El grito de Coral Gables

Las sanciones son la política. Bolton fue a Miami a anunciar una especie de Bahía de Cochinos del siglo XXI.

El asesor de seguridad de Trump, John Bolton, el pasado 17 de abril en Miami, en el momento en que anuncia la aplicación del Título III de la Ley Helms-Burton, recibió sostenidos aplausos durante en encuentro con exiliados cubano-americanos y veteranos de la Brigada de Asalto 2506. Foto: Marita Pérez Díaz.

El asesor de seguridad de Trump, John Bolton, el pasado 17 de abril en Miami, en el momento en que anuncia la aplicación del Título III de la Ley Helms-Burton, recibió sostenidos aplausos durante en encuentro con exiliados cubano-americanos y veteranos de la Brigada de Asalto 2506. Foto: Marita Pérez Díaz.

Si usted no conocía a John Bolton y lo escuchó hablar por primera vez la semana pasada en Coral Gables, ante los veteranos de Bahía de Cochinos, se le pudiera perdonar creer que estaba oyendo a un político de campaña opuesto al asesor de seguridad nacional del presidente de Estados Unidos.

Bolton discutió algunas medidas significativas (algunas anunciadas horas antes en Washington), pero estuvo en Miami para dirigirse a las emociones de su público. No escatimó ningún giro retórico, de la “troika de la tiranía” a los “tres secuaces del socialismo”. Se sintió obligado a criticar al presidente Obama catorce veces por su nombre, aunque habían pasado 453 días desde que Obama tuvo algo que ver con la política hacia Cuba o hacia cualquier otro lugar. Imploró la ayuda de su audiencia para rechazar el socialismo “en este hemisferio y en este país”, como si una marea roja estuviera sobre nosotros.

Pero Bolton fue manso cuando llegó a su punto más crítico: el cambio de régimen en Caracas, La Habana y Managua. A pesar de su extravagante retórica, evitó cualquier expresión clara del compromiso del presidente Trump para poder lograr ese fin.

En cambio, la doctrina de Coral Gables de Bolton trata sobre sanciones económicas que espera van a funcionar si son lo suficientemente draconianas y si se aplican durante el tiempo necesario.

Pero incluso entre los fanáticos de Bolton hay dudas, un reconocimiento tácito de que le ha dado al presidente Trump una serie de tácticas que generan aplausos y una estrategia que parece ser “veremos qué sucede”.

Parte del público aplaudió de pie a John Bolton. Foto: Marita Pérez Díaz.

Por lo tanto, vemos a muchos en la oposición de Venezuela, incluida la desalojada Corte Suprema que opera fuera del país, pidiendo una acción militar para expulsar a Maduro. O al senador Rick Scott, de la Florida, solicitándole a la Casa Blanca que considere enviar tropas para entregar ayuda a Venezuela, como si la 82 División Aerotransportada fuera Uber Eats, y como si esa acción pudiera estar libre de conflictos.

O al demócrata nicaragüense Humberto Belli advirtiendo que el presidente Trump se arriesga a hacer que Estados Unidos parezca un “tigre de papel”.

O al ensayista Carlos Alberto Montaner instando a Washington a no “atormentar a la sociedad cubana con más dificultades” si no está dispuesto a utilizar la fuerza militar (suena que sea con la OTAN y las naciones latinoamericanas uniéndose a las tropas de Estados Unidos) para fines del próximo año.

Tristemente para estos hombres, la caballería no viene. Las sanciones son la política. Al presidente Trump no le gustan las aventuras militares, y recientemente le dijo al Congreso que las “guerras tontas” podrían amenazar la prosperidad de la nación.

Lo que Trump ha hecho es permitir que Bolton use las sanciones –las anunciadas y otras que están por llegar, nos asegura– en vez de la fuerza militar para lograr un cambio político. Está bien con Trump porque no están en riesgo ni sangre ni dinero estadounidenses. Pocos se oponen, al menos todavía, a una política que apunte a los civiles dañando a las economías en las que viven.

Una asistente se toma una foto con el ex congresista republicano Lincoln Díaz-Balart, durante el evento. Foto: Marita Pérez Díaz.

El efecto en Cuba se sumará a los problemas que ya estaban creciendo debido al declive económico autoinfligido de Venezuela. Las nuevas medidas para interrumpir el comercio petrolero de Venezuela y sus suministros a Cuba empeorarán las condiciones en una economía sobre la que ya penden los apagones programados.

Las nuevas restricciones de los viajes a Cuba se emitirán durante los próximos meses. Se desconocen su forma y su impacto preciso, pero reducirán los ingresos que recibe el Estado por turismo y también el de las familias en el sector hotelero y turístico de Cuba, incluidos los empresarios cuyos negocios de alojamiento, transporte, restaurantes y otros servicios se benefician de los clientes de Estados Unidos.

Las nuevas restricciones en las remesas crearán inconvenientes, pero es poco probable que paren a quienes desean enviar dinero a familiares y amigos. Pueden interrumpir el uso de los servicios de transferencia de dinero como medio para enviar pagos a empresas privadas en Cuba, algo no contemplado cuando la Western Union y otras compañías empezaron ese negocio décadas atrás.

La activación del Título III de la Ley Helms-Burton va a desencadenar pleitos contra inversionistas en Cuba, lo que podría incluir a empresas estadounidenses. Otras sanciones negarán visas a ejecutivos y directores de compañías cuyas inversiones estén vinculadas a propiedades expropiadas. En otras palabras, Washington estará castigando a las compañías extranjeras por hacer precisamente lo que hacen las compañías estadounidenses en todo el mundo.

John Bolton conversa con sus anfitriones antes de comenzar el almuerzo ofrecido por la Brigada 2506. Foto: Marita Pérez Díaz.

Es improbable que medidas como estas hagan que los actuales inversionistas se vayan de Cuba, pero disuadirán algunas inversiones nuevas y abrirán el camino para inversionistas que no tienen conexión con Estados Unidos, ni interés en seguir las reglas que establece Washington para que el mundo las siga.

Dos cosas resultan predecibles a medida que las condiciones económicas empeoran en Cuba y Venezuela. Esos gobiernos arañarán como si su supervivencia estuviera en juego, porque lo está. Y las relaciones entre Estados Unidos y sus aliados empeorarán, porque si bien a muchos les gustaría ver que Maduro se vaya, no se apuntan en la estrategia de Bolton de lento estrangulamiento económico para lograr ese fin.

A medida que los flujos de refugiados empeoren, la diplomacia –esa que involucra tanto garrotes como zanahorias–, se volverá más urgente para América Latina y Europa. Todavía habrá una coalición para conducirla, pero Estados Unidos puede encontrarse solo y fuera del juego.

Bolton habrá logrado entonces un Bahía de Cochinos del siglo XXI: un juego momentáneo sobre las emociones de los cubano-americanos, y una estrategia en la que la retórica es lo más importante y las dificultades económicas adicionales el único resultado medible.

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