A una profesora de Español

Recuerdo la manera de hablar en aquella profesora; entre sufrida y amarga, con cada palabra cuidadosamente articulada cuando hablaba del hoy y el ayer, sólo a veces del mañana.

Foto: Kaloian.

Recuerdo su mirada, cargada de brillo al hablar de los temas que le permitían escurrirse a sitios de menos contingencias. Para ellos contaba con palabras especiales que sabía ofrecer en no menos particular entonación. Recuerdo, la tarde en que debimos exponer un trabajo sobre el poeta español Miguel Hernández y llevamos un disco de Serrat con su poesía musicalizada.

El disco era de acetato y debió ser llevado a casete, pues una reproductora era más fácil de manipular en el aula que ocupaba un grupo de aproximadamente una veintena. Hablo de finales del siglo XX. Año 1999. Así que, en verdad, a aquella clase llevamos un casete con el disco donde se le ponía música a los versos del poeta que había muerto en una cárcel de España.

La cebolla es escarcha

Cerrada y pobre

Recuerdo la manera de hablar en aquella profesora; entre sufrida y amarga, con cada palabra cuidadosamente articulada cuando hablaba del hoy y el ayer, sólo a veces del mañana.

La profesora de Español vivía en una zona rural llamada San Andrés y debía agarrar una máquina, algún camión o cualquier clase de transporte para alcanzar la escuela adonde la veíamos entrar, con su sencilla vestimenta y una altivez propia de quien lleva el orgullo muy alto; no tanto para presumir de él, sino para que no se lo puedan dañar ya que es uno de sus pocos tesoros.

No recuerdo cómo se las arreglaba para superar los muchos kilómetros que separaban su casa de aquella escuela, situada también a unos cuantos kilómetros de distancia de la ciudad donde vivíamos la mayoría de los alumnos. Pero, en el horario anunciado siempre estaba en el aula, dispuesta a hablar de la gramática, la ortografía y la vida de los escritores.

En la cuna del hambre

Mi niño estaba

Con sangre de cebolla

Se amamantaba

La mirada de la profesora de Español era un pasillo de enigmas, un proyector de imágenes entre las que se mezclaban biografías, opiniones sobre la historia y la realidad, un lugar donde entraban como ensamblaje escenas que debía captar en las mañanas durante su trayecto por las carreteras, al borde de las cuales también veíamos decenas de niños camino a las escuela suyas, hombres y mujeres que esperaban transporte para llegar a sus destinos, si acaso fuera correcto el término para identificar los lugares.

La profesora pertenecía a ese gremio para el cual la transmisión de conocimiento sigue siendo acto sagrado y el aprendizaje de la lengua materna constituye algo más que repetir serie de reglas o conceptos, que a no pocos resultaban aburridos: se trataba de una ética, de un secreto que aprendido nos ofrece herramientas para respetar y ser respetados. Era el legado de su vida, la justificación de su respirar.

Tu risa me hace libre

Me pone alas

Soledades me quita

Cárcel me arranca

Tengo fresco en el recuerdo la voz de Serrat repitiendo para nosotros los versos escritos por Hernández en una prisión, después de haber recibido una visita de su mujer o después de haber sabido que la situación para ellos era dura como la cárcel, pero sin celda donde permanecer recluidos. Ella y su hijo apenas tenían con qué alimentarse. Si el poeta, que al menos contaba con unas pocas hojas y un lápiz, no escribía aquellas versos, desesperaba.

A veces me preguntaba en qué momento preparaba sus clases, sobre todo si había vivido la noche previa un apagón y al amanecer apenas había tenido tiempo de desayunar porque la esperaba como cada día la carretera.

Frontera de los besos
Serán mañana
Cuando en la dentadura
Sientas un arma

No había tema que no se pudiera tocar con la profesora, y no había autores prohibidos o mal vistos en su clase, todo el que hubiera escrito un libro era bienvenido en aquel espacio de un primer piso desde cuyas ventanas se veía y sentía un pinar.

Nanas de la Cebolla

Digo sentía porque todo pinar es visual y sensorial, lleno de sonidos y de olores peculiares. Un pinar en el paisaje. No hay casi nada que supere su atracción. Yo lo miraba mientras la profesora de Español hablaba. Veo un pinar y la recuerdo.

No te derrumbes

No sepas lo que pasa

Ni lo que ocurre

Creo que después de ese curso no volví a ver a la profesora de Español, de quien sin embargo llevo un recuerdo y un agradecimiento profundos. Sus palabras, sus consejos, sus clases, su manera de enfrentar la cotidianidad con ese decoro heroico de los maestros.

Tal vez aún se encuentre en las carreteras, camino al aula, ese lugar donde alguien puede que siga esperando a una persona así, que lo haga saltar en medio de una clase ordinaria. Alguien con un talento especial para que lo extraordinario impacte fuerte en la memoria y lo catapulte a uno hasta el infinito.

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