La pena de muerte y el poder de una negativa “vanidosa”

A propósito de una breve conversación con Pilar del Río, viuda de José Saramago, traductora de parte de su obra al castellano y su albacea.

Pilar del Río, viuda y traductora de José Saramago, en Buenos Aires, mayo de 2022. Foto: Kaloian.

Después de aquel juicio sumario sucedido en abril de 2003 con el que el gobierno cubano determinó el fusilamiento a tres secuestradores de una embarcación con la cual habrían intentado llegar a Estados Unidos, alegando que había sido determinada por una circunstancia de “vida o muerte”, uno de los escritores más respetados del mundo y el aparato cultural cubano levantó su voz para expresar su desacuerdo.

El viejo comunista, amigo de Cuba y Premio Nobel de Literatura José Saramago, escribió dos párrafos que reprodujo la página de opinión del diario madrileño El País. Su título era contundente: “Hasta aquí he llegado”. Saramago alegaba que Cuba no había ganado “ninguna heroica batalla fusilando a esos tres hombres”, pero sí había perdido su “confianza”, porque dañaba sus “esperanzas” así como había “defraudado” sus ilusiones.

José Saramago en la Feria del Libro de Frankfurt, donde recibió la noticia de la concesión del Nobel. Foto: RTVE.

Casi un mes después, a raíz de una entrevista publicada en el diario argentino Página 12 Fidel Castro hizo referencia a las declaraciones. Como alegaría luego le “dolieron mucho”, pero “respeto sus convicciones”.  Básicamente explicaba que los fusilamientos habían detenido una circunstancia que, según advertía, formaba parte de un “plan concebido de antemano” cuyo propósito era “provocar” una “ola de secuestros” que terminarían en “una crisis migratoria” utilizada luego como “pretexto” del Gobierno de Estados Unidos  “para un bloqueo naval, lo que inevitablemente conduciría a una guerra”.

Respecto a los juicios del portugués, que no fue el único en cuestionar la decisión aceptada por el Consejo de Estado en pleno, pero que sí mantuvo firmemente el criterio a diferencias de otros, decía el entonces mandatario: “él debió expresar su desacuerdo, pero no debió pronunciar ni una sola palabra que alimente la agresividad del gobierno de Estados Unidos contra Cuba, ni ofrecer argumentos que recibe con delicia el brutal sistema imperialista que pretende justificar una agresión contra Cuba…” Además, Fidel Castro alegaba que Saramago se había dejado llevar por “un arranque de ira y contrariedad que le obnubiló su capacidad de razonar” y deslizaba la idea de que había sido “un rasgo pasajero de autosuficiencia y vanidad”.

A finales de ese mismo año 2003, la periodista cubana Rosa Miriam Elizalde entrevistó al escritor en su casa de Lanzarote. Buscando su posición respecto a Cuba, el escritor le dijo: “Yo no he roto con Cuba. Sigo siendo un amigo de Cuba, pero me reservo el derecho de decir lo que pienso, y decirlo cuando entienda que debo decirlo”.  En esa misma entrevista, interrogado sobre el concepto de Derechos Humanos, agregó: “Le diría a los partidos izquierda que todo lo que se le puede proponer a la gente está contenido en un documento burgués que se llama Declaración de los Derechos Humanos, aprobado en el año 1948 en Nueva York. No se casen con más propuestas. No se casen con más programas. Todo está dicho allí. Háganlo. Cúmplanlo.”

Dos años después, para junio de 2005, Saramago volvió a Cuba. En Buenos Aires, me cuenta su viuda Pilar del Río que estaban ellos en Canadá cuando recibieron la invitación del ministro de Cultura para que visitaran la Isla. Al escritor le prepararon toda clase de recorridos. En La Habana incluso y finalmente Saramago y Fidel Castro se reunieron. Según Pilar del Río, quien también ha sido la traductora de Saramago al castellano, y hoy se encarga de velar por el legado de su obra, Fidel Castro en aquella conversación argumentó que gracias a aquella decisión se pudieron salvar vidas, a lo que Saramago se opuso con sólidos criterios; fundamentó que eso no era defensa, pues aunque sea una persona la que se sacrifique ante una orden semejante se trata de una persona ejecutada.

“Y siguió apoyando a Cuba, eh” —me dice— “siguió criticando a Estados Unidos; pero defendió su posición, que la pena de muerte siempre lo será y es una razón suficiente para oponerse a ella. Y después de eso no se ejecutó a nadie más en la Isla… por algo será. Es algo para pensarlo. Dilo así”.

Fueron tales las palabras de Pilar del Río hace apenas unos días, cuando la abordé en medio de la Feria del Libro de Buenos Aires. Ella estaba junto a unas fotos del escritor situadas en muestra en una de las galerías de La Rural. Formaba parte de los homenajes por el centenario del autor de libros como Ensayo sobre la Ceguera, El año de la muerte de Ricardo Reis o Cuadernos de Lanzarote.

Dentro de esas actividades destacó una lectura dramatizada de pasajes de la obra saramaguiana protagonizados por mujeres. Una de las lectoras de la noche fue Pilar del Río, quien andaba sencilla y asequible por los pasillos del espacio, de manera que cualquiera como yo podía preguntarle cualquier cosa, como esta que les cuento sobre aquel día en que, cumpliendo su responsabilidad intelectual de dudar ante todas las cosas, un escritor dijo no a lo que le parecía una rotunda injusticia.

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