Alcides, el inédito

En algún momento, más temprano que tarde, yo tendré que hacerle un perfil al gran, al inmenso poeta que es Rafael Alcides. La hidalguía con la que asumió sus sucesivas derrotas, su whitmaniana comunión con el mundo, la honestidad insólita con que diera un paso atrás (un paso que ha durado décadas), la certeza de que si existiera, verdaderamente, una Cuba mejor, esa Cuba estuviera toda en Alcides, lo convierten, sin ápice de exageración, en un gigante.

Tiene, ya, más de ochenta años, y si hubiera sido menos poeta de lo que es, hace rato le habrían otorgado el Premio Nacional de Literatura, o le hubieran dedicado una Feria del Libro. Nada de esto sucederá. Alcides se va a morir, y los entusiastas viandantes de La Cabaña, durante cada febrero, seguirán recorriendo pabellones y stands sin toparse con ningún ejemplar suyo.

Yo no he leído sus novelas, pero casi nadie lo ha hecho. La suerte de su narrativa –ampliamente inédita, incluido Contracastro, mención en el Casa del 65– nos resultaría alarmante si esa no fuera también, casi al calco, la suerte de Alcides: publicado con intermitencia, sujeto a todo tipo de trabas estalinistas, víctima de la cobardía de muchos de sus congéneres y también, si no suena ofensivo, de su inocencia. Los poemarios de Alcides son más bien pocos, pero bastan. Y son, ellos mismos, la Revolución. A la sombra. Que es no solo como se gestan las revoluciones, sino, al parecer, como único perduran.

No lo sabemos, y tampoco vale la pena que nos lo digamos porque, por otra parte, ya no oímos, pero si fuera cierto que algo nos queda, una temblorosa memoria bien salvada, también es cierto que la podríamos encontrar, antes que en cualquier otro sitio, en la obra de Alcides. Sigue resultando sorprendente cómo nunca se le agotó la bondad. Allí donde otros, incluso bien temprano, nos volvimos cínicos, o ríspidos, o sarcásticos, o cautelosos, o violentos, o peor aún, allí donde muchos se plegaron, Alcides mantuvo la rectitud y una magnificencia que asusta. No es un campeón del exilio. No es un reivindicado del quinquenio. No es un funcionario del sistema. Yo no logro entender del todo cómo pudo sostener lo que ha sostenido.

Desmenuzó la épica pacientemente. Se sentó en la mesa de su cocina, tomó la Patria, la metió en la máquina de moler café, y comenzó a triturar a ratos con la izquierda, a ratos con la derecha, así sucesivamente, hasta que se le cansaba una de las manos y entonces reanudaba con la otra. Su coloquialismo es ambidextro, y parece, desde la distancia de su intimismo, un padre protector (más que descendiente directo de Whitman, como él mismo se considera, lo ubico a caballo entre la transparencia de William Carlos Williams y la lava de Martí, aunque me pregunto, ahora que lo escribo, si justamente esa mezcla, más el trasfondo de la rugiente América, no es lo que hoy conocemos como Whitman).

Tiende su manto noble sobre el hijo exiliado (Carta a Rubén), sobre la flor desvalida (Canto para los dos), sobre el recién llegado a La Habana (Poema de amor por un joven distante: “Avanza, muchacho increíble. Metido en tu guayaberita pálida por los años, avanza.”, dice Alcides, y hay que ser muy valiente para escribir algo así, con un comedimiento y un amor al borde de todos los excesos.), sobre la tumba de su único general (En el entierro del hombre común), incluso sobre los ministros, poema homónimo donde confiesa: “Cada vez que oigo hablar de un amigo/ al que van a hacer ministro,/ alguien borra una parte de mi vida”, y nosotros no podemos menos que repasar la generación del cincuenta en pleno, y comprobar que a Alcides, ciertamente, el poder le ha borrado ya muchas partes de su vida.

Pero, sobre todo, habrá que leer Agradecido como un perro. Poema capital en el que Alcides, entre muchas otras cosas, menciona a la Revolución y, sin embargo, el poema no se marchita, que es lo que suele pasar, sino que la Revolución perdura. Por lo menos a nivel semántico, lo cual ya es bastante (sí, hay que ser muy buen poema para batirse con tales términos y permanecer a salvo).

Hace unos meses, Alcides redactó el siguiente email:

“La Habana, 30 de junio del año 2014.

Poeta Miguel Barnet.
Presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
Amigo Miguel:

En vista de que ya a mis libros no los dejan entrar en Cuba ni por la aduana ni por el correo, lo que es igual a prohibirme como autor, renuncio a la UNEAC. También hallarás en este sobre la Medalla Conmemorativa del 50 Aniversario de la UNEAC que como fundador me pertenece. Lo demás de esa casona tan mía en otro tiempo, son mis recuerdos, y estos, por personales, se irán conmigo. Entre esos recuerdos, el de los buenos amigos hallados en la Unión de entonces, tesoros de mi juventud, lo que de aquel gran sueño fracasado me queda, figuras a las que quiero aunque no piensen como yo y que me quieren aunque no se atrevan a visitarme. Eso es todo, Miguel. Previendo interpretaciones que omitieran el texto de esta renuncia irrevocable, me he adelantado a hacerla pública.”

Pregunto. Y pregunto, lo juro, desde la absoluta ignorancia. Entre los últimos libros publicados en Cuba, ¿hay muchos poemas como este?

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