Beyonce. De acuerdo. ¿Y lo demás?

Las ciudades y la historia tienen larga memoria, pero la gente no. Beyonce, esa mulata portentosa, de piernas duras y cabello nórdico, visitó La Habana en compañía de Jay-Z, su malhumorado, casi mafioso esposo, un productor discográfico y rapero inextricable, con cara de pocos amigos. La pareja se hospedó en el hotel Saratoga y fue a cenar a La Guarida, la casa en la que han comido, luego de que Nancy desvirgara a David en Fresa y Chocolate, desde Jodie Foster hasta la Reina Sofía.

De todas las cuarterías y barbacoas, salieron multitudes de curiosos a vitorear la presencia de la artista, como si La Habana no mereciera tamaña visita. Es natural. Uno tiene la impresión de que a La Habana ya no viene nadie. De que a nadie realmente importante le interesa. Pero a La Habana, recordémoslo, ha venido todo el mundo. Desde Lorca hasta Sartre. Desde Caruso hasta Meyer Lansky.

No sabemos si la presencia de Beyonce es símbolo de algo o si solo se debe a un capricho de esposa. Cumplía cinco años de casada y quiso conocer un lugar exótico, o una región exótica: el Caribe. Hay un estereotipo alrededor de los americanos que como todo estereotipo tiene su dosis de verdad. Para ellos todo es exótico. Incluso París es exótico. No saben dónde queda nada que no sea Nueva York o Boston o Pensilvania. Acaso Londres, pero ya.

Exótica o no, pudimos comprobar que Beyonce se mostró jovial con una ciudad extraña y desconocida. Corroboró aquí, en escuelas primarias y museos como La Habana Vieja, que su influencia, o la influencia de su país, tiene largos tentáculos, y que cualquiera la ha escuchado o deseado húmedamente en cualquier impensado rincón del mundo.

La pareja que conmocionó La Habana
La pareja que conmocionó La Habana

Pero Beyonce no se presentó despampanante. No se lació el cabello, sino que mostró finas trenzas y peinado de colmena, vestidos sencillos, gafas oscuras, y una sonrisa esbozada en cada atrevida foto que le tomaron. Jay-Z, a su vez, con sus flacas canillas y facha de golfista en asueto, no mostró nunca su rostro intimidante, de rapero peleando desde abajo. Fumó sus habanos, caminó tranquilo al lado de su esposa, y dejó que las cámaras y los vítores se los llevara la cantante. La gente debió de recordar todo el tiempo la sensualidad de los videos clip, los paroxísticos movimientos de cintura, y comparar todo eso con la señora tranquila, hasta cierto punto recatada, que visitó el ISA y caminó por las calles de la ciudad.

Para Beyonce actuó la Colmenita y cantó la Charanga Habanera. Hemos de suponer que los cuatro o cinco performáticos que David Calzado coloca en la línea de avanzada no se subieron la camisa, ni se menearon con demasiada estridencia, no fuese a ser que a Jay-Z se le olvidase la pose de turista gentil y desenfundase una Colt 38 o mandase a sus guardaespaldas personales a sacar de un puntapié a esos provocadores de tercera, un poco subidos de tono.

Ya en Estados Unidos algunos congresistas exaltados, de una rabia enquistada hacia Cuba, elevaron una queja al Departamento del Tesoro, preguntando quién autorizó a Beyonce semejante viaje, semejante ruido, y semejante galantería con los habaneros. Pero para Beyonce –que cantó en la segunda toma de posesión del presidente Obama- los congresistas de Miami deben resultar aún más exóticos que el Caribe. Si le cuelgan una multa, ni siquiera se va a enterar.

La artista ya se ha marchado, y ahora quedamos nosotros, de vuelta a lo nuestro. La semana pasada, un tanto más a la sombra, algún decisor liberó –esto es un eufemismo- a Roberto Zurbano de su cargo de Director del Fondo Editorial de Casa de las Américas, pues el New York Times publicó un artículo suyo sobre el racismo en Cuba. El artículo yerra en más de un punto, pero a Zurbano le asiste ese derecho.

Parece, a todas luces, que cometió un error imperdonable, aunque bien sabemos cuáles son los errores imperdonables. No precisamente escribir un artículo inexacto. Esto nos ha sucedido numerosas veces, incontables, por lo que ya pagaremos –estamos pagando- el precio de las vejaciones, de nuestra invalidez para el diálogo y la pluralidad. De ahí que la visita de Beyonce haya sido un suceso. Si no nos importamos entre nosotros no les podemos importar a los demás. La gente tiene mala memoria, pero las ciudades y la historia no.

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