La Habana, ciudad abierta

La ciudad, aunque no lo parezca, es un concepto ambiguo, impreciso, cuya definición no es tan evidente como aparenta. ¿De qué hablamos cuando decimos ciudad?

Foto: Kaloian.

Hay una ciudad personal, vivida, de magnitud diversa, que puede limitarse a la cuadra y el barrio o bien desbordar incluso el área metropolitana. Cada uno modula su personal melodía urbana en función de dónde vive y trabaja, a quién conoce, cómo se mueve, usando distintos barrios como quien teclea una composición en un piano. Hay vivencias de ciudad muy complejas y variadas, pero también experiencias monótonas, de pocas notas (casa-trabajo-casa). La ciudad que visita y recuerda el turista pocas veces coincide con la que vive y camina el residente. Sus horarios son distintos, sus percepciones también. La ciudad que recorre el estudiante poco tiene que ver con la del jubilado ni, con frecuencia, la de la mujer con el hombre.

Sería interesante poder rastrear los distintos trazados que vamos delineando cada uno en la ciudad y comprobar la diversidad de dibujos, su diversidad o reiteración, su mayor o menor alcance y como eso va cambiando con el tiempo.

Existe también la ciudad oficial, la claramente definida y delimitada como unidad de gestión de políticas públicas, como unidad de información, como ámbito electoral, etcétera. Esta no permite ambigüedades. Pero el examen de ese trazado dice mucho sobre el tipo de gobierno, más o menos descentralizado, más o menos cercano a la población. Podría hacerse la historia de una ciudad examinando sus sucesivas divisiones político administrativas. La Habana fue un municipio y hoy alberga quince… Santiago de Cuba tiene distritos, la Habana no. Ninguna delimitación es casual e inocente. Todas conllevan concepciones implícitas de cómo deben relacionarse el Estado y la sociedad civil. Más que administrativas, son realmente políticas.

Foto: Kaloian.Se reconoce, incluso, una ciudad simbólica, que la convierte casi en un personaje no solo con cuerpo sino con alma, la ciudad que puede cumplir aniversarios, que puede enorgullecernos o avergonzarnos porque no es otra cosa que un espejo de nosotros mismos. Es la contraposición de múltiples imaginarios y narrativas en pugna por apropiarse de un contenido simbólico útil a los intereses de cada cual. Es la ciudad en continua construcción o deconstrucción, en la que evocamos y reinventamos un pasado, debatimos por un presente y anhelamos un porvenir. Es la ciudad que evidencia o esconde, a menudo sin quererlo, las relaciones de poder.

Es por ello que existen también múltiples tipos de ciudadanos, más allá de su edad, raza, género y estatus social o económico. El ciudadano residente en algún barrio es el mayor implicado y comprometido en su funcionamiento corriente. (En otros países es el responsable de pagar los impuestos para que su ciudad funcione). Pero el que viene a trabajar o a estudiar a la ciudad, sin residir en ella, tiene otras preocupaciones y exigencias. Así como al inmigrante puede inquietarle su inserción en la ciudad, el visitante o el turista no se sienten directamente comprometidos con su funcionamiento y suele tener un comportamiento menos responsable que en su ciudad de origen. Diversas formas de ciudadanía se superponen en un mismo ámbito físico, sedimentándose y generando distintas capas de funcionamiento urbano, no siempre coherentes, a veces contradictorias.

Foto: Kaloian.

Por si fuera poco, y aunque parezca paradójico, más difícil todavía resulta identificar a la ciudad en el espacio. Podemos creernos la ilusión de que la ciudad se termina -o comienza- en sus límites administrativos o en sus últimas edificaciones, pero no hay nada más incierto. La ciudad no podría vivir sin su entorno. Lo mismo que nuestro cuerpo necesita intercambiar oxígeno, agua, alimentos y deshechos con nuestro ambiente para funcionar, la ciudad autosuficiente no existe. Normalmente intercambia con su región circundante productos industriales y servicios por alimentos y energía, absorbe agua y genera deshechos, pero también provee conocimiento.

¿Cómo funcionaria la Habana sin las viandas y vegetales de Güines, Alquízar, Bejucal… o sin la leche del Valle del Perú o de Niña Bonita? ¿Qué agua bebería si se secaran las cuencas de Vento, Ariguanabo, el Gato o Cuenca Sur? ¿Qué le pasa a la ciudad cuando colapsan las termoeléctricas de Mariel, Matanzas o Santa Cruz del Norte? ¿Cuántas cocinas se apagarían sin el gas de Jaruco? No solo entran flujos de alimentos, de agua, de energía, hay que sacar también de la ciudad sus residuales sólidos y líquidos, afectando lo menos posible el medio ambiente de la región.

Y eso no es todo. Son considerables los intercambios diarios, pendulares, de personas que entran y salen de la capital, como sístoles y diástoles del corazón urbano. Decenas de miles de trabajadores y estudiantes entran cada día a La Habana provenientes de la región. Asimismo, miles de ellos salen de la ciudad hacia centros de investigación en Bejucal (CENPALAB, BIOCEN), en Catalina de Güines (ICA), en San José de las Lajas (CENSA), en Quivicán, etc., hacia instalaciones de educación como la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), la Escuela de cine de San Antonio de los Baños o hacia instalaciones productivas agropecuarias e industriales. Podríamos ampliar la visión e incluir la zona industrial del Mariel, las zonas recreativas de las playas del Este e incluso, probablemente, a Matanzas y Varadero…

Foto: Kaloian.

La capital concentra en un radio de 10 km (desde el Capitolio) a la mayoría de su población: 1,9 millones de habitantes. Su población oficial de 2,2 millones se alcanza en un radio de unos 20 km. Si lo ampliamos a 30 Km, la población se incrementa en más de un cuarto de millón de habitantes, llegando a casi dos millones y medio. Finalmente, en un radio de 45 kilómetros, que casi alcanza la costa sur, la población incluida sube a más de 2,750 mil habitantes. Se trata de una distancia en la que los movimientos pendulares al trabajo o a los servicios son todavía considerables. A pesar de estar fuera de su jurisdicción, se trata de medio millón de habitantes adicionales que presionan frecuentemente los servicios de la capital, al tiempo que proporcionan fuerza de trabajo. Habría que adicionarle la población flotante de los visitantes del resto del país, así como un número considerable de turistas y desbordaríamos los tres millones. Esa es la Habana real, no solo la administrativa.

Lo que los geógrafos llaman la “huella ecológica” [1] de la ciudad suele ser mucho mayor que su limite político-administrativo. Y del mismo modo que hay que mirar de cerca para entender la vida del barrio, hay que saber usar también el catalejo para comprender el funcionamiento del área metropolitana y su región circundante. Una de las debilidades de los actuales gobiernos urbanos es justamente lo restringido del ámbito de su jurisdicción para poder asegurar el buen funcionamiento de la ciudad. El caso de la Habana es algo más complejo. Hay que recordar que es, también, la “capital de todos los cubanos”. En ella residen los centros neurálgicos del Estado y del Gobierno, ministerios, instituciones académicas y médicas especializadas que ofrecen servicios a todo el país, lo cual amplia su radio de influencia y sus eventuales usuarios.

Foto: Kaloian.

Finalmente, la Habana tiene intensas relaciones con el exterior. Es la puerta (a veces algo estrecha y oxidada) de entrada y salida de personas y mercancías desde y hacia el exterior. Tiene, en particular, a una distancia menor que Camagüey, un conglomerado humano de más de un millón de cubanos (en buena parte, habaneros), que no se puede ignorar: Miami. A inicios del siglo XX La Habana era ya una ciudad de 300,000 habitantes, mientras que Miami era una aldea que no alcanzaba los 2,000 residentes. Al triunfo de la Revolución cubana las dos ciudades igualaron su población en un millón y medio de habitantes. El siglo XXI encuentra una Habana de dos millones y un Miami de más de cinco.

No se puede entender La Habana, y menos imaginar su futuro, sin tomar en cuenta a esa ciudad vecina. Incluso con todos los obstáculos actuales, los flujos son considerables. Solo en la primera mitad de año 2019, a pesar de la feroz política restrictiva de Trump, han entrado en Cuba más de 300,000 cubanos residentes en Estados Unidos y casi 375,000 turistas estadounidenses [2]. Y no solo se trata de flujos personales. Podemos constatar –y esperar sin duda su incremento en un futuro cercano– los flujos de mercancías (por vía estatal y por vía privada), los flujos financieros (se estiman remesas ya superiores a los 3,000 millones de USD), los flujos de información (intercambios personales, productos audiovisuales, redes sociales…), etcétera.

Seria de una miopía injustificable mirar la ciudad tan de cerca que olvidáramos su verdadera dimensión, regional e internacional. Nos guste o no, La Habana está abierta a su entorno. ¿Está abierto en la misma medida nuestro pensamiento?

 

Notas:

[1] Suele definirse la huella ecológica como el impacto ambiental generado por el uso humano de los recursos naturales. Se expresa en hectáreas (Ha) por habitante. La disponibilidad mundial (suelos productivos, de pastoreo, zonas pesqueras y bosques productivos) realmente existente era en 2010 de 1,7 Ha por habitante, mientras que la huella ya alcanzaba 2,7 Ha por habitante. Si bien en Cuba no alcanza las dos hectáreas por habitante, en Estados Unidos ya ronda las 10. En la ciudad se trataría del suelo productivo que requiere para su funcionamiento, es decir, para mantener su consumo y eliminar sus desechos. Evidentemente la huella de una ciudad es mucho mas grande que su superficie construida. Sin embargo, si bien es verdad que la ciudad consume (y contamina) muchos recursos naturales, también es verdad que produce recursos y valores mucho mayores que los propios.

[2] ONEI. Turismo. Llegada de visitantes internacionales. Agosto 2019.

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