Embaucaron al Joseph

Habana

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“Se verán horrores”, masculló Sócrates ahoras días, como al descuido, apurando un café mañanero frente a Coppelia. Tomé mi tacita y le eché algo de azúcar prieta, que removí con un pitillo recortado. Unas gotas oscuras cayeron al mostrador, pero a nadie pareció importarle…

“¿El qué?”, le pregunté aburrido. Hace poco conozco a Sócrates de la Caridad, pero ya me acostumbré a sus filípicas y él a mis provocaciones. Aquella mañana parecía contrariado por algo leído en la prensa, lo cual, dicho sea de paso, tampoco es noticia tratándose de él…

“Que viene el suizo este a decir, tan helvético él, que en Cuba el fútbol es más importante ahora que el béisbol. Quién sería el mentecato que le metió semejante tupe…”, rezongó.

“Cosas de políticos, viejo, no te quemes”, le dije y sorbí un buche. Me quemé la lengua…

Bebimos en silencio. Yo aparentaba indiferencia, pero compartía su berrinche. A mí también me mortificó oírle decir a Joseph Blatter que en Cuba el fútbol le robaba terreno a la pelota. Pero cosas peores se dicen, y aquello me pareció una zalamería del viejo zar de la FIFA. Aún así, no resistí la tentación de buscarle la lengua a Sócrates…

“Medio día en La Habana, y ya el tipo sabe qué gusta y qué no gusta en Cuba”, solté.

“No sabe ni timbales. Aquí hasta el otro día solo interesaba el fútbol cada cuatro años, con el Mundial. De fiñe jugábamos en el barrio con un balón de basket, de aquellos Batos anaranjados que a las dos patás se ahuevaban. Y éramos Maradona, Romario o Voeller. Nadie sabía de clubes, solo de países. Nos dividíamos entre argentinos y brasileños, y algunos pocos le iban a Holanda o Alemania”, recordó, entre nostálgico y sulfatao. Insistí…

“¿Sabes qué creo? Que alguien quiso congraciarse con Blatter y le metió el número ese. Y a él, que aparte de suizo es político, le convino creérselo, para justificar el dinero que la FIFA mete aquí con el Programa Gol. Igual, la pelota cubana no anda muy católica”.

“Pero jodía y tó, la Serie Nacional todavía hala más público que el nacional de fútbol. Le enseñaron a Blatter una academia, se tiró su fotico demagógica con una pala en La Polar, y le dijeron que mil gente juega fútbol en la calle y los parques. Pero no le dijeron de los cientos de las ligas de veteranos y trabajadores que juegan pelota y softbol, de los fiñes en los terrenos de Palatino, la Ciudad Deportiva, el Mónaco… De los pitenes de barrio, las cuatro esquinas, el taco, los torneos azucareros…”, clamaba mi socrático amigo, que se acaloraba mientras su café se enfriaba en el mostrador.

“Además, La Habana no es Cuba”, apunté…

“¡Exacto! Salvo Zulueta y San Cristóbal, en los demás pueblos de Cuba no hay más deporte que pegar tarros y jugar pelota. ¡Fútbol en Cuba! Ya te jode…”, gruñó.

Guardamos un breve silencio. Incapaz de cerrar el pico, el Sócrates retomó la bronca…

“Es que los cubanos somos de rachas y extremos. Antes o eras de Silvio o de Pablo, ahora o somos del Madrid o del Barza. Hay algo tan pijo en todo eso. Cogen más trajín con Cristiano y Messi que una adolescente con Justin Bieber… Pierden la Champions y lo sufren más que si hubieran nacido en las Ramblas o la Gran Vía…”,

“No seas injusto -interrumpí-, que yo nací en Santa Clara y le voy a los Yankees”.

“Aguanta ahí: los Yankees son otra cosa. Una, es señor equipo de pelota. Dos, ahí pitcheó el Duque, y eso pesa un mundo. Cuando un cubano juegue en el Madrid o el Barza, o cuando Cuba clasifique a un Mundial de mayores, entonces hablamos. Y déjalo, que no me vas a convencer: embaucaron al Joseph, y punto.”, sentenció Sócrates. Para dejarme claro que no admitía réplica, se bailó de un trago su café, ya tieso y con borra. Hizo una mueca, y le espetó al dependiente:

“¡Ñó! Estás acabando con la maldá…”

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