Ese vuelo

¿Por qué sufre uno más cuando los males tienen nombre y apellidos?

restos del avión Boeing-737 que se estrelló el viernes 18 de mayo, poco después de despegar del aeropuerto José Martí. Foto: Omara García / EFE.

restos del avión Boeing-737 que se estrelló el viernes 18 de mayo, poco después de despegar del aeropuerto José Martí. Foto: Omara García / EFE.

A fines de abril del año pasado saltó en el chat de Facebook alguien a quien conocía desde mis tiempos de estudiante. Vivía en La Habana y su mensaje reportaba la lectura de cierto artículo publicado en una revista digital, técnicamente un blog, que mantuvimos durante doce meses y a través del cual tratábamos de reproducir relatos de vida de emigrados cubanos.

Ese amigo se quejaba de la imposibilidad de leer todo lo que yo compartía. Explicaba que mis links eran sumamente interesantes, pero la mayoría de las veces no lograba abrirlos en su computadora debido a la lentitud de la conexión.

Habíamos intercambiado antes. Era frecuente que saltara para hacer algún comentario respecto a este o aquel tema. A veces aprovechábamos para hablar de amigos en común y circunstancias que nos relacionaron. Con el clásico “¿qué estás haciendo ahora?”, intentábamos ponernos al día.

Era dos o tres años más joven que yo y nos habíamos conocido en los 90, cuando ambos hacíamos la especialidad de Electrónica en Holguín. Por razones de estudios, seguimos relativamente en contacto: en la Universidad de La Habana, mientras yo cursaba Periodismo, supe que él era un brillante estudiante de Lenguas Extranjeras. Solíamos cruzarnos en la calle y por un rato parábamos a conversar. Cuando trabajó en Francia, seguía escribiéndome. Traducía, estaba viviendo y planeaba el futuro.

Por cosas de la cotidianidad le fui dando de largo a su correo de abril de 2018, y así pasó una semana, una semana y media. Unos quince días después, hablando con mi hermana, que vive en La Habana, de repente me suelta ella que acababa de suceder un accidente en el Aeropuerto de Boyeros, que la cosa pintaba fea. “Te contaré”, dijo y nos perdimos en Google cada uno por su cuenta.

Una o dos horas después otro amigo radicado en Barcelona, con el que hacía rato no chateaba, me escribe un lacónico y tétrico mensaje: “Como sé eres amigo de fulano de tal –aquel que me había escrito por lo de mis posteos, el viejo conocido de los 90–, te cuento que iba en el avión de Cubana cuyos pasajeros murieron casi todos”.

La noticia suelta así en la pantalla bastó para dejarme profundamente consternado. Saber de tantos fallecidos, casi todos residentes de la ciudad de la cual provengo, posiblemente conocidos de vista, era terrible; pero, concebir que alguien cercano iba en el avión fue ciertamente demoledor.

¿Por qué sufre uno más cuando los males tienen nombre y apellidos? Tal vez sea el verdadero síntoma de una defensa del ser humano para sobrevivir. Escuchar noticias nefastas, así, de manera genérica, duele; pero no perforan el alma como cuando la desgracia queda personalizada, circunscrita, conectada a nuestra realidad.

Interiorizar que un conocido, lleno de planes y vida, no estaría más, y que además le había dejado de contestar su último saludo, me choqueó lo suficiente como para no pensar en otro asunto durante todo ese día, el que siguió y algunos otros.

Lo recordarán los lectores, hace casi un año, aquel desastre del Boeing 737 de la compañía Global Air de México arrendado por Cubana de Aviación que, a poco de haber levantado vuelo en el aeropuerto de La Habana, se vino abajo produciendo la muerte de sus pasajeros y tripulantes, con excepción de una muchacha de 19 años, que milagrosamente sobrevivió.

Por esas cosas de estos tiempos sin pies ni cabeza, o sin piedad, el perfil de Facebook de aquel amigo sigue vagando en la red, apenas con la nota que lamenta su deceso: “En memoria de …”, se lee. Así se resumen nuestras vidas virtuales, pero no nuestras memorias y con ellas los miedos.

Tal vez desde ese momento, cada vez que subo a un avión pienso con más gravedad lo que significaría para los demás –ya sé para mí– que el artefacto en el que viajo de repente vuele en pedazos. El miedo por los demás me embarga.

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