La vieja Habana

En la Habana de 1953 había cinco niños por cada anciano, pronto habrá dos por cada niño. Imposible ignorarlo. Una misma ciudad no puede funcionar igual en dos situaciones tan diversas.

Foto: Kaloian.

Lázara sale temprano de su casa. Necesita hacer varios mandados. Comienza por bajar cuatro pisos que, al regreso, se convertirán en un calvario. Luego camina prudente, evitando los huecos y las roturas de la acera para no tropezar. Tiene que recorrer varias cuadras antes de llegar a la parada. Al llegar quisiera sentarse para descansar un poco, pero alguien se ha llevado los bancos.

Por fin asoma la guagua, que para a 50 metros antes de su lugar. No ve bien que ruta es. Pregunta, pero todo el mundo se manda a correr. Lázara los mira, resignada… Dos ómnibus y una hora después, renuncia. Ya será otro día. Piensa aprovechar la salida para sacar las medicinas de la farmacia, sobre todo las de la hipertensión.

El sol cae ya impenitente sobre ella, aprovechando la poda inmisericorde de los árboles, que ahora son ya solo troncos. En la farmacia la obligan como a los demás a hacer la cola afuera, en la calle. Por fin es su turno, pero solo logra hacerse con una de las cuatro medicinas que debe tomar. El resto está en falta. Al salir, encuentra un quicio donde apoyarse e intenta leer el prospecto de sus pastillas. La letra es tan minúscula que no logra ver nada.

Foto: Kaloian.
Foto: Kaloian.

Emprende el regreso a su casa y por el camino ve que el cajero automático está vacío. Es el momento de sacar la jubilación, piensa, pero la maquina no responde y ella no entiende que pasa. Pide ayuda a unos muchachos que no le hacen caso. Resignada, lentamente se encamina hacia su edificio. Pasa por el mercado porque el médico le ha dicho que debe comer más fruta y vegetales. Los precios la disuaden.

Ya cerca de casa, espera que el semáforo dé la señal y se lanza, lo más rápido que puede, a cruzar la calle porque sabe que nunca le da tiempo.  Un bocinazo brutal la estremece antes de llegar a la otra acera. Respira hondo, saluda a una vecina que le avisa que los huevos han llegado a la bodega y, pausadamente, al llegar a su edificio, comienza a subir escalón tras escalón… cogiendo aire de vez en cuando. En el tercero, Paquita la ve y la invita a entrar a tomar un poco de agua. Aquí arriba corre la brisa y se quedan charlando un rato.

Lázara es una de las 200 mil ancianas que hoy se mueven trabajosamente por la Habana. Solas o acompañadas por otros 150 mil ancianos habaneros. Una ciudad de poco más de dos millones de habitantes, tan “maravillosa” para unos y tan poco amigable para otros… ¿Es acaso la misma para un habanero que para un oriental, para alguien del Vedado o del Cotorro, para el dueño de un restaurante o el que pedalea un bicitaxi, para el joven que trasnocha o la vieja que vende maní bajo los portales? ¿Cómo vive la ciudad un viejo?

Foto: Kaloian.

¿Cómo es ser viejo en La Habana?

Y, ante todo, ¿qué cosa es la vejez? Juventud acumulada, adultos mayores, tercera edad… se multiplican los eufemismos para los ancianos. Pero la verdad es que, a medida que el grupo va poblándose, cada vez es más complejo definir claramente la vejez. De hecho, se trata -en la jerga sociológica- de una “construcción social”, un concepto cultural, subjetivo. En las sociedades asiáticas suele ser extremo el respeto por los mayores, mientras que en Occidente tiende a ser un handicap. Y cada historia personal construye una vejez particular.

En su masividad, es un fenómeno reciente. Es sorprendente comprobar que la esperanza de vida en Cuba no llegaba ni a los 35 años a inicios del siglo XX. No fue hasta 1919 que se alcanzaron los 40, en 1955 los 60, y hoy roza los 80 años. No quiere decir que antes no hubiera viejos, sino que la vejez, como fenómeno social masivo, es algo relativamente nuevo.

Foto: Kaloian.

En la Habana hoy la esperanza de vida ronda los 78 años (menor que el promedio nacional, a pesar de la concentración de hospitales). Esta evolución demográfica se traduce en que, si bien en 1959 los mayores de 65 en la capital no llegaban a los 100 mil, ahora son casi 350 mil, y en once años más, en 2030, se acercarán al medio millón. En la Habana de 1953 había cinco niños por cada anciano, pronto habrá dos por cada niño. Imposible ignorarlo. Una misma ciudad no puede funcionar igual en dos situaciones tan diversas. ¿Habrá que convertir los círculos infantiles en hogares de ancianos?

La progresiva extensión de la esperanza de vida y el consecuente incremento de personas mayores tiende entonces a limitar el propio concepto de tercera edad y ya se comienza a hablar de una “cuarta edad”. Podrían fijarse los 65 años (edad de jubilación) como el inicio de aquella y los 80 (esperanza de vida) como el arranque de esta.

No es igual una etapa de la vida que suele permitir una existencia todavía activa y autónoma, que otra en la que ya es importante la vulnerabilidad y la dependencia. Estamos hablando (en 2018) de 262 mil habaneros en el primer grupo y de 81 mil en el segundo. Estos últimos van a generar onerosas cargas, tanto a nivel social (pensiones) como a nivel familiar (cuidados). En 1953 eran tan solo 12 mil, pero dentro de diez años ya serán 114 mil y en el 2050 210 mil….

¿Cómo responde la Habana a las demandas de sus ancianos? ¿Qué significa, en clave de anciano, el derecho a la ciudad? Lo primero que viene a la mente son las barreras arquitectónicas, pero no son estas las únicas ni las más graves.

Las barreras son también urbanísticas, económicas, físicas, psíquicas, culturales. La vulnerabilidad del anciano en la ciudad es multidimensional. En una encuesta realizada en 2008(1) a habaneros mayores de 60 años, destacaban como mayores dificultades el acceso al transporte, la cuantía de las pensiones y jubilaciones, el estado de la vivienda y la falta de prioridad en los servicios médicos y administrativos, entre otras.

Los estudios(2) suelen centrarse en cuatro ámbitos principales de análisis y de propuestas: el entorno físico, la situación económica, la salud y el entorno social.

Una ciudad poco amigable

Es verdad que las escaleras y los desniveles pueden constituir formidables obstáculos para los ancianos, pero también los proyectos de vivienda necesitan de una radical renovación en su concepción, no solo en su tamaño sino en distribución interna. Por otra parte, salir de casa significa enfrentarse con aceras rotas, árboles y sombras mutiladas, falta de bancos, de baños públicos, iluminación nocturna deficiente… que constituyen molestias para el habanero común, pero para los mayores se convierten en escollos a veces infranqueables. Es importante también cuidar que la información pública sea clara y legible, que la progresiva informatización de los servicios los tome en cuenta y que el acceso a los que requieran de la presencia física sea amigable (prioridad, bancos, baños, etc.). Se requieren espacios cercanos para el ejercicio y la recreación, así como para el contacto con la naturaleza. Por otra parte, hacerse mayor significa cada vez más quedarse anclado al barrio (cuando no a la vivienda…). El radio de acción se restringe radicalmente debido a la fragilidad física y a lo poco amigable del transporte urbano habanero. Hoy día hay que estar en forma para subirse a una guagua. Con ello, el derecho a la ciudad se constriñe a un derecho al barrio. Y sabemos que no todos los barrios son iguales.

La dependencia de los ancianos no solo es física, suele ser también económica. La mayoría de las pensiones no alcanzan el nivel del salario mínimo. Una encuesta de 2010 nos dice que sus fuentes de ingreso están constituidas en un 75% por la jubilación, un 25% el salario, un 12% recibe ayuda familiar y un 9% la recibe del extranjero (pueden acumularse). Ello motiva que después de la jubilación un 58% haya buscado un nuevo trabajo y un 18% haya iniciado un negocio familiar(3). Es evidente que una mejora de las pensiones es esencial para muchas personas, pero debiera facilitarse, además, a las personas de la tercera edad mayores oportunidades de incorporación a una vida activa, facilitando el trabajo en casa, horarios flexibles, así como el aprendizaje y la recalificación para mantener su curiosidad y su actividad.

La dependencia física y el debilitamiento sexual, visual, auditivo, intelectual, es progresivo. Los ancianos se convierten en una carga para la familia (más precisamente, para las mujeres) y para una generación que a menudo tiene que cuidar no solo a niños sino a viejos. Requieren de alimentación especial y de una atención de salud y farmacéutica específica, ya que las dolencias no son las mimas que en la juventud. Hay que cuidar en especial la extrema vulnerabilidad de los ancianos en momentos de desastres naturales y también, a veces, ante el maltrato familiar. Los problemas se agudizan, además, por la frecuente soledad y aislamiento debido a la creciente desaparición de familiares y amigos. Se requiere entonces de apoyo y cuidados para no quedar excluido y poder tener no solo una vejez decente, sino también una muerte digna, sin tratamientos médicos inútiles o indeseados.

Foto: Kaloian.
Foto: Kaloian.

El entorno psicosocial en que se mueven los mayores es tan o más importante que el físico. Al crecer la inmovilidad y el aislamiento, se incrementan las sensaciones de soledad y desamparo y con ellas aparece la depresión. El contacto con la familia, con los vecinos, con amigos, con el barrio, es cada vez más importante, así como los intercambios intergeneracionales para preservar la dignidad de esa vida ya inevitablemente dependiente. Cada vez más la mayoría de personas de edad madura e incluso mayores tienen padres vivos y cada vez más niños conocen a sus abuelos y bisabuelos. Ya no es raro que los de la tercera edad tengan que cuidar a los de la cuarta.

¿Es entonces la Habana una ciudad amigable con los mayores? Los especialistas proponen para lograrlo, las siguientes prioridades: “facilitar el movimiento por la ciudad de forma eficiente y segura, acondicionar adecuadamente la vivienda y el espacio público (calles, parques), prevenir las amenazas climáticas, estimular la participación social y generar espacios interactivos intergeneracionales”(4).

Foto: Kaloian.

Si bien los habaneros y habaneras pueden disfrutar de un buen sistema de salud y, sobre todo, de un entorno familiar y vecinal mucho más amigable que en otras latitudes, en lo que concierne al entorno físico y la situación económica es mucho todavía lo que queda por hacer. No hay que olvidar que ese habanero que hoy entra en la cuarta edad es el mismo que tenia 20 años en Girón y la crisis de octubre, 30 en la zafra del 70, 40 cuando Angola y Etiopía, 50 en la crisis del “periodo especial”.

La ciudad debiera ayudarlos a vivir con plenitud los años conquistados de vida activa y con dignidad, al menos, el último tramo. No son cifras. Son nuestros abuelos, son nuestros padres, somos nosotros.

 

Notas:

(1) Oficina Nacional de Estadísticas. Centro de estudios de población y desarrollo (2008): “El estado actual y perspectivo de la población cubana: Un reto para el desarrollo territorial sostenible”.

(2) Organización Mundial de la Salud (OMS) (2007): “Ciudades globales amigables con los mayores: una guía” www.who.int/ageing

(3) Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI). (2011): “Resultados de la encuesta nacional de envejecimiento poblacional”.

(4) ARUP (2019): Cities alive. Designing for ageing communities. www.arup.com

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