La novela distópica de los Gourriel

Foto: Ricardo López Hevia/Granma

Foto: Ricardo López Hevia/Granma

Medió apenas una semana entre la publicación este martes 16 de febrero, por primera vez en Cuba, de 1984 –la novela distópica del británico George Orwell– y la publicación en la prensa oficial cubana de la breve nota que expulsó del templo de la pelota nacional a dos de los hermanos Gourriel, fugados en la madrugada de República Dominicana para, a todas luces, entregarse “a los mercaderes del béisbol rentado y profesional”.

Ambos gestos –uno de apertura, otro de atrincheramiento- se contradicen, precisamente, porque ambos textos se complementan. Ambos dialogan de un modo inquietante sobre nuestra realidad.

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En el reino cubano del béisbol, los Gourriel –el padre, Lourdes, y sus hijos: el oscuro Yunieski, el rutilante Yulieski, el prometedor Lourdes Jr.– eran como la familia Manning en la NFL estadounidense. O no. No exactamente; y por eso mismo -¿el dinero?, ¿la oportunidad de brillar al más alto nivel deportivo?- desertaron los más jóvenes de la dinastía.

Como sea, eran lo mejor que iba quedando en la isla para blasonar, precario reducto de nuestra heráldica beisbolera. Ahora vemos que el 8 de febrero pasado lo que se escapó fue el último mito sobre el cual se apuntalaba una narrativa del juego más o menos coherente con el relato general de la nación que se cuenta desde el poder.

Veamos. El clan de los Gourriel trazaba una línea sutil, virtuosa entre el esplendor de la pelota cubana, y presuntamente del país, en los años 80, pasando sin salpicarse por la ciénaga de los 90, cuando el juego era todavía, pese a todo, vigoroso, hasta llegar a este inicio de siglo de resultados desiguales y, muy pronto, de inapelable decadencia.

Hasta ahora los voceros del béisbol cubano tenían siempre en punta el video tape del “héroe de Parma” desapareciendo la bola frente a los “americanos” en una noche italiana que parece la constatación del eterno retorno. (Por cierto, el otro protagonista de aquella jornada, Lázaro Vargas, emigró hace algunos meses en busca de un destino de Grandes Ligas para su vástago). El ciclo mítico de los Gourriel se completaba en las coplas elogiosas dedicadas al “Yuli” por un coro pertinaz que desde hace una semana se ha quedado mudo.

Desde el discurso oficial, el hundimiento del beisbol doméstico –las derrotas internacionales, la hemorragia de deserciones, la crónica escasez de material, la tozudez o indolencia de los directivos– aún parecía evitable mientras pudiera echarse mano a una estrella como Yulieski, a un valor emergente como Lourdes Jr. y, por qué no, a un buen tipo como Yunieski, encarnación del jugador de clase media baja que se supera a sí mismo gracias a un contrato negociado por la Federación Cubana con alguna liga internacional de cuarta categoría.

Cada quien a su modo, los tres hermanos simbolizaban la actualización del modelo beisbolero cubano. Yulieski Gourriel, a sus 31 años, se perfilaba como el primer isleño que, a la vuelta de más de medio siglo, jugaría en las Grandes Ligas sin desvincularse oficialmente de su país y ello como resultado de las actuales conversaciones entre autoridades beisboleras de ambas naciones en el contexto de deshielo iniciado el 17D.

La historia ya no será así porque al mediano de los Gourriel le corre el tiempo en contra y sabe que aún puede valer unos 100 millones; y sobre todo porque no existen señales de un acuerdo inmediato que sortee las limitaciones impuestas por el bloqueo de Washington a jugadores que residan en Cuba.

Cualquiera diría, como antes se dijo del son, que ahora el béisbol sí se fue definitivamente de Cuba.

Ya se ha afirmado que el caso Gourriel supone el acta de defunción del béisbol cubano, pero el béisbol cubano, lo sabemos bien, sigue ahora mismo tan vivo en el barrio como en las Grandes Ligas. La sorpresiva escapada de los Gourriel dispara más bien contra un modelo de gestión y organización ocluido, esclerótico, postrado y, sobre todo, contra cierto discurso que ha abandonado todo atisbo de coherencia con la realidad.

Sin alejarnos del tema: ¿cómo alguien podría convencer a estas alturas a los Gourriel de las virtudes sacrosantas del amateurismo; del pecado mortal, la enfermedad terminal que representa el deporte rentado; de que a los “americanos” no hay darles “pero ni un tantico así”? ¿Qué podía atar aquí a los Gourriel después de que Puig, Abreu, Ramírez fueran recibidos en el Hotel Nacional y en el Latinoamericano (aunque la prensa oficial haya hecho cabriolas para no entrevistarlos como se debía)? Abierto el país a la inversión extranjera, despenalizadas amplias zonas de mercado hacia lo interno, aprobada la contratación de atletas en el extranjero con la venia de las autoridades, instalada Cuba en la Serie del Caribe, ¿qué remilgo ideológico –más allá de una estandarizada fidelidad a la patria y al deporte revolucionario– oponer al libre albedrío de los Gourriel?

El béisbol es apenas uno de los espacios de la sociedad cubana que pide a gritos una dramática reforma. Mientras tanto, como casi todo lo demás, sobrevive –¿o ya no?- en una pugnaz incoherencia que puede ser tanto una oportunidad de regeneración como un pasaje al próximo círculo del infierno.

El país también se lee en los terrenos. Asista esta noche a un partido de la Serie Nacional; siéntese en un palco -esquive el de la tablilla rota-, y observe. A veces, hay un short stop que no tiene potencia en el brazo, pero casi siempre saca out porque el bateador no corre fuerte o porque está gordo o porque quiere que el juego se acabe pronto… Lo que usted ve es Cuba.

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Foto: Ricardo López Hevia/Granma
Foto: Ricardo López Hevia/Granma

Disuelta en la práctica la dicotomía ideológica entre deporte amateur y deporte profesional, la voz que habla en la nota circulada a raíz de la huida de los Gourriel es solo la voz de la burocracia, que no atina a reaccionar con propiedad ante las nuevas circunstancias –incluso sobre las que ella misma opera- y se apega a un discurso engavetado por la realidad.

Al referirse al “abandono (…) de los peloteros Yulieski y Lourdes Gourriel Castillo, en franca actitud de entrega a los mercaderes del béisbol rentado y profesional”, el texto oficial renueva unos términos que contradicen la misma praxis y las declaraciones de los directivos del deporte en Cuba. Se lee entonces como un reflejo condicionado que, para suerte del lector hastiado, se queda en un par de párrafos y no llega a extenderse con la aludida declaración de rechazo que emitió la selección cubana tras conocer sobre la fuga de sus compañeros.

La frase “en franca actitud…” ofrece una lectura que, sin dudas, se le escapó al comisario en funciones, pero que –quiéralo o no- estaba rebotando en su inconsciente al momento de redactarla. Reconoce que los escapados hicieron, al menos por esta vez, lo que francamente querían hacer: entregarse.

La foto que circuló en los medios de prensa cubanos es aun más elocuente en su incoherencia. Todos los integrantes del equipo de cara al sol, pero nadie en combate. Nadie dispuesto a morir por nada. Todo, displicencia, aburrimiento. Excepto el Comisionado, que tiene las manos en jarra y que obviamente, por su postura, formó a las huestes y capitaneó ese acto ejemplar en que alguno de los presentes, seguramente, se repudió a sí mismo por repudiar, en los Gourriel, al que será dentro de unos meses.

De este tipo de cosas habla 1984. No de pelota, por supuesto.

Edición cubana de 1984. Foto: Yander Zamora
Edición cubana de 1984. Foto: Yander Zamora
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