A propósito de Carmen Mola

En este momento de tránsito, donde la tecnología parece marcar el ritmo de todo, los propios escritores han tenido que inventarse toda clase de estrategias para hacerse de lectores.

Portadas de los libros de Carmen Mola, autora ganadora del Premio Planeta. Foto: OkDiario.

Intercambiaba por chat con un amigo sobre lectura y libros. Volvimos a repasar ciertos tópicos relacionados con el efecto negativo de los teléfonos inteligentes. Según criterios, la proliferación de estos artefactos incide en la merma de la lectura, antigua práctica que pudo extenderse gracias al gran invento que fue la imprenta. 

Sin embargo, se lee buena literatura también en los teléfonos. Tengo otro amigo santiaguero, cineasta y filósofo, quien me aseguró una vez que leía más libros en estos aparatos electrónicos que en papel: devoraba tratados y novelas con la misma facilidad con la que otros (al menos por aquí) sucumben al anzuelo de Tik Tok.

“Pero las pantallas limitan la lectura profunda”, me dijo el amigo al que primero me refería y me pasó un link con un artículo de la BBC donde se contraponen criterios de entusiastas escritores arrastrados por la demanda de literatura “ligera” o “aligerada” contra valoraciones de científicos que consideran que este método podría ser nocivo.

La “lectura profunda” —denominada así por científicos— limita un momento donde el cerebro se desboca por una puerta centelleante y nos pone en el camino de un campo florido de códigos que solo se abren al lector. “Las investigaciones muestran que la cantidad de tiempo que se dedica a leer textos de formato largo está disminuyendo y, debido a la digitalización, la lectura se está volviendo más intermitente y fragmentada”, leo en ese trabajo, que añade: “leer en una pantalla conduce a una comprensión de lectura más pobre que leer en papel”. Sin ser neurólogo o especialista del tema, ya con ochenta y algunos años el escritor estadounidense Philip Roth había dicho en entrevista una frase cercana y apocalíptica: “las pantallas nos han derrotado”.

Lo que sucede durante la lectura es casi indescriptible. Ni siquiera el escritor cuenta al escribir con el arsenal íntimo e interpretativo que despliega como lector. Gracias a ello el mundo es diverso y mucho más interesante. Pocas cosas nos acercan tanto a la libertad como ese instante de rara virtualidad. Y en este momento de tránsito, donde la tecnología parece marcar el ritmo de todo, —aunque soy de los que creen que cuando pase la “furia” las cosas tomarán su nivel—, los propios escritores han tenido que inventarse toda clase de estrategias para hacerse de lectores.

A veces una idea pensada como chiste toma un cariz inesperado. Algunas de esas estrategias parecen toleradas por las editoriales por un beneficio mayor: la lectura; aunque al hacerlo nos ponen ante una serie de preguntas que valdría la pena responderse antes de continuar el camino.

Una de ellas se relaciona con el “Premio Planeta” que fue entregado en España: ¿qué ha premiado en verdad ese jurado? El ahora mucho más suculento “Planeta” (un millón de euros) fue a manos de una misteriosa escritora de novela negra, autora de un éxito llamado La novia Gitana.

En una entrevista concedida desde el anonimato, la supuesta autora dijo: “no estoy muy segura de que las autoras con seudónimo tengamos alma”. La periodista a cargo de la entrevista había advertido en su introducción que de Mola, la autora premiada, no se sabía ni si siquiera si era mujer u hombre, pero reiteraba lo que, incluso, advertían las editoriales: que vivía en Madrid con su marido y tres hijos.

Pero resulta que cuando entregaron el Premio los periodistas supieron que lo de escritora mujer había sido solo un disfraz, que en verdad Carmen Mola eran tres hombres. O sea, se trataba de un truco, de una estratagema, de un juego de tres escritores que llegó a ser un éxito literario. Ahora se interpreta el asunto de muchas maneras; aprovecharse del interés que gracias al auge del feminismo llevó a estos hombres a inventarse a una escritora mujer para desarrollar su obra puede ser oportunista y tal vez deshonesto.

Pero las máscaras en función de un propósito son muy antiguas y estos tiempos son propicios para cualquier mascarada. La gran pregunta ahora mismo, la que me hago yo, es si los lectores y lectoras de esta Carmen Mola seguirán leyéndola, aunque sepan que ella jamás existió.

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