Reinaldo Arenas: el fantasma que aparece

¿Cuánto hay de cierto en lo que dejó escrito en sus libros? Seguramente todo, aunque buena parte de ello se base apenas en una ínfima porción de realidad, porque ya sabemos que así funciona la literatura.

Cartel realizado especialmente para este texto por su autor, el diseñador Roberto Raez, de Ediciones La Luz.

El pasado 7 de diciembre, se cumplieron 30 años de la muerte en Nueva York del escritor cubano Reinaldo Arenas (1943-1990). No fue un fallecimiento natural, se sabe. Arenas optó por terminar con su vida atormentada por las circunstancias. Quizá las más pesadas en ese momento hayan sido las concernientes a la enfermedad del SIDA y al exilio.

Apestado por homosexual en Cuba durante la época de las parametraciones, exiliado cuando el Mariel, mal mirado en Miami por la misma razón, no le quedaba otra que ser implacable en los repasos que hiciera de su existencia.

Leyéndole, se advierte que transformó su sexualidad en la mayor disidencia, desbocándose a episodios delirantes y arrastrando a quienes conoció, admiró o padeció por el mismo camino que él muy bien adjetivaría como “mariconil”, y que en sus narraciones, por el significado que alcanza esta trasformación, significa más que lo que literalmente denota.

Delfín Prats por Holguín antes que anochezca (I)

Dicho con un afán de síntesis, en la literatura de Arenas el término “maricón” adquiere carácter de filosofía desde la cual logra describir lo que para él, con mirada paródica, no carente de tragedia, pareciera un hecho inevitable en la historia de la Isla: el padecimiento, el sometimiento y la simulación.

Aunque anticastrista radicalizado, tenemos en Reinaldo Arenas a uno de los pocos escritores del exilio a quien en Cuba se le han hecho discretos y continuados homenajes. Probablemente fuera el primero de los “escritores malditos” en ser tolerado desde una institución estatal. Cierto que no ha sido tema del noticiero, pero el homenaje ocurre una vez al año en la ciudad de Holguín, gracias al empeño de los jóvenes artistas juntados en la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y, específicamente, a los que trabajan en Ediciones la Luz.

“No es fortuito que desde Holguín, los que fueron jóvenes escritores para finales de los años 90 del pasado siglo se aventuraran a una empresa que no pasó inadvertida para pocos, que preferían mantener una distancia saludable de aquellos emprendedores y entusiastas escritores admirados por la obra de Arenas. El premio comenzó con la urgencia provinciana de convocar a autores del territorio únicamente. Quizás Ghabriel Pérez, su fundador, nunca pensó que 20 años después otros jóvenes seguirían apostando por ese mismo premio, tantas veces avalado por la calidad de la obras ganadoras y de un jurado de lujo (recuerdo nombres: Guillermo Vidal, Eduardo Heras León, María Elena Llanas, Jorge Ángel Pérez, María Liliana Celorrio , Sergio Cevedo…)”, me cuenta el poeta Luis Yusseff, director de Ediciones La Luz.

Con el Celestino volvió a mencionarse el nombre de Arenas en la ciudad, a donde regresó de la mano de uno de sus personajes, transformado en símbolo de un nuevo concurso. Así nació el Premio de Cuentos Celestino, que recuerda al personaje de la única novela publicada por Arenas en Cuba: Celestino antes del Alba (1967). Alba y Ocaso. Día y noche son extremos que abundan en la literatura de quien también fue dramaturgo y poeta.

Cierto que es costumbre de la burocracia negar a los escritores contrarios al Gobierno cuando ellos están vivos, que semejante recuperación suele ocurrir solo cuando perecen y que, de este modo, el sistema termina anotándose un punto a favor de quienes padecieron su marginación. Pero cierto es también que muchas veces son los autores, por razones éticas, sentimentales, íntimas y comerciales los que no quieren publicar en la Isla, y que el regreso de su obra representa, sobre todas las cosas, el esfuerzo de quienes desde adentro, incluso desde las instituciones, piensan distinto a eso que se entiende como oficialidad.

“Quizás, desde el sitio al que van los suicidas, Reinaldo Arenas nos esté mirando con cierta suspicacia, pero también con el íntimo regocijo de quien sabe que aquellas marcas sobre los árboles de Perronales no se han borrado nunca dentro de la literatura cubana”, advierte Yuseff.

Un hecho como este demuestra lo diverso de la sociedad cubana y subraya la heterogeneidad de voces a las que tendrán que abrirse alguna vez los medios de comunicación estatales, para que deje de creerse que todos en Cuba piensan de una sola manera, pasándole por encima con ello al esfuerzo de quienes también luchan contra la ignorancia, sin que jamás se les reconozca públicamente el esfuerzo.

Por solo citar escritores, me gustaría encontrar en Cuba tantos bustos de Pablo de la Torriente Brau como de Guillermo Cabrera Infante y de Arenas, el hombre que hizo de su vida una novela escrita con elegancia y sensibilidad, dejando en ella el rastro de su voz poderosa, donde sobresalen el sarcasmo y la burla, el tono bucólico de una infancia, la poesía y el perpetuo deseo de desafiar al lector, cuestionándole por donde más le duele: el sexo.

Desde la publicación de Celestino antes del alba, Arenas se había convertido en una joven promesa que cumplía lo prometido, aunque a veces tuviera que poner en juego su existencia para lograrlo. ¿Cuánto hay de cierto en lo que dejó escrito en sus libros? Seguramente todo, aunque buena parte de ello se base apenas en una ínfima porción de realidad, porque ya sabemos que así funciona la literatura.

Se ha dicho que incluso su biografía está determinada por el prodigio de su imaginación, aspecto de su narrativa que alcanza niveles impresionantes en libros como El Mundo alucinante (1969), El Color del verano (1999) e incluso Otra vez el mar (1982), libro que un erudito como Alberto Manguel considera “quizá la novela más lograda” de quien se conecta en asociaciones con Lezama Lima, Virgilio Piñera, Severo Sarduy o el propio Cabrera Infante.

Conservo una antología de cuentos cubanos publicada en 1969. Junta a 15 autores. Faltan nombres allí, por supuesto, pero ofrece una panorámica efectiva del género para el año de su publicación. Se titula 20 cuentos cortos cubanos y el penúltimo fue escrito por Arenas.

En ese cuento (“Con los ojos cerrados”) se advierten muchas temáticas recurrentes en su obra: la infancia, la muerte, la pobreza, la fantasmagoría de la pobreza, la madre, la niñez… Escribe el editor de ese libro que, con el Celestino, el tema de la infancia y el niño como personaje habían hecho su entrada en la literatura cubana, donde hasta ese momento era un asunto raramente planteado.

La infancia fue vital en la vida de quien naciera en Aguas Claras, una zona rural ubicada al norte de Holguín, ciudad que a Reinaldo Arenas le hizo padecer el peso de una provincia hasta aborrecerla. Es allí, sin embargo, donde cada año ahora se le recuerda en paneles y charlas.

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