Los muertos y los vivos

En un país donde lo simbólico ha representado tanto, hay detalles que no se pueden perder de vista.

Una mujer llora dentro de su casa en el barrio de Luyanó, en La Habana, que quedó sin techo por causa del tornado sufrido por la capital cubana el 27 de enero de 2019. Foto: Ernesto Mastrascusa / EFE.

Una mujer llora dentro de su casa en el barrio de Luyanó, en La Habana, que quedó sin techo por causa del tornado sufrido por la capital cubana el 27 de enero de 2019. Foto: Ernesto Mastrascusa / EFE.

Entiéndalo como lo quiera usted, las señales llegadas desde Cuba este año son las más perturbadoras que para mí se hayan tenido en los últimos tiempos y no exponen otra cosa que una peligrosa y lamentable decadencia.

La conmemoración o celebración de los sesenta años de la Revolución Cubana dentro de un cementerio, primero, y esta marcha de las antorchas realizada pocas horas después de que el maldito tornado demoliera varias comunidades de La Habana, dejan al descubierto lo que pareciera ser esa triste incoherencia que emerge tantas veces como resultado de la simulación y la ignorancia.

Estoy convencido de que el gobierno despliega muchas formas de ayudar a los damnificados; que pretende hacerlo tan rápido como le sea posible a partir de sus realidades; incluso, no creo disparatar ni pecar de ingenuo pensando que muchas ciudades y provincias comparten sus recursos con tal de ofrecerle ayuda a sus hermanos habaneros.

Pero eso no es suficiente dada la gravedad del momento; y en un país donde lo simbólico ha representado tanto, hay detalles que no se pueden perder de vista.

Hemos leído noticias que prueban cómo el cubano sigue activándose en tiempos de crisis, cómo la iniciativa se despliega y, de a poco, logran ponerse en acción brazos de solidaridad que, sin esperar autorizaciones de la siempre lenta burocracia, encuentran los modos y maneras de incidir en su circunstancia.

Todos siguiendo a los estudiantes y artistas que, por iniciativa propia, organizados en grupos o desde instituciones como la AHS, llegan hasta las comunidades afectadas para colaborar en la reorganización de una zona barrida por los vientos y las aguas.

Foto tomada de Facebook.
Estudiantes universitarios están llegando a las zonas afectadas para ayudar, por iniciativa propia. Foto tomada de Facebook.

Trasladan víveres, agua, ropa, un equipo de radiotransmisión con baterías, cualquier cosa hace falta allí donde ahora ningún sentimiento es más fuerte que la incertidumbre y la desolación. Por eso, esos artistas, jóvenes casi todos, desarrollan por su cuenta campañas internacionales para promover más ayuda.

No pocos cubanos residentes en el exterior se han sumado a estas iniciativas, incluso emprenden esfuerzos personales para concretar el auxilio, aunque muchos mecanismos traben el despliegue solidario; mecanismos que suelen atorarse en Cuba y también fuera de ella: estamos viendo los obstáculos que encuentran algunos cubanos fuera de la isla, y se puede constatar la realidad del bloqueo norteamericano al que tantas veces hace juego la burocracia.

Por otro lado, entrampados por las tradiciones y cautos para no provocar equívocos, la generación que empieza a ocuparse del país podría caer en un irremediable despiste a fuerza de subrayar la continuidad.

Entiendo como un error de los estudiantes universitarios y la Juventud Comunista, apoyados por el Partido, haber mantenido la convocatoria del 28, cuando la verdadera marcha, esa misma noche, pudo haber sido más martiana yendo directamente hasta Luyanó o Regla o Guanabacoa. Coincido con no pocos cubanos que se han expresado sobre esto en las redes sociales.

Lo peor es que, de seguir este camino, se volverá cierta esa frase obscura de que en Cuba suelen importar más los muertos que los vivos, y, aunque los muertos resultan imprescindibles para la memoria, nunca más que por su obra y pensamiento deben superar a quienes viven, en definitiva, como protectores del recuerdo desde su dura cotidianidad.

En el sentido metafórico uso la frase, pero algo de realismo perdura en ella teniendo en cuenta el devenir de los acontecimientos de este año, los que seguramente estarán por venir y anticipándome a las iniciativas descabelladas que, por adular, se plantearán en reuniones y asambleas y que no serán desestimadas nunca.

Respecto al otro ejemplo expuesto al principio, entiendo que Santa Ifigenia es un sitio especial para la historia de insurrección cubana e independencia, es la tierra donde descansan los huesos y cenizas de algunos de nuestros más grandes hombres y mujeres, a quienes la energía de Martí suma y engrandece.

Pero, ¿qué es la Revolución –o qué fue alguna vez– sino lo contrario a un cementerio y un acto donde la masividad se viera circunscrita a las pantallas de televisores que, por cierto, los encendidos a esa hora serían tan antiguos como los participantes en conjunto?

Pequeños signos, olvidadas simbologías van transformando el panorama sin que la población de Cuba, enredada entre pobres esperanzas, burócratas enquistados y propaganda anestésica tome partido o acabe de darse cuenta.

Espero que al menos una de las personas honradas que debe haber en el gobierno o en las distintas organizaciones de masas se oponga, levante la mano para discrepar con lo que parece irreductible: el reinado de la formalidad. Quizás alguno coincida conmigo en algo de lo que planteo.

De lo contrario, no importa. A alguno se le ocurrirá decir que yo no debería estar siquiera hablando de esto porque no estoy ahora mismo allí en Cuba para opinar.

Pero, no es así, y usted y yo lo sabemos; sabemos que nadie se aleja completamente del lugar donde nació, que si volvemos a él, al menos en el recuerdo, deberá pagarse ese viaje a fuerza de sentimientos.

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