Hacia dónde vamos (?)

“… Mientras las hormigas van de aquí para allá sobre sus senderos pedregosos moviendo sus patitas negras, mientras las diligentes hormigas construyen en sus secretos y húmedos túneles, bajo tierra, las moradas, retruécanos y largas galerías del socialismo real, el caracol sueña.

”Mientras los gorriones neoliberales picotean y destrozan cuanto pueden, y una vez vistos se ahuyentan, el caracol sueña.

 Rafael Courtoisie. “Los hombres lentos”

Hace unos meses encontré en un muro de La Habana este precario signo de pregunta (que ya debe haber borrado la lluvia o el CDR correspondiente) y me sorprendí, porque sabemos que los muros en este país no acostumbran a perderse en interrogaciones retóricas, sino que más bien te asaltan en cualquier pedazo de ciudad, a plena luz, con una andanada de respuestas imperiosas y grandilocuentes que nunca les pedimos.

Lo normal es que el transeúnte ya conozca al pie de la letra esas sentencias, esas órdenes (pa lo que sea), esos cantos de gesta, esa desbordada voluntad pétrea, esa enfática locuacidad del paisaje urbano en Cuba. Porque siempre hubo un muro (o un cartel) anterior que ya nos lo dijo todo: venceremos, nadie se rinde, conquistaremos el futuro, firmes, ganaremos la emulación…

Cuando niño, me causaba desasosiego y hasta estupor el coraje o la locura de aquellos inadaptados que en la noche, supongo, se atrevían a violar el sagrado espacio colectivo de los muros para enviar, con pésima caligrafía, su mensaje íntimo: “Teresa, te amo”. O bien: “Manolo, tarrú…”. Yo presentía una febril disidencia en tal contrabando expresivo. De algún modo aquello me atraía. Era la vida privada de la gente rasgando el discurso monocorde y obsesivo de la masa.

Sin embargo, durante bastante tiempo no dejó de parecerme una impudicia y un sacrilegio que alguien le disputara al poder un fragmento de tapia pública y expusiera allí, en una esquina X, siquiera un atisbo de su individualidad. Entrenado en principio solo para cierto tipo de coherencia, esas notas improvisadas me desconcertaban.

Como cualquiera, descubrí más tarde que la victoria o la muerte, la derrota o la gloria, la felicidad o el infortunio, y todas esas presillas conceptuales para domar la existencia, dependen más bien de modestas peripecias individuales: digamos, si Teresa sonrió o no cuando al amanecer leyó aquella declaración de amor. Con frecuencia nada más importa. En algún momento reparé incluso en que el destino de los grandes movimientos históricos está inevitablemente unido a sucesos más bien fugaces. Un pequeño paso para un hombre puede ser un enorme paso para la humanidad: así desembarcamos en la Luna.

A estas alturas ya todos hemos leído esa sorprendente literatura tallada con plumón fosforescente o la punta de una navaja en las paredes de las guaguas; hemos sabido de las locas más locas de Marianao y del castigador de la Lisa, etcétera. Hallamos por ahí algún que otro grafiti de arte incisivo (que un destacamento de hombres grises se apresura a lavar). Nos cerca la coqueta o nauseabunda cartelería de los negocios por cuenta propia. La ciudad se atreve ahora a hablar de otras maneras, pero sigue siendo el imperio del énfasis y la redundancia.

Tropezar entonces con una pregunta -la duda, la incertidumbre, el escepticismo-, acaso una mera petición ciudadana de cuentas dibujada con sencillez (?) en un costado de La Habana, resulta sin dudas una novedad.

Una novedad que al parecer va floreciendo hacia lo público desde los círculos más íntimos de la sociedad.

En estos días mis amigos y yo nos hemos vuelto preguntar –y no precisamente en clave filosófica- hacia dónde vamos individualmente y, por supuesto, como país (después del 17D, después de 2018, después de que pase lo que tiene que pasar y la generación que habla a través de los muros se convierta finalmente en un inapelable trozo de pasado).

El hecho de no saber hacia dónde vamos puede experimentarse como maldición o como oportunidad: un riesgo y un lujo del que, por cierto, en gran medida no dispusieron nuestros padres.

Nosotros, mis amigos y yo, no sabemos. ¿Nos dejará alguna pista definitiva la visita de Obama, el próximo Congreso del Partido?

No tenemos casi ninguna certeza, salvo que estamos ahora mismo en el vórtice de una interrogante universal que –al menos en un sentido político y a escala masiva– se pretendió exiliar de Cuba. Durante mucho tiempo, aquí nadie debía dudar acerca del lugar hacia dónde íbamos. La gente se levantaba en las mañanas y encontraba la respuesta correcta, sin ir más lejos, en las paredes, en los rudos carteles de la ciudad.

Después vino el trauma.

Pero ahora: ¿qué hacer para sortear la obvia maldición y, en cambio, cultivar la frágil oportunidad que por igual implica ese no saber hacia dónde vamos?

Lo dicho: no lo sabemos bien.

Uno no puede más que suponer que parte del desafío –individual, íntimo como un riñón, pero a la vez de todos– consiste en atreverse a ser lo que en definitiva somos: gente que duda. Y comportarnos como tal. No una turba de abducidos por (cualquier) verdad revelada o por la cotidiana desidia del trópico, sino gente de poca –y mucha– fe que se quema en la gran incógnita del presente que es nuestro futuro.

Que pregunta y exige y le responde y maldice al poder y a sí misma; que grita-repinta los muros-abraza-se arrepiente-emigra-salta desnuda a la calle-milita-se deshace bajo el sol-regresa-asiente o disiente-sueña-escribe poemas de amor al dorso del carnet-despierta-carga con un pan al hombro-llora-muestra los dientes amenazante-ríe-pesca un resfriado y un montón de langostas multicolores; que propone y se equivoca y (solo) de vez en cuando acierta. Gente normal en una época extraña.

Nadie puede saber si el signo (?) de la fotografía se enrosca en sí mismo como un lento caracol o se desarrolla en una espiral insondable; parece una humilde aunque asfixiante voluta de humo; nos recuerda una paleta de caramelo de la infancia. Es al fin y al cabo un signo humano, puede ser sueño o pesadilla.

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