Breve teoría del televisor

Con él hemos pasado de la risa a la meditación; lo honramos tanto como lo despreciamos.

Foto: Simone Lueck

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Ningún integrante de la familia cubana ha sido tan influyente como el televisor, el único de todos nosotros que, desafiando a los tiempos y sus imprevistas circunstancias resiste desde el lugar asignado, uno de verdadero privilegio en los hogares de la isla.

Desde ese quieto punto hogareño ha sido testigo de pérdidas y ganancias, se volvió cómplice de lo que comentábamos entre susurros e, incluso, sería capaz de reconocer, y tal vez nombrar, a cuanto vendedor de mercadería de contrabando o visitante fortuito asoma por la puerta principal.

Es posible que el propio televisor haya ofrecido la bienvenida a los más notables visitantes, marcando su cordialidad y nombradía con un retrato de familia que lo corona, o el búcaro con flores, asiento de moscas y mosquitos, alguna clase de cenicero de cristal o un teléfono.

Si se trata de un modelo antiguo puede que sobre su gran cabezota se mantenga alguno de aquellos mantelitos de tejido crochet y polvo.

Foto: Simone Lueck
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Entre estos artefactos familiares hubo una clase lo suficiente cerril como para no aceptar auxilio de ningún otro compañero, altivos se mantenían en sí mismos cumpliendo con el deber para el que habían sido fabricados. En cuanto brotaban del empaque se les veía soberbios sobre sus cuatro patas atornilladas que, al entrar en movimiento, sin embargo, perdían el asiento y rápido debían ser sustituidas con lo que hubiera: la chapa de refresco, un pedazo de goma extraído de la vieja bicicleta, el corcho plástico de la botella de vinagre… También puede que la extremidad quedara así, rota, rallando el suelo con su extremo y volviendo inestable el resto del cuerpo debido a la lesión.

Otros, que jamás tuvieron madera heroica, se comportaban con menos terquedad, y desde el momento de su llegada urgieron la asistencia de algo sobre lo cual apoyarse; y allá fue la mesita, el pequeño librero o, incluso, la lavadora, que solo se veía libre de las nalgonas del inmenso televisor cuando la montaña de ropa sucia tomaba la altura del Himalaya y una madre estaba obligada a laborar.

Foto: Simone Lueck
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Alcanzada la estabilidad necesaria, allí teníamos la pantalla en su magnificencia y, nosotros, amontonados frente a ella, disciplinadamente en la noche, a la espera de sus informes y consejos, sus pronósticos de esto o aquello, sus recomendaciones directas o levemente sugeridas.

Con una simple opinión salida de su bocina pasábamos de la euforia a la meditación, y hasta llega uno a avergonzarse con el recuerdo de carcajadas dementes, de lágrimas inoportunas, de nerviosismos.

Porque también fue, sin falta y durante años, el de las grandes novedades. Hubo días en que lo contemplamos especialmente inspirado. Durante horas nos habló crudamente del mundo y de nuestro lugar en él, de las faltas cometidas para que ese espacio fuera digno, de la capacidad que no podíamos darnos el lujo de perder en aras de la resistencia por la que otros nos tomaban como ejemplo.

Foto: Simone Lueck
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¡Vaya que era raro ese aparato!, capaz de pasar de un estado al otro sin apenas transición, pues de la advertencia más triste terminaba en alegría, y hasta festejaba. O de sopetón solía despojarse de humildad para ponerse insolente; incluso, ante las personas de mayor edad, presumía de sus saberes, con lo cual ratifico que ha sido el más culto entre nosotros, y subrayo que a muchos cultos doblegó a la hora de la telenovela.

Este rasgo, por lo mismo, sustenta el respeto que mucha gente le profesa, y, así mismo, sigue siendo la causa del enconado desprecio que otros llegan a sentir por él.

Era también el gran mentiroso, nos pintaba una realidad que no estaba generalizada y se excedía a conveniencia a la hora de señalar los males del mundo. Dado que juraba estar en todas partes nadie lo ponía en dudas, e íbamos de la mano con él por paraísos inexistentes, conociendo personajes y animales extintos, ciudades que generaron nuestra curiosidad. Por esta razón, todo el mundo aceptaba sus monsergas.

Foto: Simone Lueck
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De hecho, es el único integrante de la familia que sigue teniendo la mayor influencia. Es el más sabio, contiene la inteligencia de muchos y, a veces, casi a imitación de la ciencia ficción, sustituye a los maestros de las escuelas.

El televisor ha sido nuestra esperanza y nuestra perdición, nuestro futuro, el regalo de nuestra propia existencia, la patria misma.

Por su evolución logra estudiarse el devenir y suerte de nuestro pueblo: Del General Electric norteamericano al Krim 218 soviético; del Caribe nacional a los Samsung y LG surcoreanos; del blanco y negro al color, de la tecnología analógica a la alta definición, de los que operaban solo por botones hasta los que son teledirigidos gracias al mando a distancia.

Foto: Simone Lueck
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De tubos catódicos a transistores, de transistores a chips; así ha sido su evolución de estos artefactos en la pequeña isla, con una lentitud tecnológica tan acentuada que a un mismo tiempo conviven ejemplares de diversa ancestralidad.

Las cifras salidas del último censo de población y vivienda de 2012 arrojaron que Cuba tenía 3 millones 681 263 televisores en total, casi todos funcionando.

Los últimos modelos promovidos masivamente fueron los ATEC Panda, de China. Los Panda fueron famosos desde que comenzó su “asignación a los trabajadores vanguardias”, algunos lo recibieron de manera gratuita y el resto por el “módico precio” de 4000 pesos.

Foto: Simone Lueck
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El catalogo de un ATEC Panda subraya que “en la medida que se han ido modernizando los Televisores, se han hecho más confiables y sencillos de ajustar.  La introducción del Control Remoto o Mando a Distancia hace más agradable su uso, pero requiere de circuitos adicionales para su funcionamiento.”

Una frase popular relacionada con dichas características técnicas vuelve a poner de moda estos aparatos. La escuché en conversación con mis amigos, preguntaba qué creían del nuevo presidente cubano, de las decisiones que podría tomar asumiendo una posición novedosa. Todos habíamos vivido su gestión como secretario del Partido en Holguín y, de alguna manera, seguimos esperando medidas temerarias y beneficiosas para el pueblo.

Pero, uno de ellos, encarnando a cientos de compatriotas sin saberlo, hablando con la voz popular y subrayando la importancia que aún tiene un televisor para el cubano promedio, me dijo una frase de enciclopedia: “Qué te puedo decir, soltó entre quejumbroso e irónico antes de añadir: “Le dieron el Panda, pero el Mando no.”

 

*Las imágenes forman parte del libro Cuba TV de Simone Lueck, Julio de 2011.

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