No hay poeta, solo un hombre a merced del tiempo

"Yo estoy en mi casa, en mi ciudad, en mi país, con mis amigos”, declaraciones del poeta Delfín Prats desde su cuarentena en Holguín.

Delfín Prats. Foto: Leandro Estupiñán.

Muchos años después –contémoslos: 52– desde que Delfín Prats publicara en su libro Lenguaje de mudos (1968) el poema “Humanidad”, en el cual uno de los versos coincide con los que cualquiera de nosotros podría experimentar en estos días de distanciamiento social: una necesidad de hacer todas las cosas nuevamente/ hasta las más sencillas, recibo un mensaje de voz del poeta en respuesta a unas preguntas mías.

El recado me llegó por WhatsApp luego de haberme puesto en contacto con él, interesado en su salud y queriendo que le enviara unas palabras a sus lectores. La actualización de otro poeta holguinero, Ghabriel Pérez, en su muro de Facebook me había llevado a pensar que algo podría sucederle a Delfín o que, al menos, tampoco la estaba pasando bien dado que su barrio estaba en cuarentena; por eso, y mediante al padre Orlando Corzo, contactado por primera vez para la ocasión, supe de su estado.

“Estoy bien en la medida en que puede estar bien una persona que se encuentra atravesando una situación como esta”, dice Prats, quien nació en 1945 y por lo tanto, con sus 75 diciembres pertenece a ese grupo que las autoridades sanitarias de todo el mundo consideran “de riesgo”.

“Estoy en mi casa, llevo ya alrededor de un mes ahí, tranquilo. Salgo nada más que a cosas estrictas, necesarias, que otros no la pueden hacer por mí”, dice.

Hace poco menos de dos años recorrí varias calles holguineras con Delfín Prats para evocar lugares y momentos en los que compartía versos y aventuras con el escritor Reinaldo Arenas u otros poetas y escritores de esa generación. Entonces me decía: “Holguín me agrada, no sé por qué. Me agrada bastante. Me gusta pasear, es como si yo hubiera nacido para permanecer aquí, como aquella cosa de Cavafis, que la ciudad te acompañará a todas partes. Holguín me acompañaría a todas partes.”

Prats vive en Pueblo Nuevo, y su casa colinda con el reparto 26 de julio, zona que sí, todavía, permanece en cuarentena.

“En el barrio voy a la bodega, a la panadería; también voy al merado a veces, cuando hay poca gente, a comprar algunas cosas. He recibido mucha ayuda, de los vecinos, del padre Orlando, del Libro y de Cultura (Centro provincial del Libro y la Dirección provincial de Cultura, quiere decir), que vinieron a la casa y me trajeron suministros”.

Todas las veces que he estado allí la imagen sigue siendo la misma que describí en mi primera entrevista con él, escrita para La Gaceta de Cuba, en 2006:

“La casa de Delfín Prats es ruidosa, penúltimo sitio en el cual se refugiaría un poeta. Construcción moderna de cemento y placa con el interior pintado de azul, enlosado el suelo, enrejadas puertas y ventanas, de pequeño espacio, escueta. Pocos muebles utilizables dentro: tres sillas de bagazo y un sillón defectuoso. Desde el otro lado de la pared, en su cuarto-cocina, asoma una cama de hierro. Lo demás no logra verse pero él lo ha dicho: “Tengo un radio junto a la cama.” Y posee más, una bicicleta cubana, una hornilla eléctrica criolla, y un gato. Libros no tiene; ni siquiera los suyos.”

Con ese artefacto, ahora, se mantiene informado: “Escucho Radio Reloj alrededor de doce horas al día.”. También lee, en la mañana o la tarde; pero, sobre todo, en la computadora, que “afortunadamente está buena”. “Estoy leyendo cosas insólitas”, dice.

“Hoy, por ejemplo, la lectura ha sido Las leyes de Manú. Eso es muy simpático, tú jamás lo has leído ni tienes idea de que es lo que es”, dice en su mensaje del miércoles y tiene razón, así que debo buscarlo.

Se trata de una interesante fotografía de la vida doméstica, social y religiosa en la India bajo la influencia de los antiguos brahmanes, es un métrico compendio en sánscrito de las antiguas leyes y costumbres sagradas mantenidas en la más alta reverencia por los adherentes ortodoxos del brahmanismo, son 2648 versos divididos en doce capítulos que explican la formación del mundo; eso leo al respecto para informarme.

Como era de esperar, respecto a estos días me dijo estar desconcertado: “Nunca pensé que iba a encontrarme una situación como esta que estamos viviendo”. ¿Y su mensaje a los lectores, a los que preguntan por él, a los curiosos o apasionados de la poesía?

“Mi mensaje para el mundo es un mensaje de amor. El manejo de la pandemia en este país se está haciendo con bastante coherencia; diría que se está haciendo de la mejor manera que se podía enfrentar un fenómeno como este. Si todo el mundo estuviera tranquilito en su casa este demonio no prosperaría, pero lamentablemente tenemos que salir de la casa. La gente tiene que seguir alimentándose, tiene que seguir comprándose las cosas imprescindibles para la vida. En resumen, yo estoy en mi casa, en mi ciudad, en mi país, con mis amigos”.

También Delfín Prats, autor de pocos, pero contundentes libros como El esplendor y el caos (1991), Cinco envíos a Arboleda (1991) o Abrirse las constelaciones (1994) me ha vuelto a decir otra frase convincente. No todos asimilan de la misma manera su concepto, pero es una frase auténtica, y lo imagino sentado en su pequeña salita, en uno de los asientos de hierro, mirando a la calle a través de la reja de la puerta y también mirando al teléfono para decirla: “No existe el poeta, eso es una ficción; existe sencillamente una persona a merced de una circunstancia difícil”.

En su primer libro escribió Delfín Prats aquel poema, “Humanidad”, al que he hecho referencia. Aquí lo dejo a su consideración para terminar:

Humanidad

Hay un lugar llamado humanidad
un bosque húmedo después de la tormenta
donde abandona el sol los ruidosos colores del combate
una fuente un arroyo una mañana abierta desde el pueblo
que va al campo montada en un borrico
hay un amor distinto un rostro que nos mira de cerca
pregunta por la época nueva de la siembra
e inventa una estación distinta para el canto
una necesidad de hacer todas las cosas nuevamente
hasta las más sencillas
lavarse en las mañanas mecer al niño cuando llora
o clavetear la caja del abuelo
sonreír cuando alguien nos pregunta
el porqué de la pobreza del verano y sin hablar
marchar al bosque por leña para avivar el fuego
hay un lugar sereno un recobrado y dulce lugar llamado humanidad

 

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