“¿Quieres otro té?”, le pregunté. Ella miró el reloj. Yo, por un acto reflejo, también miré el mío. Eran poco más de las 12 del día. “Déjame invitarte a una cerveza”, exigió. Si ella subía la parada, me tocaba a mí corresponderle. Habíamos hablado antes del próximo presidente de Cuba, de las modificaciones posibles en la Ley Electoral. “Bueno, a ver”, empecé a amasar de nuevo la materia que nos ocupaba, “¿y la Constitución?”. “¿Qué pasa con la Constitución: la cambiamos o la dejamos como está?”
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