El busto secuestrado de José Martí

La efigie de José Martí fue ubicada en 2002 en El Rosedal en Buenos Aires. Desde entonces, los emigrados cubanos, sin distinciones políticas, se reúnen allí bajo su amparo.

Foto: Leandro Estupiñán.

Buenos Aires despertó con la noticia de los robos. Dos bustos, algunas tarjas; muchas de ellas abandonadas en la tierra dado que los vándalos no lograron cruzar los barrotes de la cerca llevándolas a cuesta.

El hecho sucedió en El Rosedal, peculiar espacio de casi cuatro hectáreas que en Los bosques de Palermo permite al visitante en su admiración citadina contemplar rosales florecidos todo el año.

Andando por pasajes de tierra y piedra, que dejan siempre los zapatos cubiertos de un polvo rojizo, puede uno descubrir sobre el césped prohibido las esculturas de hombres y mujeres notorios en distintas épocas.  El último (y peor realizado de todos; por la calidad de la obra parece más un agravio que un homenaje) fue el de Gabriel García Márquez, cuya colocación corresponde al año pasado.

Este paseo de bustos distribuido por el interior de El Rosedal se llama Jardín de los Poetas o Paseo de los artistas, porque contiene imágenes de músicos, poetas y pensadores de todo el mundo. La primera de las esculturas fue develada en 1921 y corresponde a Dante Alighieri.

Le siguieron las efigies de Olegario V. Andrade, poeta, periodista y político argentino nacido en Brasil; el compositor Julián Aguirre y el también argentino Lucio Correa Morales, escultor.

La primera mujer que llegó al Jardín fue Alfonsina Storni, aunque antes se había visto un desnudo titulado Flor de juventud que no representaba a una dama específica pues las representaba a todas. Así se ha ido llenando el espacio hasta llegar a la cifra actual de 29 bustos.

La efigie de José Martí fue ubicada en 2002. Desde entonces, el público y los emigrados cubanos que, sin distinguir ideología o política se reúnen bajo su amparo, le vieron sobre un pentágono de hierba en el cual también, pero en el lado opuesto, se encuentra el busto de Dante.

Parece mirar al inmenso gomero situado en frente, sin embargo lo correcto sería decir que ese gomero, árbol del caucho, es tan antiguo que vio llegar el busto de Martí y el de todos los demás. Fue sembrado, o nació a saber bajo qué circunstancias, hace por lo menos 200 años, según los jardineros de este lugar que limita con un lago.

Lo cierto es que el Héroe Nacional de Cuba permanece en una posición privilegiada, un espacio verde y visible al visitante. Su lugar marca el comienzo del Jardín de Rosas, sección que abren tres jardineras colmadas por la Híbrida del té, flor de pétalos tupidos de color rojo escarlata.

Foto: Leandro Estupiñán.

Desde allí puede observarse la escultura de Cervantes. También la del poeta modernista nicaragüense Rubén Darío, aquel que contó cómo una noche, después de escucharle discursar en un importante centro de Nueva York conoció a Martí. Pasados los aplausos, descritos por él como “de tempestad”, y pasado el rato, se vio a Darío abrazado por el Maestro que le dedicó una única palabra: “¡Hijo!”.

Pero, aquella mañana de abril de 2015 ni la efigie de Martí ni la del escritor Scholem Aleijem, un judío nacido en ucrania, estuvieron visibles en el Rosedal. Ambos habían sido arrancados de cuajo de sus pedestales. Las roturas sobre el mármol, los pedazos de piedra eran la prueba de la profanación.

Se trataba de otro acto vandálico sobre los monumentos públicos, hecho que al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires hacía desembolsar unos 10 millones de pesos cada año, según explicaron las autoridades a los medios de prensa.

La mayoría de los robos tienen como trasfondo el bronce de las esculturas, según me cuenta ahora una de las personas encargadas de la seguridad en El Rosedal. Hacerse de la aleación posible con la mezcla del cobre y el estaño no siempre es la razón de la profanación de los bustos.

Los daños causados a la escultura del Nobel colombiano no tuvieron un objetivo preciso: la pieza es, como casi todas las que se colocan en la actualidad, de cemento, y solo cuentan con un baño que imita el color de los metales.

El busto robado, del escultor cubano Alberto Lescay.
El busto robado, del escultor cubano Alberto Lescay.

La propia escultura de Martí no es metálica desde el año pasado. La figura original sí había sido de broce y su fundición ocurrió en los talleres de su autor, el santiaguero Alberto Lescay.

Fue develada en noviembre de 2002 ante autoridades del gobierno argentino y cubano que con el hecho rindieron homenaje a una de los grandes pensadores de América Latina a un año de conmemorarse 150 años de su nacimiento.

Por algún tiempo estuvo el pedestal solitario; apenas la tarja colocada por la embajada cubana en Argentina avisaba que ese era el lugar de José Martí hasta que el 19 de mayo del pasado año hubo escultura nueva. Los artistas argentinos Marta y Pablo Ibarra se encargaron de realizar la nueva imagen.

En la representación actual José Martí adquiere una expresión más serena, parece menos rebelde que en la imagen realizada por Lescay. Pero ahí está, otra vez el Apóstol atisbando un país donde no fue un desconocido.

Aunque nunca visitó Buenos Aires ni otra ciudad Argentina, Martí jamás ha estado ausente aquí. Se editan libros con selecciones de sus versos o discursos, existen calles que le recuerdan, no falta en la oratoria de este o aquel y para algunos universitarios comprender su pensamiento es tan importante como lo es para un estudiante cubano.

Incluso, muchos le recuerdan desde antes, cuando en la lejana fecha de 1882 comenzara a publicar en el periódico La Nación atraído por su propietario Bartolomé Mitre. Con el hecho patentiza una cerca relación con el país del que sería cónsul en Nueva York durante poco más de un año.

Para recordar este momento, a propósito del 150 aniversario de su natalicio, el 22 de enero de 2003 el diario La Nación reprodujo la primera crónica enviada por el apóstol, una carta dirigida a Mitre que sería también otra acertada descripción de los Estados Unidos partiendo de un hecho en particular.

Martí describe el ambiente previo y posterior al ahorcamiento de Charles Guiteau, abogado que disparó dos veces sobre el cuerpo del presidente James Abram Garfield. El atentado produjo una conmoción que sirvió para que afloraran múltiples sentimientos.

Aunque el presidente no murió inmediatamente después de los disparos, sino como resultado de las intervenciones médicas que recibió en los setenta días posteriores, el hombre que disparó sobre él centró la atención de los medios de prensa manteniendo en vilo a una nación y produciendo tristes espectáculos como los descritos por el Apóstol.

En su carta inaugural para los argentinos describió al asesino de la siguiente manera: “Su vida fue la de una fiera cobarde, flaca y hambrienta. Su muerte fue la de un niño infeliz que juega a héroe, en medio de un circo.”

Las crónicas escritas por José Martí desde Nueva York para La Nación de Buenos Aires fueron otra puerta a través de la cual entró a miles de hogares en América del Sur. También representaron la prueba que debió pasar muchas veces. Como periodista no escapó a eventuales censuras del mismo modo que tampoco su imagen escapará a la actitud cobarde de quienes creen ver en ella simple materia prima, propaganda o publicidad.

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