De la naturaleza del cardumen

Muestra Joven ICAIC

Muestra Joven ICAIC

Según la imprecisa y útil Wikipedia, el cardumen es “un comportamiento de agregación de animales de similar tamaño y de orientación, generalmente cruzándose en la misma dirección”. Tales conductas “les traen beneficios, incluyendo la defensa contra predadores (mejorando su detección y diluyendo la posibilidad de captura)”.

Este año, la promoción de la Muestra Joven del ICAIC acudió a una mancha de peces impresa sobre papel, proyectada en pantallas donde, según el caso, se mueve conservando el sentido de grupo.

El pasado 5 de mayo, esos jóvenes realizadores del audiovisual cubano hicieron públicas las Palabras del cardumen”.

En su blog El cine cubano: la pupila insomne, el ensayista Juan Antonio García Borrero dice que esa declaración lo ha “emocionado mucho”, y de inmediato argumenta: “Me hizo regresar a esos tiempos en que, con Alfredo Guevara a la cabeza, los cineastas del ICAIC se asomaban a la esfera pública para defender con gran pasión sus principios”.

Comienzo esta nota con él porque expresa con claridad lo que sentí y pensé al leer las “Palabras del Cardumen”. Como Juan Antonio, también yo la “apoyo con las dos manos en alto, porque nos habla del gran capital cívico acumulado en quienes lo suscribieron”.

Yo añadiría que muchas de las acciones más revolucionarias del arte cubano en los últimos años han ocurrido en la esfera del cine, y han estado impulsadas por ese “capital cívico” que mucho tiene que ver con la naturaleza misma de esta rama del arte (en la que el trabajo colectivo o grupal es imprescindible), y con la intensidad de la comunicación que, desde los años 60, el cine cubano estableció con sus públicos, los que se reconocen en las indagaciones que esa rama del arte ha hecho con formas y discursos inquietantes sobre la historia, la sociedad y la cultura cubanas.

Como reconocen las “Palabras del cardumen” en su despedida, el antecedente inmediato de este gesto fueron las asambleas de cineastas que comenzaron el 5 de mayo de 2013, y que terminaron, agotadas, a fines de 2015, período durante el cual se debatieron las principales carencias que desde hace más de dos décadas lastran todo el ecosistema audiovisual cubano.

En las “Palabras del cardumen” se reclama que el Estado dé respuesta con urgencia a “demandas del gremio que son impostergables: el Registro del Creador Audiovisual, el Fondo de Fomento, la Comisión Fílmica, la legalización de las productoras independientes, y, por último, la promulgación de una Ley de Cine ante la obsolescencia de la Ley 169 de Creación del ICAIC”.

Son exactamente las mismas necesidades que debatimos hace un lustro. En aquella ocasión, en sucesivas asambleas, y en las labores del grupo elegido para representarnos (el g-20), esas demandas fueron tomando cuerpo. Junto al ICAIC y, ocasionalmente con el Ministerio de Cultura y otras instancias del gobierno, se redactaron documentos que podrían dar soluciones a muchos de los problemas que aquejan a la producción audiovisual, y a la distribución, la exhibición y la conservación del cine.

Supimos entonces que era más fácil avanzar en propuestas de orden jurídico, económico o administrativo, que en aquellas que tienen que ver con las políticas de exhibición. Las discusiones, a la postre estériles, que enfrentamos por la censura a Regreso a Ítaca y a Santa y Andrés nos dieron la razón.

También de esas inconformidades surgen las “Palabras del cardumen”. Sé que pueden ser leídas de muy diferentes formas, que el lugar que ocupe cada receptor que se acerque a ellas, sus relaciones con el cine, con los artistas y con las instituciones culturales van a condicionar las reacciones.

Yo las recibo como un acto de madurez porque dejan a un lado anécdotas y enfrentamientos puntuales para ir a la raíz de los conflictos y, desde ahí, invitar de nuevo al diálogo. Por eso es un gesto revolucionario: el compromiso con la cultura cubana y con el futuro del país sería estéril si se limitara a la queja y la protesta, y no propusiera, como lo hacen estos jóvenes, vías para continuar adelante.

Los dos años trascurridos desde la desaparición de las asambleas de cineastas y el g-20 hacen más difícil hoy un diálogo que antes fue frustrado por la parálisis de quienes debían solucionar los problemas del sector, y por la opacidad de quienes prometieron lo que todavía no han cumplido.

Jamás se explicaron las razones para que no exista ya el Fondo de Fomento (la potestad de cuya creación recae en el Ministerio de Cultura, y cuyo reglamento, colegiado con cineastas a inicios de 2015, obra en poder del ICAIC), o para que no se legalicen las productoras independientes y existan los registros de cineastas y de productoras (todos los documentos requeridos fueron consensuados en asambleas y redactados por el g-20 y el ICAIC), ni tampoco por qué es aún letra muerta el “Diagnóstico para la transformación del cine cubano y del ICAIC”, en el que trabajamos durante meses de 2013, y que debió ser la base para que el Estado emprendiera todos los cambios necesarios.

Lo deseable es que las “Palabras del cardumen” contribuyan a sacar al cine cubano del pozo en el que está cayendo.

Para que vayan más allá de la catarsis, no hay otro camino que el de dialogar. Los jóvenes repiten hoy un principio que fue central en las asambleas pasadas: “Tenemos derecho a participar con nuestra visión en la toma de decisiones”.

Para que la palabra diálogo tenga sentido, es necesario, de uno y otro lado, saber escuchar al otro, deponer la prepotencia, reconocer que todos somos susceptibles de cometer equivocaciones, pensar que la cultura y el cine cubanos son más importantes que intereses o mezquindades personales, actuar con transparencia, sin prometer jamás aquello que no se podrá lograr, y también proteger el delicado equilibrio de ese ámbito de injerencias nocivas. En ambas orillas hay quienes están pescando en las aguas de un río muy revuelto.

Las “Palabras del cardumen” me han resultado esperanzadoras en sí mismas. Es estimulante saber que se proponen seguir “haciendo [su] obra, potenciando iniciativas de creación y reflexión alternativas que reinventen las nociones de participación y compromiso, ejerciendo la mirada y el oído, ocupando el espacio que [se han] ganado con cada plano, cada corte, cada disolvencia”, al tiempo que se reconocen herederos de una herencia nacida con el ICAIC y el Nuevo Cine Latinoamericano.

Reconozco, sin embargo, que mis esperanzas no van hoy mucho más allá. Ojalá me equivoque y en esta ocasión aparezca ese oído receptivo, responsable y honesto que Cuba necesita con urgencia.

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