Lo que trae el paquete

Foto: Dazra Novak.

Foto: Dazra Novak.

Un día antes la calle, el barrio, estaba como si nada. El silbato del vendedor del pan se sintió las tres veces de rigor, y salieron los vecinos de costumbre. Una par de semanas atrás yo había hecho varios intentos, como, por ejemplo, preguntarle a un chofer de almendrón qué creía de lo que estaba por suceder en este país, después de más de cincuenta años. El chofer hizo un aparatoso mohín que terminó por convertirse en una cara de burla. Como diciendo “yo estoy muy viejo para ese cuento, allá tú si te lo crees”. Le pregunté lo mismo a una señora en la cola de los huevos, y ni siquiera me contestó.

“El gran silencio” –aventuró el filósofo cuando le comenté, un par de horas más tarde, mientras esperábamos en el viejo portal a que abriera otra vez la bodega. Encendió otro cigarro con el cabo del anterior y me preguntó: “¿Quieres echar un dominó? …total”. Pero le dije que no, mi ánimo no estaba para juegos. Un rato después, logró que tres tipos que andaban dando vueltas por el barrio accedieran a montar la mesa. Cuando el filósofo salió con el doble nueve, al momento lo acusaron de botagordas.

Más allá de la cantidad de policías que había haciendo rondas, la calle seguía igual de tranquila. Pasó el carrito con su letanía grabada: ¡bocadito de helado!, justo en el momento en que la hija del gerente salió de la casa con su lycra y sus tennis de marca, rumbo al gimnasio. Por supuesto, cuando pasó junto a la mesa, los tipos que jugaban dominó se viraron a vacilarla. Previendo escándalos, me escurrí sin esperar a que abriera la bodega y, cuando pasé por delante de la casa de Aurora, la santera, escuché que hablaba de uno de los refranes de este año: “si no sabes con la ley que se vive en este mundo, tienes que irte a vivir a otro”.

No sé por qué esas palabras se me quedaron clavadas en la mente en lo que repasaba otra vez el árbol de la esquina. Ha retoñado tanto que nadie diría que sus raíces, en verdad, están desprendidas de la tierra casi por completo. Ya nadie recuerda aquellos vientos de miedo que lo tumbaron, los sucesivos días sin luz y la preocupación creciente ante la inminente falta de suministros en los meses por venir. Todo el mundo se acostumbró a ver la cerca tumbada, el tronco que yace cercenado bajo las hojas nuevas. Por suerte el hijo del yerbero sí salió favorecido, ahora recoge retoños sin tener que encaramarse.

De todos modos, aquella calma chicha me daba mala espina. Me fui a casa y encendí el televisor como quien busca entretenerse, pero era mentira. Yo buscaba otra cosa que tampoco encontré. Allí también pasaba lo mismo de siempre. Una clase en el educativo, un cantante con su video de fiesta en el canal clave, alguna noticia extranjera diciendo que el mundo anda muy mal, algo de deporte. El maldito castigo del silencio por todas partes me hizo llamar al tipo del paquete semanal. Algo así como una metáfora de cuando tengo hambre y, al no haber nada para cocinar, me hago rositas de maíz.

El chico me extendió por sobre la reja el disco duro, pero no más abrirlo en la computadora ya me había arrepentido. Repasé por arribita las carpetas de series, películas, y hasta la sección cristiana. Evadí con espanto los casos cerrados y los youtubers. La esperanza al abrir la carpeta de noticias se desvaneció en el mismo silencio atronador. Allí tampoco se hablaba de lo que estaba por suceder, de modo que llamé para devolverlo. Al parecer había mucha demanda, porque el muchacho vino corriendo y, sofocado, se quejó de que estábamos en abril y nadie sabía por qué este calor tan inusual. Eso no falla, cuando la gente ya no tiene nada para decir, se termina hablando del clima.

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