“El futuro no estaba”

Como quien avanza entre telones o sábanas tendidas que no le permiten ver más allá de lo inmediato, los cubanos hemos atravesado las visitas de Obama y de los Rolling Stones y ahora podemos mirar hacia delante lo que nos espera: apenas dentro de veinte días será el VII Congreso del Partido.

No todos los congresos del PCC han tenido similar importancia. El primero, en 1975, contó con un enorme despliegue mediático, los edificios altos de La Habana fueron remozados y pintados, como también el teatro donde se realizarían las sesiones, al que, para la ocasión, le fue cambiado el nombre de “Charles Chaplin” por “Karl Marx”. Más allá de esas labores escenográficas, lo importante fue que los documentos principales que se discutirían fueron profusamente divulgados y discutidos por la población; en especial, la “Plataforma programática” que debería ser el sostén conceptual para los años o décadas siguientes.

Para el IV Congreso se libró un Llamamiento que fue el intento más serio que conocimos para propiciar la participación política de los ciudadanos. Discutido al menos en todos los centros de trabajo, provocó intensos debates en los que, por primera vez, muchas personas opinaron sin cortapisas (o con menos cortapisas) sobre el presente y el futuro de Cuba. La Historia y en especial los acontecimientos que terminaron restaurando el capitalismo en la Unión Soviética y en los países del este europeo terminaron frustrando el debate con que se iniciaron los 90 cubanos y vaciando de sentido el Congreso. Los escombros del Muro de Berlín también cayeron sobre el teatro Heredia, de Santiago de Cuba.

Para el VI Congreso, a realizarse en abril del 2011, se convocó a la discusión masiva de los  Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución. En su momento, llamó la atención a muchos que una agrupación política desligara los temas ideológicos de los económicos. ¿Era recomendable definir y emprender transformaciones radicales en la economía sin pensar las implicaciones que ello acarrearía en el cuerpo ideológico de la Revolución cubana? Para remediar ese desajuste, se convocó a una Conferencia Nacional del Partido para enero de 2012.

Hasta este momento, el VII Congreso no parece haber ingresado en las preocupaciones de la vida cotidiana. No suele ser un tema de conversación, de comentarios o rumores. Sin embargo, desde hace meses algunas personas han venido llamando la atención sobre la manera en que se trabajan los documentos que serán debatidos entre el 16 y el 20 del próximo mes. El periodista y activista Francisco Rodríguez Cruz, quien se define como “martiano y periodista, comunista y gay, ateo convencido y supersticioso ocasional”, tituló una entrada de su blog, del 1 de marzo, “Congreso del Partido no llegará a la base o Consultar solo con delegados no es suficiente”.

En el mismo blog, quien también es conocido como Paquito el de Cuba, dio a conocer luego una Carta abierta al presidente Raúl Castro Ruz en la que propone aplazar el Congreso hasta mediados de julio, de manera que los meses de abril y mayo se dediquen a la discusión pública de documentos que hasta el momento, que él califica, con razón, “hasta hoy secretos”.

El lunes 28 de marzo, el diario Granma responde a esas preocupaciones, que no le parecen “en absoluto criticables”, y explica que este VII Congreso será, en lo fundamental, continuidad del anterior. Pero resulta que, durante los cinco años transcurridos de 2011 a la fecha, han ocurrido cambios sustanciales en el contexto internacional que, a mi juicio, pudieran variar los pronósticos fijados entonces: Cuba y los Estados Unidos han restablecido sus relaciones diplomáticas y, aunque el bloqueo sigue en pie, algunas decisiones ejecutivas del presidente estadounidense lo han ido erosionando; por otra parte, la situación política en Venezuela y Brasil es muy inestable, y en Argentina el gobierno de Macri reinstala apresuradamente un neoliberalismo despiadado.

Se ha informado que el Congreso debatirá un documento sobre la “Conceptualización del Modelo Económico Social Cubano de Desarrollo Socialista”, que en este mismo artículo de hoy lunes es calificado como “de mucho calado teórico”. También en enero de este año, Granma ofrecía el dato de que sobre este texto “los miembros del Comité Central emitieron previamente alrededor de 600 consideraciones”. Es decir, dentro de veinte días, en un salón de actos, se adoptarán definiciones cruciales para quienes queremos vivir en este archipiélago durante los próximos años, pero más de once millones de habitantes desconocemos de qué forma se conceptualiza la sociedad en que habitaremos, la economía que regirá nuestras vidas.

Porque ese es el problema: en Cuba, las definiciones tomadas en una reunión de esa naturaleza implican a todos los ciudadanos. Al menos, eso establece la Constitución. Y en este caso, es curioso que hace poco más de un año, al anunciar la convocatoria para el Congreso, Cubadebate asegurara que, como parte de la preparación, se haría “una consulta popular”. ¿Por qué razones esa consulta que tendría que ser “para todos”, ya que se supone que sea “para el bien de todos”, se contrajo hasta quedar reducida a algunos miles de personas?

Todo lo anterior que he venido anotando es más grave aun cuando en Cuba se ha deshecho, dispersado, una noción consensuada de futuro. Si en 1975 o en 1991 podía existir una idea generalizada sobre el punto al que deberíamos encaminar los destinos del país, ahora las aspiraciones, los anhelos, las esperanzas, son muy diferentes entre unos y otros, y me permito pensar (creo que de manera razonable) que en este minuto son más los que se esfuerzan para asegurar o mejorar su porvenir, sin importarles demasiado la suerte que corramos sus conciudadanos.

En 2016 no existe consenso sobre cómo deberá ser el futuro de la nación. Sin embargo, sí lo hay sobre la necesidad de cambios, una palabra que puede contener todas las implicaciones posibles. Todos, o la enorme mayoría, queremos que el país cambie, pero, ¿cómo? ¿Hacia dónde?

Parece inevitable que las leyes del mercado se vayan imponiendo en nuestra economía. En su visita a Cuba, Barack Obama no se desgastó demasiado en temas abiertamente políticos. Su propuesta se basa en aplicar algunos principios del marxismo: la transformación de las relaciones de producción terminará por disolver lo que resta de cierto modelo de socialismo.

Sabemos que ese mercado no procede igual en China que en Brasil, en Canadá o en Dinamarca que en México o El Salvador. Somos un pequeño país subdesarrollado y ese es un dato que continuará tensando las opciones de la nación, interviniendo entre la realidad y el deseo de pasar por encima de las circunstancias que nos definen. Quizás los preparativos para el VII Congreso estén, al menos de manera implícita, respondiendo algunas preguntas cruciales para el presente y el porvenir de Cuba. Por ejemplo: ¿puede contenerse el capitalismo sin el ejercicio de la democracia participativa? ¿Hasta qué punto el Estado podrá limitar, solo por métodos autoritarios, la voracidad de los nuevos ricos? ¿La salud pública y la educación gratuitas y universales serán los únicos índices equitativos para todos los ciudadanos?

Hace unos veinticinco años, uno de mis tíos manzanilleros, desconcertado por los acontecimientos que se le venían encima, solía quedarse alelado, mirando la nada. Y decía, para sí mismo, para tratar de entenderse: “El futuro no estaba”. El futuro nunca está. Por definición, estará, es decir, lo estamos haciendo y deshaciendo cada día de nuestras vidas.

Parece obvio que ante todo tendríamos que ponernos de acuerdo sobre algunos principios básicos desde los cuales restablecer el consenso sobre el futuro posible. Yo propondría que cualquier proyecto debería sostenerse sobre la equidad, la justicia social, la igualdad de derechos y deberes, la soberanía nacional. Pero antes de eso tendríamos que aprender a ponernos de acuerdo. Abrir y proteger espacios para eso que suele llamarse “cultura del diálogo”, porque ya sabemos lo difícil que resulta escuchar y respetar las opiniones que difieren de las nuestras.

Cuando se trata del futuro de un país, el asunto pertenece a todos, y las definiciones tendrían que respetar la voluntad de la mayoría, siempre constituida por los que menos tienen y menos pueden.

 

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