J. M. Coetzee descrito por uno y por él mismo

El pasado 9 de febrero el autor que en 2003 mereciera el Premio Nobel de Literatura, arribó a sus 80 años.

John Maxwell Coetzee.

Un día encontré al Premio Nobel de Literatura 2003, John Maxwell Coetzee, en la Feria del Libro de Buenos Aires. Firmaba en el estand de Penguin Random House, no había más que dos personas ya en su mesita. Me acerqué, pero no le extendí la mano con la cual sostenía el libro Escenas de una vida de provincias, sino que me quedé mirándolo como quien mira a un maestro. Él levantó la vista para observar, su mirada era profunda, de persona arisca y sabia. Parecía decirme algo, nos habíamos conectado, o parecía.

Cuando me percaté vi a la altura de mi hombro derecho una chica con una cámara profesional. Lo retrataba e incluso, viendo que en él persistía esa expresión seca que lo caracteriza, llegó a pedir, en el mejor argentino, que se riera, por favor. Coetzee le obedeció. La chica, de quien no puedo precisar edad pero recuerdo joven, se juntó enseguida con su modelo. Hablaron, tal vez rieron y al rato tomaron el pasillo para difuminarse entre la multitud.

Pese a sentirme frustrado por no haber hecho siquiera una pregunta fue mayor mi entusiasmo; al menos leería ese libro suyo. Ya lo había hecho con esa novela que él publicó tercera: Esperando a los bárbaros. Por una época podía encontrarse en casi todas las librerías estatales de Cuba a un precio razonable para un cubano de a pie. Luego leí Vida y época de Michael K y Desgracia.

Coetzee es uno de esos autores que se disfrutan mucho. Su prosa me parece tremendamente efectiva gracias a ese estilo eléctrico, consecutivo, austero y casi binario, seguramente influenciado por los estudios de Matemática que realizó de joven y por los trabajos que le permitieron la subsistencia en Londres, donde fue empleado de IMB; tiempos esos en los cuales se adentraba en la literatura e iba formando una idea consistente sobre la forma más firme para desarrollar una idea.

Escribe de sí mismo: “Le horroriza derramar mera emoción en la página. Una vez ha empezado a derramarse, no sabe cómo detenerla. La prosa, afortunadamente, no requiere emoción: eso puede decirse en su favor. La prosa es como una extensión lisa de agua tranquila sobre la que uno puede ir añadiendo cosas a placer, dibujando sobre la superficie”.

Pero, antes de dejarse llevar por la atracción de la prosa, primero escribía poesía: “Lleva un libro de poemas en el bolsillo, a veces Rilke, a veces Hölderlin, a veces Vallejo”. También lee a Nicolás Guillén y a Pablo Neruda. “Capta el español sin problemas”, escribe Coetzee de él mismo, anunciando lo que a la larga habría de ser una especie de enamoramiento por este idioma.

“El español está plagado de palabras de sonido brutal cuyo significado ni siquiera acierta a adivinar, pero da igual. Al menos se pronuncian todas las letras, hasta las erres dobles”.

Aunque siempre escribe en inglés, este autor transnacional ha dado un gran espaldarazo a la lengua de Cervantes. Alguno de sus libros fueron publicados primero en español. Sucedió con La Infancia de Jesús (2013) y luego con sus Siete cuentos morales (2018), ambos vistos primero en Argentina.

El argumento desplegado en La infancia de Jesús, el primero de una trilogía finalizada el pasado año, explica un poco lo que implican las barreras de la lengua.

“Un hombre y un niño llegan a una tierra extraña, y descubren que en ella se habla ese idioma y no el inglés. Entonces experimentan lo que la mayoría de inmigrantes: van a tener que adquirir esa nueva lengua para poder sobrevivir, para preguntar direcciones o buscar empleo, para comprar y vender, para confesar o hacer el amor”, respondió una vez al diario La Nación.

El dominio del idioma inglés le “inquieta” desde el punto de vista histórico; lo considera un “avance imperialista global” en el que él mismo colabora al ser el idioma mediante el cual se comunica. Pero, así como en África, donde nació (es de origen afrikáner, nació en Sudáfrica, Ciudad del Cabo, 1940), ha llegado a ser la lengua de la cultura, el comercio y a la política, el inglés se ha ido convirtiendo en el principal lenguaje para el entendimiento en otras partes del mundo, poniendo en peligro otras lenguas todavía en uso en pequeños países.

En tanto, yo vine a comprender un poco mejor lo que era la historia de su propia vida en esos tres libros que llevan la etiqueta de las memorias: Infancia, Juventud y Verano. Dichos libros, publicados entre 1997 y 2009 fueron reunidos en uno: Escenas de una vida de provincias (Mondadori, 2013), buen retrato suyo; sobre todo, retrato de sus sentimientos.

Al leerlo solo debe tenerse en cuenta que ninguna biografía lo es al pie de la letra y, como apuntara John Christoffel Kannemeyer, a quien se debe el estudio biográfico sobre Coetzee: A live in writing: No se puede confiar totalmente en cuanto esté narrándonos sobre su propia vida, “no porque fuera un mentiroso, sino porque era un fanático de la ficción”.

Haciendo esta salvedad, que no es menor y marcará la relación del lector con lo leído uno se adentra en el libro como el nadador que se sumerge en la piscina. Pareciera el descenso al mundo de  un hombre que, contrariamente, asciende deslumbrado por la vida. Ese hombre, antes de dedicarse por entero al oficio de escribir, habrá tenido que adentrarse en uno mucho más difícil, el de entender la condición humana.

Fue niño introvertido que recorría las praderas de Worcester, una ciudad a 120 kilómetros de Ciudad del Cabo. Su vida es la típica de quien vive en una provincia. La relación con el padre, y especialmente con su madre encierran el conflicto de la propia existencia. “En casa, él es un déspota irascible; en la escuela, un cordero manso y dócil”, escribirá, y luego: “Mientras viva su madre, por tanto, su vida no le pertenece. No puede derrocharla. Aunque no se quiere demasiado a sí mismo, debe cuidarse por su madre, comer sano y tomar vitamina C. En cuanto al suicidio, no cabe ni planteárselo”.

En el colegio, en la medida que crece, en la universidad, en la medida que desarrolla su vocación, experimenta los tormentos del escritor: “Sufrimiento, locura, sexo: tres maneras de convocar en él el fuego sagrado. Ha visitado los tramos inferiores del sufrimiento, ha estado en contacto con la locura: ¿qué sabe del sexo? El sexo y la creatividad van juntos, todo el mundo lo dice, y él no lo pone en duda.”

Tras una experiencia familiar donde la sexualidad era una expresión timorata, irá aprendiendo de a poco del plano más íntimo. Fantasea con las mujeres descritas por D. H. Lawrence. Se imaginaba en la cama con esas mujeres, algunas de ellas encarnadas en las sacerdotisas universitarias con las que se cruzaba a diario. “Los éxtasis de esas mujeres serían volcánicos; él era demasiado enclenque para sobrevivir a ellas”.

Entre tanto, tiene la meta literaria de escribir un libro amplio para el cual chocará con un primer e inmenso dilema: tiene que aprender a escribir, pero a su vez saber olvidar: “sin embargo, antes de poder olvidar tendrá que saber qué olvidar; antes de poder saber menos tendrá que saber más. ¿Dónde encontrará lo que necesita saber?”.

Un libro de J. M. Coetzee, quien desde 2002 vive en Australia, aunque pasa largas temporadas en países como Argentina, es tan efectivo como un buen software. Maestro juvenil de aspecto impecable como un antiguo aristócrata. Y J. M Coetzze no lo es. Su nobleza es literaria.

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