Francisco y la fábrica de Absoluto

Supongamos que yo soy más o menos buen periodista y que, por tanto, intento siempre plantear mi opinión sincera y responsable sobre los hechos y, de vez en cuando, cuando la situación lo amerita, hago incluso de abogado del Diablo. Es decir, doy espacio también a aquellos argumentos que real o aparentemente contradicen mi propio criterio.

(El abogado del Diablo era aquella figura que en los juicios de canonización de la Iglesia Católica buscaba y exponía probables errores y, en general, objetaba las pruebas sobre los méritos del aspirante a Beato o Santo aun cuando en realidad estaba de acuerdo con su elevación a los altares. El objetivo de este era, de hecho, fortalecer el proceso mediante la contradicción y blindar así, con al menos un atisbo de dialéctica, las virtudes y milagros que  sustentaban la “santidad”.)

Tomando prestada esta idea del derecho canónico a los periodistas se nos enseña –incluso en Cuba– que hay que hacer las veces de abogado del Diablo, pues la interacción de opiniones diversas es no solo deseable, sino una de las bases del oficio. Habría que aclarar que hacer de abogado no implica venderle el alma al Diablo, lo cual, por otro lado, resulta tan detestable como vendérsela a Dios. Porque el pecado está en la venta, creo yo.

A la luz de estas premisas –espero que consistentes–, pensemos en la cobertura de nuestros medios sobre la “histórica visita” a Cuba del papa Francisco.

(No hablemos del calificativo “histórica”–al que yo también suelo echar mano– porque ya sabemos que las obviedades son la mitad estupidez y la otra mitad reflejos condicionados del lenguaje que cumplen la sutil y muy eficaz tarea de no decir –tal como a menudo los adjetivos siguientes– nada realmente “importante” o “interesante”.).

Yo no soy creyente –el escepticismo avanza en mis tripas–, pero me agradó que la Iglesia desembarcara este septiembre en nuestros medios, y espero que en el futuro mantenga un espacio en ellos. También deseo lo mismo para el resto de las religiones y visiones sobre el mundo que conviven, a veces casi furtivamente, en Cuba.

Sin embargo, sospecho que todo fue más bien circunstancial y el principal indicio de ello es que en nuestra prensa solo se operó –en los días en que el Papa desandaba la isla real y simbólicamente– un cambio de contenido y en ninguna medida, creo, una transformación de sus prácticas. Sin demasiada transición –algunas entrevistas a religiosos de diferentes denominaciones, alguna recapitulación de los vínculos antes tormentosos o nulos y luego más apacibles y funcionales entre la religión y el Estado–, diríase que la prensa cubana pasó –pasamos– de nuestro realismo socialista tropical a un no menos tórrido, y sin fisuras, discurso seudoevangélico y neocatequista.

Intentaré no pecar de absoluto. Hubo, doy fe, algún análisis balanceado, comedido, pero predominó la entrega, el encandilamiento acrítico y/o fingido –incluidos tonos de arrobamiento, de agradecimiento sin objeciones por la buena nueva papal– en torno a la figura y los actos de Francisco.

A principios de septiembre, a raíz de la primera entrevista programada en la televisión cubana al arzobispo y cardenal de La Habana, Jaime Ortega, los medios periodísticos oficiales cubanos hicieron un silencio atronador que fue moderándose con el paso de los días, hasta que, con el Papa ya aquí, sobrevino la hemorragia.

Lo que resulta  cuestionable no es el volumen de la cobertura –repito, hago votos por que la Iglesia, como cualquiera, hable a través de los medios–, sino el fácil corrimiento del kitsch rojo en kitsch blanco, el escamoteo de argumentos que supuestamente habrían podido lacerar la imagen del ilustre visitante, la pompa retórica que irrespetaba a un público que seguramente hubiera acogido igual de bien al Papa sin que fuera necesario montar una operación de “Paso de Gato por Liebre”.

Creo que hacer alguna que otra vez el papel de abogado del Diablo hubiera convenido más al doble objetivo de ilustrar los méritos de Francisco y demostrar una apertura genuina a nuevas ideas en nuestro sistema de comunicación (y ya de paso, este artículo no existiría). Desde mi punto de vista la gran virtud de Jorge Mario Bergoglio no está en las ideas más o menos progresistas que echa al vuelo, porque estas ya han sido lugar común en boca de muchos otros durante bastante tiempo, sino en que sostenga esas ideas siendo quien es, o sea, el líder de una institución que por siglos ha dado cobijo espiritual con el mismo gesto que ha sido instrumento de dominación.

Una crítica equilibrada de la historia y el presente de la Iglesia Católica otorgaría, me parece, mucho más brillo al mensaje y los actos de este Papa. Si Francisco causa hoy una agradable conmoción es precisamente por su talante inesperado, en contraste con lo que cabría esperar del tradicional conservadurismo vaticano. Si su tarea de reformación espiritual –que incluye su opción decidida por los pobres, la crítica a la desmesura suicida de las sociedades actuales, la condena a la ruina del medio ambiente…– se antoja bien ardua es precisamente porque se enfrenta a una curia mundial con frecuencia retrógrada y enquistada en sí misma. Entonces, ¿por qué no cuestionar limpiamente, al menos, a la institución, que acumula parejamente una multitud de virtudes y defectos?

¿Por qué blanquear con premura, en tres días, 500 años de historia eclesiástica en Cuba? ¿Por qué el énfasis interesado en “lo bueno” y la omisión de “lo malo”? Una notable figura pública llegó a decir en TV –mientras hacía un gesto de limpiaparabrisas con la mano– algo así como que no valía la pena hablar ahora de la conquista y la colonización porque, bueno, así se dieron las cosas… (Recordemos entonces que se trató de un genocidio durante el cual la Cruz y la Espada no dejaron de complementarse ejemplarmente). A continuación, largó a alabar a los admirables Las Casas, Varela…, lo cual está muy bien.

El punto aquí no es negar la validez enunciativa de una historia positiva sobre la Iglesia y el catolicismo, sino protestar por la descalificación mediante el silencio de la otra parte del asunto. Durante décadas, ocurrió lo mismo pero al contrario. Muy pocos pioneros oyeron alguna vez en sus aulas sobre una cabalgata de cerca de dos mil mambises para pedir que la Virgen de la Caridad del Cobre fuera declarada Patrona de Cuba.

La luna de miel mediática incluyó ejercicios de esquiva lateral en torno a temas como la relación Iglesia-Estado en las últimas cinco décadas y media (un análisis profundo que ayudara a aclarar cosas) y sobre las posiciones del Vaticano y del Papa con respecto al matrimonio –incluido el homosexual– o el aborto. Una valoración elemental de estos temas hubiera arrojado que Francisco se ha movido mínimamente en una dirección que desde el sentido común en medios progresistas e inclinación emancipadora sería correcta (el Papa dijo en una ocasión algo así: “Quién soy yo para juzgar a los gays”, aunque hace poco alertó sobre la “colonización de modelos de vida anormales”; también ha anunciado un año de gracia para “perdonar” el pecado de aborto a mujeres arrepentidas)… Esto pudiera interpretarse como avance teniendo en cuenta la tradicional cerrazón a cal y canto de la Iglesia en estos asuntos.

Sin embargo, desde fuera del mundo ideológico del catolicismo, en un país donde el aborto es legal y donde presuntamente se apuesta por la inclusión plena de todos, habría que haberle puesto cuando menos algún “pero” a Francisco.

Ya sé que los cubanos somos “hospitalarios” y que, bueno, ante los encantos de este Papa no íbamos a ponernos a coquetear con el Diablo…; ni siquiera a meternos en la encomienda profesional de ser su abogado. Pero es que la estrategia de bienvenida a Su Santidad superó las (mis) expectativas; incluyó no solo la atemperación sino la suspensión temporal de ciertos preceptos –vistos mal o bien por tirios o troyanos– que uno creía irrenunciables en el discurso púbico de la isla.

Francisco parece no solo un buen Papa, sino un hombre bueno y justo. Le coloco signos de interrogación a su pasado y a su futuro, pero su presente me deja conforme. Agradezco, claro, todo lo bueno que ha traído a Cuba. La Iglesia, creo, puede jugar aquí un rol decisivo en el mejoramiento social, en el acercamiento y entendimiento de los cubanos de cualquier parte.

Uno sabe que hay ciertas razones diplomáticas, políticas, que determinan el tono, el foco, los contenidos de los medios masivos en la actual coyuntura; uno adivina ahora (¿ahora?) que hay una “tecla” que Alguien (¿Dios?) puede oprimir a su antojo y metamorfosear kafkianamente los símbolos que expele nuestra prensa.

La prensa como “fábrica de Absoluto”.

Suponiendo que yo sea un periodista más o menos bueno, y eso ya lo hicimos desde el principio, tendría ahora que preguntar –y al menos el Papa sabrá perdonarme– qué diremos el día en que ese Alguien, por ejemplo, decida que la Coca-Cola es saludable, que el FMI es la panacea universal, que la Historia es solo un juego de mesa y que ahora tocan las piezas del otro color…

Todos sabemos que el perro de Pavlov siguió babeando cuando le cambiaron la jugada.

 

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