Conspiración de la memoria

Una vez al mes, con intermitencias, se reúnen en el patio Areito, de San Miguel y Campanario, coleccionistas de música cubana. Junto al viejo caserón donde funcionara la firma discográfica Panart, en posesión de Egrem desde inicios de los años sesenta, llegan estos hombres jóvenes, a media tarde, con sus fardos de placas negras –por alguna de las cuales han pagado pequeñas fortunas–, y un tocadiscos que alguno de ellos acarrea desde quién sabe dónde: rasgo poco menos que heroico, ya se sabe cómo está el transporte en La Habana.

El anfitrión de los encuentros “de coleccionistas y melómanos” es Jorge Rodríguez, quien ha propiciado no solo esta, sino otras muchas confabulaciones a favor de la memoria musical de Cuba. Vive en eso, y para eso. Su entusiasmo es contagioso, por eso puede convocar a estos seres que escrutan etiquetas y estrías, que restauran sonidos, y hablan de remotos cantantes e instrumentistas como si fueran sus contemporáneos: espíritus minuciosos que llevan a cabo espontáneamente faenas que, pienso yo, deberían ocupar a “especialistas”, de los tantos que hay en nóminas de museos, centros e institutos, que andan en general, “en Belén con los pastores”.

Aunque cada cita se dedica a una fecha, a un artista o al aniversario de un disco significativo, la conversación, invariablemente, desborda el tema. Allí se aprende, se descubren cosas más o menos encubiertas del Tesoro de la Isla, título de una ejemplar antología fonográfica que compiló Jorge Rodríguez cuando los años noventa no habían llegado a la mitad. También le debemos la serie Las Voces del Siglo y la colección Memorias, que es posible adquirir en el patio de Areito, casi exclusivamente.

No es raro que en el público que asiste a estos Lunes de Coleccionistas haya quien tome notas o grabe con un teléfono celular cuanto se dice. Allí se redime el arte olvidado de escuchar discos que hacen rac-rac; luego conjeturar, a falta de documentos –salvo excepciones honrosas como la Discografía de Cristóbal Díaz Ayala, la Enciclopedia de Radamés Giro, el diccionario de Helio Orovio–; compartir grabaciones y, sobre todo, conversar, conversar sobre música, legendario deporte cubano.  Me gusta citar a menudo una fase que desde hace años se atribuye a Bola de Nieve y que podría servir de divisa a reuniones como estas: Y cuando la gente no habla de música ¿de qué habla?

El más reciente encuentro estuvo dedicado al centenario del gran Miguelito Cuní, con entrada libre y publicidad casi nula, pues a los medios eso no parece interesar mucho. Los muchachos trajeron registros fonográficos de inicios de los cuarenta, cuando el cantante formaba parte de la agrupación de Arsenio Rodríguez; raras tomas que realizó con su conjunto a finales de los cincuenta para la firma Gema, y claro, otras con Chappottín, faltaba más.

Miguelito Cuní (1917-1984) era el cantante preferido de Benny Moré.
Miguelito Cuní (1917-1984) era el cantante preferido de Benny Moré.

Entre otros videos, se proyectó uno de la televisión venezolana de 1981 que devolvió el canto de Cuní en “Guaguancó a todos los barrios” con Estrellas de Areito, formación que reunió a mucho de cuanto valía y brillaba entonces: Tito Gómez, Tata Güines, Enrique Jorrín, Rubén González… tremendo orquestón que hizo una docena de grabaciones destinadas al mercado extranjero y que no actuó en Cuba, quizás por el axioma dramático de lo que suele suceder en casa del herrero.

Entre los asistentes estaba César Pagano, investigador colombiano de visita en Cuba, que está a punto de entregar a imprenta un libro sobre Juan Formell y los Van Van (nada menos) y Rosa Marquetti, quien lleva en su blog Desmemoriados de la música cubana una labor hermosa, enjundiosa y solitaria. Ha escaneado, página a página una colección de la revista Show, salvo un ejemplar que no aparece por ninguna parte.

Esa tarde varios músicos aportaron testimonios de trabajo y amistad con Miguelito Cuní, anécdotas, fechas, precisiones. Dos de sus hijos se encontraban presentes. Se escucharon dos de las últimas grabaciones que hizo –en los mismos estudios Areito–: “Carraguao se botó” con el insólito bolero “Lágrima” de Orestes López, por una orquesta danzonera liderada por Antonio Arcaño, y casi al final del encuentro, la combinación de boleros de Marta Valdés que Cuní grabó junto a Pablo Milanés: “Tú no hagas caso”-“Deja que siga solo”, en la cual participaron Eduardo Ramos (bajo y arreglo), Panchito Bejerano (percusión) y Emiliano Salvador con un solo de piano emocionante.

El fin de fiesta –nunca mejor dicho– estuvo a cargo del actual Chappottín y sus Estrellas, en vivo, que trajo clásicos como “Convergencia”, “Canallón” y “La guarapachanga”. Mira que este grupo suena bien –comentó Rosa Marquetti, quien no despilfarra halagos–, y mira tú, casi nadie se entera.

Al anochecer los coleccionistas recogieron sus discos, sus fotos, las memorias flash repletas de videos, letras y melodías. Las despedidas entre melómanos suelen ser anchurosas. Se acercaba la hora del cañonazo cuando se perdieron de vista, unos en bicitaxi, otros en almendrón. Había llovido y escampado, creo. Si hubiera sido por ellos, y por muchos de nosotros, estaríamos todavía en torno del tocadiscos.

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