Luna habanera sobre Silvia Pérez Cruz

Entra como a la sala de un amigo. Sonríe, dice buenas noches. Pesca la guitarra del atril, se descalza y se pone a cantar “Tonada de luna llena”, de Simón Díaz. Hay un silencio noble. Sale pequeña la voz, primero, pero sin timidez. Frases de amor sencillas: “así es como se enamora tu corazón con el mío”. La voz crece, modula, se muestra plena en un momento para volver enseguida al volumen de los acordes mínimos. La mayoría de este público la ve o la oye –al menos en directo– por primera vez. Hay gente aquí que, claro, la conoce, en especial por el disco que grabó en el año 11 con Javier Colina. Un disco de boleros cubanos. Canta y canta: “luna, luna blanca… La luna me está mirando y acariciándome el pelo”. Es 12 de enero al inicio de la luna llena en el inviernito más bien imaginario de La Habana. Cuando llega el primer aplauso oigo decir cerca de mi butaca: Por fin vino.

“Estaba de vacaciones en Brasil –dice– me invitaron a cantar aquí y pasado mañana en Santa Clara, yo estoy feliz. Menudas vacaciones, gracias”. Entonces pone “L’Himne a l’amour” que esta vez tiene poco de himno y mucho de noticia sobre amantes cómplices. No sé cómo estará vuestro francés, bromea, el mío es personal. Para entonces ya tiene a Bellas Artes en su bolsillo.

De sus canciones trae “Verde”, que escribió para Cerca de tu casa –es la actriz protagónica de la película, pero no lo dice– y luego otra, suya también, pero en inglés, “Smile and run”. Antes explica algo de la letra: “se trata de un chico que no tiene nada material, ni siquiera un perro”. El filme trata de una tragedia española de la última década: los desahucios. Al mismo soundtrack pertenece su “No hay tanto pan”, de letra abierta, combativa: “gente sin casa, casas sin gente. Es indecente”. Juega con su pelo y pelea contra su raro vestido de algodón con grandes flores rosa: “he venido en pijama”. Igual, ya ha dicho que está de vacaciones.

Ni una sola de las fotos que anda por internet le hace entera justicia. “Estoy muy contenta de estar aquí pero no crean que no estoy nerviosa”. Y es cuando canta “Pequeño vals vienés”, con letra de Lorca y música de Leonard Cohen. Termina sus frases musicales con unos dibujos, casi sin trazo, en el aire negro de la salita llena. Va por la canción con el instinto.

Canta versos duros de Ana María Moix con melodía suya, original y suelta; también ha puesto música a líneas de Maria Cabrera y Maria Mercè-Marçal: en su modos hay de jazz y hay de folk, de flamenco, de ranchera… en esta joven dispersión cabe un “Love for Sale”, de Cole Porter con respiración de bossa…

Se acompaña un fado y una canción del brasileño Luiz Gonzaga: “Yo tiendo a cantar la pena, pero para intentar ser feliz, al final”.

Es esta una “descarga”, como decimos los cubanos. Parecería que está lista, es decir puede cantar y quiere cantar todo-todo cuanto sabe y le gusta infinitamente. Emociona su “Cucurrucucú paloma” musitado, tierno, desmenuzado. Invita a Didac Ruíz Lázaro con su kamele ngoni, y saca las palabras de “En la imaginación”, de Marta Valdés de su línea melódica original, solo los versos, para cantarlos en otra melodía que se va haciendo en el instante, con la voz, con las manos, con todo el cuerpo. Explica algo que habíamos, de alguna manera, intuido: “Pienso en emociones, canto para que me vayan las fatiguillas”.

Después, casi en el final, sube a escena Javier Ruibal para cantar juntos a Lorca y el público, encantado, aplaude la interpretación vigorosa y aplaude también al poeta. Cuando ya la descarga ha rebasado dos horas recorre (decostruye-reconstruye) viejos pregones cubanos –quizás los oyó de los cantes de Juanito Valderrama: “El Manisero”, “para pantalón y saco”– e incrusta, entre otras alusiones, el estribillo de “Cemento, ladrillo, arena”, de José Antonio Méndez. Cuando le piden otra, otra, para la despedida, se aventura con “La tarde”, de Sindo Garay que la gente canta con ella, quedamente, y afinada.

A las nueve de la noche la luna llena sube y sube al final de Trocadero. No es esta una noche mágica, como encanta decir a todo el mundo, se trata de una noche terrenal, bien disfrutada, comprendida, que es lo mejor.

Dos días después me llamó por teléfono un amigo al salir del concierto de Silvia Pérez Cruz en una sala del teatro La Caridad donde fue con el mismo programa de canciones: “¡Lo más grande con lo más chiquito!”, concluyó mi amigo, frase que en Santa Clara expresa máxima puntuación en verbo de belleza.

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