También un día soñé…

Tal vez sean de esas cosas que uno escribe cuando está agobiado y de esas que uno recuerda cuando se siente a tope por lo mismo.

La gran carroza, autor Pedro Pablo Oliva, 2013.

Una vez escribí un cuento en el que Martí (me refiero a José Martí, el Héroe Nacional, perdón si le he ofendido al no nombrarlo y titularlo) se bajaba del podio donde solíamos verle en el Parque Central, se iba a una esquina donde los timbiriches limitan con los bares para turistas y se ponía a llorar.

Estaba allí y se sentía por el piso. Lo habían utilizado muchas veces, habían estado discutiéndose demasiado la pertenencia de su imagen de un lado y del otro, más o menos como en El color del verano, la novela de Arenas. Tantas veces había sentido sobre su cachete de piedra los labios del traidor, el adulador y el mediocre que se había derrumbado al fin.

En otra fantasía, y esta se mantiene inédita entre los papeles que acumulo, algo había pasado de repente que los bustos de piedra, bronce, mármol o cualquiera fuera el material empezaban a comerse a los cubanos. Habían hecho su aparición de la forma más aterradora posible, de la más cruel y al mismo tiempo de la más humana.

Lento les iba pasando por la trituradora de sus mandíbulas, y razones tenía para ralentizar o apurar sus movimientos: saboreaba o tragaba según las exigencias de su paladar; mordía con odio o apenas tocaba con sus muelas el cuerpo cuando se compadecía. Pero, a todos terminaba comiéndolos.

Es, en esta historia, una especie de rebelión nacional la que le había hecho descender de sus pedestales dondequiera que estos se encontraban: en un campo, una fábrica, una escuela, un hotel, un viejo solar abandonado…no importa el contexto, dondequiera que se hubiera construido solía verse el mismo rostro y simbolizaba casi siempre lo mismo.

Autor: Pedro Pablo Oliva. «Espantado de todo» de la serie Sillones de mimbre, 2018. Escultura de bronce, 14 ½ x 9 ½ x 9′.

Pero, se habían cansado todas las efigies a la vez, y como en la imagen de uno de los poemas del Martí verdadero (…saltan los hombres de mármol…), y contrario a esa otra del artista Pedro Pablo Oliva, en la cual está adormilado y quieto en un sillón, se iba desmontando; y uno por aquí, otro por allá, de esa forma sublevados y rebeldes había terminado haciendo lo que ya he escrito.

Tal vez sean de esas cosas que uno escribe cuando está agobiado y de esas que uno recuerda cuando se siente a tope por lo mismo. Tal vez la imagen se deba a cierta obsesión con la poesía que antes, hace mucho tiempo, solíamos recitar un grupo de estudiantes en distintos puntos de la ciudad. Íbamos con ella a cuestas dejándola en los oídos de trabajadores del campo, de la ciudad; leíamos a ras de tierra o desde tarimas donde había funcionarios: Sueño con claustro de mármol, donde en silencio divino, los héroes de pie reposan…

Sueño con claustros de mármol

Sueño con claustros de mármol
Donde en silencio divino
Los héroes, de pie, reposan:
¡De noche, a la luz del alma,
Hablo con ellos: de noche!
Están en fila: paseo
Entre las filas: las manos
De piedra les beso: abren
Los ojos de piedra: mueven
Los labios de piedra: tiemblan
Las barbas de piedra: empuñan
La espada de piedra: lloran:
¡Vibra la espada en la vaina!:
Mudo, les beso la mano.

Hablo con ellos, de noche!
Están en fila: paseo
Entre las filas: lloroso
Me abrazo a un mármol: «Oh mármol,
Dicen que beben tus hijos
Su propia sangre en las copas
Venenosas de sus dueños!
Que hablan la lengua podrida
De sus rufianes! que comen
Juntos el pan del oprobio,
En la mesa ensangrentada!
¡Que pierden en lengua inútil
El último fuego!: ¡dicen,
Oh mármol, mármol dormido,
Que ya se ha muerto tu raza!»

Échame en tierra de un bote
El héroe que abrazo: me ase
Del cuello: barre la tierra
Con mi cabeza: levanta
El brazo, ¡el brazo le luce
Lo mismo que un sol!: resuena
La piedra: buscan el cinto
Las manos blancas: del soclo
Saltan los hombres de mármol!

José Martí

¿A qué viene todo esto? A nada y a todo.

Pero, si tuviera que apuntar algo sobre cualquier asunto, estirara el brazo para colocar una idea sobre la obra del gran pintor pinareño Pedro Pablo Oliva, ya que le he mencionado.

Se sabe de su vinculación familiar con la muerte del apóstol, historia que él ha referido muchas veces y que tal vez le dejó esa necesidad directa de reelaborar el símbolo martiano. Ejemplifica al creador que no padeció por la historia, que no se culpabilizó por ella: transformó el trauma en chispa creativa y el resultado, de alguna manera, alguna vez nos ha puesto a pensar.

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