Wilfredo Torres: “La mayoría de las ediciones de Dedeté en los años 70 y 80 serían hoy sediciosas”

El ex director de arte todavía se despierta pensando en lo feliz que sería si pudiera volver a trabajar con sus colegas de entonces.

Wilfredo Torres (La Habana, 1950), antes de ser el ceramista en que se ha ido convirtiendo con los años, se encargó, entre 1971 y 1991, de la dirección de arte de Dedeté (DDT), sin duda la mejor publicación satírica cubana de todos los tiempos. Libra por libra, como suele decirse en el argot boxístico, el equipo de artistas que allí se reunió en su momento de esplendor no tenía rival en el país. Aventuro que tampoco más allá.

Por el tiempo en que trabajé como periodista en Juventud Rebelde, visitaba con asiduidad la redacción de Dedeté, o lo que debía ser la redacción, pues allí no había nada convencional. Junto a un par de medias de Manuel secándose en el respaldo de una silla, podías encontrar un dibujo espléndido de Carlucho. Ahí se vivía, se bromeaba a toda hora y con la mayor intensidad. 

Jamás había conocido un colectivo que se pusiera tan gozosamente al trabajo. Jamás lo volvería a conocer. Era un taller renacentista. A cualquier hora del día o de la noche había alguien dibujando esplendores: no sé si ya lo habrán advertido los críticos, pero una de las cosas que más me deslumbraba era que muchos de los dibujos que se producían allí —estoy pensando en Manuel, Ajubel, Carlucho— podían haber sido colgados inmediatamente en una galería o museo, pues carecían de la provisionalidad, de la nerviosa urgencia, que el periodismo impone. No creo que esos artistas intentaran posar de virtuosos. Sencillamente, no podían ser de otra forma.

De Dedeté me gustaba, sobre todo, el calor humano que desprendían sus integrantes, su noble picardía, el optimismo con que vivían la precariedad, su cualidad de estar, sonrientes y hambreados, en el aquí y ahora de ese entonces, la lucidez desbordante y… su capacidad para conseguir novias. ¿Qué más podría querer un joven redactor? En algún lugar de la oficina habían colgado un cartel que rezaba: “No entre si no es requerido. Evite ser empleado.” Y yo me moría por ser requerido, me moría por ser empleado. Pero no lo conseguí.

Ha llovido tanto desde entonces. La publicación desapareció virtualmente. Queda como referente glorioso de un momento cumbre del periodismo gráfico del país. En las hemerotecas pueden encontrarse aún números apolillados de Dedeté. Cada vez menos. Ojalá se consiga salvar ese patrimonio. 

A la salida de Dedeté, Torres tuvo que reinventarse. Hoy posee una reconocida obra como ceramista, expuesta en una docena de países, y sigue soñando con “levantar” publicaciones humorísticas. Sátira Opinión (2017-2019) y Dos bufones (2019-2021) son sus intentos más recientes. En alguna edición futura de esta sección, abordaremos su trabajo artístico con la arcilla. Ahora nos concentramos en aquellas dos décadas de vértigo en la dirección de arte del boletín.

Wilfredo Torres. Foto: Tomada de FB.

Fuiste por veinte años director de arte de Dedeté (DDT), que en ese tiempo reunió un colectivo de estrellas. Recuerdo que la publicación tenía un local, bastante desvencijado, en un edificio de la calle Teniente Rey. ¿Cómo llegas al DDT? ¿Cómo fueron esos primeros años?

Antes de comenzar a responder tu cuestionario debo aclarar que mi relato es personal y, como tal, en estas respuestas hay muchas lagunas, pues sería un inmenso trabajo escribir la historia de esta publicación, la mejor humorística publicada en Cuba en la etapa posrevolucionaria.

Llegué al DDT en 1971, aunque había ingresado al periódico Juventud Rebelde (JR) un año antes. Había salido del Servicio Militar Obligatorio (SMO), y estaba a prueba durante doce meses, sin salario.

Ese período fue para mí muy valioso, pues transité por todos los departamentos de arte del periódico. Comprendí cómo funcionaba, aprendí mucho de tipografía, etc. Fue mi universidad, en esencia.

Durante mi tránsito por el Servicio había trabajado en dibujo técnico y esa práctica me había otorgado una base fundamental para mi desarrollo posterior. Provengo de una familia de publicistas y arquitectos, y de alguna forma siempre supe que mi destino final iba a ser la gráfica. Amaba el diseño de los tabloides, y de hecho seguía el mundo de la caricatura editorial desde niño.

Durante ese año a prueba en JR pude desarrollar muchas habilidades del diseño gráfico y la ilustración. Recuerdo que ya casi al final se me acercó Virgilio Martínez, director artístico del DDT, junto a Agustín Urra, su director editorial, y me propusieron ingresar como realizador. Fue realmente excitante comenzar a trabajar con artistas a los que tanto admiraba. 

En aquella época, el DDT estaba conformado por Virgilio Martínez, Agustín Urra, y los caricaturistas Juan Padrón, César Janer, Tomy, Manuel, Carlucho, una colorista, dos redactores: Ilse Bulit y José Raúl Capote, y yo como realizador. Contaba como colaboradores fundamentales a Hernán H, con su Gugulandia, y Lázaro Fernández, artista con una línea mágica e ideas muy interesantes.

Sería bueno explicar cómo funcionaba el DDT en esos primeros años de vida. Era una publicación completamente distinta a lo que fue posteriormente. Desde mi óptica, estaba muy anclada en clichés ya obsoletos, y las soluciones gráficas conceptuales no estaban acordes con el grupo de jóvenes que conformaban la base del equipo. Hablo de Padroncito, Tomy, Manuel y Carlucho.

La nota de anuncio del primer número del DDT en febrero de 1969.
La nota de anuncio del primer número del DDT en febrero de 1969.

Pero los avatares del destino intervinieron, y de un plumazo abandonó el DDT la totalidad de las personas que no encajaban en lo que llegaría a convertirse la publicación.

Literalmente, nos quedamos los caricaturistas ya mencionados y yo, como realizador. En ese momento se decidió que Tomy se haría cargo provisionalmente de la dirección, y ese fue el imprescindible salto inicial a lo que varios años después sería la publicación. Se abrieron las compuertas creativas desde todos los ángulos, lo que propició un febril ambiente artístico. Poco tiempo después también se marchó Padroncito, y ya quedó el núcleo definitivo que conformó la publicación en los próximos 20 años.

Debo recalcar que los que integramos ese núcleo básico éramos empíricos, y crecimos a fuerza de trabajo. Proveníamos todos del SMO, y conocíamos la posibilidad y oportunidad que teníamos en nuestras manos. Recuerdo que en aquella época decíamos que éramos los dueños de una publicación que imprimía 250 mil ejemplares quincenalmente y que, por esas cosas extrañas del destino, y aunque muchos no lo crean, nadie nos cortó las alas en ese momento. 

Los conflictos vendrían algún tiempo después. Arrancamos y nadie puso un freno. Hay que darle a Tomy el reconocimiento de ese salto. Él fue el que vio el DDT futuro y lo comenzó a desarrollar.

Durante ese tiempo el suplemento radicaba en el 5to piso del edificio del periódico, en Prado y Teniente Rey, en un local que llamábamos La Pecera, rodeado de vidrios, y con un aire acondicionado que partía la vida. Teníamos una mesa de pimpón y tableros de ajedrez. Casi vivíamos allí. Era muy divertido y ayudó mucho a conformar un espíritu colectivo. De hecho, Manuel y Tony dormían en dos sofás que teníamos entre las mesas de dibujo, pues no contaban con casa en La Habana. Mis experiencias de esos tiempos y los recuerdos son tan agradables que todos los días pienso en mis colegas y rememoro mucho de lo ocurrido allí.

Pero no todo fue color de rosas, ni ese fue el único local por el que transitó el DDT.

Algunas de las portadas de DDT. Cada una a cargo de los distintos caricaturistas.
Algunas de las portadas de DDT. Cada una a cargo de los distintos caricaturistas.

Poco tiempo después, la dirección del periódico nos desalojó del quinto piso y caímos en un pequeño local en el tercer piso de la publicación, donde estaban los talleres. A este lugar le pusimos el sobrenombre de El Submarino Amarillo. Fue sólo por unos meses, aunque terribles. Hacer cada edición era un suplicio. El equipo se dispersó, casi estuvo a punto de desaparecer. Pero por suerte nos sacaron de allí y nos enviaron al que se convirtió en el mejor local posible de una publicación humorística. Estaba ubicado Teniente Rey entre Zulueta y San José, al lado de aquel famoso hotel que se anunciaba con 100 habitaciones con baño. Ahí volvimos a ser libres y comenzamos a recobrar y reconstruir lo que habíamos perdido poco tiempo antes como publicación.

Ese sitio fue el que definitivamente confirmó la identidad del suplemento. Entonces es que ingresa a la publicación Ajubel, y el equipo redondea su capacidad creativa y afianza su perfil gráfico-humorístico. Ahí nació el verdadero DDT. Ahí comenzó el mito.

También arriban como miembros del equipo René García y Ardión, para completar de esta forma un team de excelentes artistas.

El DDT en ese punto, comenzó a ser más audaz, y como proyecto cultural tuvo sus aciertos y desaciertos, pero todo lo que hacíamos era buscar nuestra verdadera identidad. Se pintaron grandes murales en la oficina, que se llenó de grafitis; era un espacio inclusivo, y muchas personalidades comenzaron a visitarnos y a realizar tertulias allí. Estudiantes, gente de la calle, entraban a husmear y reír. Ver a los caricaturistas dibujar sin tabúes rompió muchas barreras entre nosotros mismos y nos ayudó a zafar los pocos lazos que nos quedaban con los mancos mentales, como diría el gallego Posada. Años después volvimos a ser trasladados para JR; y, ya al final, al Combinado de Periódicos Granma, lugar donde en 1992 se eliminó el DDT como publicación y pasó a convertirse en la última página del periódico.

Han existido múltiples intentos para revivir la publicación por parte de un grupo de excelentes artistas, pero mi percepción es que ya no es posible. Todo ha cambiado, y esos grandes caricaturistas, a los que respeto, heredaron más un problema que una tradición. El DDT en su final ya cargaba con muchos detractores a nivel político que lograron su propósito: desaparecerlo y dispersar el equipo.

De izquierda a derecha: Rogelio Naranjo (México), Juan Padrón (Cuba), René García (Cuba), Tomy (Cuba), Carlucho (Cuba), Joaquín Salvador Lavado, “Quino” (Argentina), Alberto Morales, “Ajubel”. (Cuba), .Wilfredo Torres (Cuba), Ernesto Olmedo (Cuba). Durante el Salón Internacional La Deuda Externa, Dedeté, La Habana, 1985. Cortesía del entrevistado.

Te mencioné el dream team del DDT. Me gustaría que caracterizaras a cada uno de estos artistas, para mí la vanguardia del colectivo, y me dijeras cuál crees que fue su aporte individual a la publicación: Manuel, Carlucho, Tomy y Ajubel.

Era un lujo tener a cuatro artistas de esta calidad en el suplemento. Cada uno con una percepción y estilo de tocar los temas diferentes. Increíblemente, todo encajaba. Nunca fue difícil realizar una edición. Material de calidad sobraba.

Manuel era el genio del DDT. No podría decir otra cosa. Tuvo el talento para desmitificar temas que eran tabúes en la prensa cubana de la época. Allanó el camino para todos los que han venido detrás. Introdujo, al menos en Cuba, el uso de hechos históricos mundiales para criticar problemáticas nacionales. Genio de las formas y los contrastes. Su particular línea le confería una gracia indiscutible, pero, al mismo tiempo provocaba la reacción deseada en el lector ante lo serio del tema. Un tipo humilde e incansable, conocedor de su gran talento, pero sin necesidad de andarlo presumiendo. Siempre dispuesto a trabajar junto al colectivo. Mi admiración y reconocimiento para él.

Carlucho era genio del llamado humor blanco. Tenía la capacidad de poder realizar un chiste desde diferentes perspectivas, sin perder su gracia y su valor gráfico. La falta de textos de apoyo al chiste lo obligaban a desarrollar composiciones espectaculares. Maestro del espacio. Verlo dibujar a escalas gigantes era como asistir a clases de dibujo y composición. Su sentido de la vida le confería el poder de tocar temas prohibidos para otros humoristas. Fue un balance imprescindible en el desarrollo del DDT. Su formación y superación como artista ocurrió ya trabajando en la publicación. Su desarrollo fue vertiginoso y su personalidad lo hacía un tanto misterioso. No dibujaba en la publicación. Realizaba sus obras en su casa y las traía a la redacción. Siempre puntual y con calidad suprema. Un imprescindible en el DDT.

Cuando conocí a Tomy, en 1970, ya era un artista consagrado, a pesar de su juventud. Además de sus habilidades como gráfico, era un gran organizador. Considero que, junto a Virgilio Martínez, era una de las personas con más conocimientos tecnológicos del funcionamiento de una publicación. Sus dibujos parecían obras arquitectónicas, y su particular línea coincidía totalmente con su personalidad. Obsesivo con la perfección, siempre laboraba hasta el último momento en su obra. De él aprendí a trabajar las películas en el emplane final del DDT para enriquecer el número en proceso. Su personalidad franca, pero seria y dada a decir sus criterios, nos trajo a ambos varias discusiones. Así era de exigente. Hoy agradezco haber podido trabajar junto a él. Era el Pepe Grillo. Un tipo divertido y serio.  Exigente, así era este otro genio del DDT, fallecido a destiempo. Lo extraño cada vez que debo buscar alguna solución a mis problemas gráficos. Descansa en paz, hermano mío.

Ajubel llegó al DDT a mediados o finales de los setenta del siglo pasado. Venía de Melaíto, publicación humorística de Santa Clara. Su dibujo era ya excelente y de un gran humor. Refrescante y desenfadado. En el DDT adquirió la universalidad que le faltaba a su obra. Sus antológicas caricaturas, llenas de filosofía y mensajes subliminales, rápidamente delataron su gran calidad. Asimismo, alimentó la esencia de la publicación rápidamente. Es otro genio imprescindible para entender el papel y el valor del Dedeté de esos años. Su personalidad y obra controversiales lo hicieron un artista a respetar. Su dibujo pasó de una etapa a otra en un abrir y cerrar de ojos. Defensor del suplemento a ultranza, tiene mi admiración y la de todos los lectores.

El 99 % de las portadas de la publicación durante esa etapa se distribuyeron entre estos cuatro grandes creadores. Cada portada definía el perfil de esa edición. De ahí la variedad en el diseño. Fue siempre muy cómodo trabajar con todos ellos. 

Cuando yo comenzaba a diseñar el número que iría a imprenta nos divertimos un mundo y la mayoría de las veces ahí surgían las mejores ideas.

Era evidente que ustedes gozaban haciendo la publicación. 

Claro. El DDT se convirtió en un paraíso para todos nosotros. Cada número se realizaba bajo un ambiente festivo. Por supuesto, dentro de la jodedera había un principio inviolable: garantizar la calidad de cada entrega.

El trabajo era sagrado para nosotros, y así fue en tiempos de bonanza y tiempos difíciles. Realizar la publicación de una forma artesanal y presencial se convertía en un acto festivo. Hoy en día, con el uso de internet, las publicaciones han perdido esa parte de la frescura que da la permanencia de todos en todo momento. También esa actitud nos confería una cuota de responsabilidad a todos por igual. Hay una anécdota de cuando Ajubel hizo la portada con la caricatura de Fidel, y entre todos decidimos firmarla como “El colectivo”.

Hoy en día me despierto, ya con algunos años de más, y pienso lo feliz que sería si pudiera ir para el DDT con mis colegas.

Creo que los que todavía vivimos de ese equipo pensamos de igual forma. Son los mejores momentos que he pasado en compañía de un grupo de amigos tan talentosos, diferentes y unidos al mismo tiempo. Trabajar con ellos fue un lujo que me otorgó la vida.

Portada firmada por “El Colectivo”.

Sabemos que, por lo general, los políticos no tienen muy buen sentido del humor. ¿Puedes recordar para nosotros alguna edición que haya sido particularmente conflictiva? ¿Dejó de salir alguna vez el DDT por causa de la censura?

En una reunión de la alta alcurnia de la clase política cubana de los años 70 alguien dijo que el DDT parecía que se hacía en Miami. Llegó a nuestros oídos por el director de Juventud Rebelde, que participó en aquella reunión.

Particularmente, ya no apoyo a ningún partido político ni ideologías, dogmas o religión. Me he vuelto un poco ácido con respecto a eso. En todas las sociedades existe la censura, y si hablamos del humor, mucho más. La libertad de expresión total es una falacia. Un emisor de ideas siempre tiene alguien más arriba que decide qué va y qué no. Eso no tiene discusión.

Hubo muchas ediciones del DDT que fueron conflictivas. Problemas con ministerios, ministros, políticos… Era un hecho cotidiano y varios números fueron censurados e incinerados.

Recuerdo un número que dedicamos a la gastronomía en La Habana, y consistía en un velorio. El velorio y entierro de Inocente Blandito Conforme. Ese era el nombre del difunto, que representaba la muerte de la gastronomía en la capital. Construimos una capilla ardiente, un ataúd y decoramos el local con sillas, igual a una funeraria real. Osmani Simanca fue introducido en la caja y se hicieron fotos y caricaturas. La portada era la foto a toda plana del velorio, con un texto que afianzaba la idea y mencionaba el nombre del muerto. Todo iba a las mil maravillas, pero el día de la salida de la edición murió Agustino Neto, presidente de Angola. Esa fue la sentencia de ese número del DDT. Era muy evidente la relación que se podía establecer entre un muerto y otro.

Cuando salió la caricatura de Fidel por Ajubel en portada, todo transcurrió bien hasta que llegó a “arriba”. Sólo circuló en algunas partes de La Habana. El resto de la edición se incineró. Ese caso fue un escándalo para nosotros, pero por suerte la sangre no llegó al río.

En una edición Manuel y yo le pusimos un pie de foto a una imagen que subliminalmente aludía a un personaje. Salió el número y al rato nos llamó el director de Juventud Rebelde a nosotros y a Carlucho, como director en ese momento. Nos reunimos y nos informó que teníamos dos opciones: enfrentar una demanda por causa de ese pie en la foto, con consecuencias legales, o quemar la edición completa y entre los tres pagar la tirada en su totalidad. Eso incluía emplane, impresión, transporte, etc. Ya no recuerdo el monto total, pero esa fue la opción que escogimos. Estuvimos pagando los tres más de dos años aquella travesura. Pero nos reímos un mundo y esos riesgos son parte del trabajo de una publicación.

Quisiera argumentar mi criterio de que el cierre del DDT como publicación fue una vendetta. Ya estábamos condenados, y se aprovechó el Período Especial para cerrarnos. Palante continuó con una edición con menos tirada, es cierto, pero no desapareció. Melaíto siguió saliendo en Villa Clara… 

¿A quién culpar? A las autoridades del periódico, que no hicieron nada para defender la publicación. Por otra parte, mi olfato me lleva hasta Carlos Aldana. Fue un abuso desintegrar un equipo de artistas que se había ganado la admiración de los lectores, con gran cantidad de premios internacionales y nacionales obtenidos por sus integrantes, incluyendo el premio otorgado en 1985 al DDT como la mejor publicación de su tipo en el mundo. Galardón otorgado en Forte Dei Marmi, Italia. 

Dibujo de Ajubel publicado en “Dedeté” en 1983.

¿Qué era lo más difícil de hacer humor en la Cuba de la época?

Siempre es difícil hacer humor, y no sólo lo fue en la Cuba de aquellos años. La caricatura sola tiene un compromiso, pero cuando se inserta en una publicación, este compromiso aumenta. En aquellos años hacer humor era complejo, pero habíamos adquirido mucha experiencia y sorteamos infinidad de problemas. Creo que en ocasiones fuimos valientes, y en otras la suerte influyó. Siempre ha habido censores y curas rojos (así decía Samuel Feijóo). También tuvimos personas que nos defendieron, y eso fue muy importante. Hoy la mayoría de las ediciones de los años 70 y 80 serían sediciosas. Igual pasaría con los Noticieros ICAIC que se les hicieron al DDT. A propósito, el ICAIC le hizo un documental al DDT que nunca fue exhibido. Ni nosotros vimos la edición final. ¿Qué paso? No lo sé. Es un mal recuerdo.

Nunca pedimos permiso para tocar un tema, pero, por supuesto, sabíamos que había que ser serios, y con ese criterio nos manejamos. Aprendimos a llevar la edición a revisión antes de impresión la final, y así pudimos pasar muchas cosas. Una publicación tiene muchas aristas, y saberlas explotar se convirtió en un arma para evitar la censura.

Nos retiraban muchas cosas (eran para eso) y aprobaban otras (las que nos interesaban). No siempre fue así, por supuesto, y nos costaba tremendas broncas. Fueron tiempos increíbles, y hoy todavía me asombro de muchas cosas que pudimos hacer. El Dedeté hizo varias cosas únicas para una publicación de humor de su tipo. Una fue cuando firmamos la famosa caricatura de Fidel realizada por Ajubel como “El colectivo”. Era tan fuerte la firma como la caricatura. Era un grito de protesta contra la censura y a favor de la libertad de publicar humor comprometido. También se protegía al autor, por supuesto, pero creo que fue una actitud muy valiente de todo el equipo. No he visto ninguna otra publicación en el mundo que haya hecho algo así. Recordar hoy es divertido, pero fueron acciones muy comprometidas con nuestro trabajo. 

Los caricaturistas en Cuba están en peores condiciones que nosotros, aunque debo decir que sé de la gran calidad que tienen.

“Caronte y su violín”, de Wilfredo Torres.

 

¿Cómo te inicias en la cerámica?

Comencé en el mundo de la cerámica como un divertimento. 

Al cierre del DDT fui a parar de jefe de diseño del Juventud Rebelde, pero eso era para mí un suplicio. En ese preciso momento encuentro la cerámica. En esos primeros tiempos de trabajo en mi nueva expresión me visitaba semanalmente Leonardo Padura y Lucía López Coll, su esposa. Llegaban en sus bicicletas chinas y hacían una parada para tomar agua, café, y fumarse un cigarrillo. Ahí nos reíamos de mis piezas. Recuerdo a Padura decir que mis jarrones no parecían jarrones ni los ceniceros. Aquello no tenía ni pies ni cabeza.

Por suerte, tuve amigos que me auxiliaron durante esos primeros tiempos. Oscar Cepero y Fúster fueron mis mentores, y siempre les agradeceré por lo aprendido. Durante un tiempo estuve mal. El cierre del DDT me deprimió, y no sabía qué hacer; me sentía terrible. Comencé a construir mi taller de cerámica y pude fabricar mi primer horno. Quien me dio el clic del camino a seguir fue Salvador González, grabador, pintor y diseñador; él fue el que me dijo que debería trasladar mi concepto de la gráfica-humor a la cerámica, y por ahí comencé a desenredar mi vida.

Convertir los conceptos y percepciones bidimensionales a tridimensionales fue ardua y difícil tarea.

Recuerdo que Alejandro Alonso, director del Museo de la Cerámica en Cuba, ya fallecido, me invitó a exponer alguna obra en el Castillo de la Real Fuerza, en la ciudad de la Habana, durante una Bienal de Artes Plásticas, y sucedió que una galerista dominicana nos invitó a mí y a Fuster a exponer en Santo Domingo. Recuerdo hasta el nombre de la exposición, Guajiros y máquinas. Fuster expuso pinturas y yo cerámicas. Fue mi prueba de fuego. Un viaje épico que me abrió muchas puertas. El resto fue muchísimo trabajo.

Máquina de escribir / Nueva York, de Wilfredo Torres. Año 2017. Terracota, vidrio cerámico.
Máquina de escribir / Nueva York, de Wilfredo Torres. Año 2017. Terracota, vidrio cerámico.

¿Te sientes particularmente identificado con alguna corriente actual de la cerámica artística? ¿Cómo definirías tu estilo? ¿Cuáles son los temas recurrentes que afloran en tu obra?

Siempre he dicho que soy un diseñador que hace cerámica. Mi habilidad de ver bidimensional lo que después será una obra tridimensional me ha ayudado mucho en mi labor. También el hecho de saber dibujar me posibilita desarrollar las ideas en papel antes de incursionar en la arcilla. Uso el soporte de la cerámica para promover mi visión gráfica-satírica del entorno.

Trato de realizar series de una misma idea, y la mayoría de las veces debo llevar a cocción la pieza varias veces. El hecho de trabajar y vivir fuera de Cuba me ha posibilitado chocar con tecnologías de punta en el mundo cerámico, aunque confieso que el haberme formado en Cuba siempre me ha dado una ventaja. Sé construir mis materiales y herramientas. 

No es un secreto que en Cuba es sumamente difícil conseguir cualquier material. Eso es crítico y desalentador, pero los que logran superar esos escollos son verdaderos hacedores de cerámica. Ya lo de ser artista es otra cosa. Hay que ver el mundo desde una percepción personal y ser imaginativa. No bastan los conocimientos tecnológicos.

Me gusta mucho un artista norteamericano, de San Francisco, Robert Arnekson. Su obra está en la misma estructura que la mía. Nunca he buscado la perfección en mi trabajo. Trato de que la comunicación con el receptor esté por encima de algo perfeccionista. Se me ha criticado por eso, pero es mi forma de ver el mundo, con sus defectos y virtudes. Arkenson es parecido. Su obra aparenta a menudo estar inconclusa, pero es algo que es parte intrínseca de su pensamiento como creador.

Pez volador, de Wilfredo Torres. Año 2005. Terracota, vidrio cerámico.
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