Las cosas que nos salvarán, resumidas por Juan Padrón

En su lenguaje, Juan Padrón lo dijo muchas veces, con o sin vampiros, en la guerra o en la paz...

"Vampiros en La Habana", un clásico cubano del inolvidable Juan Padrón.

Quizá, entre los mejores y más evidentes compendios del humor criollo cubano, la obra de Juan Padrón (1947-2020) sobresalga por su influencia casi total sobre los cubanos.

El suyo no parecía tener ese trasfondo intelectual que lograban sus admirados Núñez Rodríguez, Marcos Behemaras, Zumbado y otros que seguramente le sirvieron de inspiración, sino que parecía simple y callejero, por lo cual, sobre todo, se conectaba tanto con lo popular, e incluso con lo que alguna gente pudiera entender como el borde entre lo popular y lo vulgar.

Claro, que decirlo de ese modo es casi caer en una apreciación frívola, porque en la sencillez aparente, en este caso determinada por el rasgo distintivo de Padrón, su faceta principal, la de caricaturista –la caricatura como expresión primaria de un pensamiento– se muestra un mundo complejo y, sobre todo, esencialmente conectado con una circunstancia.

Desde muy joven ya había demostrado Juan Padrón suficiente rigor y una disciplina de científico, algo palpable en sus trabajos animados en el Icaic, institución a la que se sumó en 1975, después de pasar por los Estudios de Animación de la Televisión Cubana, los Estudios Fílmicos de las Fuerzas Armadas y de haber colaborado en espacios impresos como la revista Mella o el suplemento Sable del periódico Juventud Rebelde.

Para advertir la carga especial presente en cada una de sus historias apenas hay que recordar los diálogos de su famoso Elpidio Valdés que en nosotros quedaron sembrados. Hay quien ha llegado a componer prontuarios con ellos; esas frases se colaron de tal manera en el habla popular que recurrimos a ellas para resumir determinados incidentes cotidianos.

Elpidio Valdez- Una Aventura

Valdés, como contara Padrón, no nació de una intención personal por reivindicar las luchas independentistas per se, sino que se impuso desde la misma ficción, desde otra historieta, una sobre samuráis llamada Kashibashi. Pero, el coronel mambí (de 1974 data la primera historia animada: Una aventura de Elpidio Valdés) y el conjunto de personajes que lo secundan se transformaría en la historia abreviada de las luchas por la independencia, razón por la que mucha gente encontró más patriotismo que humor en sus episodios.

Del mismo modo, y gracias al desenfado de su creador, ha funcionado como el único muestrario que tuvimos a la mano sobre la cotidianidad del ejército libertador y el español. De hecho, del trabajo investigativo que antecedió a la composición de este personaje dio paso a un manual que, al menos yo, atesoro en mi biblioteca: El Libro del Mambí (1985).

La historieta de Elpidio Valdés, que esperábamos los pequeños lectores de los ochenta en la revista Zunzún, fue,  para nosotros, en resumen, la primera historia de Cuba escrita con desenfado; que es una caricatura, también es cierto, pero no supone lo importante ahora, porque su aporte superó la realidad que dividir la realidad entre buenos y malos, tontos y valientes.

Pese al tema, en ella, reitero, se encuentra presente esa veta humorística propia del autor y de cualquier nación, veta en la cual toma alta importancia la ingenuidad campesina, que no sé desde cuando se volvió elemento de identidad.

El apogeo de Valdés y los insurrectos fue igualmente la evidencia de un momento cultural determinado por el didactismo, el nacionalismo y hasta el devenir del realismo socialista en el arte. La circunstancia que impuso estas tendencias se quebraron poco después, y, en los ochenta, lo que posibilitaron esos años, ocurrió el desbordamiento del Padrón que se había contenido.

No hizo más que comenzar la década y ya entregaba el primero de sus Filminutos, una serie de breves historias animadas engendradas con las temáticas más presentes en el humor criollo, cocinado siempre con ligeros elementos del choteo, la burla y la chanza, aunque tales peculiaridades parecían diluirse ante un elemento de evidente intelectualismo, perceptible mejor en trabajos posteriores, como los Quinoscopios (1986-1988), concreción del trabajo conjunto con su amigo el caricaturista argentino Joaquín Lavado, Quino.

Juan Padrón llevaba años con los personajes de los Filminutos a cuestas. Por ellos había sacado chispas al entramado férreo de la burocracia. La periodista Ilse Bullit, que fue firma recurrente en la revista Bohemía, nos contó un día a un grupo de estudiantes cómo por aquellos personajes “Juanito” incomodaba en Juventud Rebelde, alguno de cuyos directivos serían inmortalizados luego, cuando Padrón bautizó con nombres o motes a los contrincantes de su célebre mambí.

Como podría esperarse, a buena parte de ellos no les gustaban los argumentos del entonces joven Padrón, porque, consciente o inconscientemente, a través de sus viñetas criticaba problemas graves y palpables.

El primero de los Filminutos (1980), contiene ya todos temas que le interesaban a él y disgustaban a la burocracia; en principio, claro, debido a que la cuestionaba en sus carices, como era de esperarse de un caricaturista. Pero, no lo hacía directamente, nombrándola o enredándola en un lenguaje que tal vez no lograran entender los funcionarios, sino que les provocaba, exigiendo de ella más capacidad de análisis y cultura.

Echarle mano a personajes “extemporáneos”, cuestionar los problemas de una sociedad imperfecta, como decía Pablo Milanés, desde épocas pasadas lo tornaban un creador complicado, etiqueta de la cual solo debe haberlo librado el coronel mambí.

Filminutos #1 - Juan Padrón -

Porque todos aquellos verdugos que vimos cargando gordas y afiladas hachas, encapuchados y siempre fortachones, sirvieron a Padrón desde sus inicios para reírse de los censores; los castillos medievales eran el escenario perfecto para burlarse del entramado burocrático tan envalentonado y polivalente por aquellos días. Sus samuráis nos permitieron comprender lo que significa el poder y su uso en demasía.

Pero, había otras cuestiones que aún gustaban más a Juan Padrón y que, por lo mismo, le gusta también a los cubanos, esos que catalogaríamos como los “más jodedores” de aquellos años ochenta y tal vez de todos los años desde que en la isla hubo conciencia de su geografía: el sexo, el ritmo que impone el clima y la necesidad criolla de ser vivos para sobrevivir, asuntos tan bien plasmados con sus vampiros.

El de los vampiros fue, de igual manera, tema recurrente en los Filminutos, aunque su máximo esplendor lo tuvo cinco años después, cuando Juan Padrón sumó a su historial, signado por el personaje patrióticos, la historia de un trompetista vampiro que luchaba contra la tiranía de Gerardo Machado antes de luchar contra otros monstruos desconocidos para él.

Vampiros en La Habana causó impresiones encontrados, fue interpretado de muchas maneras dentro y fuera de la Isla. En algunos lados lo acusaron de propaganda comunista en tanto en La Habana, contaba Padrón, lo habían visto con sospecha y hasta desilusión.

Desde la perspectiva de la burocracia, la sociedad cubana no está preparada para ciertos temas, algo que han dicho cada ciertos periodos. En ese momento creyeron que no estaban lista para enfrentarse a seres tan poco revolucionarios como aquellos personajes tan dados a la “pachanga”.

"Nikita Chama Boom" dirigida por Juan Padrón

¡Y qué vampiros eran aquellos que se volvieron el summum de la jodedera cubana! 

Y otra vez nos aprendimos los bocadillos, que reflejaban todo lo que mueve al cubano desde siempre: el sexo, el doble sentido, la vehemencia, el patriotismo, el desenfado y la alegría, personificado todo en el sonido de la trompeta de Arturo Sandoval, que soplaba muy fuerte en las grabaciones para que Pepito (como Martí) estremeciera a la rubia amante del político y, de ese modo, pudiera cumplir sus objetivos revolucionarios.

Pero a su vez tocaba para que a los condes vampiros no se les olvidara: si iban a La Habana debían prepararse para sufrir o disfrutar el desparpajo del cual es una evidencia sin igual la música.

En su lenguaje, Juan Padrón lo dijo muchas veces: lo único que salva a la nación, con o sin vampiros, en la guerra o en la paz, será eso: la música, el sexo, la risa.

En septiembre de 2013, el director de televisión, Eugenio Antonio Pedraza Ginori, conocido como Yin por sus amigos publicaba en su blog un intercambio de cartas con Juan Padrón.

En la primera de las cartas, Yin Pedraza Ginori hacía una extensa y emocionada alabanza a la obra de Juan Padrón y particularmente de “Vampiros en La Habana”.

Juan Padrón respondió con una sabrosa semblanza de su trabajo y una descripción del proceso de producción de “Vampiros…”. Revela datos que engrandecen mucho más su arte, y permiten comprender mucho mejor su cubanía.

 

Querido socio Yin (después de tan emocionante carta, creo que te puedo decir Yin):

Claro que recuerdo que coincidíamos en la Universidad; y luego nos vimos muchas veces por ahí.

Aunque han pasado muchos años, sí tengo grabada tu opinión sobre Vampiros… en 1985.

Me comentaste que la habías tenido que ver dos veces pues la primera no te concentraste bien, y te pareció disparatada. Que la segunda vez ya la disfrutaste (algo así me dijiste).

Otros amigos me habían dicho cosas parecidas pero tú coincidías de forma exacta con la opinión de Jesús Díaz. Y pasaba que, o la gente se enganchaba con la película, o la rechazaban.

Tu carta es muy bella, y me transportó a los recuerdos sabrosos… y a los de infarto, de casi 30 años atrás. Quiero compartirlos contigo, seguro de que los vacilarás.

Vampiros era una serie (1967) que hacía para El Sable, suplemento de Juventud Rebelde y que, de pronto un día, en las palabras de los funcionarios de entonces:

FUNCIONARIO: (CON VOZ ENGOLADA) No es el tipo de humor que queremos para nuestra juventud…

Chirrín chirrán, se dejó de publicar en el 69. (Eso incluyó Verdugos y Piojos).

Luego, cuando empecé en el ICAIC en el 75, seguí haciendo los vampiros, verdugos y piojos para Filminutos y nadie dijo ni pi.

Pero bien, seguimos con la peli.

Hice el guión dibujado en 18 días, trabajando sin descanso para que lo llevaran al coproductor principal el día tal.

Mi esposa Berta me peleaba, que eso era un disparate, que no podía ser, que me iba a morir y el ICAIC seguiría igual. Me daban fiebres por las noches. Durante días me quedó un tic muscular en el dedo pulgar de la mano derecha, pero entregué poco antes de fecha.

Luego, el ICAIC se demoró 21 días de más en fotocopiar el guión dibujado y mandarlo al alemán.

Un avance en colores de lo que sería la producción de Vampiros…

Desde el principio dio guerra esa película.

Se realizó en una época que coincidió con que los jefes de Animación querían implantar un horario de fábrica en el estudio, y se sucedían peleas sobre la hora de los llamados de edición, etc. También se metían con el tamaño de los dibujos y la cantidad de colores que yo les ponía, cosa que me revolvía histérico.

Aparte de la presión de la fecha de entrega, todo esa arbitrariedad colateral crispaba los nervios, te desgastaba en fajarte con ignorantes.

Además, varios de los animadores de más experiencia se fueron del estudio, por distintas razones, o para el Yuma.

Hice la animación con gente que prácticamente empezaba, como Mario García-Montes, que me ayudó mucho con su entusiasmo. Los funcionarios que firmaron el contrato, llamaban de vez en cuando porque la fecha de entrega era sagrada y esto y lo otro… pues, horror, descontarían dineros si fallábamos.

Eso ponía a los jefecitos al borde de la diarrea y daban brinquitos detrás de nuestras mesas de trabajo.

Dijeron que pagarían a destajo y luego no pagaron. Todo encantador.

Además, nosotros estábamos acostumbrados a trabajar sin presiones y ahora los cochinos coproductores capitalistas nos bajaban velocidades con el almanaque.

Tengo que reconocer que no todo fue horrible, nos divertimos muchísimo grabando las voces con los geniales Frank González, Manuel Marín, Irela Bravo, Carlos González, la Guillot… fue un privilegio trabajar con ellos.

El músico Rembert Egües se pasó con la música y cuando grabamos con Sandoval, el tipo se metía en el papel. Trajo tres trompetas y, para la escena de la bañadera, puso un cubo de agua y la metió y sopló muerto de risa. Por ese lado, gozamos la película.

Ya casi terminada, cerca de la fecha de entrega a los cerdos coproductores capitalistas, se vio que la película tenía flicker en la mayoría de los planos. Eso es que la imagen parpadea (sin motivo) por momentos.

Seguíamos filmando con todas las revisiones, chequeos, precauciones, y con el manual en la mano… y volvía el flicker.

A punto de pensar que eso era una cosa del Más Allá o falta de profesionalismo de los camarógrafos (que se pusieron histéricos), se descubrió que unos tipos que hacían rejas (en aquella época de forma clandestina), se enganchaban al tendido eléctrico de Cubanacán para robar la corriente. Cada vez que soldaban, bajaba el voltaje de las luces en nuestras cámaras.

Al final tuvimos que volver a filmar como el 60% de los planos en horas recontra-extras.

Pero ahí no paró la cosa.

Como no era una película para niños, la Santa Inquisición fue contra ella. (Se suponía que el estudio de Animación hiciera solo películas para niños. Los Filminutos eran una excepción, pues se vendían muy bien. Después de Vampiros… ya se pudieron hacer más).

Querían que yo hiciera dos versiones: una como está, y otra, muy descafeinada, para los cubanos.

Dije que hacía una sola película, si los extranjeros podían ver tetas animadas, también los cubanos, por lo tanto: más líos con los jefes.

Quedamos que la película tendría una sola versión, pero que se archivaría para Cuba durante un tiempo indefinido. (Yo pensé: qué emoción, tigre, el primer animado archivado del cine cubano.)

Mientras sucedían las discusiones, los coproductores opinaron que la peli estaba bien, y entonces, como iban a pagar (alivio), hubo una última reunión final para ver el destino del proyecto.

Aunque no era lo que esperaban de mi trabajo, aunque había sido un experimento fallido, aunque los había decepcionado, (como no había hecho caso a sus atinadas orientaciones), había salido una película demasiado vernácula, vulgar, y en una clave cubana tan cerrada que nadie la iba a entender fuera de Centro Habana. Y bueno, para no tirar a la basura tanto esfuerzo, los jefes opinaron que no la iban a archivar, pero que la pondrían para mayores de 12 años y en cines de barrio.

Para joder hasta el último momento, ordenaron quitar la palabra posada (en la escena en que Pepe y Lola entran a la posada, Lola decía: –¡Coño, Pepe, chico, esto es una posada!) porque no se entendía fuera de Cuba. Yo dije que no le quitaba nada (para negociar, había quitado dos “malas palabras” de Smiley: mierda babosa, y otra que no me acuerdo y de lo que me arrepiento hasta ahora) pero alguien, sin yo saberlo, cortó el sonido y lo sustituyó por otro diálogo  (-¡Ay Pepe, mira que tú me haces sufrir!).

Esa tarde, el equipo citado a la reunión fuimos a emborracharnos, como fracasados que éramos y porque ya habíamos salido de la maldita película.

Recuerdo agradecido el esfuerzo constante de Mayito, Adalberto Hernández, Pepe Reyes, Rosa María Carreras, Modesto García (Modesto hizo acuarelas para los fondos de la película sobre el reverso de unas cartulinas, buenísimas, que eran carteles en portugués con la cara de Agostinho Neto. Las habían tirado a la basura porque al mapa de Angola, que aparecía detrás de Neto, le faltaba Cabinda) y muchos otros compañeros para entregar el trabajo en tiempo y forma (como dicen los funcionarios) y porque creían en la película.

Tratando de que pasara desapercibida a la Santa Inquisición, que gateara por debajo de la mesa, fue la única película del ICAIC que salió directo a los cines sin la clásica conferencia de prensa previa, ni premiere ni nada. (De todas maneras, rompió récord de taquilla en la primera semana de exhibición en La Habana).

De la coproducción, por nuestro abnegado trabajo durante casi dos años, obtuvimos una fotocopiadora para el estudio.

La película se dobló al alemán (trabajo impecable que me sorprendió por su calidad) y al húngaro (que me pareció igual aunque no entendí ni papa), se le hizo un subtitulaje (pésimo) al inglés y al francés (creo que bueno).

Vampiros… tuvo una mala crítica en el Caimán Barbudo y una crítica buena, de Héctor Zumbado. (Fin de las críticas).

No cogió ni pal chicle en el Caracol de la UNEAC, y obtuvo un segundo premio Coral (el primer premio quedó desierto).

Seis años después de su estreno (y hasta ahora), se convirtió en el animado más vendido por la Distribuidora Internacional.

Muchos años después, uno de los jefes que era hostil a Vampiros…, en un almuerzo, me comentaba momentos de la peli muerto de risa.

Tiene el número 50 entre los 100 largometrajes iberoamericanos del siglo XX (y es el único animado seleccionado).

La revista Variety dijo que como el tío quiere dar su fórmula gratinn, que es una obra con su tin de propaganda, y que no es el tipo de animado que se espera de un régimen totalitario.

Está en la colección del MOMA de Nueva York.

Hice dos novelas, ¡Vampiros en La Habana! y Vampirenkommando, que tienen segunda reedición (¡ejem!).

En La Habana hay un Barbaram Bar Pepito’s, donde ofertan un trago llamado Vampisol y el local está decorado con escenas de vampiros, pero no me fían ni un trago. Mucho afecto de los empleados, pero tengo que pagar, como todo el mundo.

Estamos preparando un brillante y luminoso proyecto de teatro musical (desde 2003) que está volao, pero que nadie compra.

¡Vampiros en La Habana! es una peli de culto… ¡Y la hice yo!

Muchas gracias por el cariño, tigre.

Mucha salud, mucho euro.

Un fuerte abrazo,

Johnny Terrori

 

 

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