrada

La suerte que vendrá, Mahahual, México, 2015. Foto: Agustín Labrada

Agustín Labrada nació en la oriental provincia de Holguín, en 1964. Estudió en La Habana Licenciatura en Educación, con especialidad en Español y Literatura. Ha sido promotor cultural, periodista, profesor y conferencista. Son sus libros de versos La soledad se hizo relámpago (1987), Viajero del asombro (1991) y La vasta lejanía (2000). Asimismo, es autor de Jugando a juegos prohibidos (1992), antología poética de la generación de los ochenta en Cuba; y de los volúmenes de periodismo cultural Palabra de la frontera (1995), Más se perdió en la guerra (1999), Un paseo por el Paraíso (2006), Seis caminos (2012) y Ellas están de paso (2013); además de los conjuntos de ensayos críticos Teje sus voces la memoria (2011), y Padura y el Nuevo Periodismo (2019).

Agustín Labrada. Foto: Gabriela Padilla.

Premiado por su obra lírica y periodística en Cuba, México y Perú, resultó finalista del Concurso Internacional de Novela Herralde, de la editorial Anagrama (Barcelona, España), en 2013.

Se radicó en Quintana Roo, el más joven de los estados mexicanos, en 1992.

¿Desde cuándo la poesía?

Vengo de una familia proletaria que no tuvo el hábito de la lectura, los únicos libros que había en la casa eran los que yo usaba en la escuela, y en ellos tuve el primer contacto con la poesía: textos patrióticos y costumbristas, que en esa época me sedujeron por la musicalidad de sus rimas. También vi a cantantes rurales que improvisaban décimas.

Rimar, entonces, se me dio espontáneamente. Escribía décimas, romances y redondillas, con “versos” más bien soeces, para burlarme de maestros y de algunos compañeros de aula, pero sin la más remota conciencia de que aquel juego podría ser el germen de lo que vino después, a mis 18 años: una necesidad intensa de expresarme a través de la escritura.

Describe un hecho poético de alguna trascendencia que te haya tocado vivir

Me recuerdo sentado junto a una muchacha búlgara, solos y descalzos, frente al mar Negro. Bebíamos una botella de vino de rosas y ella estuvo embelesada con los poemas que dije a su oído, aunque no entendiera el idioma español, mientras la brisa se infiltraba entre los árboles y se iba asomando con lentitud la luna.

Pensando en Yeyamayá, Chetumal, México, 2012. Foto: Agustín Labrada

Hay ambivalencia en nuestro medio a la hora de asumir el calificativo de “poeta”. Unos lo ven como sinónimo de tonto, desasido de la realidad, débil de convicciones; otros, como un visionario, alguien que tiene una sensibilidad aguzada, que ve un poco más allá de las manifestaciones fenoménicas de la realidad. ¿Qué sientes cuando te llaman poeta?

Me es indiferente. No puedo adivinar cuando lo dicen con un trasfondo despectivo o cuando lo dicen con respeto o admiración. Nunca me presento como poeta. Algunas personas, que jamás se han leído un verso mío ni de nadie, presumen de tener en mí a un amigo poeta, como si fuera un trofeo. Dejo que siga el cauce y cito a Jorge Luis Borges: “…la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre”, y uno sigue siendo poeta.

Decía Roberto Fernández Retamar que se nace poeta como se nace jirafa.

Comparto esa opinión. Los ejemplos sobran en la historia de la literatura. Más que talleres, cursos y otras alternativas pedagógicas, lo que más ayuda a un creador de versos es leer y ése es un ejercicio de soledad. Quienes no traigan la madera auténtica, que emerge misteriosa desde el nacimiento, con el aprendizaje literario formal a lo sumo llegarán a ser buenos lectores, críticos de libros o maestros, todas condiciones respetables.

Tuviste responsabilidades en la Asociación Hermanos Saíz durante los años más duros del Período Especial. ¿Cómo resultó esa experiencia?

Cuando se disipa la Unión Soviética, desaparece su apoyo económico a Cuba y entramos en el abismo del Periodo Especial, el arte se volvió para muchos creadores el único refugio. Demasiadas noches me acosté sin haber comido, era una épica trasladarse por La Habana, se iba la luz… Así que crear fue un acto de resistencia, para algunos también era una esperanza. En propuestas de evasión o de confrontaciones sociales, latió la crítica.

Desde la Sección de Literatura de la Asociación Hermanos Saíz, se mantuvieron, a pesar del caos, algunas actividades sistemáticas, como los recitales de poesía y narrativa en la Casa del Joven Creador; logramos conformar dos antologías poéticas (Llevarte del brazo y Jugando a juegos prohibidos), tuvimos reuniones con editores extranjeros, se presentaron algunos libros, se coauspiciaron encuentros literarios en provincias…

En lo personal, aunque viviésemos en el desamparo y no supiera al levantarme si iba a comer o no ese día, recuerdo algunos sucesos gratos de ese 1991, como el recital que ofrecimos el trovador Polito Ibáñez y yo en la Biblioteca Nacional José Martí, fue publicado mi libro Viajero del asombro, escribí algunos textos del siguiente poemario, mi ex pareja, Norma Quintana, me trajo ropa nueva de Miami, probé por primera vez el tequila…

Mi súper cuate Omar Mederos, director de la Casa del Joven Creador entonces, inventó un oasis en nuestra sede. Negoció con la Sociedad Cultural Rosalía de Castro para que vendieran bebidas y alimentos, organizamos el “Bartolo” –aludiendo a Bartolomé, el nombre real de Benny Moré–, y así, mientras afuera se cernía la penuria, cada sábado teníamos allí una fiesta con rock, jazz, trova… Unos meses más tarde me vine a México.

Emigraste a México en 1992. Están próximos a cumplirse veintinueve años desde que decidiste radicarte en ese país. ¿Cómo se ha ido construyendo tu identidad? ¿Qué eres? ¿Por qué México? ¿Por qué Quintana Roo? ¿Por qué Cancún?

Cuando llegué a México, me faltaban seis meses para cumplir 28 años de edad, y aquí he permanecido por razones disímiles: se habla español y es un pueblo que tiene mucha cercanía con Cuba, pude realizar otras labores culturales que me han gustado, como el periodismo cultural y la producción radiofónica, aquí nació mi hijo Alex…

Te diría también que nunca he sido tratado con xenofobia, que formo parte de los gremios periodístico y literario del Caribe mexicano, y me he fundido tanto con este universo que dos de mis libros giran en torno a la literatura local, que me encanta este paisaje, que aquí tengo mi segunda casa…

Mi proceso de integración a esta heterogénea sociedad ha sido lento, pero constante. Durante los primeros años, me acosó la nostalgia, y ello se refleja en poemas de La vasta lejanía, pero esa pesadumbre se fue anulando con el tiempo, me invadieron nuevas experiencias, aprendí otros quehaceres, tuve nuevos amores y más amigos.

Entre luces y sombras, he vivido en Bacalar, frente a la laguna de los siete colores; en Chetumal, que tiene una espléndida bahía, y en Cancún. Desde que salí de Holguín, no sé vivir lejos del mar. Me gusta Cancún por su cosmopolitismo, su alianza de urbanización y naturaleza salvaje, su piel real maravillosa, y hoy me siento un hombre de dos patrias.

Te aguardaré, Xul Ha, México, 2016. Foto: Agustín Labrada

Durante tu juventud, Holguín era una de las plazas más potentes dentro de la creación literaria cubana en general y poética en particular.

Cuando me acerco al movimiento literario de Holguín, ya casi todo estaba estructurado, fundamentalmente por las iniciativas del maestro Alejandro Querejeta, quien creó, entre otros proyectos, el Premio de la Ciudad y las ediciones sistemáticas de libros, además de producir el disco aquel de poemas leídos por los propios autores: Un lugar para la poesía.

Querejeta, como líder de un grupo muy variado, logró que las autoridades, pese a sus recelos y desconfianzas, respetaran a los escritores, y ello generó una vida literaria local con presentaciones de libros, lecturas de obras, revistas, talleres literarios, espacios para la literatura en los medios de comunicación, que era seguida por un público lector.

Para mí fue un tiempo de hallazgos. Leer poemas llenaba mis vacíos existenciales, intentar escribiros era un reto, y una fiesta si algún verso sobrevivía feliz. Allá comenzó mi aprendizaje y fue ensanchándose cuando, a finales de los años ochenta, convergí con los miembros de mi generación, que iban emergiendo en todos los rincones de la Isla.

Fueron mis maestros, de maneras muy heterodoxas, en Holguín: Alejandro Querejeta; Alejandro Fonseca y Carlos Jesús García, quienes fallecieron muchos años después en Estados Unidos, y el gran poeta Delfín Prats. De ellos aprendí y a ellos les debo parte de lo que soy. A veces añoro aquellos días signados por el apasionamiento y la inocencia.

¿Qué vínculos tienes en la actualidad con Cuba?

Mi vínculo es fundamentalmente afectuoso con los familiares y amigos que aún viven en Cuba. Las noticias de actualidad me llegan a través de las redes sociales, donde hay enlaces con publicaciones electrónicas de variada índole. Leo algunas, pero es fragmentaria esa información y nunca llego a estar verdaderamente actualizado.

Me alegra saber que, pese a las calamidades, hay jóvenes y no jóvenes creando obras que perduran en diferentes manifestaciones artísticas, y eso es muy importante para la cultura cubana. Respecto de la política, suceden hechos y situaciones que mi ser, por naturaleza apolítico, no logra asimilar y me abruman, un huracán anclado que no se desvanece.

Hay quien piensa que, por las contingencias históricas vividas en estas últimas seis décadas, resulta demasiado tenaz cargar con la “cubanidad”.

La cubanidad es una carga para “cubanos profesionales” de 24 horas, quienes están atentos a la última hoja que cayó de un almendro en El Vedado y politizan hasta el murmullo de la lluvia. En mi opinión, hay componentes de la cubanidad —no siempre folclóricos ni políticos ni estereotipados— que viajan con uno, que no pueden desterrarse como las pesadillas, que se interiorizan desde la infancia, y nos dan en el orbe sentido y pertenencia.

¿Hay algún lugar, canción, obra pictórica o literaria, figura histórica que resuma lo que representa Cuba para ti?

Los sueños de José Martí.

Háblanos del Premio Internacional de Poesía “Nicolás Guillén”.

Aunque yo coordiné el premio, nació de una idea del narrador Francisco López Sacha, en una reunión etílica, alegre e informal, en noviembre de 1996 en Isla Mujeres, que tuvimos con el cronista Fidel Villanueva, el poeta Rafael Burgos y el cineasta Carlos Düring. Pensamos en Nicolás Guillén porque ha sido el poeta de mayor relieve en la cuenca caribeña, quien abordó asuntos regionales (en distintas estrofas) dentro de su gran poesía.

Fue concebido como un concurso que por primera vez uniese a los poetas del Caribe hispano y que sólo tuviera quince ediciones. En ellas, fueron premiados y publicados libros de autores de México, República Dominicana, Cuba, Panamá y Colombia. En su auspicio participaron diversas instituciones como la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, la revista Río Hondo y la Universidad de Quintana Roo, entre otras.

A la primera edición, en 1997, apenas llegaron veinticinco libros; a la última, setecientos cincuenta y uno. Ello revela un proceso de involucramiento por parte de los poetas caribeños de todos los países hispanos de la cuenca: Venezuela, Colombia, Panamá, Nicaragua, Costa Rica, Honduras, Guatemala, República Dominicana, Cuba, Puerto Rico y México. Igualmente se recibieron libros de beliceños escritos en español.

Al concurso, que también fue coauspiciado (con dinero de su bolsillo) por el escritor mexicano Jorge González Durán, llegaron, además, poemarios de escritores caribeños que residen en Europa, África, Asia, América del Sur, Estados Unidos, Canadá y Australia. Las bases y los resultados, así como entrevistas con los poetas triunfadores y reseñas sobre sus libros vieron la luz en numerosas publicaciones del mundo.

¿Cuál es tu libro de poemas más conseguido?

Está inédito; su título no lo voy a revelar. Me llevó mucho tiempo crearlo. Pienso que es lo más maduro que he escrito en poesía, donde creo haber alcanzado un discurso propio y donde abordo diferentes temáticas con distintas estructuras poéticas y todo el rigor que me es posible. Ahí transpiran mis confesiones y pensamientos, mi más desnuda sinceridad. Deseo que les guste a los lectores.

 ¿Cuáles son los tres poemas tuyos que no deberíamos dejar de conocer? ¿Quieres compartirlos con los lectores de OnCuba?

Claro. Ahí te van.

 

¿NO OYES EL VIOLÍN?

                                              ¿oye alguien mi canción?

                                                      José Lezama Lima

Tengo miedo

mis manos son demasiado pequeñas

y no alcanzan la ventana que da al cielo.

Mi madre pasa y vuelve a pasar y no me ve

hay una telaraña entre sus ojos y los míos.

Ella quiere que la casa se pueble de otros ecos

cuentos alegres

a la sombra feliz de la ignorancia

                                                          y no me ve

                                                          y no me ve

                                                          y no me ve.

¿No oyes el violín?

¿No oyes el violín?

Estos son mis buenos vecinos

jueces absurdos como el crimen

que ignoré en mis juegos

                         y en mis bailes ruidosos.

Esos adultos

dueños de una ética alucinante y antigua

pretenden rodearnos de fronteras

y no ven las luces violentas de mi tiempo.

¿No oyes el violín?

¿No oyes el violín?

Casi todo nos falta

la pobreza es un perro triste

no adornes con cal lo humilde que somos

diles que mi padre

nos dejó en la estación de la sequía

que crezco como puedo

y me enamoro de las estudiantes.

A él dile que no quiero sus monedas

ya aprendimos a sacar pan como los magos.

¿No oyes el violín?

¿No oyes el violín?

Nunca me dijeron: la ciudad

engaña tan bien como una puta fina

                  un adolescente se pierde

 y puede ser devorado por los lobos

                                hay decadentes

matan con su apetito la alegría

trafican tu suerte

sin que respires

sin que digas nada

hasta ahogarte con sus propios derrumbes.

¿No oyes el violín?

¿No oyes el violín?

Qué difícil hallar

el llano transparente de la humanidad.

VIENDO CAER EL TIEMPO

                                                    A José Martí

Viendo caer el tiempo,

la alameda devuelve tus pasos como fin de la imagen,

ahora que la ceniza se dispersa en el río

y sólo tus palabras lo trascienden.

Palabras que se marcan en la niebla.

Se confunden los signos

entre el arco que lanza su verdad

y un hombre eternizado en lo más verde.

 

No es el mar nuestra casa,

aunque nos sea dada la sal todos los días.

 

Más pavoroso que esas aguas es pensar en el tiempo,

su círculo que se rompe en tu voz,

y avanzamos por ella

y soñamos algunas claridades.

Viendo caer las tardes al filo de la nada,

intentamos llegar a tu humildad

y borrar para siempre los homenajes mudos.

 

                         2

Tampoco yo he encontrado un signo

para indagar qué somos,

qué dejamos de ser,

qué arboleda beberá nuestra sequía;

ni al cerrar este cofre

en cuya cima se dibuja un mapa

con su trono, su ardiente litoral y su tragedia.

 

El ocaso se me ahonda en el pecho

y hace lenta la magia

de recordar tu cuerpo enrojeciendo el llano.

 

Veo caer el tiempo

conque viajan los trenes y es ya nuestra costumbre,

como esperar así por un milagro

mientras nos transfigura la profecía

de ese viento letal,

que nos condena a ver

cómo se adensa en tu nación de vidrio la penumbra.

NO VINE DE LA GUERRA

No vine de la guerra,

nadie lloró por mí al conjurar los actos

del aciago linaje con que se van los héroes.

No me hice a los océanos

ni volví con un farol a hipnotizar las aves.

Eso no importa.

Toqué la rueca que me concedió el tiempo,

pude hilar sus luces y sus sombras,

sin aprender las claves de la inmortalidad.

Eso tampoco importa.

Hoy no es fácil discernir

en el tapiz donde convergen todas las ceremonias

y no se puede precisar si alguna muchedumbre

sellará sobre el caos la justicia.

¿Qué vamos a decirles

a quienes tocan altares que jamás existieron,

qué vamos decirles de las grandes hogueras

si no hemos conocido aún su lumbre?

Qué no daría yo por otro reino,

zurcir los precipicios que me ignoran,

recorrer las praderas sin flechas a la espalda

ni misteriosos límites que recorten mis pies.

Qué no daría yo por otra lluvia,

cuyo laurel no sea una elegía,

aunque se borre el puente

y sienta que la antigua leyenda nunca llegará.

 

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